La urgencia de la Iglesia católica de México por resarcir el tejido social y restaurar la paz tiene por objetivo la certeza de ir a las personas y procurar mejores condiciones de vida. Se insiste en la conversión, en la escucha de alguna forma y la atención a las víctimas de los delitos, reparar el daño y restaurar el orden que se ha roto.
Para conseguir lo anterior, hay que llegar a las causas más profundas que nos han hecho pasar por esa pasión que se ha extendido a través de una larguísima cuaresma nacional. ¿Esto inició con una guerra contra el narco? ¿Fracasaron los abrazos? ¿No hay estrategia de seguridad? Las preguntas podrían ser variadas y muchas las respuestas; sin embargo, las causas éticas y antropológicas tienen pocas vertientes.
El historiador y antropólogo del Colegio Nacional, el chileno Claudio Lomnitz (1957) ha penetrado en las causas de esta barbarie metiéndose y escudriñando las entrañas de la bestia que nos diezma y devora. En septiembre de 2023 apareció el libro “Para una teología política del crimen organizado” (Editorial Era), fruto de una serie de siete conferencias dedicadas al “análisis del campo espiritual” que ha florecido en las organizaciones del crimen organizado en México.
Contrastando la antigua moral religiosa de este país contra lo que llama “moral sublevada” de los criminales, va a la esencia del problema cuando el terror se ha convertido en el método y culto para desplegar el poder. La descripción de los medios, a través de la narcocultura, se imponen por una especie de inoculación de la normalidad en un país en el que ese horror “puede tocar a otros”, pero no a los cercanos, además de ser contrarrestado por los abrazos que no son otra cosa que el deterioro y vacío del poder del Estado, incapaz de administrar justicia.
Mutilaciones, sacrificios humanos, canibalismo, desapariciones forzadas podrían ser no sólo delitos, también fruto podrido de una “religión paralela” del crimen que se sincretiza con las antiguas formas de culto a los santos y “divinidades” cristianas. Lo indecible es lo normal. Especialmente cuando el autor comprueba y justifica métodos tan bárbaros como inmisericordes en prácticas como el canibalismo. Desde los afamados “Narcosatánicos” de Adolfo de Jesús Constanzo hasta los Templarios de “El más loco”de Nazario Moreno, la descripción de rituales donde se devoran partes humanas muy específicas refleja la desviación y rompimiento de toda ética que rebasa lo inimaginable.
Llamándolo como un “nuevo canibalismo mexicano”, para diferenciarlo de las prácticas paganas y rituales prehispánicos, en el México de sangre y violento, el que los líderes criminales e iniciados coman partes humanas de desconocidos, muchas veces reportados como desaparecidos, es un síntoma del poder paralelo donde el Estado depuso su relevancia, así como se ha suprimido la autoridad de la Iglesia de la cual hay se debía desapegar de cualquier regulación moral.
Las consecuencias son ahora las que vemos. Más allá de los simplismos que podrían reducirse al desafortunado maniqueísmo oficial, están las desapariciones y asesinatos que tendrían detrás este culto macabro que demuestra el poder alterno al del Estado fallido, impelido a entrar en negociaciones con los hacedores del mal.
Como señala el título de este editorial, Adolfo de Jesús Constanzo desarrolló un culto del mal en la que presuntamente estaban ligados personajes con desmedido poder. Su culto tenía en el centro el sacrificio de animales. Para el narcosatánico mayor, los cristianos -o cualquier persona fuera de su culto- “eran animalitos”… por eso pueden ser sacrificados y devorados. Esa es la demencial lógica del crimen organizado.