Arturo Farela, el acólito de AMLO

Editorial ACN Nº29

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Quiere resurgir después de haber sido reducido al silencio cuando el gobierno se desmarcó de su oportunismo. El pastor Arturo Farela presumía en redes fotos y más fotos de su relación con el presidente de México e incluso era ya quien sentía, en exclusiva, el pulso espiritual de Palacio Nacional.

La historia de Arturo Farela es tan común y corriente como la de todos esos pastores que admiten una conversión del catolicismo cuando el Señor lo salvó de una vida prácticamente degradada. Gracias a su matrimonio, inició su caminar a Cristo quien se mostró a través de la oración de una desconocida ordenándole predicar el Evangelio.

Fundó una familia y una congregación al oriente de la Ciudad de México. Su historia política inició cuando el presidente Carlos Salinas dio reconocimiento jurídico de las iglesias. Ese tiempo fue el de la creación de la Confraternidad de Iglesias Evangélicas. Con veleidad, envanece la relación con los presidentes de México. Sólo López Obrador es verdaderamente su amigo, dice. Esa amistad inició en los tiempos del Jefe de Gobierno y se acentuó cuando la facción de evangélicos de la Confraternice oró por el candidato de la Coalición PRD-PT-Convergencia en 2006.

De ahí, a pesar de la violación a la Ley, Farela fue leal al AMLO de la coalición PRD-PT-Movimiento Ciudadano en 2012 y eso tuvo la merecida corona en 2018 cuando la coalición Juntos Haremos Historia, con un partido de corte evangélico aliado, dio la presidencia de la República a López Obrador.

Así, el pastor tuvo derecho de picaporte. Asiduo a Palacio Nacional, AMLO pediría a las huestes evangélicas la difusión de su idílica y fallida cartilla moral. Sería el propagandista religioso del gobierno de la transformación. Predicó en Tijuana, junto al padre Alejandro Solalinde, en junio de 2019 en el “Acto en defensa de la dignidad nacional y en favor de la amistad con Estados Unidos”. Además, se conocen las reuniones de AMLO con líderes evangélicos. Incluso los hijos del pastor estuvieron en la nómina de la Secretaría del Bienestar y, actualmente, una de ellas ocupa la Dirección del Programa Paisano del Instituto Nacional de Migración. 

Después de la crisis desatada por la muerte de los jesuitas de Chihuahua, la Iglesia católica adoptó una forma de singular protesta para decir al presidente que la situación debe cambiar. Rechazar la estrategia de los abrazos y no balazos. El silencio de Farela se rompió para salir como adalid: “Nosotros apoyamos la posición del presidente Andrés Manuel, en donde él ejerce un gobierno humanista, de fraternidad, donde se prefieren los abrazos y no los balazos. Entonces creemos que una manera de mantener al país en paz y que no se incendie, porque enfrentar con violencia, además de que hay un derramamiento de sangre de mexicanos, es incendiar al país”, dijo en entrevista a medios nacionales y acusar a los obispos de no querer el bien “tratando de incendiar el país”, repetiría en una segunda ocasión.

No es de extrañar el pensamiento de Farela, el evangelismo que sataniza a la Iglesia católica y cercano al poder, zalamería incluso para adaptar los textos bíblicos al conveniente antojo del César. Y el pastor, al igual que su amigo, tapa los ojos con la venda del fanatismo no religioso, sino político para mimetizar la realidad. Salir a los medios para contrarrestar lo que la Iglesia ha promovido no es sólo de mal gusto, es inmoral y obsceno. No sólo porque Farela tiene a sus hijos cobrando de puestos de segundo nivel en el actual gobierno, también porque, en medio del caos, pretende ser el pastor de la transformación que, en esa dramática realidad, lo reduce a fiel acólito del presidente y de la fallida estrategia que ya tiene al país en un grave incendio.

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