«Lo indispensable»

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¿Que es indispensable para ti?

Se planteó esta pregunta a un grupo de personas y éstas dieron las respuestas más diversas: mi salud; mi familia; mi dinero; mi casa; mi coche; mi computadora; mi trabajo; mis cuates.

Llama la atención, en primer lugar que nadie respondió que Dios es lo indispensable en su vida; todos se fueron con la ‘finta’ de mencionar otras cosas; y en segundo lugar, que nadie respondiera que en su vida no había nada indispensable.

Esto es una pequeña muestra de cómo todos los seres humanos nos aferramos a personas, situaciones o cosas, pensando que nos resultan imprescindibles para seguir viviendo. Lo malo es que en esta vida no hay nada seguro (decía Benjamín Franklin que lo único seguro son la muerte y los impuestos), por lo que es muy posible que un día perdamos lo que hasta ese momento creíamos absolutamente necesario. ¿Cómo sobrevivir a semejante pérdida?

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En el grupo antes mencionado había una doctora que se dedica a trabajar como voluntaria ayudando a damnificados que en algún desastre natural lo han perdido todo. Ella comentó que en su experiencia de muchos años ha comprobado una y otra vez que cuando se sufre una gran pérdida existen dos posibilidades:

1. Quedarse atorado en los ‘hubiera’ (si hubiera hecho tal cosa, no me hubiera sucedido esto), en lo que pudo ser y no fue, y hundirse en la nostalgia, en la tristeza, en la desesperación.

2. Voltear la mirada hacia adelante y dedicar todas las energías a reconstruir la propia vida y a ayudar a otros a hacer lo mismo.

Añadió que había notado que lo que hacía que alguien perteneciera al primer grupo (de los desanimados) o al segundo (de los que le echaban ganas al futuro) era su fe en Dios.

Quien tenía firmemente puesta su confianza en Dios, aceptaba más fácilmente la muerte de sus seres queridos, pues sabía que no los había perdido para siempre sino los reencontraría en el cielo; aceptaba la pérdida de cosas materiales, trabajo, etc. porque sabía que todo se lo había dado Dios y así como Él le había ayudado a tenerlo, volvería a ayudarle a conseguirlo de nuevo; aceptaba incluso la pérdida de su salud porque no sólo encontraba sentido a su sufrimiento uniéndolo al de Jesús en la cruz y ofreciéndoselo por la redención de sus seres queridos, de sus compañeros damnificados, etc. sino que tenía además la seguridad de que en el Señor hallaría la fortaleza para salir adelante con todo y enfermedad o discapacidad física.

En cambio, quien no tenía fe y había tenido por ‘dios’ a las personas, situaciones o cosas que había perdido (su cónyuge era su ‘todo’; su casa era su ‘todo’, etc.) se derrumbaba, se sentía desolado, pensaba que su vida ya no tenía sentido, que le había sido arrebatada su razón de vivir.

Si esto es así, entonces vale la pena tomar lo que podrían llamarse medidas ‘preventivas’ (por si acaso…) y estar continuamente revisando en dónde tenemos puesto el corazón: ¿Lo tenemos puesto en Dios?, qué bueno, no quedaremos nunca defraudados. ¿Se nos está apegando demasiado a alguna persona, situación o cosa?, ¡cuidado!, es tiempo de reordenar nuestras prioridades y volver a poner a Dios en el centro de nuestra existencia, porque todo pasa y sólo Él permanece. Sólo Él es lo verdaderamente indispensable.

Esto recuerda lo que pide San Pablo en la Segunda Lectura que se proclama hoy en Misa: «que los casados vivan como si no lo estuvieran; los que sufren como si no sufrieran; los que están alegres como si no se alegraran; los que compran como si no compraran; los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran de él; porque este mundo que vemos es pasajero.» (1Cor 7, 29-31).

Cabe aclarar que esa primera frase de ninguna manera es un permiso para que un marido recorte ese pedacito y lo saque cada vez que quiera justificar sus parrandas o malos pasos (conste vieja que no es cosa mía, fue San Pablo el de la idea de que yo viva ¡como si no estuviera casado!). No. Ni el resto del texto busca invitarnos a volvernos indiferentes ante todo. Nada más lejos de la intención de Pablo. Lo que quiere recomendar es lo que se mencionaba antes: que vivamos con la conciencia de que todo es pasajero (personas, cosas, situaciones), así que no debemos aferrarnos exageradamente a nada, por bueno que parezca, pues no será permanente, ni tampoco desesperarnos por nada, por malo que parezca, pues también pasará.

Estamos llamados a ser peregrinos, caminantes. Y así como el viajero encuentra en su trayecto buenos o malos compañeros, buen o mal tiempo y no se aflige demasiado pues sabe que mañana estará en otra parte y encontrará otras gentes y otro clima, así nosotros, debemos vivir siempre avanzando, sintiéndolo todo intensamente, pero sin amarres que nos impidan continuar el viaje e ir tras las huellas de Aquel que nos invitó a dejar las redes para poder seguirle…

(Del libro de Alejandra Ma Sosa E «El regalo de la Palabra», Colección ‘Fe y vida’, vol 3, Ediciones 72, México, p. 33, disponible en Amazon)

Por Alejandra Ma Sosa E

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