Hace ocho días, escuchábamos la parábola del Hijo Pródigo o del Padre Amoroso. Jesús nos enseñaba la misericordia de Dios con un ejemplo, con una parábola; pero hoy lo muestra con su actitud en un acto concreto, en su reacción ante un acto reprobable y castigado por la ley y las costumbres judías, como era el adulterio.
Dividamos el texto en tres partes para tratar de comprenderlo mejor:
Primera parte: Jesús se encuentra en Jerusalén y una multitud lo rodea para escucharlo, sabemos que su fama se había extendido y predicaba de manera distinta a los escribas y fariseos. Estaba en el templo y las personas se le acercaban, lo rodeaban para escucharlo, ya que su predicación era distinta.
Segunda parte: Escribas y fariseos han mostrado cierta aversión hacia Jesús; les molestaba su forma de predicar y su manera de actuar, en especial, el trato a los pecadores; sentían envidia de aquel predicador ambulante. Mientras enseñaba a aquella multitud, se acercan los conocedores de la ley llevando a una mujer sorprendida en adulterio, con la intención de que el Maestro dijera algo distinto a la ley mosaica, era judío y conocía el dictamen que hacía alusión al adulterio: la mujer debía morir lapidada. Parecía que el adulterio era un pecado de la mujer, ya que sólo a ella se le acusaba; nada se dice del varón. Ella se convierte en el centro de la acusación y de vergüenza pública. Los escribas y fariseos son los acusadores, la señalan con el dedo, se hacen defensores de la ley de Moisés, sentencian y matan, pero ahora su intención es atrapar a Jesús; quieren ponerlo a prueba para tener algo de qué acusarlo. De hecho, la verdadera persona a eliminar, no es la mujer, sino el mismo Jesús. Los fariseos y maestros de la ley sabían que esa ley determinaba que debían ser apedreados los dos, no sólo la mujer. Había pues, una trampa en la propuesta de ellos. No les importaba tanto cumplir la ley como sorprender a Jesús, bien por manifestarse contra la ley y tener algo de qué acusarle, bien por prescindir de la palabra de perdón que pertenecía a la esencia de su mensaje. Pero Jesús conoce la fragilidad humana conoce los corazones de aquellos acusadores, no soporta aquella hipocresía social construida por el dominio de los varones.
La reacción del Maestro es misteriosa, se inclina y escribe en el suelo, introduce una pausa, un silencio reflexivo, nunca se deben tomar decisiones definitivas con el instinto. Ya los Padres de la Iglesia lo sugerían: “Nunca tomes decisiones cuando tu corazón esté agitado, déjenlo que reflexione y decida”. Jesús con serenidad y valentía, seguía escribiendo… Ante la insistencia de que diera una respuesta, se incorporó y les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Los confronta con su propia conciencia, los conduce a mirar hacia su interior, los invita a juzgarse a sí mismos y vemos su
reacción: Los acusadores se retiran avergonzados, ya que saben que ellos son los principales responsables de los adulterios que se cometen en aquella sociedad. Son capaces de ver en su interior el cúmulo de pecados realizados durante su vida.
- Jesús y la mujer acusada: Cuando todos se fueron, se quedaron frente a frente Jesús y aquella mujer; como dirá san Agustín “quedaron frente a frente la misericordia y la miseria”. Jesús con una mirada de compasión le dice: “Tampoco yo te condeno”. Le muestra la misericordia de Dios, pero le hace la invitación: “Vete y no vuelvas a pecar”. Le está indicando que como persona cuenta con la misericordia de Dios, pero el pecado es reprobable ante los ojos de Dios. No está exenta de volver a caer en la misma tentación o en el mismo camino. Quizá aquella mujer pecadora fue la más sorprendida, ya que Jesús le dio un trato que ningún hombre le había dado; para Jesús valía más la persona que cualquier pecado cometido.
Jesús con la expresión “vete y no vuelvas a pecar”, la está animando para que, aquel momento de misericordia, sea el punto de partida de una vida nueva. Ese ánimo nos lo infunde en cada confesión que hacemos; en cada momento que experimentamos la misericordia de Dios. Jesús nos sigue diciendo: “Vete y no vuelvas a pecar”. Jesús no juzga, Él no se deja impresionar por ninguna ley o costumbre, muestra el rostro de Dios. Nos invita para que seamos misericordiosos, que nunca condenemos a nadie.
Nos encontramos ante dos actitudes:
- La de los acusadores, que son capaces de juzgar y condenar; niegan la posibilidad de un cambio; rechazan un porvenir, una capacidad de superación. Con las piedras no sólo quieren sepultar el pasado o el pecado, sino a la persona misma.
- Jesús con su actitud entrega a aquella acusada un porvenir; cree en la conversión y sigue dando una oportunidad para seguir adelante.
Hermanos, sobre todo, cuando le hemos dado la espalda a Dios, alejándonos de la casa paterna, como el hijo pródigo; cuando nos encontramos inmersos en el pecado o algún vicio; cuando alguien ha caído en la desgracia de participar en algún grupo del crimen organizado, cuando alguien quiere fincar su vida o su trabajo sobre la mentira y corrupción, hoy el Evangelio nos recuerda a todos, que Dios nos sigue invitando: “No vuelvas a pecar”; es la invitación para iniciar una vida distinta. Dios nos sigue dando la oportunidad de convertirnos, de ser más humanos.
Por otro lado, el Evangelio nos sigue invitando para que no señalemos a nadie, para que no condenemos, y a que nos confrontemos con nuestra propia conciencia antes de emitir un juicio sobre los demás. Estamos invitados a ser misericordiosos como Dios es misericordioso.
Preguntémonos: ¿Cómo vivo la misericordia?.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!