Corazón de Jesús

Éxodo 19,2-6a | Salmo 99 | Romanos 5,6-11 | Mateo 9,36—10,8

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

El dieciséis de junio de mil seiscientos setenta y cinco es un día clave en las revelaciones del Corazón de JESÚS a santa Margarita María de Alacoque. Este dieciséis de junio ha dado comienzo un año jubilar en la Basílica de la Gran Promesa, de Valladolid, relacionada estrechamente con el beato Bernardo de Hoyos (1711-1735), de la Compañía de JESÚS. Este joven jesuita favorecido con numerosas y elevadas gracias místicas, fue elegido por el SEÑOR para extender en España y en los países hispanoamericanos la devoción y consagración al Corazón de JESÚS. La devoción al Corazón de JESÚS está en la línea de la espiritualidad ignaciana, que valora de forma especial la humanidad del VERBO. La Compañía de JESÚS promovió a través del Apostolado de la oración la devoción y consagración al Corazón de JESÚS; lo mismo que los dominicos acentuaron la devoción al Santo Rosario. Con motivo del segundo centenario de las apariciones a santa Margarita María de Alacoque, el papa Pío noveno propone la consagración del mundo al Corazón de JESÚS. El Papa León XIII, tras una encíclica Annum Sacrum, realiza la consagración del mundo al Sagrado Corazón de JESÚS, en el mil novecientos, comienzo del nuevo siglo. En la actual diócesis de Getafe, Madrid, en el Cerro de los Ángeles considerado como el centro geográfico de España, se levantó por primera vez la estatua del Corazón de JESÚS en mil novecientos diecinueve; en la guerra civil (1936-1939) fue destruida, y restablecida de nuevo (1945). En muchos lugares de España e Hispano América se levantan estatuas al Corazón de JESÚS y renuevan consagraciones. Muchos argentinos recuerdan la consagración de su nación en el Congreso Eucarístico de mil novecientos treinta y cuatro, presidido por el legado papal en aquel momento, Eugenio Pacelli, posterior Pío XII. Las consagraciones al Corazón de JESÚS añadirán las destinadas al Corazón de MARÍA, según las palabras de la VIRGEN en Fátima: “mi Inmaculado Corazón triunfará”, porque esa es la voluntad del SEÑOR. Juan Pablo II consagró a la Argentina a la VIRGEN de Luján, en mil novecientos ochenta y cuatro. Como petición expresa de la VIRGEN a sor Lucia, los últimos papas vienen consagrando al mundo repetidamente al Corazón Inmaculado de MARÍA, que en el fondo no es otra cosa que acercarnos a JESUCRISTO a través de la intermediación de la MADRE, que recibe el encargo de JESÚS de reconocernos como hijos suyos, y a nosotros de aceptarla como verdadera MADRE en el orden de la Gracia (Cf. Jn 19,26-27).

Espiritualidad y promesas

La espiritualidad que gira alrededor del Corazón de JESÚS no es otra que la dada por el Nuevo Testamento y de modo especial por los Evangelios. Las promesas formuladas a las santas más conocidas, santa Margarita María de Alacoque y santa Faustina Kowalska, no se extralimitan de las promesas dadas en los textos sagrados. El Corazón de JESÚS es la  Divina Misericordia con la que DIOS nos redime. Sin Misericordia no se daría la Salvación de los hombres. DIOS es lo suficientemente justo, santo y bueno, de forma que su Justicia no se resienta en lo más mínimo en su ejercicio con nosotros de la Divina Misericordia. Muchos se preocupan que DIOS no se vaya a exceder en la práctica de su Divina Misericordia. El principio operativo de la Divina Misericordia se mantiene siempre que el hombre muestre arrepentimiento: DIOS perdona siempre y de forma incondicional cuando el hombre pide perdón. El desajuste originado por la conducta desordenada es una cuestión pendiente que sólo DIOS sabe cómo arreglar, pues entra dentro de su Plan de Salvación. En la Escritura observamos que DIOS no mantiene un Plan o diseño rígido en sus detalles, y las conductas humanas modifican el plan establecido en sus metas intermedias. Israel sale de Egipto liberado y podría entrar en un plazo breve en la Tierra Prometida, pero su comportamiento, según el libro del Éxodo y de Números, retardará una generación la entrada en la Tierra Prometida. El profeta Jonás muestra el cambio de planes que DIOS realiza ante la conversión de los ninivitas: la ciudad y sus gentes no serán destruidos. Extraño comportamiento de la Divina Misericordia: el pecado original supuso la expulsión del Paraíso; sin embargo la muerte en Cruz de JESÚS a manos de los hombres -deicidio- nos abre, tras la Resurrección, las puertas del Paraíso Eterno. Son siempre ciertas las palabras de Isaías: “mis caminos no son vuestros caminos; ni mis pensamientos son vuestros pensamientos, y mis planes no son vuestros planes (Cf. Is 55,8-9). DIOS creó a los Ángeles directamente dioses, pero a los hombres, aunque a su imagen y semejanza, somos poco más que insignificantes y la vida en este mundo es una gran prueba, en la que a DIOS le es posible realizar con nosotros una gran tarea de perdón y Misericordia. Después de la absolución dada por JESÚS, nada nos puede separar del Amor de DIOS: “perdónalos SEÑOR, porque no saben lo que hacen” (Cf. Lc 23,34). San Pablo lo declaró de forma rotunda: “¿quién nos separará del Amor de CRISTO? La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada… Pues estoy seguro que ni la muerte, ni la vida, ni los Ángeles, los Principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las Potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni criatura alguna podrá separarnos del Amor de DIOS manifestado en CRISTO JESÚS, SEÑOR nuestro” (Cf. Rm 8, 35.38-39). Aunque el texto tiene una cierta amplitud es de aquellos destinados a ser memorizados y repetidos muchas veces a lo largo de la vida. Las revelaciones privadas acreditadas que conocemos no superan el énfasis que san Pablo aplica a la consistencia del Amor de JESÚS para con los hombres. Las circunstancias condicionan la percepción del Amor de DIOS. Cuando la enfermedad o el fracaso hacen acto de presencia es más difícil sentir la proximidad de la Divina Misericordia. Pero aún las cosa arrecia si entran en juego las fuerzas espirituales de carácter negativo, que constituyen el grupo seleccionado por san Pablo. Cuando el mal entra con poder, hay que pedir al SEÑOR que la prueba pase pronto; pero aún en ese trance el Apóstol sugiere que afirmemos por encima de todo la fidelidad del Amor de CRISTO, que no se separará ni un instante. En otra parte, san Pablo nos dirá: “si morimos con CRISTO viviremos con ÉL, si sufrimos con CRISTO, reinaremos con ÉL; si somos infieles, ÉL permanece fiel; si lo negamos, también ÉL nos negará” (Cf. 2Tm 2,11-13). El fracaso total se da cuando el individuo niega al SEÑOR, y no quiere ser amado y salvado. ¿Puede haber alguien que rechace con tal vehemencia el Amor del SEÑOR? Tendrá que ser alguien radicalmente satanizado, pero tenemos que admitir que ese no es el caso de una inmensa mayoría. No obstante la Divina Misericordia no viene a establecer un baremo de mínimos morales y espirituales, sino que se manifiesta para decirnos que las circunstancias más extremas no son óbice para que la persona encuentre el Rostro Amoroso de DIOS que lo ama con Amor Eterno (Cf. Os 11,4). Algunas promesas dadas por el SEÑOR a santa Margarita María de Alacoque nos actualizan este Amor: “a las personas que comulguen en la Santa Misa nueve viernes seguidos, los primeros del mes, les daré todas las gracias necesarias a su estado, soltero, viudo o casado o consagrado. Pondré paz en sus familias. Los consolaré en todas las aflicciones. Bendeciré abundantemente sus empresas. Los pecadores hallarán Misericordia. Los tibios se harán fervorosos, los fervorosos se elevarán pronto a gran devoción. Bendeciré los hogares y lugares donde mi imagen sea expuesta y venerada. Daré la gracia de mover los corazones más endurecidos. Las personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón, y jamás será borrado de ÉL. Les daré la Gracia de la Penitencia final, es decir, no morirán sin haber recibido los Sacramentos”. Estas promesas fueron renovadas al mundo y a la Iglesia por medio de santa Faustina Kowalska (1905-1938). Cada una de estas promesas tiene un alto valor que debemos tener en cuenta. Disponer de las gracias necesarias para encauzar la propia vida es mucho más de lo que alcanza a pedir el cristiano en la mayor parte de los casos. Pedimos normalmente cosas muy parciales, e incluso muy secundarias; sin embargo el SEÑOR quiere darnos las Gracias fundamentales necesarias para hacer de la vida una construcción cristiana. Una familia conflictiva genera muchas desgracias personales, y el SEÑOR promete su asistencia y bendición. El éxito profesional no va en la línea de la vanagloria personal, sino en el recto sentido de la laboriosidad y el trabajo, que sostienen a cada componente de la familia. Se hará más fácil y segura la evangelización que ponga en el centro del Mensaje el Amor del SEÑOR. Cuando pensamos en la Vida Eterna adquiere un atractivo especial la promesa que el SEÑOR hace de tener escrito en su Corazón el nombre de esa persona que extiende y difunde su Amor Misericordioso. La última promesa es de una importancia capital y se une a la anterior: la recepción de los sacramentos que nos preparan para el encuentro definitivo con ÉL. Desgraciadamente hay mucho frío alrededor de los moribundos que se dejan ir al otro mundo sin auxilio espiritual alguno; y a ese enfriamiento espiritual pueden contribuir los familiares que están alrededor. Sería mucho más beneficioso para el moribundo acompañarlo en la espera del SEÑOR que lo viene a salvar; pero hoy la mirada miope se queda en todo caso a los pocos pasos de una ECM -experiencia cercana a la muerte-, aunque el deceso esté a punto de producirse sin posibilidad alguna de retorno a este mundo. La pastoral de enfermos y la pastoral hospitalaria deberían girar alrededor de las promesas dadas por el SEÑOR para nuestra salvación tanto en las Escrituras como a través de los santos que ÉL ha elegido en su Iglesia.

En la Montaña Santa

A los tres meses de la salida de Egipto, los israelitas llegaron al Monte Sinaí. Estaba cubierta la primera etapa significativa de una larga marcha por el desierto, que se prolongaría una generación. Era el mismo lugar en el que Moisés había recibido su vocación: el encargo de liberar al Pueblo de la esclavitud del faraón egipcio, y conducirlo por el desierto con objeto de realizar un acto de culto y adoración. Este era el motivo central que Moisés estuvo presentando al Faraón con objeto de permitir salir al Pueblo. YAHVEH es el único DIOS y no quiere entrar en pugna con otros dioses, o entidades erróneamente así consideradas. En Egipto no se puede realizar el culto adecuado, que DIOS quiere y es imprescindible salir al desierto para encontrarse con el único DIOS y rendirle culto. En este capítulo diecinueve se marcará por primera vez un espacio sagrado para todo el Pueblo, lo mismo que particularmente le sucedió a Moisés: “descálzate, Moisés, porque el terreno que pisas es tierra sagrada” (Cf. Ex 3,5). Además de hablar a Moisés, DIOS se va a dirigir al Pueblo a través del profeta, al tiempo que mostrará su Poder y Majestad para dar a sus palabras autoridad.

Moisés sube a la Montaña Santa

“Moisés subió hacia DIOS. YAHVEH lo llamó desde el Monte y le dijo, así dirás a la Casa de Jacob, y esto anunciarás a los hijos de Israel” (Cf. Ex 19,3). El Pueblo pedirá encarecidamente que Moisés actúe como intermediario pues la presencia del SEÑOR excede sus fuerzas para soportarlo. Esta labor de intermediación la viene realizando Moisés desde el comienzo. YAHVEH es quien da la existencia a toda criatura, se muestra poderoso y al mismo tiempo quiere ser reconocido por el Pueblo que ÉL ha elegido. YAHVEH no es una estatua privada de vida, como los dioses egipcios, que ofrecen una mala caricatura de la trascendencia. YAHVEH había mostrado al Pueblo que los dioses de los egipcios son nada ante su poder, pues estos y su faraón fueron profundamente humillados por resistirse a sus mandatos. Los israelitas deben reconocer, que no habrían podido liberarse de la esclavitud, sin la actuación liberadora del SEÑOR en medio de ellos. Moisés es el intermediario, que en este caso ha de despertar la conciencia colectiva para reconocer la Divina Providencia de DIOS: “ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y como a vosotros he llevado sobre alas de águila y os he traído a MÍ “ (Cf. Ex 19,4). Los israelitas que salieron de Egipto carecían de organización adecuada para una resistencia o enfrentamiento armado, por supuesto no tenían armas con las que enfrentarse y no disponían de un número apto de personas para el combate. Cada paso dado después de la salida de Egipto sólo podía atribuirse a la Divina Providencia, que los llevó “en alas de águila”.

El Pacto

“Ahora, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi Alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra” (Cf. Ex 19,5). YAHVEH se relaciona con sus hijos mediante compromisos sólidos y estables. YAHVEH es fiable, porque su Palabra no cambia, e intenta comprobar si el hombre es capaz de establecer con ÉL compromisos permanentes. En un pacto entre dos partes, ambas entregan algo y comprometen su palabra. Las cláusulas en un pacto quedan establecidas para ser cumplidas en los términos acordados. Cuando una de las partes incumple las cláusulas del pacto, éste queda invalidado y se disuelve, a la espera en el mejor de los casos de redactar o acordar un pacto nuevo. Con toda solemnidad, el Pueblo hebreo reunido en torno al Sinaí va a decir: “haremos todo lo que el SEÑOR diga”. De la misma forma que la Divina Providencia infundió nuevas fuerzas al Pueblo para liberar a cada uno de sus componentes, YAHVEH establecerá un Pacto basado en las Diez Palabras -Mandamientos- que representan la proclamación definitiva de la ley Natural. En realidad el Pueblo no necesitaba añadir otras cosas, pero la aplicación de las Diez Palabras a la vida social y religiosa se hizo a costa de incorporar una cantidad indebida de “preceptos humanos” como declarará JESÚS en su momento (Cf. Mt 15,8-9). La Ley mosaica terminó por hacerse impracticable y así lo reconoció san Pablo (Cf. Gal 2,16;3,10).

Nación santa

“Seréis para MÍ un pueblo de sacerdotes y una nación santa” (Cf. Ex 19,6a). El Pueblo elegido recibía una misión o vocación: “seréis un pueblo de sacerdotes o intermediarios ante todos los pueblos de la tierra; pero se añade también que el Pueblo tendrá que ser santo, o lo que es lo  mismo, deberá permanecer dentro del campo de influencia de YAHVEH que es SANTO. La santidad constituye el argumento central del libro del Levítico, que expresa con el mandato: “seréis santos, porque YO, YAHVEH, vuestro DIOS soy SANTO” (Cf. Lv 11,44). DIOS nos puede mostrar o dejar sentir su santidad, y también destina para nosotros las cosas santas que están propiamente en su esfera. Cuando DIOS nos muestra lo santo de su trascendencia vemos el contraste con lo precario del mundo en el que nos desenvolvemos. Entonces, con san Pablo, nos animamos a aspirar a “los bienes de allá arriba” (Cf. Col 3,1-2). Puede ser que si esto sucede con cierta continuidad nos animemos a pedir o interceder por otros, para que cada día haya un número mayor de personas que busquen a DIOS y los bienes definitivos que ÉL nos regala. Se considera que el Pueblo elegido, el Pueblo judío, no es proselitista; es decir, no emprende campañas de propagación de sus convicciones religiosas, pero los grandes profetas insisten en la acción universal de YAHVEH que alcanza a todos los pueblos. Definitivamente los contornos de la religión revelada a Moisés se rompen con el Cristianismo.

La Buena Nueva del Reino

“JESÚS recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en su sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia” (Cf. Mt 9,35). Con una celeridad desconocida, JESÚS realiza su misión, y en poco tiempo su predicación cala en los corazones que son sanados para recibir un cambio interior permanente. La salud física es muy valorada y en aquel tiempo de forma especial, pues cualquier contratiempo representaba engrosar el sector de cualquier invalidez, con la consiguiente marginación social. La enseñanza y predicación de JESÚS era la clave de su misión, pero las curaciones repercutían con fuerza en la vida  de aquellas personas. El Reino que trae JESÚS tiene como centro el Amor de DIOS. Le preguntarán a JESÚS unas veces para ponerlo a prueba, y otras con intención sincera de aprender, cuál es el precepto principal, y ÉL responderá con el “Shema” (Cf. Dt 6,4-9) tal y como lo recoge el Deuteronomio. El Reino llega cuando DIOS es reconocido y querido como PADRE, y en virtud de este Amor se establece la fraternidad cristiana con todos los hombres, empezando por los más próximos -prójimos-, aunque no sean exactamente familiares o conocidos como muestra la parábola de “El Buen Samaritano” (Cf. Lc 10,30-37). La predicación propuesta por JESÚS es del todo novedosa, porque su persona marca una diferencia absoluta con cualquier otro rabino o predicador. La Buena Nueva del Reino pasa por aceptarlo a ÉL como el ENVIADO de DIOS (Cf. Jn 17,3.8). ÉL da inicio a una misión que será continuada por sus discípulos, que lo harán presente: “quien a vosotros recibe, a MÍ me recibe; y el que me recibe a MÍ, recibe al que me ha enviado” (Cf Jn 13,20).

Ovejas sin pastor

“Al ver JESÚS a la muchedumbre, le dio compasión de ella, porque estaban dejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Cf. Mt 9,36). A nuestro alrededor encontramos orden, finalidad, estructuras y sistemas jerarquizados, que nos hablan entre otras cosas de la necesidad, en lo social, de líderes o dirigentes. El dirigente debe distinguirse por la ejemplaridad para imprimir a sus palabras o decisiones la autoridad moral que es necesaria. La cita presente califica a las gentes que JESÚS mira en estado de abandono, desorientación y dejadez; sin saber cómo actuar para salir de su postración. La falta de conocimiento de la Escritura los catalogaba como “malditos”, por lo que eran mirados por determinadas élites como escoria inservible de la sociedad. Era lógico que muchas personas se sintieran profundamente abatidas, pues “los que sabían” les estaban diciendo que no tenían futuro en esta vida y la desgracia pesaba sobre ellos para la vida futura, o el más allá. Determinados dirigentes o líderes se sienten importantes subyugando a otros, pues su ego y psicopatía se alimenta de la desgracia ajena. No es el caso de JESÚS que siente compasión, y padece la suerte de aquellos a los que ve despreciados, maltratados y abatidos. JESÚS es el Siervo de YAHVEH que viene a “dar una palabra de aliento al abatido” (Cf. Is 50,4). El líder cristiano puede en su propio abatimiento proporcionar aliento, fuerza y consuelo a los que pasan por un mal trance: “así como abundan en nosotros los sufrimientos de CRISTO, igualmente abunda también por CRISTO nuestra consolación; si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra” (Cf. 2Cor 1,5).

Escasez de evangelizadores

“Dice JESÚS a sus discípulos: la mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies” (Cf. Mt 9,37-38). El apóstol y evangelizador pertenece al pueblo sacerdotal, que posee capacidad de petición a DIOS o intercesión. DIOS tiene lo que necesitamos verdaderamente, y el Evangelio propone la oración de petición como un ejercicio especial de la piedad filial. Conviene considerar las cosas que DIOS nos da, y de las que disponemos. Por lo que ya tenemos es debido dar gracias, pues nada de lo poseído nos es debido. En el orden conveniente de las cosas puede ser que nos sobren algunas y debamos pedir desprendimiento; y nos falten otras que son necesarias para la salvación o la vida Eterna, que se abrirá un instante después de haber cerrado los ojos a ese mundo transitorio. El buen evangelizador percibe que sus fuerzas son muy limitadas, y la tarea que está ante él es un imposible. Se necesitarían muchos “enviados” con carisma y unción para ofrecer palabras de enseñanza, exhortación y aliento a muchas personas que son muy maltratadas, porque los dirigentes sociales, en nuestros días de forma especial, no les importa para nada la vida de los hijos de DIOS o la salvación eterna. Los líderes sociales se comportan al estilo de los salteadores referidos en la parábola de “El Buen Pastor”: “el asalariado, que no es pastor, sólo viene a robar, matar y destruir” (Cf. Jn 10, 12-13). Cuántas mentiras, trampas y desgracias siembran los líderes de opinión a través de su medios, destruyendo la vida a cientos de personas. ¿Quién remedia tanto vacío, sufrimiento y en muchos casos desesperación? Una mayoría cree que su suerte está echada, y el Evangelio no tiene nada que aportarles. DIOS no ha muerto, como han declarado algunos; pero en el corazón de un buen número de personas lo han matado.

Poder sobre los malos espíritus

“JESÚS, llamando a los Doce discípulos les dio poder sobre los malos espíritus para expulsarlos, y curar toda enfermedad y toda dolencia” (Cf. Mt 10,1). El evangelizador es un hombre de DIOS. El ESPÍRITU SANTO tiene que estar presente en la persona del evangelizador para que su misión pueda realizarse debidamente. El evangelizador no es un psicoterapeuta o un animador social. El evangelizador que envía JESÚS tiene que ejercer un poder directo contra el espíritu del mal, que no es una ficción, sino una eficiencia con capacidad de hacer daño y mucho daño. La oración y enseñanza del evangelizador tienen que ser poderosas, y poner en todo momento la fuerza transformadora de JESÚS. Ante la presencia del evangelizador, el poder de satanás en este mundo tiene que ser erradicado, pues el Evangelio es la Buena Noticia de que el Reino de DIOS está cerca (Cf. Mc 1,15). El poder de la acción del ESPÍRITU SANTO está en fase de transformación a través de la evangelización, por eso el Reino está cerca o llegando. Esta acción continuada es progresivamente intensa, para que en el momento preciso las señales del Reino se manifiesten claras a una mayoría.

Los Doce

Aparece por primera vez el número y nombre de los Doce en el evangelio de san Mateo, que representan al Nuevo Pueblo de Israel. Las puertas de la Ciudad Santa descrita en el libro del Apocalipsis (Cf. Ap 21,2) vienen dados los nombres de las Doce Tribus con los nombres de los doce Apóstoles. La Nueva Jerusalén es el fruto conseguido de la evangelización, que anuncia a todos los hombres la victoria de JESUCRISTO. Como sabemos el número de discípulos que seguían a JESÚS era más amplio, por lo que el número Doce adquiere un significado especial en el conjunto del discipulado. Los obispos, presbíteros y diáconos, reciben el Sacramento del orden teniendo en cuenta el carisma apostólico establecido por JESÚS en los Doce. El papel de Pedro continúa en la Iglesia por la sucesión de los papas; y el resto del colegio apostólico permanece presente por los obispos que están al frente de las iglesias particulares o diócesis. Los presbíteros y diáconos participan de la unción del ESPÍRITU SANTO para realizar con los obispos la evangelización en la parte del Pueblo de DIOS a ellos encomendado.

Marco de evangelización

“No vayáis a los gentiles, ni a los samaritanos; dirigios más bien a las ovejas perdidas de la Casa de Israel, proclamando que el Reino de los Cielos está cerca” (Cf. Mt 10,6-7). El evangelio de san Mateo concluye con el envío universal por parte de JESÚS a sus discípulos, pero ahora lo que es posible abarcar está en la proximidad. En estos momentos, los discípulos no disponían de los elementos para una evangelización completa, pues JESÚS no había resucitado, y de su muerte en la Cruz no se les pasaba por la mente. Quienes esperaban al MESÍAS estaban dentro del Pueblo judío y no todos mantenían en su corazón la espera mesiánica. Por otra parte JESÚS manda a los discípulos a los que pueden estar alejados de DIOS y de la religión de los padres por el motivo que fuese. Los discípulos tenían por delante una misión difícil, pues había que llegar a “las ovejas perdidas de la Casa de Israel”, un grupo en el que entraban los publicanos y las gentes de conducta reprobable. Las heridas de la vida dan lugar a múltiple formas de resentimiento que envenenan el corazón, y para ellos JESÚS quería un poco de Paz que los despertase a una vida en DIOS. Si esto era demasiado para unos discípulos que se inician en la misión, sin embargo es el objetivo pendiente para el evangelizador de cualquier época.

Las señales del Reino

“Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Cf. Mt 10,8). La Nueva Vida en el Reino de DIOS se caracteriza por la sobreabundancia de la Gracia: “he venido para que tengan Vida y la tengan en abundancia” (Cf.  Jn 10,10). Lo que los discípulos ofrecen, y pasa a través de ellos no es de su propiedad; tampoco lo consiguieron con su esfuerzo personal, al estilo de un doctorado académico. Los discípulos van a ser protagonistas de señales que los superan por lo que ellos mismos se sentirán admirados (Cf. Lc 10,17). Las señales tienen que ver con la salud, la vida de las personas, la rehabilitación social y el restablecimiento del equilibrio espiritual que había sido alterado por la presencia de fuerzas extrañas o satánicas. La predicación del Reino de DIOS consigue frutos o señales inmediatas, aunque se reciban gracias que permanecen en el tiempo a la espera de ser perfeccionadas e incrementadas. Con sus discípulos JESÚS sigue la misma pauta que aplicó a la pregunta de los discípulos de Juan el Bautista: “id y decid a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan, y los pobres son evangelizados; y dichoso aquel que no se escandaliza de MÍ” (Cf. Mt 11,4-6).

San Pablo, carta a los Romanos 5,6-11

En las cartas de san Pablo, la Fe en JESUCRISTO ocupa todo el espacio doctrinal fundamental, y después vendrán otras cuestiones propias del momento que viven las distintas comunidades. JESUCRISTO es el HIJO de DIOS y eso lo cambia y condiciona todo en la doctrina y vida de san Pablo. Los hombres somos pecadores y ante DIOS sólo nos podemos presentar justificados por JESUCRISTO. La justificación es la vestidura o condición nueva que recibimos de CRISTO y este revestimiento es del todo gratuito, pues DIOS nos lo regala en virtud de la muerte y Resurrección de su HIJO. Para llegar a la comunión plena con DIOS o glorificación tenemos que estar justificados o santificados. Ese estado de Gracia es un don inmerecido que obtenemos por la Fe en JESUCRISTO. Este es un asunto clave dentro de la vida y espiritualidad cristiana, en el que se presentan malentendidos, que se dieron en vida del mismo Apóstol. Pero aquellas incomprensiones no desviaron al Apóstol de su línea doctrinal ni por un momento, pues veía que si afectaba al núcleo mismo del Cristianismo, éste se resquebrajaría. DIOS nos reconcilia con ÉL por medio de la Fe en JESÚS: “habiendo recibido de la Fe nuestra justificación, estamos en paz con DIOS por nuestro SEÑOR JESUCRISTO” (v.1). La cuestión aquí se plantea de modo directo: amigos o enemigos de DIOS. Establecemos la amistad o relación adecuada con DIOS cuando somos reconciliados o justificados por JESUCRISTO. Hemos sido bautizados en la Iglesia, y ese don no se debe a las obras propias. En algún momento una palabra o predicación iluminó nuestra conciencia y movió el corazón; y eso tampoco se debió a las obras personales, sino que la Gracia llegó por la Fe o incrementó la Fe que estaba ya operando interiormente.

Muerte de JESÚS

“Cuando todavía estábamos sin fuerzas en el tiempo señalado, CRISTO murió por los impíos” (v.6). La plenitud del tiempo de la justificación queda establecido con la Cruz de JESÚS que muere por todos los hombres “a los que DIOS había encerrado en el pecado para tener misericordia de todos” (Cf. Rm 11,32). San Pablo mira al mundo con el salmista: “DIOS mira desde el cielo y no hay un hombre que obre bien, ni uno solo”  (Cf. Slm 14,2-3). Nadie puede salvarse por sí mismo. Ningún hombre presenta el grado de perfección suficiente para entrar en el Cielo. Todos los hombres tienen que blanquear sus túnicas en la “sangre del CORDERO” (Cf. Ap 7,14). Nadie es digno de tomar el libro de la Vida y abrir sus sellos salvo el CORDERO “ (Cf. Ap 5,6-9). Todos los hombres en este mundo vivimos necesitados de redención o justificación para llegar un día a la glorificación, o Vida Eterna con DIOS.

Supuesto

“Por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir, pero la prueba de que DIOS nos ama es que CRISTO siendo nosotros todavía pecadores murió por nosotros” (v.7). CRISTO muere por los hombres pecadores esperando reconocimiento y gratitud. CRISTO muere por todos los hombres movido por su Amor hacia todos y cada uno de nosotros. La prueba de que DIOS nos ama, dice san Pablo, es que CRISTO murió por nosotros cuando éramos pecadores. Bienaventurada la persona que establece una línea divisoria en su vida entre el antes y el después de reconocer que CRISTO murió por él. La salvación tiene que ser personalizada y decimos: “JESÚS es mi SALVADOR”; pero hay un momento antes o después, en el que debe despertar la conciencia clara de la muerte de JESÚS por mí. La consideración anterior evita que veamos la muerte de JESÚS en general, por todos, y concluyamos que una parte mil millonésima es la que nos pueda corresponder, pues entre los miles de millones de personas existentes antes y ahora, a mí me correspondería un pequeño fragmento. La característica del Amor Divino es su presencia total en todos y cada uno. La conciencia renovada de lo anterior es una gracia que debemos pedir y recibir.

Justificados por su sangre

“Justificados por su sangre seremos por ÉL salvo de la Cólera. Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados por la muerte de su HIJO, con cuanta más razón estando ya reconciliados seremos salvos por su vida” (v. 9-10) El cristiano justificado y reconciliado con DIOS tiene que mantenerse en la nueva vida que se le ha dado por Gracia. La justificación y libertad espiritual del cristiano no se puede disipar en una conducta contraria al don recibido. Tiene total aplicación para este momento lo dicho por el Apóstol unos versículos más arriba: “la tribulación produce paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, Esperanza; y la Esperanza no defrauda, porque el Amor de DIOS ha sido derramado en nuestros corazones” (v.3-5). En el evangelio JESÚS dirá: “a vino nuevo, odres nuevos; y vino y odre precisan de tiempo para el que lo pruebe diga, el añejo está mejor” (Cf. Mt 9,17). La justificación por la Fe nace de un encuentro con el SEÑOR que provoca un giro en la vida, y esa nueva dirección hay que mantenerla con decisiones personales asistidas por las gracias que se van renovando.

Glorificación

“Nos gloriamos en DIOS por nuestro SEÑOR JESUCRISTO por quien hemos obtenido ahora la reconciliación” (v.11) El que nos va a glorificar es el mismo que nos justificó: “me voy a prepararos sitio; cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré CONMIGO para que donde estoy YO estéis también vosotros” (Cf. Jn 14,2-3). DIOS nos admite reconciliados por su HIJO y nos destina a participar de la Gloria de su mismo HIJO. Todo esto es infinitamente más de lo que podemos alcanzar con nuestra mente, pero forma parte de las grandes promesas de nuestra Fe.

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