El ciudadano deberá ir madurando a lo largo su la vida y existir en un realismo equilibrado que permita evitar compromisos equivocados o utópicos e ilusorios.
Para incidir de manera significativa en el campo social, es necesario que el ciudadano tenga conciencia de que su trabajo o la labor que desempeña es importante porque contribuye a una mejor condición de vida para quienes lo rodean; es necesario trabajar intensamente para este fin, pues ocurre del mismo modo como se hace un injerto, se pone una rama de un árbol que da buen fruto en otro de menor calidad o, por ejemplo, la levadura con el pan.
Al proyectar nuestra labor como si fuera una luz intensa se reflejan nuestros actos y nos comprometemos a actuar con responsabilidad en favor de los demás; en efecto, así se abre una gran posibilidad para mejorar las condiciones, en una perspectiva de un mundo más ameno.
Todos estamos llamados a construir un mundo mejor, por ello, es indispensable que cada ciudadano crea realmente que es posible ofrecer una labor en bien de la sociedad, la colaboración con cada persona y ser solidarios con todos; todos estos son aspectos esenciales que dan sentido al trabajo desempeñado y nutren la idea de una espiritualidad auténtica del trabajo. Esta se da al realizar nuestra labor con esmero y preparación constante, viviendo en coherencia con las realidades sociales y buscando mejorarlas.
No se discute que la fuerza que transforma la propia vida, el entorno donde nos desenvolvemos y la labor que realiza cada ciudadano no depende netamente de nosotros, sino de aquel que da la vida. El buen trato, la concordia, la amistad entre otras muchas formas vuelve visible la realidad de poder transformar las realidades sociales que por momentos se tornan candencentes.
Es deseable que las mismas realidades sociales vayan mejorando, pues la vida y la labor de cada persona es importante, así como su experiencia al practicar el bien, porque ello garantiza que es posible mejorar. Si nos comprometemos a llegar hacia este punto será más fácil asegurar el cambio.
Por tanto, es indispensable que el ciudadano asuma dicho compromiso como un proyecto de vida; esta tarea no se suscribe entre las paredes de la oficina, la empresa, o cualquier organización, sino que exige ir transformando los ámbitos sociales de quienes participamos en ellos.
Las actitudes del empleado, trabajador, servidor público, incluso de la ama de casa han de ser educadas y cultivadas, tomando en cuenta la vocación, el estado de vida y desempeño en el cual uno se desarrolla. Nadie deberá decir “no tiene formas, buen trato ni gestos de pulcritud, por lo contrario, se dirá qué amable es este servidor público, jefe, o ama de casa”.
Una reflexión constante para actualizar el proceder de cada uno es una buena ocasión, con el fin de analizar cómo me estoy desempeñando y poder estimular o aprovechar cada circunstancia para que juntos mejoremos. En todos los ámbitos sabrán encontrar fácilmente lo apropiado y sería un gran éxito si lo hacemos así, pues podríamos dejar una herencia común. ¡No tengamos miedo de actuar, de hablar, de llevar y construir una mejor cultura!, ¡la incoherencia no debe ser nuestra aliada!