Si todo lo has recibido, de nada debes gloriarte

Pbro. José Juan Sánchez Jácome
Pbro. José Juan Sánchez Jácome

Así como Dios hace salir el sol y manda su lluvia sobre buenos y malos, de la misma forma a todos nos concedió sus dones. Sabiendo el Seño que no todos correspondemos y agradecemos, sin embargo, adornó nuestra alma con dones y capacidades.

En eso nadie se puede quejar, aunque a veces conozcamos a personas espléndidas que han sido adornadas con dones muy especiales, aunque a veces nos impacte la personalidad de alguien en particular, uno no debe de dejar de ver sus propios dones y agradecer todos esos talentos y capacidades que Dios nos ha concedido.

Cada quien ha recibido sus talentos de acuerdo a los designios de la providencia divina. Pero si uno se pone a envidiar las cualidades de los demás, dejamos de valorar las propias y de confiar en el potencial que Dios nos ha concedido.

Hay que comenzar reconociendo los propios dones porque se nos puede pasar la vida sin ser conscientes de esos talentos. Lo primero, pues, es reconocer, agradecer y valorar, en vez de ver con envidia las capacidades de otras personas.

Después de ser conscientes de los talentos que hemos recibido hace falta considerar lo que estamos produciendo, lo que estamos haciendo con esas cualidades que no nos han costado nada.

El evangelio hizo que me remontara al relato de La muerte del rey Arturo, de sir Thomas Malory. En un momento del relato, el hombre bueno llamó a Gawain y le dijo: “Mucho tiempo ha pasado desde que fuiste hecho caballero, y desde entonces nunca serviste a tu Creador; y ahora eres un árbol tan viejo que no hay en ti hoja ni fruto; así que piensa que rendirás a Nuestro Señor la pura corteza, ya que el demonio tiene las hojas y el fruto”.

Dios nos ha concedido tanto y a partir de estos dones hemos alcanzado muchas metas en la vida. Sin embargo, muchos de los dones recibidos los hemos despilfarrado o los hemos ocupado para envilecernos y hacer el mal. No le hemos regresado algo digno al Señor con esos dones, como hacen los campesinos que ofrecen las primicias de sus cosechas.

No siempre hemos reconocido y honrado al dador de todos esos dones, por lo que es importante reconsiderar las cosas para que tengamos ocasión de ofrecerle al Señor el fruto de nuestro esfuerzo, las buenas obras, y no las sobras, o la corteza si tan solo eso nos quedara.

Por lo tanto, no siempre hemos reconocido y honrado al Señor con los talentos que gratuitamente nos concedió. Pero hay una realidad todavía más dramática, porque llegamos a lastimar a Dios con los mismos dones que nos ha regalado.

Al concedernos el don inapreciable de la libertad, el Señor se ha expuesto a nuestro rechazo e indiferencia, como se confirma en la realidad del pecado. Dentro de tantos recursos bíblicos y teológicos que tenemos a nuestro alcance para explicar el tema del pecado, resulta impactante la forma como el P. Jorge Löring va desarrollando esta realidad.

El P. Löring señala que: “El pecado es la gran canallada… Porque ofendemos a Dios con los mismos dones que Él nos da”. Además de que no regresamos al Señor el fruto de nuestras capacidades, también con esas capacidades llegamos a ofenderlo. Y eso es una canallada.

En esta parte, el P. Löring procede a presentar una historia estremecedora: “Un albañil había guardado el dinero de su trabajo de mucho tiempo para hacerle reparaciones a su casa. Pero en unas inundaciones uno de sus compañeros se quedó sin nada. Entonces este hombre cuando ve que su compañero se queda sin casa, le entrega sus ahorros y le dice:

-Ese dinero es tuyo, porque lo necesitas más que yo.

¡Le regaló el dinero que durante mucho tiempo había reunido para arreglar su casa, porque lo necesitaba más que él! Supongamos que ese compañero, en lugar de edificar su casa, va y compra un broche de diamantes para regalárselo a la mujer de su compañero y se fuga con ella. El sinvergüenza traiciona a su bienhechor con los dones recibidos de él. ¡Es un canalla! Ofende a su bienhechor con los dones recibidos de él”.

No siempre hemos dado las gracias ni hemos reconocido los dones que Dios nos ha concedido sin merecerlos. Pero en otros casos hemos llegado al extremo de ofender a Dios con los mismos dones recibidos. Ofendemos a Dios cuando no hacemos el bien y cuando utilizamos la inteligencia y la libertad para lastimar a otras personas y corromper a los demás.

Dios nos ha concedido un alma espiritual que es lo que nos constituye como personas. No hemos sido arrojados en este mundo ni abandonados a nuestra suerte, sino que el Señor ha puesto en nuestro corazón una chispa del amor divino y nos ha concedido muchas capacidades para desarrollarnos y hacer el bien a los demás.

Este quizá es uno de los misterios de la vida cristiana, pues Dios nos da lo mejor, embellece nuestra alma con tantos dones y, en cambio, nosotros poco regresamos al Creador, nos olvidamos por completo del dador de los dones y hasta llegamos a ofenderlo.

Sin embargo, en las comunidades cristianas también nos encontramos con el testimonio de muchos hermanos que al ser bendecidos, sanados y rescatados por el Señor dedican toda su vida a agradecer los dones recibidos. Hay muchos casos así. Muchos llegaron a la Iglesia, fueron tocados por la gracia de Dios, recibieron lo que con tanto fervor estuvieron pidiendo y eso nunca lo han olvidado. Se ha convertido para ellos en una historia de amor y no les alcanza la vida para agradecer al Señor por tanta bondad.

Vamos entendiendo que la vida cristiana no solo es pedir y recibir, sino también agradecer, compartir y producir. Si Dios nos adorna con tantos dones, si nos concede tantos talentos, no es para el lucimiento personal, no es para que uno ande fanfarroneando en la vida aplicándose cosas que realmente no nos han costado, sino más bien para que produzcamos de acuerdo a esos talentos.

Hemos recibido cosas que no nos han costado, lo cual confirma el infinito amor que Dios nos tiene. Aunque nos faltaran muchas cosas, lo que hemos recibido representa un potencial que nos lleva a hacer nuestra propia aportación a este mundo y a compartir con otros hermanos.

Todos hemos recibido talentos de los que finalmente tenemos que dar cuentas. Como escribía Rainer Maria Rilke: “Si tu vida te parece pobre -podemos decir, si te parece que no tienes talentos- no eches la culpa a la vida. Échate la culpa a ti mismo, porque no eres lo suficientemente fuerte para descubrir su riqueza”.

Todos tenemos talentos, por lo que hace falta descubrir esa riqueza escondida y oculta. No es falta de humildad el ser conscientes de todos los talentos y capacidades, porque vivir en la humildad es vivir en la verdad.

Todo se lo debemos a Dios. Lo que somos no se debe al progreso, a la sociedad, a los amigos, al golpe de suerte, ni mucho menos a los horóscopos y hechicerías.

Dios nos ha adornado con sus dones, ha confiado tanto en nosotros y ha puesto un inmenso potencial divino en nuestras almas. San Pablo lo dice de manera contundente: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1Cor 4, 7). Por eso, si todo lo has recibido, de nada debes gloriarte.

Entre más damos gracias expresamos la certeza de ser amados por Dios y de haber sido revestidos, de manera inmerecida, con tantos talentos que forman parte de nuestra personalidad.

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