La pasión de Cristo
El hombre sufre de modos diversos, no siempre considerados por la medicina, ni siquiera en sus más avanzadas ramificaciones. El sufrimiento es algo más amplio que la enfermedad, más complejo y más profundamente enraizado en la humanidad. Aunque se puedan usar como sinónimos las palabras «sufrimiento» y «dolor», sin embargo, el sufrimiento físico se da cuando de cualquier manera «duele el cuerpo», mientras que el sufrimiento moral es «dolor del alma». Los sufrimientos morales tienen también una parte «física» o somática, y que con frecuencia se reflejan en el estado general del organismo. [1]
El hombre sufre, cuando experimenta cualquier mal. El sufrimiento afecta a la persona, causando en ella tristeza, desilusión, abatimiento y desesperación, según la intensidad del mismo y de su profundidad. A veces, el mal y el sufrimiento, siendo tan profundos, parecen ofuscar la imagen de Dios. En el AT, es conocida la historia de Job, este hombre justo, que sin ninguna culpa propia es probado por innumerables sufrimientos. Sin embargo, si el Señor consiente en probar a Job con el sufrimiento, lo hace para demostrar su justicia. [2]
En este sentido, el sufrimiento tiene carácter de prueba, por lo cual, se subraya a la vez el valor educativo de la pena sufrimiento. Además, el sufrimiento debe servir para la conversión, es decir, para la reconstrucción del bien en el sujeto, que puede reconocer la misericordia divina en esta llamada a la penitencia. [3]
Cristo nos hace entrar en el misterio y nos hace descubrir el «por qué» del sufrimiento, en cuanto somos capaces de comprender la sublimidad del amor divino. Por ello, el Amor es también la fuente más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Esta pregunta ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo.[4]
La salvación significa liberación del mal, y por ello está en estrecha relación con el problema del sufrimiento. Según las palabras dirigidas a Nicodemo, Dios da su Hijo al mundo para librar al hombre del mal, que lleva en sí la definitiva y absoluta perspectiva del sufrimiento. Por ello creemos, que el sufrimiento de Cristo tiene un sentido redentor.[5] Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con él y nos une a su pasión redentora. El sufrimiento, secuela del pecado original, recibe un sentido nuevo, viene a ser participación en la obra salvífica de Jesús.[6]
La crucifixión de Cristo
El suplicio de la cruz fue introducido por los persas y, los romanos lo incorporaron a su sistema jurídico, pero lo consideraban tan duro, humillante y vergonzoso que jamás lo aplicaban a los ciudadanos romanos; en cambio lo usaron para ejecutar a esclavos rebeldes y extranjeros convictos de algún delito grave contra Roma.[7]
La cruz es el altar del sacrificio (cf. Jn 19,18), es el camino trazado para el discípulo misionero (cf. Mt 10,38), es el lugar del perdón y la redención (cf. Lc 23,34), es el espacio para la entrega de la propia vida por amor (cf. Jn 19,25-27), es el culmen de la obra redentora: “Todo está cumplido” (Jn 19,30). Además, es motivo de escándalo y fuerza de salvación (cf. 1ª Cor 1,18).
Jesús enseñó a sus amigos que no podían ser discípulos suyos si no tomaban su propia cruz y lo seguían (cf. Lc 14,27). También les dijo que nadie tenía amor más grande a sus amigos, que quien daba la vida por ellos (cf. Jn 15,13). Ahora, llegaba el momento de tomar su propia cruz de muerte y cumplir cabalmente con sus convicciones y principios (cf. Jn 18,11). Su muerte estaba ya anunciada (cf. Mt 20,18-19), y, aunque en la Cruz se siente abandonado (cf. Mc 15,34), no deja de confiar totalmente en su Padre y pone su vida en sus manos (cf. Lc 23,46).
La muerte de Cristo
Jesús estaba consciente de que el camino a Jerusalén (camino de la cruz) y su profetismo (denuncia del mal) era un camino que lo llevaría a la muerte (Lc 18, 31-33), la cual fue querida y buscada por sus adversarios (Jn 5,18 y 7,1; Lc 19,47; Mc 11,18 y 14,1; Mt 2,13 y 14,5). Jesús muere en la cruz porque así estaba escrito (Lc 24,18-27.46), pero lo hizo de una manera libre y voluntaria, lo hizo por amor, porque quiso cumplir en todo la voluntad de su Padre (cf. Lc 22,42).
La muerte de Jesús tiene un sentido redentor: su valor radica en el amor con que se realiza, en la libertad con que se asume, en la conciencia de llevar a cabo su misión como Hijo de Dios y en ser fruto de cumplir la voluntad del Padre de no perder a ninguno (Jn 10,17-18.28; 17,12).
Redención hace referencia a rescate, liberación de una situación negativa, de modo que, en la obra de salvación de Jesucristo, la Redención es uno de los momentos del proceso. Viene a hacernos hijos en Él, a incorporarnos a la vida divina por la acción del Espíritu, y este movimiento incluye liberarnos del pecado y de la muerte en la que nos encuentra. La redención es el momento sanante, el momento liberador, que nos reincorpora en el proceso de la salvación de Dios que dice plenitud y realización definitiva (Cf. PGP # 105).
San Marcos afirma que Jesús expiró (cf. Mc 15,37). Esta hermosa expresión indica que su muerte fue algo activo, no como un accidente que sucediera de repente y a escondidas, sino que Jesús quiso y supo morir. Expirar es sacar fuera, exhalar el espíritu, sacar de dentro de sí la vida. Jesús entrega la vida para dar más vida (cf. Jn 10,10) y lo hace de modo consciente, pues es un acontecimiento de amor y libertad, por eso, sólo si estamos convencidos de la fuerza salvadora del amor podremos dar nuestra propia vida al servicio de los demás.
[1] Cf. Salvifici Doloris, Carta Apostólica sobre el sentido cristiano del dolor humano de Juan Pablo II, 1984, No. 5 y 6.
[2] Cf. Ibíd. No. 7, 9, 10 y 11
[3] Cf. Ibíd. No. 11 y 12.
[4] Cf. Ibíd. No. 13
[5] Cf. Ibíd. No. 14
[6] CATIC # 1515 y 1521.
[7] Biblia Católica para Jóvenes, Vocabulario Bíblico, Voz: “Cruz, crucifixión” p. 1664.