Cuando en muchos lugares las vocaciones parecen marchitarse y apenas hay jóvenes que dan un paso adelante hay otras realidades y comunidades donde no existe este problema vocacional.
Una de ellas es la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro (FSSP), que cuenta en sus dos seminarios, el que tiene en Estados Unidos y en el de Alemania, 168 seminaristas. En total, esta fraternidad cuenta con algo más de 340 sacerdotes y 17 diáconos, con lo que sirven hasta en 147 diócesis de países como Austria, Bélgica, Alemania, Francia, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, Colombia, México, Polonia o Suiza, entre otros. En España en estos momentos están presentes en Jerez de la Frontera, en la capilla de Nuestra Señora de los Remedios.
La Fraternidad es aún joven y está relacionada directamente al ámbito tradicionalista y a la celebración de la misa tradicional.
La FSSP fue fundada el 18 de julio de 1988 en la Abadía de Hauterive (Suiza) por una docena de sacerdotes y una veintena de seminaristas. Poco después de la fundación de la Fraternidad ya petición del cardenal Joseph Ratzinger, el obispo Josef Stimpfle de Augsburgo, Alemania, concedió a la Fraternidad un hogar en Wigratzbad, un santuario mariano en Baviera. Aquí se encuentra actualmente el seminario europeo de la Fraternidad, que es la casa madre de la comunidad. La Casa general, por otro lado, está situada en Friburgo, Suiza.
Organizativamente la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro es una Sociedad de Vida Apostólica de derecho pontificio, es decir, una comunidad de sacerdotes que no hacen votos religiosos, pero que trabajan juntos por una misión común en la Iglesia Católica. Según explican en su página web la misión de la Fraternidad es doble: “en primer lugar, la formación y santificación de los presbíteros en el cuadro de la liturgia tradicional y en segundo lugar el cuidado de las almas y la actividad pastoral al servicio de la Iglesia”.
Pese a que en España apenas tienen instauración hay un total de siete seminaristas españoles en el seminario internacional de Wigratzbad de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro. Dos son cordobeses y el resto provienen de Sevilla, Barcelona, Madrid, Ciudad Real y Zaragoza.
Desde allí, estos jóvenes seminaristas españoles han enviado a la web de Nuestra Señora de la Cristiandad un escrito donde testimonian su misión y el por qué de su llamada a esta vocación concreta.
A continuación ofrecemos la carta íntegra:
«“Quien quiera que la oiga nombrar, temblará ante los designios que Yahvé de los ejércitos decidió sobre él” (Is XIX, 17). No nos pertenecemos. Somos de Dios. Y, enamorados de Cristo, nos sometemos a los designios del Altísimo; pues ya decidió Él por nosotros desde toda la eternidad cuál ha de ser nuestro servicio aquí en la tierra: amar desde el sacrificio. En primer lugar, celebrando el Sacrificio por excelencia: el Augusto Sacrificio del Altar. De la misma manera que durante la Pasión la divinidad de Cristo quedó oculta, en la Santa Misa la operación del sacerdote, hombre, y por tanto pecador, queda oculta bajo la acción eficiente del único y divino Sacerdote: Cristo. En el altar, el sacerdote “desaparece”: disminuye para que Cristo crezca. Por ello, este puñado de españoles que, dejando toda comodidad, ingresan en la Fraternidad Sacerdotal San Pedro, no tienen más deseos que el de ofrecerse por entero a Dios y servirLe, y adorarLe, y gustarLe como lo han hechos todos los santos: por medio de la Misa.
Seminaristas de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro en Wigratzbad (Alemania).
»No nos pertenecemos. Y ante las incomprensiones y acusaciones del mundo respondemos: no hemos decidido nosotros entrar aquí. Es Dios Quien nos gobierna y Quien nos llama a ser verdaderos custodios de la Tradición. Somos los celosos guardianes de las cosas Santas (Sancta sanctis) que nos santifican, y con las cuales nos santificamos.
»En segundo lugar, estamos llamados a amar a Dios desde el sacrificio ofrecido en el altar de nuestro corazón. Todo católico está llamado a hacer de su vida una Misa: cuánto más los sacerdotes, hombres de Dios por antonomasia. “Vos estis templum Dei”, nos recuerda el Apóstol de los Gentiles. Somos el templo de Dios, Su cielo. Y, como si de una Misa se tratase, somos nosotros las pequeñas hostias que se posan sobre el corporal cabe el Cordero Divino; hostias que, con sus pensamientos, voluntades, deseos, afectos, trabajos y luchas diarias, se ofrecen en todo instante a Dios Padre; hostias que se consagran místicamente, renunciándose a sí mismas para ser cada una “alter Christus”: otro Cristo en la tierra, para continuar Su obra divina; hostias por las que diariamente Dios, presente y vivo, entra en comunión con nuestras pobres almas.
Nuestra vocación, ¡amar desde el sacrificio!, es, pues, una vida de Cruz: el centro de la Misa y, por tanto, de nuestras vidas. Y como no hay nada sobre la tierra que glorifique más a Dios que una Misa, queremos hacer de la Misa de la Tradición el centro de nuestras vidas, y hacer de nuestra vida una Misa».
+ Javier de la Cruz Martínez Campos, FSSP,