¿Sabías que la mayoría de los fundadores de la Real Academia Española fueron sacerdotes?

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Se trata de una institución más que emblemática, y de importancia internacional. No es frecuente que se hable de sus orígenes, y tampoco que se haga semblanza de la religiosidad de sus miembros. Una vez más, como es habitual en la historia de la ciencia en España, la Real Academia Española contó con destacados intelectuales católicos desde sus orígenes, siendo este un hecho tan cierto como poco conocido.

Su primer presidente fue Juan Manuel Pacheco Fernández y Zúñiga ( 1650-1725) que perteneció al grupo de los novatores, fundado por el ferviente católico y médico Juan de Cabriada.

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Pacheco, octavo marqués de Villena —duque de Escalona, grande de España y caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro— fue, asimismo, virrey y capitán general de los reinos de Navarra, Aragón, Cataluña, Sicilia y Nápoles, y mayordomo mayor del rey Felipe V. Huérfano desde los tres años, se crio y se educó bajo la tutela de su tío Juan Francisco Pacheco, obispo de Cuenca, hasta que cumplió los catorce.

En este tiempo recibió enseñanzas que favorecieron su interés por los libros y el estudio, reuniendo una magnífica biblioteca que se conservó completa hasta el siglo XIX. Juan Manuel despuntó pronto, recabando fama de sabiduría y exhibiendo gran facilidad para las lenguas tanto clásicas -latín y griego-, como vivas, -italiano y francés-, todo esto recibiendo religión en la escuela.

Dice el también católico practicante que fuera presidente de la Real Academia Española Víctor García de la Concha, en su obra La Real Academia Española. Vida e historia’(2014) sobre el grupo con el que se reunía que “eran novatores, empeñados, en aquel momento de decadencia social, en que los españoles cobraran conciencia de su propia historia y del patrimonio de su cultura, y en que España se abriera al diálogo con Europa. Pero eran, además, humanistas y como tales sabían que el Renacimiento había comenzado por colocar la lengua, la gramática en concreto, como base de toda formación y de todo progreso cívico”.


 

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Todos tenían profundas convicciones católicas. Se reunían desde 1714 en la madrileña casa del marqués de Villena de la plaza de las Descalzas: el padre Juan de Ferreras, Gabriel Álvarez de Toledo, Andrés González de Barcia, fray Juan Interián de Ayala, los padres jesuitas Bartolomé Alcázar y José Casani y Antonio Dongo Barnuevo. Ellos fundaron la Real Academia Española y redactaron el Diccionario de autoridades, cuyo primer tomo se publicó en 1726.

Artículo sobre historia de la RAE que cuelga de la web donde se refieren los fundadores de la misma.

Tras el entierro del marqués de Villena en el monasterio segoviano del Parral en 1725, se celebraron unas solemnes exequias en su memoria (13 de agosto de 1725), en las que predicó el sermón fúnebre fray Juan Interián de Ayala; y en la sesión académica del 29 de agosto hizo el padre Casani el elogio póstumo del primer director de la Corporación. Fue muy conocido fuera de España por su relación con la Academia de Ciencias de París, de la que era individuo, y por su comunicación con diversos sabios de Europa. Se sabe también que durante su virreinato en Nápoles había sido elegido miembro de la Arcadia romana (13 de noviembre de 1704).

Nacido en Marcilla, Navarra, dijo de Juan Manuel Pacheco el P. Fabo en su Historia de Marcilla (1917): «Aunque Marcilla no tuviese otra gloria que haber sido madre y cuna del fundador de la Real Academia Española, bastaríale para ser digna de recuerdo imperecedero en todo el mundo. Con decir: he dado a luz al fundador de la Real Academia Española, Marcilla puede codearse con las ciudades más renombradas y de más lucidas ejecutorias. Este insigne marcillés atesora en sí las partes del sabio, del caballero, del militar y de fervoroso cristiano, y en todas ellas hay enseñanzas para los distintos estados de la vida».

Del padre Juan de Ferreras (1652-1735), dominico, dice Manuel Sánchez Mariana en el Diccionario de la Real Academia de Historia (RAE): “Estudió las primeras letras en su localidad natal, y a los nueve años pasó a cursar estudios de Latín, durante tres años, al Colegio de la Compañía de Jesús en Monforte de Lemos (Lugo), bajo la protección de su tío Juan de Ferreras, abad de Viana del Bollo. A los doce años cursó Filosofía en el Colegio de los Dominicos de Trianos (León). Entre 1667 y 1672 cursó la Teología en el Colegio de San Gregorio de Valladolid, de donde recordaba a su maestro, el dominico Francisco Pérez de la Serna; y continuó sus estudios en la Universidad de Salamanca, donde leyó, según confesión propia, los libros de jesuitas y escotistas, que ejercieron gran influencia en su formación teológica…Felipe V le nombró bibliotecario mayor de la Real Librería…”.

Además, añade: “Como historiador se declaró discípulo y seguidor del marqués de Mondéjar, y heredero de un espíritu crítico que no siempre fue entendido por sus contemporáneos: procuró siempre huir de los falsos cronicones y atenerse a las fuentes seguras….En su testamento, otorgado en 1730, legó varios ornamentos a las parroquias de San Andrés de Madrid y Santa María de Viana del Bollo, algunos cuadros y reliquias a particulares, libros a la Real Biblioteca, otros objetos a los sacerdotes de la parroquia y donativos a los criados; fundó un vínculo para rentas de sus hermanas religiosas y dejó algunos legados para parientes. Dispuso ser enterrado en la parroquia de San Andrés, cerca de la tumba de san Isidro, y con las Epístolas de san Pablo sobre el pecho”.

Juan Interián de Ayala (1657-1730) fue mercedario (OdeM), teólogo, catedrático de Trilingüe, lexicógrafo, predicador real y escritor. Dice en la web de la RAE que fue primer ocupante de la silla E, se doctoró en Artes y Teología en la Universidad de Salamanca, de uno de cuyos colegios fue rector. Ocupó, en esa misma universidad, las cátedras de Artes, Elocuencia y Lenguas Sagradas. Fue predicador y teólogo del rey de la Junta de la Inmaculada Concepción.

Perteneció al grupo de los ocho primeros asistentes que, desde 1711, se reunían semanalmente en las tertulias celebradas por el marqués de Villena en su palacio de las Descalzas Reales de Madrid, es decir, dos años antes de la creación de la Real Academia Española…

Una vez fundada la Academia, Interián empezó a colaborar en la elaboración del Diccionario de autoridades, redactando la letra K —que no pudo completar antes de morir, indica Alonso Zamora Vicente en La Real Academia Española (1999, 2005)—.

Anteriormente sí había redactado “con éxito porciones [de las letras] A y B”. También recopiló léxico musical y, por ser especialista en lenguas clásicas, se ocupó de buscar las equivalencias latinas de las palabras. Fray Juan Interián fue, asimismo, “escritor fecundo”. Detalla Zamora Vicente que redactó numerosas oraciones fúnebres —de Luis I (1725); de María Luisa de Saboya (1715); de Francisco Farnesio, de Parma, padre de la reina Isabel (1728), y del marqués de Villena (1725), cuyos funerales se celebraron el 13 de agosto, y donde Interián destacó «muy acusadamente los varios perfiles» del saber del fundador de la Academia…Retirado al convento de la Corte, falleció el 20 de octubre de 1730, y fue sepultado en el convento madrileño de la Merced. Como indica Vázquez Fernández, “el elogio fúnebre salmantino corrió a cargo del agustino padre Manuel Vidal, destacando en él al religioso modélico y serio cultivador de las letras y la ciencia”.

El padre jesuita Bartolomé Alcázar (1648-1721) fue humanista, historiador y matemático. Dice de él el también jesuita José Martínez de la Escalera en el Diccionario Biográfico de la RAH que “tras un rectorado en Cuenca (1691-1694), regresó a Madrid como profesor de matemáticas en colaboración con el padre Jakub Kresa. Desde 1700 se dedicó a la preparación de su Chrono-Historia de la Compañía de Jesús en la provincia de Toledo…”.

Además, en su Historia de la Academia Española, breve noticia que precede al Diccionario de Autoridades, Casani le presenta como “maestro de erudición […], gran gramático y cronista de la Compañia”.

Bartolomé Alcázar inauguró la silla F en la Real Academia Española y se encargó de recoger los vocablos de cantería y los provincialismos murcianos, ayudado por su sobrino, también jesuita. Fue, en palabras de Alonso Zamora Vicente, “eficaz colaborador del Diccionario de Autoridades, para el que redactó fichas de la letra A y acarreó voces de cantería […]. Papeletizó el Dioscórides comentado por Andrés Laguna [y] gozaba de gran fama como erudito cronista” (Zamora Vicente, 1999: 71). Entre su labor académica figura, asimismo, la edición de textos gramaticales de Nebrija. Dos de las obras de Alcázar, Chrono-Historia y Vida de San Julián, serían posteriormente incluidas entre las autoridades del Diccionario de la lengua castellana (1726-1739).

Por último, José Cassani ( 1673-1750) también jesuita, fue visitador eclesiástico, profesor de matemáticas y polígrafo. Dice de él el también jesuita José Martínez de la Escalera en el Diccionario Biográfico de la RAH que “cursó Filosofía y Teología en Alcalá, y coronó sus estudios con un acto académico solemne en el Colegio Imperial, donde continuó como profesor de Matemáticas (1701-1732)… Sus observaciones a los eclipses de 1701 y 1706 fueron publicadas por la Academia de Ciencias de París y su tratado sobre los cometas divulgó lo conocido hasta entonces”.

Igualmente, explican de él que “alcanzó además gran fama con un libro en el que desarrolló su preparación matemática: Escuela militar de fortificación ofensiva y defensiva […] (1705). El padre José Cassani fue el primer ocupante de la Silla G, de la que llegó a ser decano de edad, lo que le permitió participar activamente en la preparación y publicación del Diccionario de Autoridades (1726-1739), de un modo “hábil y certero” (Zamora Vicente, 1999: 72). Papeletizó textos de Santa Teresa. Al padre Cassani se debe también la Historia de la Real Academia…Como biógrafo jesuítico, continuó la serie de Varones ilustres de la Compañía de Jesús…

Con información de Religión en Libertad

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