Hay una especie de vacío informativo en la vida de nuestro Señor Jesucristo. Los evangelios dan seguimiento a su vida desde su nacimiento a la edad de 12 años. Pero después no volvemos a saber nada de él sino hasta los 30 años, cuando inicia propiamente su vida pública.
¿Dónde estuvo Jesucristo durante este tiempo? Esta es la pregunta que inquieta y causa morbosidad en muchos casos. Este vacío informativo ha generado una serie de especulaciones que suelen ubicar a Jesucristo en lugares que tienen relevancia religiosa, como si hubiera ido en búsqueda de la sabiduría.
No ha faltado quien regrese sobre este tema que regularmente genera suspicacia debido al hecho de que la Biblia, pues, no dice nada de Jesús prácticamente de los 12 a los 30 años de vida. ¿Qué pasó en este tiempo? ¿Qué fue lo que hizo? ¿Dónde estudió? ¿Por qué los evangelios no nos dicen nada al respecto?
Desde luego que hay otros lineamientos teológicos para responder a esta cuestión y enfrentar las visiones esotéricas que ubican a Jesús en Cachemira o en otros lugares del mundo, capacitándose para ser maestro espiritual.
En nuestro caso, ¿Qué podemos decir al respecto? ¿Dónde estuvo? ¿Por qué este paréntesis en su vida? ¿Cómo entender la vida oculta de Jesús? A partir de la profundidad y trascendencia del mensaje de Jesús podemos explicar dónde estuvo y qué mensaje encierra este vacío informativo.
Esta controversia que provoca la vida de Jesús no es exclusiva de nuestros tiempos. De hecho, sus contemporáneos se referían a él con sorpresa y se admiraban de su personalidad y de su sabiduría. De ahí que preguntaran: ¿Dónde aprendió toda esta sabiduría? Conocemos a su familia, entonces, ¿de dónde saca tantas cosas? Hasta de manera peyorativa se expresaban para sembrar sospechas acerca de Jesús: ¿Qué no es éste el hijo del carpintero? Podemos responder este cuestionamiento en tres momentos.
En primer lugar, al ver la relación de Jesús con su madre en las bodas de Caná y la forma como actúa, me queda claro que muchas cosas las aprendió en familia, las aprendió directamente de sus padres. Muchas cosas Jesús las aprendió en el seno familiar. Sus padres fueron educando al niño, al adolescente y al joven Jesús, como dice el evangelio después de que Jesús se perdió en el templo: “Regresó con sus padres a Nazaret y vivió sujeto a su autoridad”.
Sus padres seguramente fueron moldeando en su corazón una serie de enseñanzas que después él las expresó así: traten a los demás como quieren que los traten a ustedes; no hay que perdonar siete veces, sino hasta setenta veces siete; con la misma medida con que midan serán medidos; que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha; al que te golpee en la mejilla derecha, preséntale también la otra; etc.
Y no sólo expresiones como éstas sino comportamientos concretos, como su delicadeza y sencillez para tratar a los pobres y a los enfermos, su caballerosidad para tratar a las mujeres, su fortaleza de ánimo para no doblegarse ante las dificultades, su exquisita sensibilidad para disfrutar la vida, su apego a la oración y sus profundos sentimientos.
Pienso que este tipo de enseñanzas las recibió en el seno familiar. Fue lo que María y José transmitieron a Jesucristo. Delante de esa pregunta inquietante no hace falta especular sino corroborar que Jesús estuvo con su familia, en Nazaret, creciendo y formándose con sus padres.
Una mujer que tuvo la sensibilidad espiritual y la belleza de su alma para decir el Magnificat, para aceptar el mensaje de Dios, para confiar incondicionalmente en el Señor, la Inmaculada, la llena de gracia, fue la mujer que formó a Jesús.
Un hombre noble y bueno que nunca pensó hacerle daño a María, que supo guardar silencio hasta comprender bien lo que estaba pasando, que confió en el Señor, que estuvo disponible a hacer lo que se le iba pidiendo, aunque no entendiera todas las cosas, fue el varón justo que formó a Jesús. El trato amable, caballeroso, honorable y fervoroso que José le dio a la Virgen María también repercutió en la vida de Nuestro Señor Jesucristo. Dios se valió de esta historia de amor para llevarlo a un amor sublime.
Jesús aprendió todas estas cosas de José. Además, Jesús conocía y practicaba el oficio de su padre. Especular que Jesús estuvo en otro lugar es minusvalorar a la familia y no caer en la cuenta de la grandeza del alma de sus padres. La gente, aunque se expresara en tono peyorativo, ubicaba a Jesús como una persona de familia cuando decían acerca de él: el hijo del carpintero, el hijo de José, o cuando decían: sabemos quién es su madre.
San Josemaría Escrivá subraya este aspecto: “José amó a Jesús como un padre ama a su hijo, le trató dándole lo mejor que tenía. José, cuidando de aquel Niño, como le había sido ordenado, hizo de Jesús un artesano: le transmitió su oficio. Por eso los vecinos de Nazaret hablarán de Jesús, llamándole indistintamente faber y fabri filius (Mc 6, 3; Mt 13, 55): artesano e hijo del artesano. Jesús trabajó en el taller de José y junto a José. ¿Cómo sería José, cómo habría obrado en él la gracia, para ser capaz de llevar a cabo la tarea de sacar adelante en lo humano al Hijo de Dios? Porque Jesús debía parecerse a José: en el modo de trabajar, en rasgos de su carácter, en la manera de hablar. En el realismo de Jesús, en su espíritu de observación, en su modo de sentarse a la mesa y de partir el pan, en su gusto por exponer la doctrina de una manera concreta, tomando ejemplo de las cosas de la vida ordinaria, se refleja lo que ha sido la infancia y la juventud de Jesús y, por tanto, su trato con José”.
En segundo lugar, estos años ocultos no son irrelevantes ni tampoco desacreditan la figura de Jesús, sino que forman parte del misterio de la encarnación. En todo caso el único misterio que hay que encontrar aquí es el misterio de la encarnación que llevó a Jesús a asumir nuestra condición humana.
El Señor asumió una vida semejante a la nuestra, menos en el pecado, lo que lo llevó a vivir en una familia, a trabajar y a pasar como uno de tantos, como en aquella ocasión que se formó en la fila de los pecadores para ser bautizado por Juan en el Jordán.
En tercer lugar, estos años ocultos en Nazaret, al lado de sus padres, asumiendo plenamente su condición de hijo, obedeciendo y amando a sus padres, así como rezando y trabajando a su lado, cobran una relevancia muy especial. No son solamente años de preparación para la realización de su misión, sino que nos llevan a entender la importancia de la vida ordinaria y a vivir en la obediencia a los designios de Dios.
San Josemaría Escrivá regresa sobre este aspecto para decirnos: “Jesús, creciendo y viviendo como uno de nosotros, nos revela que la existencia humana, el quehacer corriente y ordinario, tiene un sentido divino. Por mucho que hayamos considerado estas verdades, debemos llenarnos siempre de admiración al pensar en los treinta años de oscuridad, que constituyen la mayor parte del paso de Jesús entre sus hermanos los hombres. Años de sombra, pero para nosotros claros como la luz del sol. Mejor, resplandor que ilumina nuestros días y les da una auténtica proyección, porque somos cristianos corrientes, que llevamos una vida ordinaria, igual a la de tantos millones de personas en los más diversos lugares del mundo”.
La exhortación de Bossuet, el célebre obispo y predicador francés, será de gran provecho para todos: “Orgullo humano, ¿de qué te quejas? ¿qué es lo que te produce tantas inquietudes? ¿El no ser nada en el mundo y no aparecer? ¡Pues mira qué gran persona fue Jesús y qué gran Señora fue María Santísima! Eran la maravilla del mundo y de los ángeles. Y ¿qué hacían en Nazaret para aparecer? ¿Quiénes los conocían en la tierra? ¿Y tú quieres que tu nombre brille? Te engañas y lo que haces para aparecer y para que te feliciten, es sólo obra de tu amor propio. Cuánto más provecho sacarías tratando de imitar a Jesús y María…”