Este domingo nos encontramos en el corazón de la Cuaresma y de alguna manera en el corazón del Evangelio de San Lucas, capítulo 15. Encontramos ahí la parábola más hermosa contada por Jesús en los Evangelios, es la del “Hijo Pródigo” o del “Padre Amoroso”; donde se tiene como protagonista al padre con sus hijos. Jesús desea plasmar la imagen de Dios que es misericordioso.
Digamos una palabra sobre cada personaje de la parábola:
El padre: Es el padre que llama al encuentro, compasivo ante las actitudes de sus hijos, busca el encuentro fraterno. La actitud de aquel padre debió desconcertar a los oyentes:
¿Cómo consentía la desvergüenza de un hijo que le pedía repartir la herencia antes de morir?
¿qué clase de padre era, que no imponía su autoridad? Aquel padre no se ofende porque uno de sus hijos lo da por muerto; más bien, respetó su libertad y lo vio partir de casa con tristeza, pero no lo olvida; sabe que su hijo puede volver a casa sin temor alguno. La figura de aquel padre, que nunca dejó de otear el horizonte y estuvo siempre en espera de su hijo, nos desvela el corazón de Dios: “Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corre a su encuentro, lo abraza con ternura, lo besa efusivamente”; además interrumpe su confesión y se apresura a acogerlo como hijo, le pone el anillo, lo viste y organiza una fiesta.
El hijo menor: Cuando reclama la parte de su herencia, de alguna manera está pidiendo la muerte de su padre. Quiere ser libre, romper ataduras; quiere realizar su vida lejos de la casa paterna y a su modo; esa libertad la ha confundido con el libertinaje. Muy pronto se instala en una vida desordenada y aquella aventura empieza a convertirse en drama. Situación que lo lleva a entrar en su interior, y viendo su vacío, recuerda el rostro de su padre; allí en su interior se despierta una libertad nueva al lado de su padre. Reconoce su error y toma una decisión: “Me pondré en camino y volveré a mi padre”. Rescatemos la valentía de aquel joven que reconoce su error y lo enmienda.
El hijo mayor: Éste no abandona a su padre, pero cuando se da cuenta que su hermano ha regresado, no se alegra como su padre, más bien se indigna y se niega a entrar. Este hijo, en el fondo no quiere que su padre sea padre, sino juez inmisericorde de su hermano. El padre sale y lo invita a participar de aquella alegría, pero es allí cuando explota todo su resentimiento: exige sus derechos y denigra a su hermano. Esta es la tragedia del hermano mayor, aunque nunca se ha marchado de su casa, su corazón está lejos de ella; sabe cumplir órdenes, pero no sabe amar; no comprende el amor de su padre hacia su hijo perdido. Él no quiere saber nada de su hermano. La parábola concluye sin satisfacer nuestra curiosidad:
¿Entró a la fiesta o se quedó fuera? ¿cuál sería el desenlace?
La parábola nos da pie para reflexionar en cada actitud de los protagonistas, veamos:
Con respecto al hijo mayor:
Hermanos, vivimos en un mundo donde hemos clasificado a las personas entre buenas y malas; entre creyentes y no creyentes; entre practicantes de la religión y alejados. Mientras
nosotros clasificamos, Dios sigue esperando a todos, ya que no es propiedad de nadie. La actitud del hijo mayor debe interpelarnos a todos los que creemos que vivimos cerca de nuestro Padre Dios y debemos pensar: ¿Nos contentamos con cumplir normas o tenemos la capacidad de amar? No transgredimos ninguna ley, pero tampoco hacemos el bien; nuestra rigidez nos conduce a un desamor.
Con respecto al hijo menor:
Vivimos en una sociedad que poco a poco se ha alejado de Dios. Algunos lo han declarado muerto o han negado su existencia, o peor aún, viven indiferentes sin cuestionarse siquiera sobre su existencia. Hace falta tocar fondo para internarnos en ese vacío existencial que va dejando la cultura actual, ese vacío que no se llena con cosas materiales. Hace falta tener la valentía para regresar a esa libertad que nos ofrece Dios. ¿cuántos jóvenes se apartan de Dios para vivir una vida al gusto? ¿qué debe acontecer para que la sociedad interiorice y vea ese vacío que deja el libertinaje?
Con respecto al padre:
Aquel padre no clasificó a sus hijos, no los valoró por su moralidad o su arrogancia; los veía como hijos y quería tenerlos a los dos en la misma mesa, vivir la alegría del banquete. Quizá ese fue su gran drama, fue muy bueno, pero no logró suscitar la unidad y el amor de hermanos; supo respetar a sus hijos y valorar su libertad y decisiones. El drama de aquel padre, lo siguen viviendo tantas familias que por diversas razones tienen a sus hijos metidos en resentimientos y odios.
Papás muchos de ustedes luchan por dejar una herencia a sus hijos, una herencia en el campo material, pero ignoran que muchas veces esos bienes dividen a sus hijos… Papás, la mejor herencia es la formación que les puedan dar a sus hijos en los valores; ese sentido del trabajo, ese sentido de la relación con Dios y con el prójimo.
Hermanos, la Cuaresma es tiempo para volver a casa, tiempo de reflexionar, de ponernos en pie para retornar a Dios. Nuestras actitudes, ya sean del hijo mayor o menor, nos han ido desviando por los caminos del despilfarro, gastando tiempo precioso de la vida para hundirnos en la miseria. Los abrazos del Padre nos esperan, sus besos están ansiosos para cubrirnos de ternura, la casa está lista y el banquete dispuesto. No hay mayor dicha que regresar a casa, en donde nos amarán tal y como somos. Es el amor que salva. El camino de retorno se inicia con un acto de humildad, de reconocimiento de nuestra situación miserable, así como de la toma de conciencia de nuestra propia identidad de “hijos siempre amados”.
Esta es una parábola muy hermosa, que debe conducirnos a reflexionar día con día en las actitudes de sus personajes. Todos podemos ubicarnos en los zapatos de cada personaje y cada uno de nosotros sacará sus propias conclusiones. Preguntémonos: ¿Soy misericordioso como el Padre? ¿Busco alejarme del padre y vivir una libertad a mi gusto? ¿Soy arrogante y me siento mejor que todos? No olvidemos que la parábola sigue abierta, dejémonos interpelar por ella.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!