Unas palabras desconcertantes…

Pbro. Hugo Valdemar Romero

Después de que Jesús ha puesto al centro de la vida cristiana las bienaventuranzas, en el Evangelio que escuchamos este domingo da una serie de consejos para quienes son y serán sus discípulos. Les da una manera de ser y comportarse que los hace distintos a los demás y esto no para que se sientan superiores, sino para que manifiesten en sus vidas que se parecen a su Padre Dios, rico en bondad y misericordia. Y así pues, Jesús les dice unas palabras que, si las pensamos bien, son desconcertantes.

Nos parecen un mandato imposible. Dice, “amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman. Al que te golpee la mejilla, preséntale también la otra, al que te quita el manto, déjalo llevarse también la túnica. Al que te pide, dale, y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames”. En pocas palabras, lo que pide Jesús es que seas capaz de negarte a ti mismo, no respondiendo mal con mal y que seas capaz de desprenderte, de ser libre ante las cosas.

El cristiano no lo es sólo por haber recibido el bautismo, lo es también porque trata, busca, se empeña en que su vida se parezca a la de su maestro. Y las palabras que Jesús nos acaba de decir, las cumplió cabalmente. Él amó a sus enemigos y murió por ellos, por su salvación perdonó e intercedió por quienes lo injuriaban. En la cruz entregó la túnica y también su vida. Perdonó a sus enemigos y dio muestra de una mansedumbre infinita.

Y estos mandatos de Jesús que parecen imposibles de cumplir, cuando los vivimos, son liberadores porque quien odia o guarda resentimiento, se vuelve esclavo de sus propios sentimientos negativos., carga con ellos como si fuera una enorme losa de piedra, se amarga la vida y también amarga la vida de los demás.

Amar al enemigo, al que te ha hecho daño, no significa tener bellos sentimientos por él. El amor a los enemigos es una acción concreta. Consiste en no devolver el mal recibido. Rezar a diario por quien te ha hecho daño para que se convierta y el Señor te ayude a perdonarlo. Y si está en tus manos hacerle el bien, hazlo.

En esto consiste amar al enemigo. El que perdona, el que no guarda rencor, el que no piensa en la venganza, se convierte en una persona libre. No hay amargura en su vida. La máxima libertad la muestra en que, incluso, es capaz de amar a sus enemigos, rezar por ellos y hacerles el bien.

Pídele a Jesús que te ayude a ser como él, a perdonar siempre, a no devolver mal por mal. Y cuando te sientas incapaz de perdonar a alguien, sigue el consejo del Señor y empieza a partir de hoy a pedir todos los días por esa persona diciendo, “Señor, ayúdame a perdonar a fulano” y verás que, pasado el tiempo, se ablandará tu corazón. Recibirás de Dios la capacidad que tú no tienes de perdonar e, incluso, comenzarás a amar a tus adversarios.

¡Feliz domingo! Dios te bendiga.

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