Son momentos de transfiguración

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el XVIII Domingo del tiempo Ordinario. Hoy día 6 de agosto, fiesta de La Transfiguración.

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

Jesús se hace acompañar por Pedro, Santiago y Juan; se retiran a un monte alto y solitario, iban a orar. La tradición ha identificado este monte con el monte Tabor, en Galilea. Sin duda alguna, tiene un alto valor simbólico, recordemos que en el monte Sinaí Moisés recibió las tablas de la ley y a esa misma montaña se dirige el profeta Elías para encontrarse con Dios. Aquellos tres Apóstoles son testigos de un hecho extraordinario, incomprensible para la mente humana; Jesús se revela como Hijo de Dios en una pasajera transfiguración, que viene a ser un anticipo de su futura resurrección.

Aparecen hablando con él Moisés y Elías; Moisés personifica toda la ley antigua, Elías es el padre del profetismo. Son dos personajes cuya muerte está rodeada de misterio: Moisés muere antes de entrar a la tierra prometida, pero nunca se ha encontrado su tumba; Elías fue llevado por un carro de fuego. Quien se “transfigura” es Jesús, “su rostro se puso resplandeciente como el sol y las vestiduras se pusieron blancas como la nieve”. No sabemos nada de aquella conversación de Jesús con Moisés y Elías, lo que sí sabemos es que, al único que le resplandecía el rostro era a Jesús. Recordemos que a Moisés le resplandeció el rostro cuando bajó con las tablas de la ley, era un reflejo de la gloria de Dios, pero aquí, en Jesús, es un resplandor que revela su ser íntimo.

Pedro interrumpe aquella conversación, expresa su sentir: “Señor, qué bueno sería quedarnos aquí”, y propone hacer tres chozas. Con esa expresión indica que aún no comprende el misterio de Jesús, ya que lo está asemejando con Moisés y Elías, pero Jesús es distinto. Pedro quisiera eternizar un momento privilegiado de gloria.

Nos encontramos con otro elemento simbólico: “Una nube luminosa los cubrió”; esto evoca los tiempos del Éxodo, aquella presencia de Dios para cuidar a su pueblo. Aquella voz que surge de la nube, viene a aclarar la identidad de Jesús y también su misión: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo”. Jesús es el Hijo de Dios, es aquel que nos viene a revelar el amor de Dios Padre; a Él se debe escuchar. El objetivo de la ley, a lo largo de los siglos y los profetas, es decir Moisés y Elías, fue preparar su llegada, pero ya está presente anunciando la buena nueva, por tanto, se debe dar el paso a escucharlo sólo a Él. Jesús es la plenitud de la ley y los profetas; Jesús es presentado como el nuevo Moisés.

Aquella voz está indicando: Escúchenlo a Él, a nadie más; mi Hijo es el único legislador y profeta, no debe ser confundido con nadie. Aquella voz hace que los discípulos caigan con su rostro en tierra, parece que les cuesta escuchar sólo a Jesús; escuchar sólo a Jesús les causa miedo; les cuesta dejar atrás la ley mosaica, una ley centrada en el cumplimiento de normas y preceptos y dar paso a la ley del amor propuesta por Jesús. Al verlos llenos de temor y con el rostro en tierra, Jesús los toca y los anima, diciendo: “Levántense y no teman”.

Las palabras salidas de la nube, han resonado a lo largo de la historia y a lo ancho de cada cultura. Escuchar a Jesús, es una tarea de las personas de todos los tiempos y de toda la humanidad; escuchar a Jesús es un compromiso de todo cristiano; escucharlo y caminar por el camino que nos ha trazado con su ejemplo y enseñanza. Escuchar a Jesús en nuestros días es una tarea complicada, aunque “escuchar”, no ha sido fácil nunca, algunos hablan que escuchar es un arte y todo arte implica dedicación y constancia. En nuestros días es difícil la escucha por la contaminación de ruidos externos e internos. Demos paso a reflexionar: ¿Tengo capacidad de escuchar? ¿Cómo escuchas a tus padres? Si eres casado o casada: ¿Cómo escuchas a tu pareja? ¿Cómo escuchas a tus hijos? Muchos hijos no se sienten escuchados por sus padres. Estamos en un mundo marcado por las comunicaciones y pareciera que todos deseamos comunicar algo, como si todos fuésemos sólo emisores y nos cuesta ser también receptores.

Ejercitemos hermanos la escucha humana, para así, dar paso a la escucha de la voz de Jesús, ya que, si no escuchamos al que nos grita de cerca, será difícil escuchar el murmullo de Jesús en nuestro interior. Sintámonos interpelados por aquella voz de la nube: ¿Escucho la voz de Jesús? ¿Dónde la escucho? ¿Qué tanto le hago caso a su voz y a sus mandatos?. Ciertamente, muchas veces, Jesús nos regala momentos de gloria, de cielo, como a aquellos apóstoles, momentos en los que realmente nos sentimos bien, felices, en gracia; sentimos que todo nos sale bien, que la vida nos sonríe, donde podemos escuchar más fácilmente a Dios y experimentamos que nos escucha, que nos consuela. Son momentos de transfiguración donde nos sentimos que Jesús está sólo para nosotros; no siempre estaremos así, debemos bajar a donde nos esperan los demás, que desean ver nuestro rostro transfigurado y sentirse iluminados por la Palabra; debemos bajar a nuestras ocupaciones diarias, a los problemas, a las dificultades particulares, a las tentaciones incluso, pero con ese mensaje de gloria vivido, con ese rostro transfigurado por la presencia de Jesús; con esa Palabra escuchada y vivida; con ese pensamiento de escuchar al Señor, quien algo tiene para decirnos a cada uno. Bajemos a ese mundo que nos necesita, seguros de la gloria de Jesús, de su triunfo, sabiendo que debemos pasar por la cruz para llegar hasta la gloria.

Hermanos, nuestro interior resplandece a la luz de la fe, cuando vivimos con intensidad la celebración Eucarística, cuando escuchamos la Palabra de Jesús que nos propone caminar para ser personas nuevas. Participemos vivamente de la Eucaristía, escuchemos la Palabra del Señor.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!.

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan