Un mensaje para los que están cansados de hacer el bien

Pbro. José Juan Sánchez Jácome

El cansancio forma parte de la condición humana. No somos todopoderosos, sino que necesitamos un tiempo de descanso, de encuentro con nosotros mimos y de encuentro con Dios. No sólo se trata de recuperar las fuerzas, sino de afianzar las convicciones para seguir haciendo el bien.

Así pues, el cansancio y el desánimo se van asomando en distintos momentos de nuestra vida. Hay distintos factores por los que se experimenta el cansancio. Llega, en primer lugar, como parte del desgaste cotidiano, de la rutina y del ritmo de vida muchas veces agitado en el que nos vamos envolviendo.

El acelerado ritmo de vida de nuestra sociedad y los desafíos que enfrentamos en diferentes contextos nos pueden provocar desánimo y agotamiento, al sentirnos vulnerables y sumamente exigidos. Este estilo de vida vertiginoso, al que nos somete la sociedad actual, genera niveles de estrés y ansiedad, pasando factura incluso a nuestra misma salud física.

En segundo lugar, el cansancio también se experimenta cuando nuestra salud viene a menos, aunque aumentan las exigencias en distintos contextos. No podemos rendir de la misma manera cuando estamos afectados por algunos padecimientos, por lo que nos exponemos al cansancio crónico al no estar en plenas condiciones.

En tercer lugar, hay un cansancio que se experimenta por no vivir bien, por estar esclavizados a un estilo de vida que sofoca, que causa hastío y que va quitando el encanto de la vida.

Cuando no hemos vivido bien y cuando nos hemos equivocado llega el momento en que sentimos la necesidad de recuperarnos y de enderezar nuestra vida. Esta empresa si bien nos motiva, sin embargo, nos puede provocar cierto desánimo cuando constatamos que cuesta mucho trabajo recuperarse y sacudirse las consecuencias de nuestros actos o de nuestra vida pasada.

En cuarto lugar, el cansancio también se experimenta como resultado de una vida buena. Hacer el bien, desgastarnos por los demás y cumplir nuestra responsabilidad nos lleva a un cansancio saludable, del que podemos reponernos por el misterio del amor. Este cansancio se relaciona con las presiones y tribulaciones que experimentamos por hacer bien las cosas, es la fatiga que queda después de tantas injusticias y vejaciones que se enfrentan manteniéndonos en el bien, en la justicia y en la verdad.

Este tipo de cansancio resulta todavía más dramático y revelador que los anteriores, sobre todo cuando algunos hermanos sucumben y ya no quieren luchar, se comienzan a dar por vencidos cuando la realidad es cruda, desafiante y sumamente exigente. También se puede uno cansar de hacer el bien, sobre todo en un mundo donde parece que triunfan y nos rebasan con cinismo los que se apegan al mal y a la corrupción.

Mantenerse en el bien, la justicia y la verdad nos hace prácticamente vivir a contracorriente, aumentando el cansancio, la decepción o hasta la rendición al ver cómo otros triunfan y crecen sin dificultad, viviendo en la mentira y en la corrupción. Esta experiencia amarga la sufren más los padres de familia que buscan ofrecer un nivel de vida digno para sus hijos, educándolos en el bien y la virtud, al sufrir descalificaciones a su estilo de vida e incluso discriminación en el ambiente laboral, lo cual dificulta su progreso profesional.

Vemos en estos tiempos de violencia, crisis económica, conflictos familiares e inseguridad a tantas personas desanimadas huyendo de su propia realidad, cargados de conflictos, buscando un lugar de reposo y en muchas ocasiones claudicando de sus convicciones o, en el peor de los casos, cuestionándose sobre la utilidad y el beneficio que les ha aportado una vida basada en la fe y la honestidad.

Esta es una de las dramáticas constataciones de los tiempos que vivimos. También la gente se puede cansar de hacer el bien, de mantenerse en la fe y las virtudes. Cuando no hay un motor que nos mueve, cuando no hay un fundamento que inspire nuestras acciones, más allá de la realidad que se opone sistemáticamente a nuestras expectativas, también uno puede sucumbir, como cuando sucumbe la madre que siente que no la valoran, que sus hijos no reconocen su entrega y su sacrificio, que su esposo no se solidariza en la ardua labor de educar y encauzar a una familia.

Como cuando sucumbe el justo que al sentir la presión de los problemas considera que Dios lo ha abandonado. Como cuando sucumbe un luchador social que considera que no ha movido un mínimo el despertar de la conciencia que es fundamental para reaccionar ante los graves problemas de la sociedad. Como cuando sucumbe un joven que siente que es obsoleto el estilo de vida que le inculcó su familia, porque la realidad es dura y prácticamente está viviendo contracorriente.

Muchos se han desanimado porque han querido hacer bien las cosas, han querido trabajar honradamente, han seguido a Dios sinceramente y a veces no les han resultado las cosas. Desanima ver que hay gente que progresa viviendo en la mentira y en la corrupción y los que se apegan al bien y a la honradez se sienten rebasados. Desanima sentirse solo y ver a nuestro alrededor tantos signos de muerte y descomposición social.

Ante esta tragedia espiritual y existencial es necesario ofrecer a los cansados y desanimados un alimento que lleve paz a su corazón, fortaleza a su espíritu y perseverancia en su vida real que está esperándoles a la vuelta de la esquina, con toda su carga abrumadora: el matrimonio y sus tensiones; los hijos y sus conflictos; el trabajo y sus dificultades; la crisis económica; el desempleo; la inseguridad y la violencia; la tristeza por la división y el alejamiento de la familia; la duras condiciones de vida que impone la migración; la vida cargada de riesgos, peligros y amenazas.

Por eso, los cristianos elevamos nuestra súplica a Dios para que nos conceda el Espíritu Santo que nos impulse a hacer bien las cosas y a entusiasmarnos en el camino del bien. A pesar de todos los factores adversos que encontramos, tenemos que tomar la iniciativa y adelantarnos a hacer el bien, para despertar en el corazón de los otros sentimientos de perdón, de entrega, de generosidad, paz y gozo. No podemos acostumbrarnos a la mentira, a la injusticia, a la violencia y a la corrupción. No podemos permitir que se normalice el mal haciéndonos cada vez más indiferentes a lo que está pasando.

En una de sus obras, Albino Luciani, quien llegó a convertirse en el papa Juan Pablo I reflexionaba: “San Camilo se amonestaba a sí mismo y a los demás: «Haciendo el mal se experimenta placer, más el placer pasa en seguida y el mal permanece; ¡hacer el bien cuesta fatigas, pero la fatiga pasa en seguida y el bien permanece!»”

No dejemos de acudir a Jesús quien expresamente nos ha invitado a ir a su encuentro: “Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados, y yo les daré alivio (Mt 11, 28)”. En la vida cristiana no sólo se trata de hacer bien las cosas, de hacer y hacer, sino también de dejarse hacer. No solo hay que ver el bien para cumplirlo, sino que hay que aceptar el bien que viene de Dios para que obre en nosotros, el amor que viene de Dios para que obre en nosotros. Esto es guardar la palabra, que hará posible que nos sintamos motivados para hacer el bien.

De acuerdo a Alessandro Manzoni: “Se debería pensar más en hacer el bien, que en estar bien. Y así se terminaría también por estar mejor”.

A todos los que están cansados por diferentes motivos hace falta decirles: Vuelve al camino y elige a Jesús por tu Dios, que Él te revitalizará. Con la fe puesta en Cristo Jesús tenemos que luchar para que no seamos devorados y ahogados por la rutina diaria que nos está esperando con toda su capacidad de destrucción; para que no seamos devorados y ahogados por los problemas y las persecuciones que nos quitan el encanto de vivir y de seguir incondicionalmente al Señor.

Pidamos al Espíritu Santo que, a pesar de las dificultades que enfrentamos, nos regresa el entusiasmo por hacer el bien. Como señala San Gregorio Magno: “El Espíritu Santo ha dado a conocer su presencia a los hombres en forma no sólo de paloma, sino también de fuego. En la paloma viene indicada la sencillez. En el fuego, el entusiasmo por el bien”.

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