¡ Tu reinarás, este es el grito !

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Las lecturas de este domingo muestran la pasión de Cristo en todo su esplendor, es decir, retratan el dolor y el sufrimiento en su máxima expresión, al grado de sudar gruesas gotas de sangre; además, nos presentan la muerte de Jesucristo, el único Redentor del hombre. Veamos.

 

  1. Traición, negación y abandono

Nada más amargo y doloroso que la traición, la negación y el abandono de los amigos, por quienes Jesús ha orado, ha intercedido y ha amado hasta el extremo. Ellos, quienes convivieron con él, quienes fueron salvados por él, quienes fueran saciados de pan, quienes platicaron del proyecto del Reino como una familia, ellos lo han dejado sólo. Esto le deja a Jesús un sentimiento de vaciedad, de sin sentido, de tristeza, al grado de balbucear: «Dios mío, Dios mío ¿por qué me has dejado solo?» Sal 22 y Mt 27,46; y aún con todo ese dolor, sigue orando por ellos: «Padre perdónales porque no saben lo que hacen» Lc 23,34

 

  1. Juicio ilegal y condena injusta

Sin duda que la detención y el juicio son ilegales por llevarse fuera de lo permitido por la ley: no podían acusar a alguien sin antes escucharlo, sin tener pruebas y mucho menos condenarlo a muerte. Y eso es lo que hacen los ancianos, los sacerdotes y los maestros de la ley.  Además, el Sanedrín debía sesionar en pleno, es decir, estar todos los Ancianos presentes y, no fue así. Lo acusaron con falsos testigos, con falsos argumentos (cf. Lc 23,1) y sin haber hallado en él, un delito que mereciera la crucifixión (cf. Lc 23,15)

 

  1. Indiferencia, burlas, violencia y rechazo.

Pilato lo trata con indiferencia, pues al momento de juzgar, se lava las manos en señal de no tomar una responsabilidad en el juicio (cf.- Mt 27,24), siendo que él era el Procurador (de justicia). Herodes y su guardia lo tratan con desprecio y hasta se burlan de él. Los soldados lo tratan con violencia: lo golpean, le gritan, se burlan de él, lo despojan de sus vestiduras, le ponen una corona de espinas, le dan azotes, le hacen cargar una cruz, le ponen unos clavos, le crucifican y le atraviesan el costado con una lanza. El pueblo lo rechaza y no lo acepta ni como su rey ni como su Mesías (cf. Lc 23,21).

 

Esta es la verdadera pasión de Cristo: la negación, la traición, el abandono, las burlas, la indiferencia, la violencia, el desprecio y el rechazo. Pero ¿cómo valorar todo lo que Cristo padeció por nosotros y nosotras? Reconociéndolo como Mesías, cómo el único salvador del mundo, sabiendo que va a morir pero que vencerá a la muerte, pues la muerte no tiene la última palabra sobre nuestra existencia. ¡Vivamos la semana santa con amor y piedad!

 

P. Crispín, Diócesis de Tuxpan

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