Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar

- V Domingo de Cuaresma -

Canónigo Juan de Dios Olvera Delgadillo

+ Del santo Evangelio según san Juan: 8,1-11

         En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les enseñaba.

         Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?.

         Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.

         Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él.

         Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?. Ella le contestó: Nadie, Señor. Y Jesús le dijo: Tampoco yo te condenó. Vete y ya no vuelvas a pecar.

Palabra del Señor.        R. Gloria a ti, Señor Jesús.

COMENTARIO:

  1. En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les enseñaba: Jesús iba al monte de los Olivos, muy cercano al templo de Jerusalén, a orar con su Padre celestial, dándonos ejemplo de cuán importante es orar siempre, pues ello es estar en comunión con nuestro Padre. Es muy significativo que Jesús enseñe en el máximo centro religioso del Pueblo de Israel, el templo de Jerusalén; y más significativo que la multitud buscaba a Jesús; buscaba escuchar sus enseñanzas. Esos momentos hermosos de estar a los pies de Jesús, los fariseos buscarán echarlos a perder, poniendo una trampa a Jesús, haciendo ver que su enseñanza no era de Dios; tratando así de que otros no creyeran en Él.
  2. Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?. Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo: como instrumentos del diablo, le llevan a una mujer sorprendida en adulterio, pero sin denunciar al varón adúltero, como si en Dios hubiera distinción de personas, y sólo hubiera que condenar a las mujeres quedando los varones exentos de pecado ¡Nada más lejos de la justicia de Dios! Por otra parte, no siempre los judíos obedecían lo que mandaba Moisés, pero en esta situación hipócritamente exponen ante Jesús que Moisés les “manda” apedrear a estas mujeres. Y enseguida viene la trampa: “¿Tú qué dices?; comodecir ¿estás con Moisés o contra él?
  3. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo: el silencio de Jesús es elocuente, no responde a una necedad y a una hipocresía; Cristo sabía las intenciones, aunque éstas no fueran manifestadas; el silencio de Jesús nos lleva a lo más importante: qué es lo que dice Dios al respecto. Moisés quería que se respetara la ley de Dios, y nunca emitió un mandato o precepto por sí mismo, sino siempre en relación a Dios. Pero quienes se creían dueños de la religión judía, los escribas y fariseos, desde muchos años atrás, añadían interpretaciones humanas a los preceptos divinos; así, Cristo mismo les dirá que con sus tradiciones meramente humanas anulan la auténtica Palabra de Dios (cf. Mc 7,13).
  4. Y Jesús es el Hijo eterno del Padre, el único que lo conoce desde toda la eternidad (cf. Jn 1,18), y al que Jesús ha venido para dárnoslo a conocer. El centro del mensaje de Cristo es que el Padre ha enviado a su Hijo no para condenar al mundo, sino para salvarlo (cf. Jn 3,17). El Padre ha decidido ofrecer al mundo la posibilidad de salvarse en la cruz de Cristo a través del arrepentimiento de cada uno respecto a sus propios pecados. Pues “… tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3,16); en definitiva, la voluntad del Padre es salvarnos en virtud de la sangre de Cristo, y esa voluntad salvífica del Padre es lo único que vale, y sólo Cristo ha podido revelarla.
  5. Como insistían en su pregunta, (Jesús) se incorporó y les dijo: Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo: en su ignorancia e insolencia, estos escribas y fariseos, creen que de verdad tienen atrapado a Jesús, y por ello insisten en que les responda, según ellos, seguros de que responderá algo en lo que lo puedan acusar; pobres ingenuos, cuestionar la sabiduría del Maestro divino es de total necedad humana. Jesús entonces les da una respuesta absolutamente sorprendente, y que los ubica ya no como jueces de lo que Dios tiene que hacer según ellos, sino como personas necesitadas del perdón. ¿Quién puede pretender decirle a Dios cómo debe actuar con quienes lo han ofendido, cuando todos y cada uno de nosotros somos deudores con Dios porque lo hemos ofendido pecando en nuestra vida? Sólo Cristo conoce al Padre, y sólo Él nos dice con toda verdad que el Padre ha decidido ofrecernos su perdón y misericordia, lavando nuestros pecados en la sangre santísima de su Hijo. Ante esa voluntad de Dios ¿quién puede invocar otra autoridad que condene a nadie?
  6. Qué osadía la de los judíos escribas y fariseos al querer ellos declarar, sin conocer, cuál es el designio salvador de Dios. La actitud correcta sería estar prontos a obedecer la voluntad de Dios de salvar a todos los pecadores, donde todos -también aquellos fariseos y también nosotros- estamos incluidos, todos necesitados de la salvación de Cristo. Por ello:
  7. Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él: la actitud  de los acusadores, más que sus palabras, dan la absoluta razón a Jesús:  se van sin aventar ninguna piedra. Y llamativo que se dice que quienes primero se fueron de ahí fueron los más viejos, conscientes de que por sus muchos años tenían muchos pecados. En verdad, a nadie nos conviene condenar a nadie, pues nos condenamos a nosotros mismos. Nadie podemos ser juez, todos somos objeto de la misericordia de Dios, y Dios nos llama a todos a perdonar a los demás como Él nos ha perdonado a nosotros. Es la enseñanza de Jesús si queremos dirigirnos a Dios con esas hermosas palabras de “Padre nuestro”.
  8. Por ello, las pocas, pero inmensamente importantes palabras de Cristo a continuación son revelación de quién es nuestro Padre:
  9. Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?. Ella le contestó: Nadie, Señor. Y Jesús le dijo: Tampoco yo te condenó. Vete y ya no vuelvas a pecar: Jesús pregunta a la mujer si alguien la ha condenado, ella responde que no; pero lo importante es lo que sigue a continuación, pues no importa que a la mujer la condenara uno o una multitud, lo que importa es lo que dice el único que es juez, el único que nos puede juzgar, en manos de quien están nuestro destino eterno, y su palabra es de misericordia y salvación, a menos que insensatamente rechacemos su perdón; Jesús dice: “Tampoco yo te condenó. Vete y ya no vuelvas a pecar. Mensaje de salvación de una profundidad y ternura verdaderamente divinas; Jesús nos perdona todo si estamos arrepentidos; y estar arrepentidos quiere decir en las palabras muy sencillas de nuestro Salvador: “…ya no vuelvas a pecar.
  10. Que la Virgen Santísima de Guadalupe, madre de misericordia, nos haga hijos que reciben agradecidos el perdón del Padre celestial, y a su vez ofrecen perdonar a todos sus hermanos.
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