Los resultados electorales del 2 de junio fueron una sorpresa especialmente para quienes esperaban un cambio inminente del actual estado de cosas por las atrocidades del gobierno. Los signos son palpables en una realidad dura y lacerante; no obstante la embriaguez por los resultados y la aparición de una nueva aplanadora guinda que rehabilitó a esa tricolor que parecía quedar en el olvido, los mexicanos reparamos que esa vieja política está viva y es eficaz. Por eso queda pendiente un delicado asunto, la composición del Poder Legislativo que podría ser la llave para el ambicioso plan C de López Obrador como triunfo de fin de sexenio.
Una cosa debe destacarse, Claudia Sheinbaum ha mostrado una perspicaz mesura incluso para usar al actual secretario de Hacienda y Crédito Público como vocero de la próxima administración para apaciguar los mercados y dar estabilidad al peso ante los temores de inminentes cambios constitucionales que debilitarían la seguridad jurídica y el estado de derecho; a su vez, la virtual presidenta electa tiene piedras que sortear, esas son las de sus mismos correligionarios que andan con la lengua suelta inclinándose para aprobar todo lo que impongan desde el Ejecutivo.
Sheinbaum ha llamado al diálogo, pero es difícil en un país polarizado conciliar visiones cuando las elecciones están manchadas por irregulares prácticas que dieron al traste con la ley. Diversas investigaciones periodísticas han especulado acerca de los electores que dieron el triunfo a la exjefa de gobierno de la Ciudad de México, especialmente por los millones de beneficiarios de programas socioelectorales que, en gran medida, inclinaron la balanza para que el partido oficial desfondara a una oposición que, al final, no tuvo la capacidad de convencer.
Pero no nos confiemos. La virtual presidenta tuvo a un poderoso jefe de campaña. Ensombrece a Sheinbaum la particular y adicta devoción a su creador, el presidente López Obrador. Sus palabras la condenan por ese ciego fanatismo. Ella misma lo reveló cuando difundió en redes el mensaje de AMLO cuando dijo que la ganadora de las elecciones ha sido “lo mejor que la ha pasado a este país en estos tiempos. No cabe duda que México y su pueblo están benditos”; Sheinbaum replicó: “Les confieso que cuando el presidente López Obrador me envió este mensaje el miércoles por la noche, se me llenaron los ojos de lágrimas por la emoción de recibir el reconocimiento por parte de un hombre al que siempre he admirado como un gran dirigente y como gran presidente”.
Emanciparse de esa herencia será difícil. Bien se conoce que lo que menos tiene AMLO es honrar la palabra. Difícil creer que se retirará de la política cuando él mismo se siente prócer que debería tener un busto de bronce al lado de los héroes nacionales. La llamada construcción del “segundo piso” no es más que afianzar la idea del mito a través de la sucesora. Y esa será la primera prueba de fuego, mientras la realidad rebasa a la política, la oposición se desvanece y todo está en charola de plata para que esta descompuesta democracia sea atrapada por la oligarquía populista sin control y sin contrapesos condenándola hacia su propio descarrilamiento de la historia. Sheinbaum ha dicho que “no fallará al pueblo de México”. Y para esto hay que ver su independencia y conciliación o, por el contrario, y esto es lo más temido, de sumisión y polarización.