Señor Jesús, es muy difícil comprender tu Pasión y tu Muerte

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el Domingo de Ramos

Mons. Cristobal Ascencio García

Hoy damos inicio a la Semana Santa, en ella viviremos con intensidad la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, “Centro de nuestra Fe y garante de nuestra Esperanza”, como nos dice el Papa en su mensaje por la Cuaresma. Jesús entra en la ciudad santa de Jerusalén, entre aclamaciones y gritos de júbilo se agitan palmas; sin embargo, en menos de ocho días se vive una situación opuesta; Jesús será sometido a un juicio ilegal, será humillado, cargará una cruz por las mismas calles de Jerusalén. Es traicionado y vendido por 30 monedas por uno de sus discípulos; otro termina negándolo; los demás a excepción de Juan, huirán por temor a correr la misma suerte. Jesús experimenta la soledad y el abandono de sus discípulos, así como de Dios.

El triunfo que se muestra en la entrada a Jerusalén, encumbrado no sobre el poder, sino montando el jumento de la humildad, se verá opacado por la aprehensión, condena y muerte del Señor, pero ese triunfo se realizará de manera definitiva desde la cruz y se mostrará en la Resurrección. Recordemos que un burrito lo llevó con su Madre a nacer en Belén, un burrito lo llevó a vivir desplazado, lejos de su tierra, ahora un burrito lo lleva a vivir su Pascua, nuestra Pascua.

La Semana Santa, es el periodo más intenso y significativo de todo el año litúrgico. La proclamación de la Pasión en este domingo, es un momento característico de esta celebración y nos introduce en el clima de la semana mayor.

Sin duda alguna, la Pasión de nuestro Señor, nos da una infinidad de elementos a reflexionar durante toda la Semana Santa, desde el juicio injusto que vivió, la traición de uno de los suyos, la negación de Pedro, el abandono de los demás, el sufrimiento humano, etc. En esta ocasión deseo centrar mi reflexión en algunos personajes que me han llevado a meditar sobre la situación actual de nuestras comunidades, de nuestro mundo.

Pilato: Fue el quinto prefecto de la provincia romana en Judea. Tenía la autoridad de Tiberio emperador, para impartir justicia. Recordamos que con su actitud condena a Jesús al suplicio y a la muerte; lavándose las manos considera quedar limpio de aquella condena. Podemos decir que traiciona la justicia, traiciona al pueblo que gobierna en favor de unos cuantos, y traiciona su conciencia, se hace a un lado para que otros ejecuten a Jesús.

A lo largo de la historia, se han multiplicado las actitudes de Pilato; muy cerca, cómo no recordar el caso tan sonado al que le llamaron “campo de exterminio” en el rancho de Teuchitlán. Esas madres que siguen buscando a sus desaparecidos y encontraron restos de quienes ya no están. La indignación se dejó sentir por la sociedad, periodistas; nos pronunciamos desde la Conferencia Episcopal Mexicana. Pero los responsables de velar por el bien común, tomaron la actitud de Pilato y se lavaron las manos; alegando otros datos, negando lo evidente; se encerraron en su verdad creada, pero la conciencia toca lo más profundo del ser humano. Pilato dejó una gran enseñanza de gobernar a favor del poder, a costa de la justicia; del quedar bien con unos en detrimento de las mayorías. Pilato no ha muerto, se ha multiplicado en muchas personas y de allí que también los desprovistos de justicia se siguen multiplicando, se siguen ejecutando y enterrando allí donde se desea que queden ocultos.

Este relato que señala la actitud de Pilato, me lleva a pensar que a lo largo y ancho del mundo, aparecen muchos rostros que piensan que con lavarse las manos la complicidad no los toca; que creen que, encerrándose en su verdad, los hechos desaparecerán.

Judas Iscariote. Es uno de los doce que siguió a Jesús, a este apóstol lo conocemos como el traidor, ya que entregó a Jesús por 30 monedas. Un apóstol que escuchó las predicaciones del Maestro, que lo vio hacer milagros, pero al final lo traiciona. No sabemos qué historia vivió de niño, tampoco cómo fue elegido por el Maestro; no sabemos de su relación con sus compañeros apóstoles; tal vez fue relegado y al que llamamos traidor, quizá fue el primer traicionado. Aquella decisión que había tomado, tuvo que reflejarse en su rostro, tuvo que haberlo hecho sentir mal, alguna muestra de estrés o ansiedad debió mostrar, pero quizá nadie se le acercó para preguntarle ¿qué tienes? ¿qué te pasa? Aunque andaba con Jesús y con sus once compañeros, quizá sintió y vivió la soledad, no sintió la confianza de contar lo que rondaba en su mente; se sintió traicionado y así fue capaz de traicionar.

Fijémonos en Jesús: Es el personaje central y exclama desde su sentir: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?. Jesús vive la soledad; uno de los suyos lo traiciona y lo vende, otro lo niega, los demás huyen para salvar sus vidas. Allí está rodeado de desconocidos que gritan: “¡Crucifícalo!, ¡crucifícalo!”. Aquel odio no lo comprende, no les ha hecho nada. El dolor y el sufrimiento, unidos a la incomprensión, lo conduce a gritar al mismo Dios: “¿Por qué me has abandonado?”.

Ese grito se sigue repitiendo; basta recordar a las madres buscadoras que gritan, claman por sus desaparecidos; no se sienten escuchadas por las autoridades competentes; pero me pregunto: ¿Nosotros los creyentes en el Maestro Jesús, sí las escucharemos? La soledad y el abandono a su suerte, les duele más que los golpes y las heridas en su cuerpo. Ese grito dirigido a Dios, a las autoridades y a la sociedad, se multiplica desde cada fosa clandestina; desde cada lugar de exterminio; desde cada familia que ha padecido alguna injusticia, recordemos: “Justicia retardada es justicia negada”.

Hermanos, en este día les invito para que terminemos nuestra reflexión con esta oración.

Digamos al Señor:

Señor Jesús, es muy difícil comprender tu Pasión y tu Muerte, marcada por la injustica. Pero es más difícil comprender esa pasión y muerte en tantas familias. Ese sufrimiento que no lo calma nada; duele ver voces silenciadas y amordazadas; duele ver la indiferencia y la indolencia de las autoridades competentes; duele ver que nos seguimos deshumanizando. Señor Jesús, no permitas que seamos indolentes, que no se termine la sensibilidad en nosotros. Ayúdanos a aprovechar al máximo esta Semana Santa tan propicia para configurar nuestra vida con la tuya, que la entregaste por todos, sólo así podremos solidarizarnos con tantos crucificados de nuestras comunidades, porque además de crucificados por el crimen y la violencia, hoy crucifican las fronteras, las políticas que impiden el paso a inmigrantes que, a duras penas, escapan muchos de la violencia, otros de la pobreza y del hambre. Ayúdanos a desclavar a aquellos crucificados que podamos desclavar.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan
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