Cristo crucificado ¿Escándalo, o fuerza y sabiduría de Dios?

Mons. Rutilo Muñoz Zamora
Mons. Rutilo Muñoz Zamora

Hermanos: Los judíos exigen señales milagrosas y los paganos piden sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos; en cambio, para los llamados, sean judíos o paganos, Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres. (1Cor 1, 22-25).

San Pablo experimentó reacciones diversas al anunciar a Cristo, que para salvarnos asumió la muerte en la cruz. Se ve como una locura, algo muy difícil de entender pronto. Y claro que cuesta asimilar el por qué Jesús tenía que morir crucificado, inclusive en medio de dos malechores. Es más, su muerte aparece como la de un fracasado, que no logró superar un juicio especial en su contra. En la conmemoración del viernes santo podremos recorrer los principales momentos de este juicio y condena hasta ser crucificado en el monte Calvario.  El modo como asesinaron a Jesús, en una cruz, representa un gran escándalo para cualquier ser humano más allá de sus creencias. El madero era símbolo de la negatividad humana, el peor de los males deseados; también simbolizaba el rechazo divino, porque quien así moría era considerado un maldito de Dios (Dt 21,23).

¿Por qué Jesús asumió el camino de la pasión y muerte en cruz? La respuesta primera es porque de esa manera hace concreta nuestra redención, nuestra liberación, para devolvernos la dignidad y vocación de hijos de Dios a plenitud.

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Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (cf. He 10,10). Ante todo, es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos con él (cf. Jn 4,10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15,13), ofrece su vida (cf. Jn 10,17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. He 9,14), para reparar nuestra desobediencia (Catecismo de la Iglesia Católica 614).

En el Evangelio de Lucas (Lc 23, 26-49), lo que sucedió en la muerte de Jesús es la revelación más clara, desde siempre, del alcance increíble de la comprensión, el perdón y la sanación de Dios. Para él, la muerte de Jesús lo limpia todo a través de la comprensión, el perdón, y la sanación. Jesús no muere expresando abandono, sino que muere expresando su completa confianza: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Lucas quiere que veamos en estas palabras un modelo de cómo podemos enfrentar nuestra propia muerte, dadas nuestras debilidades. Jesús muestra en su muerte, que podemos morir sabiendo que estamos muriendo en manos seguras.

Volviendo a lo que manifiesta San Pablo, en la segunda lectura del domingo, de que predicar a Cristo crucificado es escándalo para los judíos y locura para los paganos; en cambio, para los llamados, sean judíos o paganos, Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios, es indudablemente parte central del mensaje que llamamos kerigma. Es el anuncio vivencial de los testigos fidedignos que se han encontrado con Jesucristo, el cual se hizo uno de nosotros, predicó la noticia buena del inmenso amor de Dios Padre, pasó haciendo el bien, curando a los enfermos, y fue hecho preso, padeció y murió crucificado, pero al tercer día resucitó y es el Señor, el Salvador de todos.

Cristo crucificado, sin su resurrección, sí sería un fracaso. Porque por más que viéramos un acto de entrega asombrosa de amor en su pasión y muerte, no tendría mucho sentido creer y confiar en él, sería solo recordado como un personaje heroico extraordinario, pero no podría hacer realidad nuestra salvación.

Continúa diciendo San Pablo: Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres. Este exceso del amor de Dios Padre, que envía a su Hijo para salvarnos, a los ojos del mundo aparece efectivamente como una locura. ¿Quién es capaz de dar la vida por otra persona? Solo aquél que ama de verdad, no sólo de palabras, sino que lo demuestra en los hechos. La muerte de Cristo es realizada con sentido salvífico, humanizador, fruto de una vida entregada y solidaria con todos, pero especialmente con los que más sufren.

Se puede comprender y aceptar a Cristo en toda su vida, en su Pascua liberadora, con el don de la fe, definitivamente. Quien no tiene fe no lo entiende ni lo acepta, o le parece un hecho cruel e ilógico. La muerte de Jesús reafirma la esperanza de que se puede llegar a una vida plena, sobre todo cuando la causa de la muerte es por amor a los demás y para vencer la fuerza del mal, de las injusticias, del pecado. Y recordemos que la cruz sin Cristo resucitado no tiene mucho sentido.

El camino cuaresmal nos siga guiando para renovar nuestra vida a la luz del misterio pascual de Jesús para pasar de la muerte a la vida; de la oscuridad egoísta y destructora, que desfigura nuestra existencia, a dar el paso hacia la luz del amor y el servicio sin límites.

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Obispo de la Diócesis de Coatzacoalcos