El P. Santiago Cantera Montenegro (Madrid, 1972) es monje benedictino y sacerdote en la Abadía Santa Cruz del Valle de los Caídos, de la que actualmente es prior administrador. Es Doctor en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid y fue profesor de Historia en la Universidad San Pablo-CEU de Madrid. Ha participado en diversos proyectos de investigación y labores docentes. Tiene 20 libros publicados en España y en el extranjero sobre Historia de la Iglesia, de la vida monástica y de España, y sobre Teología y pensamiento. Entre ellos resaltan su tesis doctoral “Los cartujos en la religiosidad y la sociedad españolas (1390-1563)” y varios que ya han conocido dos y tres ediciones como “La crisis de Occidente” (Madrid, 2008, 2011 y 2021), “Hispania-Spania. El nacimiento de España” (Madrid, 2014, 2016 y 2021) o “Ángeles y demonios. Criaturas espirituales” (Madrid, 2015 y 2017).
¿Por qué un libro sobre la crisis de Occidente?
Después de los años de estudios de la licenciatura y el doctorado de Geografía e Historia en la Universidad Complutense de Madrid, durante dos años y medio impartí como profesor en la Universidad San Pablo-CEU de Madrid una asignatura de “Historia de las Civilizaciones”. Esto me hizo adentrarme más en las características fundamentales que definen una cultura y una civilización, sobre todo al ahondar en las reflexiones de algunos pensadores como Christopher Dawson, y ello me permitió percibir con mayor claridad por qué el Occidente se encuentra en una fase de descomposición interna al haber ido renegando de los principios que lo sustentaban.
Más adelante, como monje benedictino, al profundizar en la visión trascendente de la Historia (en la que ya me venía afianzando desde la lectura de LaCiudad de Dios de San Agustín a los 18 años y posteriormente con la del Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo comparados en sus principios fundamentales de Juan Donoso Cortés), y ahora con una mayor intensidad en la oración y nuevas lecturas, pude ir conociendo mejor las raíces del Occidente, el papel de los monjes en su configuración y los motivos de la crisis que amenaza con su hundimiento absoluto como civilización. Oswald Spengler escribió en su día un famoso ensayo titulado La decadencia de Occidente, pero mi ensayo se distancia por completo de su visión, propia de un biologismo histórico determinista que conlleva un notable pesimismo. Me puedo encontrar mucho más cerca de Arnold J. Toynbee que de Spengler, pero mi referente fundamental del siglo XX en el campo de la Historia y Filosofía de la Cultura y de la Civilización es Dawson.
¿Es 100% evidente que hay una crisis o no lo es para todos?
Para mí y para muchos resulta evidente al 100%, pero no para todos, y además no todos lo quieren ver ni desean afirmarlo aunque lo vean con cierta nitidez. El desarrollo material y tecnológico, la sociedad del bienestar y del ocio, el predominio de lo superfluo y lo provisional, etc., con frecuencia causan una ceguera moral que impide percibir el auténtico trasfondo de la situación en la que uno mismo y la sociedad en su conjunto realmente viven y se mueven. Esto ha sucedido en las crisis más hondas de todas las civilizaciones cuando han alcanzado un grado muy elevado de desarrollo y de comodidad. Las visiones buenistas, hoy muy en boga incluso dentro de los ámbitos católicos, sólo permiten una actitud de absoluta ingenuidad que trata de ocultar la realidad y de suscitar un autoconvencimiento de que las cosas no van tan mal como otros las pintan. Incluso sorprende observar que un golpe tan severo a este tipo de sociedad como ha supuesto todo el fenómeno del covid, no ha dado origen a una reflexión profunda acerca de la debilidad de los principios que hoy sustentan tal modelo cultural y social y que son precisamente los opuestos a los que verdaderamente crearon nuestra civilización.
¿Por qué antes de abordar propiamente la crisis comienza apuntalando los cimientos sobre el ser y la identidad de Europa?
Una crisis de civilización se produce cuando los fundamentos sobre los que ésta se sustentaba comienzan a tambalearse y a ser demolidos consciente o inconscientemente desde el propio interior de la misma, a lo cual se suma la labor de zapa de agentes externos cuya capacidad de acción desestabilizadora aumenta ante la debilidad interna. Europa se construyó sobre la herencia clásica de Grecia y Roma, sobre el aporte de los pueblos germánicos y eslavos y de algunos otros (magiares, etc.) y, fundamentalmente, sobre el aliento vital que insufló el cristianismo a todo este conjunto cultural y social. Y los principales valores y fundamentos que, a partir de todos estos elementos configuradores, han sustentado el mensaje de la Cristiandad europea al mundo, creo que se pueden sintetizar en el puesto central de Dios Creador y Redentor, la visión trascendente de la realidad, el valor del hombre y el origen y la composición natural de la sociedad.
Las raíces son evidentemente católicas. ¿Por qué compara la fe del viejo continente con la estructura de una catedral?
Son raíces en gran medida de Ley Natural, a las que la fe cristiana ha dotado de pleno sentido y trascendencia. La Cristiandad medieval, identificada básicamente con el mundo europeo (Europa vel Christianitas), tuvo una de sus más elocuentes manifestaciones artísticas en las catedrales románicas y góticas. De ahí que me haya servido de sus más destacados elementos constructivos y decorativos para ofrecer una imagen didáctica que nos permita acercarnos al conocimiento de esta civilización. Una catedral medieval se asienta sobre unos cimientos y se alza hasta unos arcos y bóvedas que le dan plenitud y elevación hacia el cielo, a la par que transmite un mensaje teológico a modo de catequesis a través de los capiteles de las columnas y de los tímpanos en las portadas.
¿Por qué escandaliza hoy en día esa visión teocéntrica de la realidad en donde Dios ocupa el centro y el valor del hombre está en relación a Dios?
Dios es el Creador del hombre y de todo; el hombre se apartó de Dios por el mal uso de su capacidad para el libre albedrío, cayendo en el pecado; pero el amor infinito de Dios al hombre se manifestó enviando a su Hijo Unigénito como Redentor y Salvador, quien dio su mayor muestra de amor muriendo en la Cruz por nosotros y nos obtuvo la filiación divina como hijos adoptivos de Dios en el Calvario y por su Resurrección y Ascensión a los Cielos y mediante el envío del Espíritu Santo. De ahí que la comprensión de la realidad profunda e íntima del hombre sólo pueda alcanzarse desde el conocimiento de quien lo ha creado y redimido y encuentre su plenitud en el Verbo encarnado, en el Dios humanado. En Él, en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, descubrimos el modelo del Hombre perfecto.
Pero el ser humano sucumbe fácilmente a la tentación diabólica de querer construirse a sí mismo al margen de su Creador y Redentor, y ésta ha sido la constante tendencia de la Modernidad: la aspiración a un hombre soberano e independiente, configurador absoluto de la realidad exterior, dotado de una moral autónoma que, en sus últimas consecuencias, acabará llevando a la tentación del superhombre, y la fe en alcanzar un paraíso terrenal sin ninguna referencia a Dios; todo esto ha conducido finalmente al fracaso absoluto (dos guerras mundiales, campos de concentración y gulags, hambre en el Tercer Mundo…); pero la tentación prosigue y hoy se expresa en corrientes como la ideología de género y el transhumanismo. Por eso escandaliza una visión teocéntrica que, lejos de negar el valor del hombre, lo dota de su comprensión más plena en el amor infinito de Dios.
¿Cuál es el punto de inflexión donde fue naciendo la modernidad y la visión teocéntrica dio paso a la antropocéntrica?
Es un proceso que dura largo tiempo, aunque es verdad que hay unos hitos y momentos que pueden ser considerados como puntos de inflexión, pero a la vez es cierto que nos podemos encontrar variaciones regionales. Normalmente se mira al siglo XVI como el momento de ese punto de inflexión y sin duda es cuando de manera más evidente y generalizada se produce el cambio o la ruptura, pero yo me inclino a descubrir en el siglo XIV una serie de elementos críticos que conducirán a la transformación posterior: fundamentalmente son el ockhamismo y las teorías de Marsilio de Padua, las herejías de Hus y Wyclif y la acción política del rey Felipe IV el Hermoso de Francia. El pensamiento de Guillermo de Ockham y de Marsilio de Padua apunta a la negación del realismo clásico y cristiano y a la crisis de la Metafísica, así como al triunfo del voluntarismo y a la secularización absoluta del poder político, sin referencia alguna de éste a principios morales de orden superior; Felipe IV de Francia es un ejemplo práctico de esta tendencia a la supremacía del Estado y a una razón de Estado que precede cronológicamente al discurso de Maquiavelo. Asimismo, el pensamiento de Ockham y el de Hus y Wyclif conducen al pesimismo respecto del hombre y al libre examen de la Revelación, tan característicos del protestantismo del siglo XVI.
Decía un pensador tradicional que solo hay algo peor que la modernidad, que es posmodernidad, sin duda un paso más en la deconstrucción del orden creado por Dios.
En La crisis de Occidente recojo las características que el filósofo tomista Eudaldo Forment ha señalado con respecto a la “modernidad” y a la “posmodernidad”. De la primera son: confianza ilimitada en la razón, conciencia histórica (en cuanto llegada a la madurez de un progresivo proceso universal), utopía del progreso, principio de inmanencia (la concepción del hombre dentro de los límites de la naturaleza y de la sociedad), reivindicación de la libertad, ateísmo (ya al final del proceso de la “modernidad”, llegando a un antiteísmo) y fin de la Metafísica. En cuanto a la “posmodernidad”: irracionalismo (primacía de las apetencias y sentidos sobre la razón), fin de la Historia (no existe la Historia como tal, sino que simplemente debe vivirse el presente como un acto inmediato en su totalidad), politeísmo de valores (el único valor es el ser nuevo y hay un progreso sin finalidad definida, de lo que se sigue un modelo de heteromorfismo, disenso, localismo e inestabilidad, que implica la legitimación de un pluralismo de valores), primacía de lo estético (consumación del nihilismo, del sinsentido absoluto de la realidad, de la carencia de validez de los valores supremos, y por eso la preocupación central ya no es el hombre, sino la estética, orientada a lo difuso y la ruptura con la belleza), fin de la libertad (la única libertad posible es la de la disgregación, de la diferenciación y de la desaparición), indiferentismo religioso y posmetafísica (y se arriba así al “pensamiento débil”, el único posible en esta era posmetafísica). Por eso dice Forment que estos siete rasgos de la posmodernidad representan una pérdida de confianza en la razón, en la realidad, en el hombre y en Dios, y muestran que en el fondo de la posmodernidad se encuentra una posición de inseguridad. No obstante, podemos decir que la posmodernidad no deja de ser un punto de llegada lógico de la modernidad en su propio fracaso; quiero decir, que el fracaso de la modernidad conduce al absurdo de la posmodernidad como su fruto más acabado.
¿Cuáles son los verdaderos motivos para la esperanza de la restauración católica en Europa?
Ante todo, es una esperanza sobrenatural. La esperanza es una de las tres virtudes teologales, que nacen de Dios y miran hacia Dios y hacia la promesa de la vida eterna junto a Él. Pero, precisamente por eso, nos confiere también esperanza en la vida presente y para sobrellevar las dificultades de la tierra y aspirar a construir un futuro mejor. Reconozco que hoy, cuando ha salido la tercera edición de mi ensayo y se está preparando la italiana, me cuesta más descubrir una serie de signos de esperanza que cuando salieron sus dos ediciones anteriores, en 2008 y 2011. Sin embargo, que me cueste más ver esos signos visibles de esperanza, no quiere decir que la esperanza sucumba y desaparezca: un historiador creyente siempre debe confiar en que Dios es el Señor de la Historia y Él actúa de manera amorosamente providente en favor de sus hijos, sin abandonarlos jamás. Tal vez, entre los signos de esperanza que cabe observar, se descubre un interés creciente por conocer y aplicar el mensaje de San Benito en medio de una sociedad nuevamente en crisis; libros como los de John Senior (La muerte de la cultura cristiana y La restauración de la cultura cristiana) y Rod Dreher (La opción benedictina), con los adecuados matices que se puedan y se deban hacer en cada caso, han suscitado en fechas muy recientes un redescubrimiento del mensaje de San Benito entre muchos seglares, así como en general de todo el legado fundamental de la herencia clásica y cristiana.
¿En qué medida recuperar los valores de la Hispanidad es clave para restaurar la Cristiandad y el Reinado Social de Cristo?
El eminente medievalista Luis Suárez explica que la Christianitas (Cristiandad) se presentaba bajo la doble dimensión de una comunidad formada por fieles bautizados obedientes a Roma (universitas christiana), atenta a la búsqueda de un bien común (respublica christiana). Entre los siglos XV y XVII se produjo un proceso de cambio y ruptura en la Cristiandad al que antes hemos aludido, pero con precedentes muy notables en el XIV, como también apunté. Los profesores de Derecho iusnaturalistas Francisco Elías de Tejada y Miguel Ayuso han visto así la sucesión de esa Christianitas maior medieval por una Christianitas minor donde sus principios y valores permanecieron en medio de tal quiebra y desde donde se defendieron frente a una Europa en crisis: esta Christianitas minor fue la “Monarquía Católica” de “las Españas”, que asumió la defensa de la Cristiandad en el Viejo Mundo y proyectó su expansión hacia el Nuevo Mundo americano y de otros continentes. Esos valores los encarnó el tipo del caballero cristiano español, cuya imagen resumieron en sus rasgos fundamentales pensadores del siglo XX de la talla de Ramiro de Maeztu y Manuel García Morente. Por eso, recuperar los valores de la Hispanidad significa caminar en la restauración de la Cristiandad y hacia la instauración de un orden social cristiano.