En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles, hablándoles así: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos serán ustedes, cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”. (Mateo 5,1-12).
Cada año se dedica en las celebraciones de la Iglesia una jornada especial para conmemorar a los santos de todos los tiempos, que se encuentran en la lista oficial, y son un ejemplo y una prueba de que sí es posible asumir a plenitud el amor, la caridad; los que en las diferentes épocas han sobresalido por vivir las virtudes en sumo grado. Aún cuando no se tienen cifras oficiales,se calcula que hay alrededor de diez mil, entre santos y beatos. Y cada año surgen otros, y eso nos llena de alegría. Pero hay muchos más, aunque no esten en esta lista oficial o canon, gozan de la presencia de Dios en el cielo porque dieron un extraordinario testimonio de amor a Dios y a sus hermanos en su vida terrena.
El Papa Francisco nos dice: Los santos no son figuritas perfectas, sino personas atravesadas por Dios. Podemos compararlas con las vidrieras de las iglesias, que dejan entrar la luz en diversas tonalidades de color. Los santos son nuestros hermanos y hermanas que han recibido la luz de Dios en su corazón y la han transmitido al mundo, cada uno según su propia «tonalidad». Pero todos han sido transparentes, han luchado por quitar las manchas y las oscuridades del pecado, para hacer pasar la luz afectuosa de Dios. Este es el objetivo de la vida: hacer pasar la luz de Dios y también el objetivo de nuestra vida. (Angelus del 1 noviembre de 2017).
Seguramente que muchos de nosotros conocemos la vida de algunos de ellos; Vgr. la Virgen María, los Apóstoles, San Pablo, San Francisco de Asís, San Rafael Guízar y Valencia, etc. Los tenemos presentes y nos animan a responder hoy en el camino de fidelidad al Señor. También son nuestros intercesores y continuamente pedimos nos ayuden a cumplir la voluntad de Dios, o nos apoyen con su intercesión a superar algunos de nuestros problemas.
En este domingo aparece el texto del Evangelio de Mt 5,1-12, que es conocido como el discurso de Las Bienaventuranzas, en donde Jesucristo enuncia el camino seguro para ser dichosos, felices. Los santos las han vivido, algunas más que otras, con tanta perseverancia e intensidad que por eso fueron en su ambiente histórico un gran reflejo de amor de Dios, y siguen influyendo en la vida de la Iglesia de todos los tiempos.
Un santo es como una luz que irradia enormente el amor de Dios, y hace que se entregue todo para el servicio de los hermanos en los diversos ambientes, de manera especial, en los más necesitados. Su testimonio ayuda para colaborar en la transformación de la vida de las personas, sobre todo, en el camino del fortalecimiento de la fe y la caridad, tanto a nivel personal, como en la comunidad. Tengamos en cuenta que entre ellos hay de todas las edades, vocaciones y profesiones.
¿Qué te dice esta conmemoración de todos los santos? ¿ Alguno de ellos, por su estilo de vida, te anima a responder hoy a vivir el amor a Dios, a los hermanos y a ti mismo con generosidad y perseverancia? ¿Cuál de estas bienaventuranzas te impacta más? Ojalá sean varias, o todas.
Recordemos que, por nuestra vocación bautismal, todos estamos llamados a ser santos, a vivir y compartir la buena noticia del amor de Dios, un gran tesoro que debemos hacer llegar a muchos hermanos.
Nuestro tiempo necesita de los testigos del amor, la justicia, la misericordia. Los que hoy sigan haciendo realidad estas bienventuranzas: los limpios de corazón, los que no se cansan de promover la paz y la justicia en sus profesiones y responsabilidades sociales; los misericordiosos que llenan los corazones de los demás de la riqueza del perdón, de la entrega de su tiempo, de sus bienes; los que no dudan en la fuerza del amor que los lleva a dar todo a sus hermanos, que nada los limita o impide para seguir creyendo en la bondad y conversion de las personas hacia el bien; los que estan comprometidos por la defensa de la vida humana en todas sus fases, desde el comienzo hasta su término natural; los que luchan día a día también por la defensa de la dignidad y los derechos de las personas, aún a costa del rechazo y la persecusión, porque en todos ellos ven la presencia de Cristo el Señor. Seguramente de este número de testigos incansables del amor y la justicia seguirán surgiendo los próximos santos de primera calidad.
No olvidemos que la práctica de las bienaventuranzas es el camino para ser dichosos, felices dentro de los parámetros de Cristo, no los del mundo. Claro que habrá quienes realicen esta vocación de forma extrordinaria, siempre con la gracia de Dios; y otros de manera sencilla, pero perseverando para llegar a la meta final, y ser recibidos por Dios como atletas suyos llenos de obras de amor y misericordia.