De muchas formas la Palabra de DIOS nos permite acercarnos al insondable misterio de CRISTO, que es el eje vertebral de la vida cristiana. Los dones espirituales vienen a los hermanos de la comunidad para dar consistencia al Cuerpo de CRISTO del que formamos parte. Los cincuenta días en los que celebramos la Pascua abren las puertas de un modo especial al ESPÍRITU SANTO, que lo reconoceremos y celebraremos con toda intensidad en Pentecostés. El domingo anterior JESÚS, el RESUCITADO, exhalaba su aliento sobre los Apóstoles reunidos, confiriéndoles el Don del ESPÍRITU SANTO (Cf. Jn 20,22), que no agotó en ese momento sus manifestaciones. Las necesidades espirituales de los discípulos reclamarán la presencia del ESPÍRITU SANTO para iluminar y enseñar, dar fortaleza y proteger, o establecer nuevos objetivos en la misión. También nosotros, en el momento que nos encontramos, seguimos necesitados de la asistencia de los dones espirituales para nuestro crecimiento personal y la consolidación del Cuerpo de CRISTO, que es la Iglesia. Dice san Pablo: ”no quiero, hermanos, que estéis en la ignorancia de los dones espirituales” (Cf. 1Cor 12,1). Una de las manifestaciones del Amor de DIOS hacia nosotros, sus hijos, está en la gran abundancia de dones espirituales con los que está dispuesto a dotarnos el SEÑOR: “ DIOS nos bendice en CRISTO con toda clase de bienes espirituales y celestiales” (Cf. Ef 1,3) ,porque nuestro DIOS está vivo, y no permanece inerte como los ídolos (Cf. 1Cor 12,2). El ídolo no sólo está mudo y marmóreo, sino que provoca la parálisis de toda Palabra de Vida, y consecuentemente la muerte. La percepción del que está dominado por los ídolos es la de aquel que se siente saturado a la vez que vacío, porque los mensajes que recibe no engendran verdadera Vida. El hombre da muestra de estar tocado por el ESPÍRITU SANTO cuando reconoce desde lo más hondo de su corazón que “JESUCRISTO es el SEÑOR” (Cf. 1Cor 12,3). Todos los dones que hacen fecunda la vida de la Iglesia y de cada cristiano en particular provienen de los méritos de JESUCRISTO: “ÉL, el ESPÍRITU SANTO, os dará de lo mío” (Cf. Jn 16,13-15). Todas las gracias y dones espirituales pertenecen al legado de la Redención, y esta es una obra que pertenece al HIJO de DIOS, que murió por nosotros en la Cruz, y ha vencido definitivamente en la Resurrección.
Ordenamiento en la Iglesia
Se asocia la manifestación carismática, dada por el ESPÍRITU SANTO, a una forma de proceder espontánea, e incluso anárquica; sin embargo, mirado de cerca las cosas no son así. Seguimos leyendo algunos versículos de la primera carta a los Corintios y aparece un orden de importancia en los dones y carismas. El ESPÍRITU SANTO es siempre, en todo caso, el que viene a dar un orden, y a establecer relaciones complementarias allí donde surgen diferencias, que no sean necesariamente incompatibles. Dice el Apóstol: “así lo puso DIOS en la Iglesia, primeramente como Apóstoles, en segundo lugar como profetas, en tercer lugar como maestros; luego los milagros, el don de las curaciones, de asistencia, de gobierno, de diversidad de lenguas” (Cf. 1Cor 12,28). Entendemos inmediatamente que los profetas y los maestros están relacionados de lleno con la Palabra: unos, los profetas, predicando el kerigma y haciendo presente al SEÑOR en su misma predicación; y los maestros siempre dedicados a la maduración de los creyentes en la Fe por la comprensión siempre lenta de la Escritura. Nadie puede agotar de una vez la revelación contenida en las Escrituras -la Biblia-. Los maestros inspirados son los guías que el ESPÍRITU SANTO da a su Iglesia para ofrecer los grandes tesoros escondidos en ella. ¿Qué papel tienen los Apóstoles? San Pedro lo aclara cuando al comienzo las comunidades iban creciendo y los Apóstoles se vieron desbordados por el servicio y atención a los necesitados; entonces eligieron a siete diáconos para encargarlos de aquellas funciones, pues los Apóstoles no podían descuidar la enseñanza de la Palabra y la oración (Cf. Hch 6,2-5). Pedro aparece el día de Pentecostés con una predicación profética ante el Pueblo (Cf. Hch 2,13ss); y se da a entender que todos los Apóstoles participaron también de este carisma; pero los profetas del Nuevo Testamento no entran en el grupo de los Apóstoles necesariamente. Los grandes profetas del Antiguo Testamento lo son porque predican y hablan en el nombre de DIOS. Más aún, en su predicación subyace el anuncio de la aparición del REDENTOR, aunque los destinatarios y el propio profeta no tuvieran conciencia clara del alcance de lo que se estaba anunciando. Este extremo lo comprobamos al leer los testimonios escritos de los grandes profetas. El profeta del Nuevo Testamento transmite sin velos en su predicación el anuncio y la presencia de JESUCRISTO vivo en medio de la comunidad, porque ÉL es el RESUCITADO, que ofreció su vida por todos los hombres en la Cruz para remisión de los pecados. La palabra profética hoy es el anuncio de JESUCRISTO y después el ESPÍRITU SANTO dispone distintos carismas, que vienen a servir de signos a la Palabra predicada y enseñada. Estos signos son: milagros, curaciones, oración en lenguas e interpretación de las mismas. Otros signos carismáticos, que no están señalados en esta carta podrían visibilizarse con objeto de enfatizar la veracidad de la Palabra predicada o enseñada. No olvidemos lo que sucede en casa de Cornelio cuando Pedro les ofrece las verdades fundamentales de la Fe y el ESPÍRITU SANTO se manifiesta entre los presentes con los dones de profecía y alabanza en lenguas (Cf. Hch 10,45-46).
La “Lectio Divina”
Hoy día no faltan medios para acercarnos a la Palabra de DIOS. Entre nosotros, todavía los templos están abiertos, los sacerdotes celebran la Santa Misa; existen parroquias en las que hay grupos de formación llevados por los propios sacerdotes o catequistas; y siempre queda el recurso de establecer en el itinerario personal una rutina diaria de encuentro con la Palabra de DIOS. Aceptemos el término rutina de forma positiva, pues las múltiples rutinas diarias nos ahorran muchas energías. Quien tiene costumbre de levantarse a una hora no se lo plantea el día anterior. Quien sabe a la hora que llega a su trabajo realiza un número importante de acciones, siempre las mismas o parecidas, para llegar puntual. El trabajo profesional está lleno de rutinas que facilitan su ejecución, sin que eso sea obstáculo a las innovaciones que mejoran los resultados. La Lectio Divina es un método muy antiguo, avalado por su vigencia en la Iglesia, pues ha sido puesto en práctica en todas las generaciones. Benedicto XVI, en la exhortación Verbum Domini, recoge los pasos para realizar la Lectio Divina y auxiliarnos con este método que nos lleva a sondear el contenido de revelación dado en la Palabra. Los cuatro pasos de la Lectio Divina: lectura literal del texto, meditación del mismo, respuesta mediante la oración de acción de gracias, alabanza o petición de perdón, y tiempo para la contemplación. La interiorización de la Palabra ha de terminar en la acción y completar de esa forma el recorrido: “la Palabra que sale de mi boca no vuelve a MÍ vacía” (Cf. Is 55,11). La Palabra de DIOS recibida es siempre misionera a su modo, y nos lleva a concretarla en obras de misericordia. La Palabra que acogemos es la Palabra que hemos visto, oído y tocado (Cf. 1Jn 1,1); y esa Palabra tiene su fuente en el VERBO mismo. La Biblia, junto con el Catecismo de la Iglesia Católica, conviene que ocupen un lugar preeminente en la casa. Los hijos deben comprobar que los padres meditan la Palabra de DIOS, al tiempo que se establecen reuniones familiares para meditar la Palabra. La Liturgia de la Palabra en la Santa Misa de la parroquia tiene un carácter celebrativo, que es necesario, pero el fondo de la Palabra aparece cuando ésta es meditada desde el corazón, a ejemplo de la VIRGEN MARÍA (Cf. Lc 2,19.51). La Lectio Divina provee para una respuesta personal al SEÑOR por medio de la oración, que puede ser de acción de gracias, de alabanza, sin privar a la Palabra recibida de espejo de nuestra conciencia: “la Palabra es como espada de doble filo que penetra hasta las junturas (Cf. Hb 4,12). El momento contemplativo de la Lectio Divina es receptivo y se desvela algo de la Sabiduría encerrada en el texto, que permanece como convicción profunda. La Lectio Divina nos va renovando en la “mente de CRISTO” (Cf. 1Cor 2,16; Ef 4,23).
Hechos 2,14,22-33
Los Apóstoles van a ser bautizados en el ESPÍRITU SANTO (Cf. Hch 1,5) para realizar la misión de llevar el Evangelio a todas las naciones: ”recibiréis la fuerza del ESPÍRITU SANTO, y seréis mis testigos en Jerusalén, Samaria y hasta los confines de la tierra” (Cf. Hch 1,8). Los Apóstoles reunidos y un grupo más amplio de hermanos, unos ciento veinte, permanecen en Jerusalén a la espera y en oración. La Palabra del SEÑOR se cumplirá, como le había dicho santa Isabel a la VIRGEN MARÍA: “lo que te ha dicho el SEÑOR se cumplirá” (Cf. Lc 1,45). Pertenecemos al Pueblo destinatario de las Promesas, y a cada uno se nos pide la confianza en su cumplimiento. De modo directo el SEÑOR indica los pasos inmediatos que los Apóstoles tienen que seguir. El tiempo de la Iglesia estaba comenzando, aunque en los escritos del Nuevo Testamento se refleje una mirada muy corta de los protagonistas de aquel momento. Muchos esperaban el próximo retorno del SEÑOR para concluir así el tiempo de Gracia por el que aquellos que habían rechazado a JESÚS condenándolo a muerte tuvieran una nueva oportunidad de conversión y arrepentimiento. Eran unos tiempos en los que los hijos conocían un mudo muy parecido al que habían vivido sus padres, y no se imaginaban formas de vida como las surgidas siglos después. Para el cristiano del siglo primero el confín del mundo eran los límites del Imperio Romano. Había que darse prisa por evangelizarlo, pues el SEÑOR vendría y la tarea habría de estar cumplida. Cuarenta días trata del Reino de DIOS el RESUCITADO con sus discípulos (Cf. Hch 1,3b). El Reino comenzaba por Jerusalén, continuaba por Samaría y debía llegar hasta los confines del Imperio Romano. Era una tarea para santos y héroes, pues poco tiempo iban a tener para el descanso. En Jerusalén se produjeron los acontecimientos más representativos de la Redención: la Cruz de JESÚS y la Resurrección; y en la ciudad Santa nacerá con fuerza la Iglesia el día de Pentecostés. Desde ese mismo lugar y hora, la actividad de la Iglesia no ha cesado con aciertos y errores; la adhesión incondicional y las persecuciones encarnizadas.
La alegría de Pentecostés
A los siete dones del ESPÍRITU SANTO habría que añadir un octavo: la alegría. Los Apóstoles no están borrachos cuando proclaman con todo entusiasmo las maravillas de DIOS (v.11). Para los que presenciaban con admiración aquella explosión de alabanza y dar respuesta a los escépticos se presenta Pedro con el resto de los Apóstoles, pues había sido elegido Matías en lugar de Judas: “judíos y habitantes todos de Jerusalén, que os quede esto bien claro y prestad atención a mis palabras” (v.14) “no están estos borrachos como vosotros suponéis, pues es la hora tercia del día, sino que es lo que dijo el profeta: sucederá en aquellos días que derramaré mi ESPÍRITU sobre toda carne” (v.14-17). Aquella alegría desbordante estaba ungida por la presencia del ESPÍRITU SANTO, disipó todos los miedos humanos y cargó de fuerza testimonial a Pedro y los otros Apóstoles. Muchas son las maravillas por las que DIOS tiene que ser reconocido y alabado, pero de manera especial por el hecho de la Redención. Los pecados pueden ser perdonados, las ataduras de Satanás quedan rotas porque JESÚS a vencido a la misma muerte; los cielos se han abierto y en la Casa del PADRE existen numerosas moradas para ser habitadas por todos los que dejen este mundo confesando el Nombre de JESUCRISTO; nuestra vida presente se ve asistida por dones, que hasta ese momento no eran posibles; y JESÚS se queda entre nosotros en la EUCARISTÍA. Había motivos para alegrarse y llamar la atención de los reunidos por aquella fiesta improvisada por DIOS mismo. El Pentecostés antiguo estaba siendo sustituido por una nueva forma de hacerse presente DIOS en el mundo: el segundo CONSOLADOR había llegado, de acuerdo con la Voluntad del PADRE (Cf. Hch 1,4).
JESÚS de Nazaret
La maravilla por excelencia a proclamar es la Resurrección de JESUCRISTO: “a JESÚS el Nazareno, hombre acreditado entre vosotros con milagros, prodigios y señales que DIOS hizo por su medio, como vosotros sabéis, DIOS lo resucitó librándolo de los dolores del Hades” (v.22-24). Los hechos de los que Pedro da testimonio son relativamente recientes para el auditorio que está delante. Un número importante de los reunidos tuvieron ocasión de presenciar alguna predicación de JESÚS, lo mismo que señales y milagros. Betania está cerca de Jerusalén, y el caso de la revivificación de Lázaro es seguro que no se había olvidado, lo mismo que la curación del ciego de nacimiento (Cf. Jn 9). Los Apóstoles, ahora, desafían el riesgo de ser apresados por las autoridades judías y afrontan con valentía la predicación. Este libro de los Hechos de los Apóstoles fija el punto inicial de expansión del Cristianismo a partir de la Ciudad Santa, Jerusalén.
Salmo profético (Slm 15)
Pedro lee la Escritura como anuncio de lo que se cumpliría perfectamente en JESUCRISTO, y su revelación aparece ahora diáfana después de la venida del ESPÍRITU SANTO, que clarifica la mirada para ver la verdadera dimensión de la Cruz y la Resurrección. El Salmo quince tiene aplicación, en primer lugar, a JESUCRISTO. En esta predicación san Pedro subraya la Resurrección, que constituye la victoria sobre todos los enemigos, y las fuerzas contrarias, que buscaban el fracaso de la Redención.”No era posible que JESÚS quedara atrapado en las fuerzas destructivas del Hades, tal cosa no entraba en el Plan de DIOS, que desde mucho tiempo atrás anunció que la DESCENDENCIA de la MUJER pisará la cabeza de la serpiente (Cf. Gen 3,15) La DESCENDENCIA es JESÚS, que pisa el cráneo de la serpiente que es el pecado mismo. JESÚS muere crucificado en el Monte Gólgota, que significa “cráneo” o “calavera”; y en este Monte es pisada la cabeza del Maligno. La MUJER anunciada en ese versículo del Génesis (Cf. Gen 3,15), no puede ser otra que la VIRGEN MARÍA, preservada del pecado original y reconocida en la MUJER vestida de sol del Apocalipsis (Cf. Ap 12,1). El Hades no tiene dominio sobre JESÚS, porque ÉL responde a todo el mal con la apertura de la infinita fuente de la Divina Misericordia. El Salmo quince es preciso y explícito: “tengo siempre presente al SEÑOR, con ÉL a mi derecha no vacilaré, por eso se alegra el corazón y se gozan mis entrañas, porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción” (v. 25-26). Los creyentes unidos a JESÚS el RESUCITADO hacemos nuestras estas palabras. San Pedro en esta predicación no sólo identifica a JESÚS y lo muestra como el MESÍAS SALVADOR, sino que marca el destino último del hombre en este mundo. No estamos hechos para la muerte, y el destino que nos espera es una vida eterna gracias al Poder de DIOS. Aspiramos por Gracia de DIOS a permanecer para siempre en su Presencia, y a vivir la alegría eterna de los bienaventurados: “me saciarás de gozo en tu presencia, y de alegría perpetua a tu derecha” (v.28).
David, rey y profeta
Dice san Pedro a los reunidos: “permitidme, hermanos, que os diga con toda libertad, como el patriarca David murió, fue sepultado, y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente. Pero como él era profeta, y sabía que DIOS le había asegurado con juramento, que en su trono se sentaría su linaje; y vio a lo lejos y habló de la Resurrección de CRISTO. A este JESÚS DIOS lo resucitó de lo que todos nosotros somos testigos” (v.32). David hacía instrumentos musicales para acompañar los Salmos que él mismo componía. No todos los Salmos son atribuibles al rey David, pero seguimos la interpretación de san Pedro sobre el Salmo quince, que diez siglos antes anuncia el hecho extraordinario de la Resurrección de JESÚS, porque, como bien dice el Apóstol, David no habla de sí mismo, pues el sepulcro del rey estaba allí, en Jerusalén hasta el presente. El HIJO de DIOS, en cuanto Segunda Persona de la TRINIDAD nunca podría experimentar la muerte; pero la condición humana del VERBO, JESÚS de Nazaret padeció los sufrimientos y la muerte en su cuerpo y en su alma humana. El alma humana por ser espiritual no muere en el sentido de aniquilarse o desaparecer, pero experimenta el tránsito por la región en la que está la muerte que trajo Satanás al mundo: “por envidia del Diablo entró la muerte en el mundo” (Cf. Sb 2,24). La muerte de JESÚS fue real, y no se quedó en las apariencias. Soportó sufrimientos muy por encima del umbral normal de cualquier persona. Pero no era posible que el cuerpo del que poseía la perfecta humanidad quedase atrapado en las redes de la muerte sobrevenida a una humanidad caída. La humanidad de JESÚS era perfecta en lo moral y espiritual, y ofrecida en sacrificio de expiación por todos los hombres: “los sacrificios y ofrendas no te han satisfecho; y aquí estoy, oh DIOS, como está escrito en el libro, para hacer tu Voluntad” (Cf. Hb 10,5-7).
El ESPÍRITU SANTO
“JESUCRISTO exaltado por la diestra de DIOS, ha recibido del PADRE el ESPÍRITU SANTO prometido y ha derramado lo que vosotros veis” (v.33). Se cumple en Pentecostés lo que JESÚS había anunciado a sus discípulos, y al mismo tiempo aparecen las cualidades hasta esos momentos no reveladas de JESÚS. El Don del ESPÍRITU SANTO desciende de forma nueva en dones e intensidad sobre los que pasen a formar parte del Nuevo Pueblo de DIOS. El JESÚS exaltado recibe todo el Poder de DIOS y lo derrama sobre el mundo y su Iglesia. Lo acontecido el día de Pentecostés y testimoniado por Pedro es una señal y comienzo de la transformación progresiva que el ESPÍRITU SANTO irá realizando en las almas de los cristianos. Surgirán testigos a lo largo de los siglos, en los que se verá con claridad que la única razón de su testimonio es la fortaleza dada por el ESPÍRITU SANTO para confesar a JESUCRISTO, a costa de la propia vida. El mismo día de Pentecostés fue vivido de forma festiva, porque esa condición permanecerá para siempre, pero en medio de este mundo no siempre la fiesta y la alegría desbordante son posible como señalamos antes. Distintos son los dones en cada época que el ESPÍRITU SANTO va a dar a sus fieles. El evangelista san Juan recogerá palabras de JESÚS anticipatorias de este momento: “el que tenga sed, que venga a MÍ y beba, y de su interior manarán corrientes de agua viva -esto lo decía- del ESPÍRITU SANTO que recibirían todos los que creyeran en ÉL“ (Cf. Jn 7,37-39). Y a la samaritana le anunció que ÉL “daría un agua, que en el interior del creyente se convertiría en una fuente que salta hasta la Vida Eterna” (Cf. Jn 4,14). No se ha agotado “la fuente que mana y corre, aunque es de noche”, como dice san Juan de la Cruz; y los cristianos de todos los tiempos tenemos donde renovar permanentemente nuestra Fe.
Camino Pascual
La Pascua es Cruz y Resurrección. El paso de JESÚS al PADRE fue un tránsito traumático, y la victoria de la Pascua llegó tras enfrentarse con lo más oscuro de la condición humana y el mundo espiritual. Los evangelios revelan, que el camino de JESÚS por este mundo no fue un paseo por el Paraíso al atardecer en que todo reposa. ÉL vino a proclamar el Reino que propone crear en este mundo ámbitos cada vez más grandes en los que los hombres entremos en el “descanso de DIOS” (Cf. Hb 4,11). El objetivo fue conseguido en parte, y queda incrementar dichos espacios en los que la presencia de DIOS sea una realidad tangible para la Fe, que es certeza de lo que no se ve y seguridad de lo que se espera” (Cf. Hb 11,1). La Fe es el don de DIOS para desplegar alrededor el Reino de DIOS. Lo invisible del RESUCITADO toma cuerpo y se manifiesta en multitud de señales que reclaman la atención del creyente. La Cuaresma es un tiempo litúrgico en el que se insiste en el cambio personal mediante el proceso de conversión, que examina y rechaza el pecado, poniendo la mirada en DIOS que da la Gracia para el cambio. El tiempo litúrgico de la Pascua abre de par en par el horizonte a la victoria de la Resurrección, sin ceder terreno a la desidia que rebaje la actitud de conversión, o mirada firme hacia DIOS. Pero la Pascua cuenta con el Don especial del ESPÍRITU SANTO, que de muchas formas nos ofrece todos aquellos dones espirituales y celestiales (Cf. Ef 1,3), que nos ayudan a perfeccionar la vida de hijos de DIOS. El cristiano vive en el mundo, pero no está entregado al mundo, sino que tiene un compromiso por transformarlo según le exige su conversión. Cambiamos nuestra vida hacia DIOS y ese hecho no sucede de modo aislado e individual, sino que necesariamente repercute a nuestro alrededor, en mayor o menor medida. Nuestro Camino Pascual mantiene viva la conciencia de la realidad del mundo y lo que nos ofrece, sin perder en momento alguno la mirada en las realidades eternas. Con la Resurrección el Cielo se abrió para los hombre; y ese mismo Cielo que ahora nos dispensa sus dones espera para llenarnos plenamente por toda la eternidad.
Emaús
Los estudiosos barajan distintas localidades cercanas a Jerusalén para ubicar la de Emaús. Las discusiones que puedan tener los estudiosos a cerca de la localización de esta aldea de Emaús, quedan en un nivel muy secundario respecto al mensaje dado por el evangelista san Lucas de los dos discípulos, que al atardecer del primer día de la semana, después de la muerte de JESÚS, se dirigen a esta aldea. Caminando hacia Emaús suceden varios hechos trascendentales que el creyente tiene que examinar, pues marcan un itinerario en la vida del cristiano. De camino, JESÚS sigue encontrando a los suyos. El camino hacia Emaús se inicia en el desaliento y termina en una alegría transfigurada (Cf. 1Pe 1,8). La gran desgracia para el hombre es caminar por sendas de desaliento, que no alcanzan la aldea de Eamús, y acaban en lugares donde no es posible reconocer al RESUCITADO. Lo que le sucedió a Cleofás y su compañero debe ser tenido muy en cuenta.
Conversación y discusión
“Aquel mismo día iban dos discípulos camino de Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén; y conversaban entre sí de todo lo que había pasado” (Cf. Lc 24,13-14) Los versículos siguientes nos dirán que iban desalentados y discutían sobre los hechos acontecidos. No se puede pasar por alto el carácter comunitario de este episodio: dos personas conversan y discuten apesadumbrados y afligidos, y no permanecen aislados en su tristeza, que podría llevarlos a desenlaces poco recomendables. Es cierto que para salir del desaliento se necesita un tiempo, y cada persona tiene el suyo. Todos los discípulos se habían dispersado desde el momento en el que apresaron a JESÚS en Getsemaní (Cf. Mt 26,56), y esa huida visibiliza en grado traición o infidelidad al MAESTRO, que no llegó al extremo de Judas Iscariote; pero incluso éste si hubiera vuelto a la comunidad después de la traición encontraría el cauce adecuado para su arrepentimiento (Cf. Mt 27,3-4), evitando así el suicidio desesperado. Muchos abandonos en el camino cristiano se producen por no haber acudido a tiempo al diálogo, incluso la discusión, con otro hermano perseverante en el camino. De lejos algunos con las mujeres venidas de Jerusalén vieron lo que habían hecho con JESÚS: ¿cómo seguir creyendo en un hombre terriblemente destrozado? Tenían motivos para discutir aquellos que iban a Emaús y los que se habían quedado en Jerusalén, pues la creencia en la resurrección estaba presente en algunos planteamientos del Judaísmo de aquellos momentos. Consideraban que el cuerpo físico resucitaría al final de los tiempos. Podían pensar, que el cuerpo maltrecho de JESÚS no era hábil para ser resucitado por el deterioro sufrido. Ésta y otras cuestiones constituían materia suficiente para la discusión envueltos en un clima de gran pesadumbre.
JESÚS nos acompaña
“Sucedió, que mientras ellos conversaban y discutían, el mismo JESÚS se acercó y continuó con ellos” (v.15). JESÚS había dicho: “si dos o más se reúnen en mi Nombre, YO estoy en medio de ellos” (Cf. Mt 18,20). Cleofás y su compañero estaban unidos por la conversación sobre lo que había ocurrido con JESÚS en aquellos días. Su visión de los acontecimientos era escasa, porque detrás del juicio sumarísimo, el escarnio y la crucifixión, había otras realidades que superaban sobradamente la mirada humana. Era necesaria una iluminación o iniciación en los nuevos contenidos a descubrir en la antiguas Escrituras. La victoria de JESÚS por su Resurrección daba ojos nuevos para leer las antiguas Escrituras: lo revelado anteriormente durante siglos estaba hablando de JESÚS el RESUCITADO, y era vital encontrar este fundamento. JESUCRISTO es “la Piedra angular” (Cf. Slm 117,22) de toda la Escritura. JESÚS se acerca, o se pone en medio -en el centro- de sus formas de mirar y ver los últimos acontecimientos. JESÚS es el CAMINO (Cf. Jn 14,6), y hace camino con los hombres. JESÚS en su vuelta al PADRE (Cf. Jn 20,17) no se desentiende de nosotros, y continúa acercándose a los discípulos que hemos decidido peregrinar hacia la Casa del PADRE. Aún aquellos que van por caminos propios, o se encuentran en peligrosas encrucijadas recibirán la asistencia de los servidores del SEÑOR -los Ángeles- para invitarlos y conducirlos al Banquete nupcial del HIJO del REY (Cf. Mt 22,1-10).
JESÚS pregunta
”¿De qué discutís mientras vais andando? (v.17) La pregunta no sólo tiene la finalidad de obtener información, también ayuda a reelaborar y ordenar de mejor forma los argumentos o contenidos. Es obvio que JESÚS no necesitaba la información que Cleofás y su compañero le daban, pero ellos estaban muy necesitados de ordenar su mundo interior. También en este tramo del encuentro, JESÚS muestra su gran paciencia y adaptación a nuestro ritmo, que es siempre lento y defectuoso. Antes de exponer los hechos que habían presenciado, reprochan al extraño acompañante no tener idea de lo acontecido en las horas precedentes: “¿eres TÚ el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que han pasado en ella?” (v.18). Curiosa reacción, al dar por hecho que también aquel extraño acompañante tenía que estar preocupado, dolido o interesado por lo que habían hecho con JESÚS. Para aquellos discípulos nadie podía ignorar lo de JESÚS: su vida, obra y muerte, intuían que era de incumbencia general. JESÚS sigue preguntando: “¿qué pasó? De forma breve, los discípulos dicen lo que saben: se refieren a JESÚS como gran profeta acreditado por sus obras y reconocido por el Pueblo; pero las autoridades religiosas y civiles lo condenaron a la crucifixión reservadas a los más grandes malhechores. Nosotros esperábamos que ÉL liberaría a Israel del odioso yugo romano, pero no fue así. Llevamos tres días de todos esos acontecimientos y esto vemos que no tiene salida alguna; y para colmo algunas mujeres nos sobresaltaron con apariciones de Ángeles que decían que ÉL vivía, atestiguando que el sepulcro estaba vacío, con lo que la cosa se pone aún más difícil, pues las autoridades nos echarán a nosotros la culpa de haber robado el cuerpo del MAESTRO. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo encontraron tal y como dijeron las mujeres, pero a ÉL, que según los Ángeles vivía, no lo vieron. Ahora nos vamos a Emaús, porque nuestra vida corre peligro en Jerusalén y no somos capaces de encontrar sentido a todas las cosas que unos y otros están contando” (v.19-24). Se puede dramatizar con facilidad estos versículos, pues recogen una narración con los suficientes detalles personales que permiten añadir un trasfondo sin desvirtuar el texto. La honda tristeza de los discípulos había empañado su mirada hasta el punto de no reconocer al SEÑOR que caminaba a su lado. También es cierto que el SEÑOR deseaba escuchar la queja profunda con su carga de reproche y tenía que darles la libertad para hacerlo. Aquellos dos caminantes se sentían familiarizados inexplicablemente con aquel repentino compañero de camino, y cuentan todo lo que los entristece.
El entendimiento
El primer don del ESPÍRITU SANTO es el de entendimiento o conocimiento. Es necesario entender las Escrituras para entrar en el conocimiento de DIOS. “La Vida Eterna está en que te conozcan a ti PADRE y a tu enviado, JESUCRISTO” (Cf. Jn 17,3). El discípulo de JESÚS va a ser capacitado para leer las Escrituras con la perspectiva dada por el VERBO ENCARNADO. Moisés y los Profetas contienen el anuncio anticipado de lo que sucederá cuando el MESÍAS se manifieste al Pueblo elegido. El conocimiento de la revelación sobre el VERBO estaba sellado, y ahora de camino a Emaús el Cielo concede un nuevo don para reconocer a JESÚS el RESUCITADO. En dos horas de camino no hay tiempo para explicar y asimilar toda la Escritura, Moisés y los Profetas, pero es posible recibir la iluminación que progresivamente esclarezca con profundidad los contenidos dados en las Escrituras. Aquel misterioso caminante vuelve a preguntar: “¿no era necesario que el CRISTO padeciese y entrar así en su Gloria?” (v.26). Esta es una pregunta clave, que el discípulo debe mantener en suspensión, porque la Cruz se convertirá en principio de interpretación de todo lo revelado en la Biblia. La Cruz habla del hombre y revela quién es DIOS. En la Cruz es clavado el DIOS hecho hombre. La iluminación cristiana, que ofrece el don de entendimiento se apoya en conceptos que estructuran la razón, la reflexión y la memoria. El don de entendimiento auxilia para que el discípulo sepa y diga aspectos sobre DIOS y algo de sus misterios, que vienen dados en los textos sagrados. Aquellos dos discípulos van a decir, que su corazón ardía cuando les explicaba las Escrituras el misterioso caminante (v.32). El fuego abrasador de la Palabra que declara Jeremías (Cf. Jr 20,9) fue dado a los caminantes de Emaús. De aquel momento en adelante los discípulos devorarán cada Palabra de la Escritura, aunque sepan de antemano que la gustarán dulce en la boca y amarga en las entrañas (Cf. Ez 3,3; Ap 10,10).
La fuerza de la Palabra
“Al acercarse al pueblo donde iban, ÉL hizo ademán de seguir adelante, pero ellos le forzaron diciendo: quédate con nosotros, porque atardece y el día ha declinado” (v.28-29). La invitación que hacen al compañero de viaje no es de mera cortesía, e insisten casi hasta la coacción, pues insisten con énfasis para que se quede con ellos. La enseñanza por el camino había transformado los corazones y sin darse cuenta no eran los mismos: un fuego misterioso ardía en su interior e intuían que el origen de aquella manera de sentir estaba en el desconocido que los había acompañado. De nuevo la paradoja: un extraño se vuelve entrañable, hasta el punto de reclamar con insistencia su compañía. Se había repetido, sin saberlo, la secuencia de los orígenes cuando al atardecer el SEÑOR bajaba a establecer un coloquio con Adán (Cf. Gen 3,8). Al caer la tarde, ya en la penumbra de la noche, la Palabra se vuelve transformadora e íntima, pues DIOS sigue dialogando con el hombre. “Estoy a la puerta y llamo, si alguien me abre entraré y cenaremos juntos” (Cf. Ap 3,20). Los discípulos de Emaús abrieron la puerta de su casa y de su corazón, y JESÚS pudo entrar con ellos.
La Fracción del Pan
“Cuando se puso a la mesa tomó el Pan, pronunció la bendición y se lo iba dando; entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero ÉL desapareció” (v.30-31). JESÚS es invitado, pero actúa de anfitrión disponiendo a Cleofás y su compañero como los invitados a esa cena especial. El RESUCITADO iba dando el Pan bendecido y la conciencia de los discípulos se ilumina totalmente hasta reconocerlo. La lección de los discípulos de Emaús es permanente: reconocemos al RESUCITADO en los signos que ÉL ofrece, pero su rostro queda velado detrás de esos mismos signos. Los creyentes de todos los tiempos nos volvemos bienaventurados en este mundo cuando leemos los signos del RESUCITADO aceptando los velos que impone la Fe.
Caminando de noche
Para los discípulos de Emaús la noche se volvió día. De nuevo la paradoja: a pleno día iban desolados, pues la Fe estaba en un nivel muy bajo; pero después del encuentro con el RESUCITADO en la Palabra y la Fracción del Pan la cosa cambió ciento ochenta grados. Era de noche, pero no importaba, había que volver a Jerusalén a contar a los hermanos aquel acontecimiento. Los de Emaús no suponían que los hermanos de Jerusalén recibirían una gracia similar a la vivida por ellos, y sentían la obligación de compartir aquella alegría para sacar de la tristeza a los que allí estaban. Llegan donde los hermanos y declaran: “ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido en la Fracción del Pan” (v.35).
San Pedro, primera carta 1,17-21
Las enseñanzas y discursos del apóstol Pedro recogen un fundamento dado en las Escrituras conocidas y aceptadas por todos: Moisés y los profetas. El Apóstol está ungido por el ESPÍRITU SANTO y reconoce las líneas proféticas que surcan los escritos sagrados y acaban de modo natural en JESUCRISTO que es el autor de la Salvación: “sobre esta Salvación investigaron e indagaron los profetas que profetizaron sobre la Gracia destinada a vosotros; procuran ver a qué tiempo y circunstancias se refería el ESÍRITU de CRISTO, que estaba en ellos y les profetizaba los sufrimientos destinados a CRISTO y la Gloria que le seguiría” (v.10-11). Como a los discípulos de Emaús, a Pedro le asiste el don de entendimiento de las Escrituras con un carácter especial, pues él está encargado de confirmar en la Fe a los hermanos (Cf. Lc 22,32), pues así lo dispuso el SEÑOR. La insistencia del Mensaje a lo largo del Nuevo Testamento es la Salvación. Tanto énfasis en la Salvación debería hacernos pensar con detenimiento para tomar las decisiones acertadas en esta vida. El tiempo del que disponemos es breve por un lado; pero también puede dar la impresión haber pasado por numerosos escenarios en este tiempo tan corto, que en definitiva computan ochenta o noventa años, aunque cada día aumentan las personas centenarias. Nuestro tiempo en este mundo es casi nada comparado con la eternidad. Pero en este “casi nada” se decide la Salvación o la condenación. Si fue necesaria la Salvación de JESUCRISTO hasta el punto del máximo sacrificio, es porque el hombre puede condenarse, y DIOS quiere evitarlo por todos los medios, respetando la libertad personal o capacidad de elección. DIOS dispone numerosos medios para que alcancemos la Salvación y Satanás utiliza los suyos para distraernos de nuestra condición de hijos de DIOS. Como en los orígenes uno de los estados personales en los que Satanás puede cobrar más víctimas y adeptos es la frivolidad. La mezcla de relativismo y la búsqueda superficial de la felicidad conducen a la frivolidad, en la que el hombre se permite jugar con las cosas más serias y trascendentales. La sexualidad es un juego, y la vida del no nacido si hay que abortarlo no tiene importancia. La sexualidad frívola no considera la fidelidad matrimonial como un valor, y las relaciones afectivas pueden compartirse con carácter múltiple: las nuevas formas de poligamia y poliandria se viven de forma desenfadada, pues la gente es muy moderna y progre. Se puede jugar con la veracidad y hacerla desaparecer: será verdad aquello que le convenga al sujeto y satisfaga sus caprichos e intereses. El principio de veracidad hay que destruirlo, de lo contrario se podrá recomponer un edificio ético inaceptable para poder seguir el juego caprichoso de la manipulación y el poder a todos los niveles. La frivolidad reducirá a cenizas la propiedad de la mayoría, pero presentarán la oferta con el eslogan: “no tendrás nada y serás feliz”. Y sigue el juego, y al hombre ya bastante degradado se le puede animar a comer insectos, gusanos o carne sintética. La frivolidad está paralizando toda capacidad de respuesta social y espiritual a las fuerzas disolventes, que tienen por objetivo reducir al hombre a plastilina. Este comentario no nos aleja del tema central de la Salvación, y en absoluto es digresión alguna. JESUCRISTO es hoy la única alternativa para devolver al hombre su integridad y dignidad. El Mensaje de los primeros tiempos de la Iglesia es actual y absolutamente necesario. No se puede vivir en este mudo como si DIOS no existiera, y hubiera mandado a su HIJO para salvarnos.
El ESPÍRITU SANTO habló por los profetas
“A los profetas les fue revelado que no administraban en beneficio propio, sino a favor vuestro este Mensaje que ahora os predican quienes os anuncian el Evangelio en el ESPÍRITU SANTO enviado desde el Cielo, Mensaje que los Ángeles ansían contemplar” (v.12). También los Ángeles tienen que abismarse en la contemplación del AMOR de DIOS, que se manifestó a los hombres de una forma inaudita e inimaginable para ellos mismos. San Pedro en esta carta resalta la infinita Misericordia de DIOS que es el centro del Mensaje previsto por los profetas y un misterio permanente para los Ángeles, que son testigos inmediatos de la santidad de DIOS. También ellos, los Ángeles, suspenden toda especulación ante la Encarnación, la Muerte expiatoria y la Resurrección del SEÑOR. Ante esta faceta del MISTERIO sólo queda la adoración para los Ángeles y los hombres. Así las cosas, qué santa debiera ser nuestra vida”.
Exhortación
“Ceñios los lomos de vuestro espíritu, sed sobrios, poned toda vuestra Esperanza en la Gracia que se os procurará mediante la revelación de JESUCRISTO” (v.13). Se cumple la pobreza de espíritu cuando el cristiano se hace absolutamente dependiente de la Gracia. El espíritu debe procurar someter a la carne, tomando el consejo de san Pablo, o la advertencia de JESÚS: “el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Cf. Mt 26,41). La sobriedad va eliminando lo superfluo y consigue llevar una vida sin ostentación. San Pedro nos da una síntesis de la ascética cristiana al recomendarnos “ceñir el espíritu”. La voluntad y la razón tienen que permanecer a la espera, o vigilantes, pues el SEÑOR llega en el momento oportuno para auxiliarnos con su Gracia. Es cierto que la vida en este mundo es una concatenación de esperas: esperamos por todo lo que viene después; pero cuesta esperar por la Gracia que también llega a su tiempo como revelación del mismo JESUCRISTO. Signos, señales, dones o carismas vienen para alimentar la Fe y todas las virtudes que revisten a la persona en CRISTO.
No amoldarse al mundo
“Como hijos obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes del tiempo de vuestra ignorancia; mas bien, así como el que os ha llamado es SANTO también vosotros sed santos en toda vuestra conducta” (v.14-15). Del todo oportuna y actual esta indicación: no amoldarse a este mundo. En cualquier tiempo encuentra aplicación lo dicho, pero en el nuestro existen fuerzas poderosas, como nunca, que persiguen abiertamente moldear las almas siguiendo patrones muy lejanos a JESUCRISTO. Hoy se transita por “cañadas oscuras, pero el SEÑOR va con nosotros” (Cf. Slm 22,4), si aceptamos su compañía. La perfección o la santidad no está, entonces, en un esfuerzo heroico por forjar virtudes, sino que el esfuerzo se dirige a reclamar en todo momento la compañía del SEÑOR. Nadie nace santo salvo contadas excepciones, por lo que el estado de perfección es una prolongada y ardua tarea que abarca toda la vida. No son los éxitos personales los que tienen la última palabra, sino la confianza mantenida que reclama la Gracia ante el propio arrepentimiento. El SEÑOR está siempre, y de forma especial cuando la oración se vuelve incesante por el deseo del corazón. La santidad en definitiva será el revestimiento último que el SEÑOR nos concederá para entrar definitivamente en los Cielos. Ahora “en el tiempo de nuestro destierro debemos conducirnos con temor” (v.17). El Santo Temor de DIOS es un don del ESPÍRITU SANTO, que necesita de la piedad filial para ser verdaderamente cristiano. DIOS no quiere hijos amedrentados, pero nos pide profunda consideración y amor filial. El verdadero amor se vive en la contemplación de la dignidad del otro, en este caso de DIOS mismo. La dignidad es el valor en sí mismo de algo o alguien. Sólo DIOS vale por SÍ mismo, y nosotros valemos por lo que DIOS nos ama. El hombre no puede dejar de valorar a DIOS en lo que ÉL es. El don del Santo Temor de DIOS viene en nuestra ayuda para aproximarnos al SEÑOR en su Montaña Santa.