Después de la publicación del Motu proprio Traditionis Custodes, la reacción de muchos sacerdotes bienintencionados ha sido insistir en que el camino a seguir es el de la celebración fiel de la Santa Misa según las normas establecidas en el Misal posterior al Concilio Vaticano II. El P. Iraburu ha publicado un estupendo artículo, como todos los suyos, manteniendo esta misma tesis. Él mismo ha anticipado que el artículo tiene dos partes más, por lo que no es mi intención replicarle, puesto que no ha terminado toda su exposición.
Sin embargo, sí me gustaría señalar un problema ante la sugerencia de celebrar la Misa de Pablo VI «como Dios manda» que hace el P. Iraburu y los buenos sacerdotes antes mencionados. El problema es que la Misa de Pablo VI, antes llamada forma ordinaria del Rito Romano y ahora única forma (salvo autorización del obispo) del Rito Romano, no puede entenderse como tal si no es continuidad con la Tradición. Creo que los sacerdotes ante los que levanto esta objeción estarán de acuerdo conmigo. Pero añado: sin la pervivencia y vitalidad de la Liturgia tradicional, tal celebración «como Dios manda», en continuidad con la Tradición, es imposible.
Una mala reforma litúrgica
Es bien sabido que la reforma que llevó a la Misa nueva desoyó en gran medida las indicaciones de la Sacrosanctum Concilium (SC). Es más, yo creo que el que se hayan plasmado algunas de las buenas intuiciones de la SC en la reforma litúrgica ha sido más una coincidencia con las intenciones de los directores de la reforma que una escucha de la voz del Concilio. No soy un experto en el tema y no puedo decir esto más que como una opinión, pero no encuentro otra explicación a que, desde el primer momento, no sólo se hayan ignorado las directrices de SC, sino que incluso se ha obrado en contra. El ejemplo más conocido es el del mantenimiento del latín, ordenado por el Concilio, pero que fue desobedecido en cuanto se promulgó el nuevo Misal.
Además, me gustaría indicar otro ejemplo que me afecta particularmente. Una de las grandes afirmaciones de SC es que el canto gregoriano es el propio de la liturgia romana y que hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas en igualdad de condiciones (SC 116). Con esto el Concilio elevaba al máximo nivel la indicación de San Pío X en Tra le sollicitudini. El Concilio llega a afirmar, por ejemplo, que la música «constituye una parte necesaria o integral de la Liturgia solemne» (SC 112). Cualquiera puede constatar que el canto gregoriano ha desaparecido casi totalmente de la experiencia litúrgica de los fieles, pero más aún, es que cincuenta años después de la reforma, todavía es imposible cantar la Liturgia de las Horas en canto gregoriano, si no es en el oficio monástico, porque sólo han salido algunos de los libros necesarios para ello. Este tema no parece preocuparle a nadie, a pesar de que el capítulo de SC dedicado a la música sacra es uno de los que tiene indicaciones más claras y directas.
Ahora bien, esto no quiere decir que yo quiera atacar o, como dice el P. Iraburu, calumniar, la Misa nueva. Evidentemente la Misa de Pablo VI es la Misa de siempre en el Rito Romano, aunque esté mal reformada. Ciertamente expresa la fe de la Iglesia en el Sacrificio de la Misa y es fuente de santidad. Pero para que todas estas cosas sean verdaderas es necesario que esta Misa se entienda, como siempre pretendieron el Concilio y Pablo VI, a la luz de la Tradición litúrgica del Rito Romano.
La insuficiencia de las rúbricas del Nuevo Misal
Dicen los sacerdotes que proponen celebrar la Misa nueva «como Dios manda» que basta con atender a las rúbricas del Misal (la Instrucción General del Misal Romano forma parte del Misal, como las praenotanda de todos los rituales). Sí, es cierto que la mayoría de los sacerdotes, incluso los buenos, no se han molestado en leer las «instrucciones» del Misal, y los pocos que las han leído no son capaces de interpretarlas correctamente, a veces porque son incapaces de entender el latín del documento oficial.
Pero el problema es que las rúbricas del Misal son intencionalmente deficientes, porque no precisan muchos aspectos de la celebración que, piensan muchos, quedan a expensas de la libre interpretación de los celebrantes. Sin embargo, esto no es así, en mi opinión. Yo creo que la Liturgia actual, tal como ha sido aprobada por los Pontífices, sí es precisa en tanto que se comprenda que ha de ser vivida en continuidad con la Tradición de la Iglesia.
Esa necesidad de recurrir a la Tradición para «rellenar los huecos» dejados por las rúbricas actuales no es una originalidad mía, sino que es algo que se deriva claramente de la misma reforma litúrgica, si uno atiende a los documentos.
El Ceremonial de los Obispos de 1984
Hay que recordar que uno de los ejes eclesiológicos del Vaticano II es el papel del episcopado como fuente de la vida cristiana dentro de las diócesis. Precisamente el Papa Francisco se ha dirigdo en Traditionis Custodes «al obispo diocesano, como moderador, promotor y custodio de toda la vida litúrgica en la Iglesia particular que le ha sido confiada». La reforma litúrgica parece extender este principio pretendiendo que la Liturgia celebrada por el obispo se convierta en modelo de la Liturgia que se celebre en toda la diócesis.
El instrumento que se editó para conseguir este fin fue el nuevo Ceremonial de los Obispos, publicado en 1984. En la introducción del Ceremonial se afirma con claridad el principio que hemos mencionado cuando señala como su objetivo «obtener una liturgia episcopal que sea sencilla y al mismo tiempo noble, y plena de eficacia pastoral, de tal manera que pueda convertirse en ejemplo para todas las demás celebraciones».
Cuando a los sacerdotes defensores de la celebración de la Misa nueva «como Dios manda» se les recuerda la existencia de este Ceremonial, suelen responder que como es ceremonial de los obispos, sus contenidos únicamente competen a los obispos, y no a los presbíteros. Queda patente lo equivocado de esta afirmación.
Un ejemplo tomado del Ceremonial
El Ceremonial contiene aclaraciones que son muy interesantes para entender el espíritu de la reforma litúrgica. Hay un ejemplo que me parece muy claro: el de las posiciones de las manos.
Alguno dirá que es un ejemplo muy tonto, pero una de las cosas que llaman la atención cuando uno ve una concelebración (novedad de la reforma litúrgica, aunque se quiera hacer conectar con la supuesta concelebración de los tiempos apostólicos, que jamás fue tal) es la infinita variedad de los gestos usados por los sacerdotes. Cuando los sacerdotes han de tener las manos juntas pueden verse algunos que mantienen los dedos entrelazados y las manos cómodamente apoyadas en la barriga; otros se agarran una mano con la otra; algunos tienen las manos cómodamente juntas en la espalda; y los más atrevidos llegan incluso a colocarse de brazos cruzados. Unos poquitos, en cambio, unen sus manos por las palmas teniendo todos los dedos extendidos y cruzando el pulgar derecho sobre el izquierdo en forma de cruz.
¿Quién lo hace bien? Los que defienden que el Misal es suficiente para celebrar dirán que, dado que no hay una indicación concreta ni en el ordinario ni en la Instrucción General, no hay una respuesta correcta. Sin embargo, el Ceremonial de los Obispos sí lo indica. En concreto, el Ceremonial dice lo siguiente al explicar qué significa el gesto de manos juntas:
Cuando se dice que las manos están juntas, se entiende: «tener ante el pecho las palmas extendidas, y al mismo tiempo juntas, el pulgar de la derecha sobre el de la izquierda puesto en forma de cruz».
La cita que recoge el Ceremonial remite, precisamente, al Ceremonial anterior, propio de la Liturgia Tradicional en su reforma posterior al Concilio de Trento.
Hay otras indicaciones de este estilo en el Ceremonial que, como hemos dicho, no es sólo para los obispos, sino que pretende que el obispo se convierta en modelo para todos los sacerdotes de la diócesis. En estos casos las aclaraciones del Ceremonial actual citan explícitamente el Ceremonial anterior, en continuidad con la Tradición.
Una idea fracasada
Estas indicaciones explícitas me parecen muy interesantes, porque de suyo no serían necesarias en absoluto. Están colocadas en notas a pie, pero podrían perfectamente estar indicadas en el texto sin hacer referencia explícita a la Tradición litúrgica de la que están tomadas. Pero es que lo que parece querer enseñar todo el Ceremonial es precisamente esto: que la manera como ha de celebrarse la Misa nueva no puede ser sino en continuidad con la Tradición, sin que sea necesario que el Misal actual haga todas estas precisiones, sino que los sacerdotes han de imitar el ars celebrandi de su obispo, que ha de ser el que se guíe por la Tradición.
Esto tiene cierto sentido en el momento en el que el Ceremonial fue editado, cuando la mayoría de los obispos habían vivido la Tradición litúrgica anterior. Si el Ceremonial se hubiera observado, este estilo celebrativo querido explícitamente por los documentos de la Reforma litúrgica hubiera supuesto una continuidad de la Tradición de forma natural, sin tener que hacer referencias continuas a la liturgia anterior a la reforma.
¿Cuál fue la realidad? Que el Ceremonial fue sistemáticamente ignorado por obispos, ceremonieros y presbíteros, salvo contadas excepciones. Por ejemplo, la edición en lengua española, oficial para España, sólo ha sido publicada hace poco más de un año. Existía una traducción oficial, pero fue publicada por el CELAM siete años después de la promulgación del documento original en latín, y era difícil de encontrar en España. A los obispos recién ordenados se les solía entregar en el encuentro que tenían durante su primer año en Roma una copia del original latino, pero ¿qué obispo a día de hoy sabe suficiente latín como para seguir un documento de estas características?
En definitiva: el Concilio y, hasta cierto punto, los documentos litúrgicos de la reforma, pretendieron que se entendiera la Misa nueva en continuidad con la Tradición litúrgica anterior, pero esta pretensión resultó en vano y las llamadas de atención desde la Santa Sede en forma de notas en latín publicadas en Notitiae (la revista oficial de la Congregación del Culto Divino) fueron ignoradas. Hoy esa pretensión resulta del todo imposible, porque la práctica totalidad de los obispos, y no digamos de los presbíteros, ignoran absolutamente todo sobre la Liturgia anterior al Concilio, cuya imagen, además, ha sido distorsionada de forma sistemática.
La propuesta de Benedicto XVI
Benedicto XVI era plenamente consciente de todo lo que estoy indicando. Y éste es el origen, y no otro, de Summorum Pontificum. El plan de Benedicto (el único posible y sensato en el momento) era que se recuperara la Tradición perdida por medio de un contacto extraordinario con la Liturgia Tradicional. De esta manera podía ser posible reiniciar el proceso querido por la reforma litúrgica: una liturgia reformada en continuidad con la Tradición. Es cierto que esto no supondría un arreglo del desastre de la reforma, pero era la única esperanza para que se pudiera llevar a cabo el proyecto de una «reforma de la reforma». Benedicto XVI, optimista y un tanto ingenuo, eligió ignorar que en ese momento ya casi nadie pretendía esa continuidad, pero no se puede negar que en los pocos años que Summorum Pontificum ha estado activo algo se ha avanzado en esta materia.
Los partidarios de la ruptura litúrgica ven con espanto que los sacerdotes más jóvenes, reconectados con corriente de la Liturgia romana, celebren la Misa nueva con formas tomadas de la Tradición, así como siempre se pretendió que se celebrara. ¿Es incompatible con la Misa nueva que se utilicen tres manteles de lino sobre el altar? ¿Lo es celebrar, como siempre se ha hecho y mandaban los Santos Padres, mirando hacia Oriente o hacia el Tabernáculo? ¿Es contrario a la intención del Concilio o a las normas litúrgicas que se respete el latín como lengua propia de la liturgia romana? ¿Ha de censurarse que se le dé al canto gregoriano el papel que pide SC? Todas estas cosas no están ordenadas por las rúbricas del ordinario o por la Instrucción, pero responden perfectamente a la intención originaria de la reforma litúrgica, tal como parece sugerir el Ceremonial de los Obispos.
Sin embargo, cortada la conexión de los sacerdotes jóvenes con la Tradición, no sólo por medio de las restricciones del nuevo motu proprio del Papa Francisco, sino también por las indicaciones dadas por él a los obispos o las sospechas proyectadas sobre los amantes de la Misa de siempre, ¿será posible que algo de esto pueda darse?
Yo creo que no y, después de todo lo que he tratado de exponer, afirmo que es imposible celebrar la Misa nueva «como Dios manda» si no se recupera, se conoce y se vive la Tradición litúrgica como pretendió Benedicto XVI por medio de Summorum Pontificum.
Y si se niega esto, me parece mucho más sensato equiparse con narices de payaso y pelucas de colores para unirse a la nueva tradición litúrgica que se nos impone desde la Iglesia sinodal alemana, que parece contar con todas las bendiciones de esa suprema Autoridad litúrgica a la que algunos defienden que hay que obedecer ciegamente.
Sacerdote Francisco José Delgado Martín.
Sacerdote diocesano de Toledo. Licenciado en Filosofía Tomista y en Teología Dogmática.
Ha sido misionero fidei donum en la diócesis de Lurín (Perú). Actualmente es párroco de Lominchar y Palomeque, dos pueblos de la Sagra toledana.
InfoCatólica.
Jueves 12 de agosto de 2021.