La Iglesia sinodal y la Iglesia de Cristo: una, democrática; la otra, jerárquica.

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Mientras se multiplican las voces que en un sentido o en otro hablan de la situación sanitaria, el papa Francisco pisa el acelerador en una lucha que contra reloj. Cualquiera que sea el desenlace, se acerca el final del pontificado. Además, después del motu proprio Traditionis custodes el futuro inminente nos reserva sin duda otras sorpresas.

Entre tanto, se vislumbra en el horizonte el sínodo de los obispos de 2023. ¿Participará el papa Francisco? Es posible que ni él mismo lo sepa, pero en un discurso dirigido el pasado 18 de septiembre a la diócesis de Roma, dijo entre otras cosas: «Hay mucha resistencia a superar la imagen de una Iglesia rígidamente dividida entre dirigentes y subalternos, entre los que enseñan y los que tienen que aprender, olvidando que a Dios le gusta cambiar posiciones (…) La Iglesia sinodal restituye el horizonte del que sale el sol Cristo: levantar monumentos jerárquicos es cubrirlo. Cuando la Iglesia testimonia, de palabra y de obra, el amor incondicional de Dios, su extensión hospitalaria, expresa verdaderamente su propia catolicidad. Ser Iglesia es un camino para entrar en esta amplitud de Dios.»

La Iglesia sinodal: el sueño incumplido del cardenal Martini. El papa Francisco ha explicado que para él la sinodalidad no es un capítulo de un tratado de eclesiología, ni mucho menos una moda, un lema o un neologismo que hay que emplear o instrumentalizar: «¡No! La sinodalidad expresa la naturaleza de la Iglesia –afirmó–, su forma, su estilo, su misión. Y así hablamos de Iglesia sinodal, evitando, sin embargo, considerarlo como un título entre otros, una forma de pensarla con alternativas. No lo digo en base a una opinión teológica, ni siquiera como pensamiento personal, sino siguiendo lo que podemos considerar el primer y más importante “manual” de eclesiología, que es el libro de los Hechos de los Apóstoles. (…) Todos son protagonistas, nadie puede ser considerado un mero figurante. Hay que entenderlo bien: todos son protagonistas. El protagonista ya no es el Papa, el Cardenal Vicario, los Obispos Auxiliares; no, todos somos protagonistas, y nadie puede ser considerado un mero extra. Los ministerios, entonces, todavía se consideraban auténticos servicios. Y la autoridad surgía de escuchar la voz de Dios y del pueblo, ¡nunca hay que separarlos!, que mantenía a los que la recibían» abajo». El » abajo » de la vida, al que había que prestar el servicio de la caridad y de la fe.»

Quizás no se dé cuenta el papa Francisco, pero con estas palabras se salta los veintiún concilios y 265 pontífices que han definido la eclesiología y se erige en intérprete autorizado de los Hechos de los Apóstoles, al estilo de Lutero.

«Os pido por favor –añadió Francisco–: dejad las puertas y las ventanas abiertas, no os limitéis a considerar sólo a los que acuden o piensan como vosotros, que serán el 3, el 4 o el 5%. Dejad que entren todos… Dejaos salir al encuentro y que os interroguen, que sus preguntas sean las vuestras. No dejéis a nadie fuera o detrás. Será bueno para la diócesis de Roma y para toda la Iglesia, que no se fortalece sólo reformando estructuras —¡este es el gran engaño!—, dando instrucciones, ofreciendo retiros y conferencias, o a fuerza de directivas y programas —esto es bueno, pero como parte de otro—, sino se redescubre como pueblo que quiere caminar junto, entre nosotros y con la humanidad.»

La Iglesia, «pueblo en camino»: es un concepto democrático y antijerárquico, un concepto sinodal que choca con el Magisterio perenne que nadie –ni siquiera un pontífice– puede contradecir.

La Iglesia que fundó Jesucristo no es desde luego una iglesia sinodal, sino una Iglesia jerárquica que no tiene necesidad de  interrogarse a sí misma ni de avanzar hacia lo desconocido, porque su Fundador le reveló su misión y dejó sentada su constitución inmutable.

Pío XII explicó en un discurso del 2 de octubre de 1945 que, a diferencia del Estado, la fundación de la Iglesia no se hizo desde abajo sino desde arriba:

«O sea, que Cristo, que en su Iglesia ha realizado el Reino de Dios que Él anunció y destinó a todos los hombres de todos los tiempos, no encomendó a los fieles la misión de Maestro, Sacerdote y Pastor que recibió del Padre para la salvación del género humano, sino que la transmitió, la comunicó a un colegio de apóstoles o heraldos escogidos por Él mismo, a fin de que mediante la predicación, el ministerio sacerdotal y la potestad social de su cargo ayudaran a entrar en la Iglesia a las multitudes de los fieles para santificarlos, iluminarlos y llevarlos a la plena madurez de los seguidores de Cristo». Igualmente, la constitución Lumen gentium del Concilio Vaticano II lo precisa en el capítulo 20, destacando que «los apóstoles, en esta sociedad jerárquicamente organizada, tuvieron cuidado de establecer sucesores».

La Iglesia es jerárquica porque es una Iglesia visible que tiene cuerpo y miembros: es un Cuerpo Místico. Y así como en el cuerpo humano están la cabeza y los demás miembros, en la Iglesia Católica también hay una Cabeza, que es el Papa, por debajo del cual están los obispos y los miembros, que son los simples fieles. El Papa y los obispos representan a la Iglesia docente, que gobierna y enseña desde arriba, en tanto que los fieles constituyen la Iglesia discente, que sigue desde abajo las enseñanzas y normas de la Iglesia.

En una jerarquía, cada uno tiene su puesto, cada uno desempeña su papel, cada uno realiza su cometido y su misión. Sólo la autoridad eclesiástica tiene el derecho y el deber de gobernar y enseñar, pero todos los fieles tienen el derecho y el deber de custodiar, defender y transmitir la fe que recibieron con el bautismo. Así pues, nosotros, los últimos de los fieles, frente a este delirio sinodal, queremos recalcar nuestra fidelidad al Magisterio perenne de la Iglesia y expresar respetuosamente nuestra resistencia a la voz disonante de un Pastor que parece querer alejarse de esta enseñanza.

 

Roberto de Mattei.

corrispondenzaromana.

Traducido por Bruno de la Inmaculada.

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