Hacia el Cónclave. El manifiesto del cardenal Sarah

ACN
ACN

Los objetivos revolucionarios del sínodo de Alemania no son solamente suyos, como se vio en el post anterior de Settimo Cielo. Tampoco son su propia invención. Nacieron fuera de la Iglesia y le fueron impuestos por la cultura que domina en Occidente.

Una clara confirmación de ello son dos análisis muy críticos sobre el estado actual de la Iglesia católica publicados en los últimos días por observadores externos muy representativos: Danièle Hervieux-Léger, decana de los sociólogos franceses, en «Le Monde», y James Carroll en «Politico Magazine».

Ambos coinciden en señalar al «sistema clerical» como la causa más profunda del desastre. Y para demoler este sistema reclaman sacerdotes casados, sacerdotisas, nueva moral sexual, gobierno democrático de la Iglesia, es decir, los mismos objetivos que el Sínodo alemán copió para sí mismo, como alumno diligente.

Ambos analistas dicen estar decepcionados del papa Francisco. En su opinión, él abrió algunas brechas, pero no tuvo el coraje de hacer lo que la modernidad esperaba de él. Prefirió «recurrir a una estrategia de pequeños pasos».

Y es verdad. El mismo Francisco ha dicho varias veces que lo importante para él es poner en marcha los procesos, no concluirlos, porque «el tiempo es más grande que el espacio». Y esto explica que dejara pasar los acontecimientos, a veces ralentizándolos o deteniéndolos, pero siempre haciendo vislumbrar horizontes de reformas incluso radicales, hacia las que de todos modos encaminarse. Cortando con mucho gusto algunos puentes en las propias espaldas.

Es su estilo inconfundible, del que Francisco dio una prueba más el día de San Pedro y San Pablo. En la homilía de la Misa volvió a tildar una vez más al «clericalismo» de «perversión» y le contrapuso la imagen de una Iglesia enteramente «sinodal», democrática, descentralizada, una Iglesia en la que “todos participan, nadie en lugar de los demás o por encima de los demás”. Exhortó a prohibir las nostalgias: «Por favor, no caigamos en el atraso», ese ‘atraso’ de la Iglesia que hoy está de moda». Para combatir el cual el Papa publicó el mismo día la Carta Apostólica «Desiderio Desiderivi«, en la que da el golpe de gracia definitivo a la Misa en rito antiguo, reconocida por su predecesor como forma «extraordinaria», a la par de la » «ordinaria», reformada. No en vano, en el largo documento dedicado a la «formación litúrgica del pueblo de Dios», no hay la menor cita de Benedicto XVI, Papa y teólogo de reconocido valor y rara profundidad precisamente en el campo de la liturgia.

Pero para combatir el «clericalismo» ¿el camino principal debe ser necesariamente sólo el indicado por el sínodo alemán o por Danièle Hervieux-Léger?

Si lo contrario del “clericalismo” es una visión del sacerdocio cristiano fiel a ese Jesús que lo fundó, hay un libro que salió hace un año en Francia y en estos días en Italia por Cantagalli que precisamente está dedicado a esta visión, con el título: “Per l’eternità. Meditazioni sulla figura del prete” [Por la eternidad. Meditaciones sobre la figura del sacerdote.

El autor es un cardenal, Robert Sarah, de 77 años, guineano, con una sólida formación teológica y bíblica, que hoy ya no ocupa un cargo después de haber sido despedido por Francisco en 2021 como prefecto de la Congregación para el Culto Divino.

Clasificado entre los conservadores, pero ajeno a asociarse con cardenales de su misma orientación, Sarah es autor de libros ampliamente apreciados, de los cuales el más breve, pero también el más conocido, publicado en enero de 2020, entró en las noticias como si hubiera estado destinado a disuadir al papa Francisco de dar rienda suelta a los sacerdotes casados, solicitado por el Sínodo especial sobre la Amazonia en octubre de 2019.

El impacto de ese libro fue tanto más fuerte cuanto que incluía un ensayo del Papa emérito Benedicto XVI, que era también una vigorosa y argumentada defensa de la disciplina del celibato [sacerdotal].

Hubo varios indicios que dieron a entender que Francisco no tomó nada bien la publicación de ese libro. Pero para sorpresa de todos, cuando pocas semanas después publicó el documento resumen del Sínodo sobre la Amazonia, no autorizó en absoluto a los sacerdotes casados ​​y mucho menos a las mujeres diáconos. Y lo hizo -subraya hoy Sarah en su nuevo libro sobre el sacerdocio- “con palabras parecidas” a las escritas en el libro que tuvo también como coautor a Benedicto XVI.

También en este nuevo libro Sarah sólo tiene palabras de estima para el papa Francisco, por la “benevolencia” y la “atención” con las que habría leído y compartido sus escritos anteriores. Pero más que en él, se inspira en otros Papas -en Pío XII, Juan Pablo II y sobre todo Benedicto XVI- para ofrecer a los lectores una sólida enseñanza sobre la verdadera naturaleza del sacerdocio, “que no lo inventamos nosotros, sino que es un don de Dios”. Y sobre todo, asume como fuentes de reflexión a grandes santos como Catalina de Siena, a Doctores de la Iglesia como Agustín y Gregorio Magno, a eminentes pensadores católicos como Georges Bernanos y John Henry Newman.

El resultado es una impugnación absoluta de todos los objetivos actuales de reforma del “sistema clerical”, desde el clero casado hasta las mujeres sacerdotes y hasta el gobierno del pueblo.

lanzadas por el papa Francisco, por ejemplo, al confiar roles de liderazgo a personas que no son sacerdotes, en la reformada curia vaticana.

Respecto a esto Sarah objeta:

A veces se escucha que sería necesario separar el ejercicio de la autoridad del ministerio ordenado. Se afirma aquí y allá que el gobierno en la Iglesia puede ser obra tanto de hombres como de mujeres, tanto de laicos como de sacerdotes y obispos. Estas afirmaciones son terriblemente ambiguas y destructivas de la estructura jerárquica de la Iglesia, tal como la pensó y quiso el mismo Jesucristo. Es cierto que hay laicos -hombres y mujeres- más competentes en comunicación, gestión y estrategias de gobierno que los sacerdotes. Se les debe dar los roles correctos de competencia y asesoramiento. Pero en sentido estricto el gobierno en la Iglesia no es ante todo una competencia, sino una presencia, la de Cristo siervo y pastor. Por eso la función de gobierno nunca podrá ser ejercida en la Iglesia por otros que no sean ministros ordenados”.

Más en general, Sarah piensa en la temporada actual como un gran desafío entre la Iglesia y los nuevos poderes del mundo, análogo a la reforma gregoriana de principios del segundo milenio:

Esa reforma tuvo como objetivo era liberar a la Iglesia de las garras de las autoridades seculares. Al inmiscuirse en el gobierno y en los nombramientos eclesiásticos, el poder político había terminado por producir una verdadera decadencia del clero. Se habían multiplicado los casos de sacerdotes concubinarios, dedicados a asuntos comerciales o políticos. La reforma gregoriana se caracterizó por la voluntad de redescubrir la Iglesia de la época de los Hechos de los Apóstoles. Los principios de ese movimiento no se basaron principalmente en reformas institucionales, sino en la renovación de la santidad de los sacerdotes. ¿Hoy no hay necesidad de una reforma similar a ella? De hecho, el poder secular ha recuperado un punto de apoyo en la Iglesia. Esta vez no se trata de un poder político, sino cultural. Hay una nueva lucha entre el sacerdocio y el imperio. Pero el imperio es ahora la cultura relativista, hedonista y consumista que se ha infiltrado por todas partes. Es hora de rechazarla, porque es irreconciliable con el Evangelio”.

Ahora bien, ¿qué es esto sino el programa de un nuevo pontificado, que se discutirá en el futuro cónclave? ¿Un programa radicalmente alternativo al exhibido por el sínodo de Alemania, y no sólo éste?

 

Por SANDRO MAGISTER.

CIUDAD DEL VATICANO.

MARTES 5 DE JULIO DE 2022.

SETTIMOCIELO.

Comparte:
By ACN
Follow:
La nueva forma de informar lo que acontece en la Iglesia Católica en México y el mundo.