Figura y realidad

Levítico 13,1-2.44-46 | Salmo 31 | 1Corintios 10,31—11,1 | Marcos 1,40-45

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En la segunda lectura de este domingo veremos los últimos versículos del capítulo diez de la primera carta a los Corintios, aporta este capítulo otros contenidos merecedores de ser tenidos en cuenta. El Pueblo de Israel ocupa el lugar de Pueblo elegido, al que DIOS se revela para su propio bien y el encargo de extender el conocimiento del único DIOS a todas las naciones. La historia antigua se movió entre esos dos aspectos: mantener la identidad a toda costa y dar a conocer la verdad del único DIOS. No será hasta la llegada del Cristianismo, que esa vocación universal se lleve a cabo, pues el Pueblo de Israel viéndose en minoría mantuvo siempre actitudes de repliegue y conservación. La propia experiencia recogida en la Escritura antigua relata las veces en que la apertura trajo consigo la desviación religiosa, yendo en contra de las promesas y compromisos establecidos con el SEÑOR de forma solemne. “DIOS es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad” (Cf. Slm 103,8); y gracias a esta divina condición, los hombres y el Pueblo elegido, podemos avanzar en el camino de la historia entre aciertos, errores y fracasos. Nos lo sigue recordando la segunda carta de san Pedro: “la paciencia de DIOS es nuestra Salvación” (Cf. 2Pe 3,9). Mientras tanto, y durante muchos siglos, DIOS fue conduciendo al Pueblo elegido, ofreciendo libertad a los hombres en medio de su Divina Providencia. San Pablo dirá, que todas las cosas vividas antes de la Plenitud de los tiempos fueron acontecimientos o sucesos, que anunciaban las realidades futuras propias de los tiempos en los que “el VERBO se hace carne y acampa entre nosotros” (Cf. Jn 1,14). La consistencia de las cosas la ofrece DIOS mismo, y todo aquello producido por la acción humana tiene un carácter provisional o efímero. La realidad de las cosas puede ser apreciada por la conciencia cuando la trascendencia resuelve el misterio de la muerte. Si después de esta vida el hombre no ve nada, entonces todo lo presente se puede disolver en el vacío, pues toda figura desaparece; sin embargo todo recobra realidad y sentido en el momento que DIOS da la seguridad de la trascendencia al hombre; y sólo JESUCRISTO se revela con toda la autoridad para hacerlo. Los antiguos caminaban hacia la Tierra Prometida, pero no se resolvía la fugacidad de esta vida: “nuestra vida es como la hierba y las flores del campo, que las siegan y se secan” (Cf. Slm 103,15). San Pablo nos refiere algunos aspectos que se recogen en el Éxodo y en el Libro de Números: “no quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el Mar; y todos fueron bautizados en Moisés por la Nube y el Mar” (Cf. 1Cor 10,1-2). La Nube se transformaba en columna de fuego durante la noche. Aún aplicando un contenido más espiritual y dando a la nube una apariencia de la identidad angélica señalada en Éxodo, 23,20, “he aquí que YO envío mi Ángel delante de ti, para que te guarde en el camino”. La nube marcaba el ritmo de marcha o asentamiento por el desierto, y todos en el campamento entendían el significado de aquella presencia, pero aún así no faltaron las desconfianzas y las rebeliones, por lo que en más de una ocasión se hizo necesaria la corrección del SEÑOR. Todos pasaron el Mar de las Cañas, o el mar Rojo, y lo hicieron en Moisés, porque YAHVEH lo había dotado de una capacidad espiritual especial, capaz de hacer partícipes a los colaboradores de su mismo espíritu (Cf. Nm 11,16-30); y es considerado como el hombre más pacífico y sufrido de entre los hombres de este mundo (Cf. Nm 12,3). Pero todo aquello era figura de lo que había de venir, pues el verdadero paso del Mar Rojo es el Sacramento del Bautismo; la permanencia bajo la nube de día y columna de fuego durante la noche es la permanencia misma del ESPÍRITU SANTO en el corazón de los creyentes. El bautismo que Moisés podía proporcionar era una sombra de la unción de JESUCRISTO, que tiene el ESPÍRITU SANTO sin medida (Cf. Jn 3,34), y lo da a los que se lo piden: “si tú supieras, quién es el que te pide, dame de beber, tú le pedirías a ÉL, y ÉL te daría AGUA VIVA” (Cf. Jn 4,5). Sigue diciendo san Pablo: “todos comieron del mismo alimento espiritual” (Cf. 1cor 10,3). El maná en el desierto pudo ser un alimento complementario, pues llevaban animales, en mayor o menor cuantía, de los podían obtener algo de carne y leche; de ahí que la protesta recogida en Números, capítulo once, fuese mal aceptada por el SEÑOR. El maná podía utilizarse de distintas formas (Cf. Ex 16,1ss). Este maná que viene de la flor del cilantro y aparece como una fina escarcha, y debe recogerse antes que salga el sol, es un anticipo del Pan Eucarístico, del que JESÚS habla con especial gravead en el evangelio de san Juan “mi carne -el PAN que YO daré- es verdadera comida” (Cf. Jn 6,55). La EUCARISTÍA alimenta nuestro espíritu y lo prepara para entrar en la Vida Eterna, que es la realidad auténtica y con más densidad. Este mundo con todos sus elementos está en función, dentro del Plan de DIOS, de una Vida Eterna que está más allá de este mundo. La Tierra Prometida de los antiguos, que daría bienes sobreabundantes -tierra que mana leche y miel- es un pálido reflejo del mundo en el que viven los bienaventurados, que están en la contemplación de DIOS.

El primer Evangelio

En cierto sentido sólo existe un Evangelio propuesto en cuatro versiones, que se complementan y forman el canon o medida para todo el resto del Nuevo Testamento. Por otra parte, lo dicho y revelado durante los siglos precedentes a la encarnación del VERBO contiene una revelación que se hace válida en la medida que consolida la revelación del MESÍAS en la Plenitud de los Tiempos. San Marcos declara su posición desde el inicio: va a narrar los hechos fundamentales de la vida de JESUCRISTO el HIJO de DIOS (Cf. Mc 1,1). El Evangelio queda sellado con la Resurrección, confirmando que JESÚS es el HIJO de DIOS. A partir de este instante hay que releer toda la vida, enseñanza y obras de JESÚS; y san Marcos pone manos a la tarea cuando ha transcurrido la primera generación cristiana, sobre el año setenta; esta fecha marca el final de Jerusalén, el Templo y el aplazamiento de la Segunda Venida del SEÑOR. Los trágicos acontecimientos vividos por judíos y cristianos con la destrucción del Templo y la ciudad Santa fue una señal decisiva para interpretar las palabras de JESÚS, al que habían visto resucitado y esperaban anhelantes. Durante aquellos cuarenta años se habían formado comunidades cristianas en toda la Cuenca Mediterránea, en un gran esfuerzo por llevar el Evangelio de JESUCRISTO a los “confines de la tierra” (Cf. Mt 28,19; Mc 16,15). San Marcos en su escrito no espera al final para proclamar que JESÚS es el HIJO de DIOS, sino que desde el primer momento nos ofrece las acciones y enseñanzas, que el HIJO de DIOS realiza en medio de su Pueblo. Todas sus acciones van encaminadas a desarrollar el programa inicial: “el tiempo se ha cumplido, está cerca el Reino de DIOS; convertíos y creed en el Evangelio” (Cf. Mc 1,15). Justo dieciséis capítulos más adelante este mismo programa el RESUCITADO lo propone para difundirlo por el mundo entero. Pero san Marcos, después de la catástrofe del año setenta, considera que deben quedar en la memoria algunas de las acciones significativas del HIJO de DIOS que caminó por la Galilea, terminando sus días en una muerte expiatoria por todos los hombres en Jerusalén. Hay motivos suficientes para pensar, que el autor de este evangelio es aquel joven Marcos, que acompañó a Pablo y Bernabé en su primer viaje, pero no lo completó y a san Pablo le sentó mal aquel comportamiento (Cf. Hch 13,13). Pero Juan Marcos no dejó la pertenencia al grupo de los cristianos, y se considera que este evangelio nace dentro de la comunidad de Damasco y tiene a Juan Marcos como autor del mismo. Había que plantear los acontecimientos en los términos más ajustados a la realidad, pues la Segunda Venida del SEÑOR no se había producido y su fecha de advenimiento quedaba totalmente imprecisa. No sólo tenía importancia y validez el hecho cumbre de la Cruz de JESÚS como predicó san Pablo en su comunidades, sino que todas las otras acciones del SEÑOR también representaban lecciones y señales válidas para todos los tiempos. Para san Pablo el Evangelio se puede sintetizar en la Gracia dispensada a los hombres por la muerte y Resurrección de JESÚS. Tras la experiencia de Damasco, san Pablo no necesita exponer a sus comunidades las particularidades de la predicación de JESÚS. San Pablo prevé en el tramo de su propia vida y la de los suyos el advenimiento de la Segunda Venida del SEÑOR, y con la efusión del ESPÍRITU SANTO que da consistencia al kerygma predicado considera que es suficiente. Pero él muere en Roma decapitado, y se encontrará con el SEÑOR, pero no de la misma forma que había pensado (Cf. 1Tes 4,17). Cada signo del SEÑOR en este evangelio de san Marcos marca un antes y un después en la religión de los padres y el Reino de DIOS que se abre paso mediante la acción del propio JESÚS. Ante JESÚS el fiel se encuentra con una realidad nueva y desconocida hasta entonces: el Poder de DIOS aparece en la tierra con claridad y sólo el pertinaz endurecimiento de los corazones será capaz de negarlo. Espíritus satánicos dominados y expulsados, parálisis resueltas, leprosos curados al instante, ciegos que recobran la vista con una sola palabra o el dominio sobre la muerte, avanzan lo que definitivamente sólo DIOS puede hacer: perdonar pecados. Sobre este último punto no existe comprobación directa y visible, pero es la condición imprescindible para la conversión, que  tuvo lugar en muchas personas atraídas por el Mensaje de Salvación y Vida Eterna. Las realidades auténticas no están en este mundo, sino en el más allá. Lo de aquí representa un conjunto de pruebas, asentimientos, aciertos y fracasos, por los que vamos decidiendo si queremos una vida con el SEÑOR para siempre. ÉL nos ha prometido, que con su Resurrección ha ido a prepararnos un sitio y estemos con ÉL para siempre (Cf. Jn 14,2-3). Si los milagros de JESÚS mejoraron las condiciones de vida de los beneficiarios, tal cosa no fue lo más importante, pues la enfermedad final y la muerte a todos les llegó. Lo que permaneció en ellos fue la clara conciencia de haber participado de una fuerza divina que no era de este mundo y los llamaba a vivir plenamente en el más allá. Las curaciones o las revivificaciones anticipan la realidad inmarcesible de la Vida Eterna.

Levítico

La primera lectura de este domingo pertenece al libro del Levítico, el tercero del Pentateuco; y, por tanto de la Torá -Ley-. Después de contarnos bajo la perspectiva religiosa la obra de la Creación y de las grandes familias patriarcales, que dan origen y fundamento a  la Fe, los libros sagrados abordan la gestación del Pueblo elegido -Éxodo-, y lo específico de ese Pueblo de YAHVEH: la santidad. Todas las prescripciones, normas y preceptos están dados para el objetivo principal: “seréis santos, porque YO, YAHVEH, vuestro DIOS soy SANTO” (Cf. Lv 19,2). La santidad de DIOS está referida a la perfección en todos los órdenes. Nos dice san Juan en su primera carta, que  “DIOS es LUZ, y no hay sombra de tiniebla alguna” (Cf. 1Jn 1,5). YAHVEH se aproxima al Pueblo, pero la experiencia de su Presencia los atemoriza, y le dicen a Moisés que sea él quien se entienda con YAHVEH, pues no pueden soportar la impronta poderosa de su presencia (Cf. Ex 29,19) La exigencia de los espacios sagrados viene dada por la condición santa y trascendente de DIOS, y la necesidad humana de comunicarse con DIOS a través de distintos rituales, que adentren la conciencia en el ámbito de lo sagrado. La Tienda del Encuentro cumplirá el objetivo anterior mientras el Pueblo elegido va por el desierto. Alrededor de la Tienda del Encuentro, según el libro de Números, se disponía el campamento, y lo hacían por orden, según las tribus y los clanes existentes dentro de cada tribu. Los diez capítulos iniciales del libro de Números se dedican a señalar el orden debido entre la Tienda del Encuentro y el campamento dispuesto a su alrededor. Pero la legislación sobre los rituales a realizar quedan fijados en este libro del Levítico, junto con otras normas que alcanzan el ámbito de la convivencia entre ellos. Especial tratamiento van a tener las enfermedades de la piel, principalmente la lepra por su gravedad y contagio. Las prescripciones dadas en este libro sagrado van a estar vigentes en tiempos de JESÚS. El grupo religioso de los fariseos esperaba el advenimiento del Mesías, y para su preparación insistían en una santidad, que se fijaba especialmente en la pureza ritual y externa. El leproso era un proscrito, desheredado y maldito de DIOS; condenado a vivir fuera del pueblo o la ciudad.

La autoridad religiosa

”YAHVEH habló a Moisés y a Aarón, diciendo: cuando uno tenga en la piel de su carne erupción, tumor o mancha blancuzca brillante y se forme en la piel como una llaga de lepra, será llevado al sacerdote Aarón o a uno de sus hijos sacerdotes” (Cf. Lv 13,1-2). Aarón tenía cuatro hijos y los primeros eran sacerdotes, Nadab y Abihú, en el tiempo que se redacta esta norma, pero murieron al ofrecer al SEÑOR un fuego profano, inadecuado a la santidad de DIOS (Cf. Lv 10,1). El afectado por una de estas dolencias en la piel tenía que dejar el campamento hasta su restablecimiento, y eran los sacerdotes quienes daban su aprobación una vez examinado al que había padecido la dolencia. Presentada la ofrenda por el pecado (Cf. Lv 14,1ss), y llevadas a cabo las abluciones debidas, el afectado se podía integrar en la familia y la sociedad.

Denuncia pública

“El afectado por la lepra llevará los vestidos rasgados y desgreñada la cabeza. Se cubrirá hasta el bigote, e irá gritando, ¡impuro, impuro! Todo el tiempo que dure la llaga quedará impuro; y habitará solo: fuera del campamento tendrá su morada” (Cf. Lc 13,45-46). El propio afectado de lepra está obligado a declarar públicamente su enfermedad, gritando a voz en cuello su enfermedad con una apariencia del todo descuidada. La lepra disponía para una muerte lenta en todos los aspectos. Nadie podía acercarse al leproso sin transgredir la Ley, por tanto el leproso era irrecuperable para sus allegados y estaba excluido del culto debido al SEÑOR. El libro de Job nos ofrece la imagen de Job cubierto de llagas, sentado sobre ceniza, vestido de saco, con una teja para rascarse sus llagas, y al pie del vertedero de la basura (Cf. Jb 2,7-8). La pérdida de la salud repercutía decisivamente en la pertenencia al Pueblo elegido y la práctica religiosa. En la Nueva Ley que trae JESÚS las cosas se miden de otra forma: la enfermedad por dañina que esta sea no aparta necesariamente de DIOS, sino todo lo contrario, pues nos identifica con JESÚS crucificado.

Tercer milagro

El evangelio de este domingo trae los versículos que finalizan el capítulo primero de san Marcos. El versículo treinta y nueve podría cerrar este capítulo primero, pues de forma sumaria concluye: “JESÚS recorrió toda la Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios” (v.39). Pero el evangelista concluye con la curación de un leproso, que inopinadamente, de modo aparente, se presenta delante de JESÚS. San Marcos, en este capítulo, insiste en la curación de los endemoniados (v.25.34.39). No es casual, que la expulsión de los demonios resalte de forma especial por encima de las otras señales realizadas por JESÚS. La batalla contra Satanás es prioritaria, y no pertenece a ningún condicionamiento sociocultural de la época. Satanás no es una energía o una deficiencia, sino una personalidad eficiente, “perverso y pervertidor”, como dijo san Pablo VI; y permanece en pugna contra la obra de DIOS hasta el fin del mundo. Satanás sabe que está sentenciado y perdido, pero busca por todos los medios reducir al fracaso la obra de DIOS en nosotros los hombres. San Marcos al final de su Evangelio cuando marque los objetivos de la evangelización y las señales que acompañarán a los creyentes, volverá a repetir este objetivo: “estas son las señales que acompañarán a los que crean, en mi Nombre expulsarán demonios…” (Cf. Mc 16,17). En esta versión del Evangelio según san Marcos la acción que han de realizar los discípulos en primer lugar para anunciar el Reino es la de expulsara demonios: “JESÚS llama a los Doce y los manda de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos” (Cf. Mc 6,7). La enfermedad física, que llega a discapacitar es un gran mal, pero la raíz de todos los males vienen por la acción satánica a la que el hombre pueda asentir. JESÚS viene a restablecer al hombre en su salud espiritual de modo prioritario. Los tres signos de este primer capítulo de san Marcos nos ofrecen las grandes líneas de la evangelización de JESÚS. En primer lugar, como estamos comentando, la lucha enfrentada contra Satanás “enfrentaos a Satanás que huirá de vosotros” (Cf. St 4,7). En segundo lugar, está la curación de la enfermedad física de la suegra de Pedro (v.31), y se dispondrá una vez restablecida a trabajar activamente por el Reino de DIOS. El tercer signo o milagro lo realiza JESÚS en la persona de un leproso, que representa un deterioro físico y muy acelerado, que daba a la lepra un carácter muy grave. En casa de Pedro, al atardecer, JESÚS curó a muchos enfermos de distintas dolencias (v. 34).

La súplica

“Se acerca a JESÚS un leproso, y de rodillas le suplica: si quieres puedes limpiarme” (v.40). Este primer capítulo se cierra con el signo o curación del leproso. No se dice el lugar, pero tendría que ser en algún lugar a las afueras de cualquier núcleo de población; pero aún así este hombre leproso se arriesgó a ser delatado y castigado por salir de su obligado aislamiento, al que la Ley de Moisés lo confinaba. Es probable que de forma inadvertida este hombre hubiese escuchado algunas enseñanzas de JESÚS, y visto distintas curaciones, con lo que se arriesga y se pone delante de JESÚS para rogarle que remedie su presente desgracia, y le dice: “si quieres, puedes limpiarme” (v.40). La primera lectura del Levítico nos puso en antecedentes de lo que un leproso tenía que hacer para ser identificado y evitar el contacto con otros para no contagiar la enfermedad. A la máxima gravedad de la enfermedad, había que añadir la absoluta soledad, salvo la compañía de otros leprosos, por lo que se asignaban zonas para la estancia de los leprosos, que poco a poco se iban muriendo. Aquel hombre tiene la audacia de salir del lugar de reclusión y presentarse delante de JESÚS para hacerle la petición que podía salvarlo: “si quieres puedes limpiarme”. Se asemeja esta petición a la del centurión romano, que pide la curación para su criado enfermo y lo hace a través de varios amigos, que interceden por él: “si quieres, una Palabra tuya será suficiente para sanar a mi criado” (Cf. Lc 7,7). La petición del hombre leproso tiene para nosotros un contenido espiritual directo: las lepras del alma son difíciles de sanar y pueden corromper irremediablemente el espíritu. JESÚS aludirá con indignación a los que por dentro están llenos de podredumbre (Cf. Mt 23,27), y no quieren la salud auténtica que trae al mundo. Aquel leproso es un pálido representante de una humanidad sumida en la corrupción idolátrica más abyecta. Esa lepra sí que era importante, porque corrompe al hombre en su raíz y lo aísla de DIOS para su desgracia.

La oración  es escuchada

La súplica sincera es escuchada: “compadecido de él, JESÚS extendió su mano y le dice, sí quiero queda limpio” (v.41). Antes de decir nada, JESÚS movido por la compasión extiende su mano hacia el leproso. Con gran simplicidad, san Marcos cierra el capítulo señalando lo que el HIJO de DIOS realiza con la humanidad: compadecido, extiende su mano hacia ella. La compasión de DIOS llega a los hombres por la mano extendida del HIJO que toca a la humanidad enferma de muerte: la lepra del pecado corroe sus entrañas, y el segundo capítulo del evangelista será explícito en este sentido. JESÚS está para sanar o salvar, y devolver la salud perdida al alejarse de DIOS.

La sobreabundancia de la Gracia

El Reino de DIOS está en acción visible y manifiesta, porque la Fuente de la Vida Divina está abierta en las palabras y acciones de JESÚS: “al instante desapareció la lepra” (v.42), y el hombre quedó totalmente restablecido. JESÚS confirma: “YO he venido para dar Vida y tengan Vida en abundancia” (Cf. Jn 10,10). La Fuente de la vida, o el Árbol de la Vida en medio del jardín (Cf. Gen 2,9) había quedado prohibido definitivamente para el hombre, pues de lo contrario la desgracia original se habría perpetuado de modo irredenta. JESÚS realiza signos que anuncian la apertura a la vida Eterna, pues la acción del Reino de DIOS en este mundo no es para establecer definitivamente nuestra estancia aquí, sino acelerar la transformación necesaria que nos haga aptos para una Eternidad con el SEÑOR.

JESÚS no es un populista

Las raíces de la Gracia deben encontrar el silencio conveniente en el corazón humano, y determinadas acciones especiales de DIOS requieren tiempo para madurar como el buen vino en la bodega. JESÚS prohíbe severamente al hombre curado, que hable de su curación: “vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio” (v.43-44) Desde la Galilea hasta Jerusalén donde había que presentar la ofrenda, mediaban unos ciento veinte o ciento cincuenta kilómetros, según el punto de partida y la ruta a seguir. De tres a cinco días podía llevarle al hombre aquella distancia, según sus fuerzas y la prisa por llegar a la Ciudad Santa y el Templo. Durante aquellos días, aquel hombre podría valorar la gracia recibida de una salud recuperada, dando gracias a DIOS que había tenido con él tanta Misericordia. Por otra parte, las autoridades religiosas del Templo recibirían un testimonio claro de lo que estaba surgiendo en la Galilea, un tanto alejado de Jerusalén, pero siempre informados de lo que se  estaba gestando. JESÚS no había venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a darles su cumplimiento en plenitud (Cf. Mt 5,17). Tenía sentido que urgiese al que había padecido la lepra a realizar lo mandado en la Ley.

No sabemos

Parte de lo mandado por JESÚS el hombre no lo cumplió: “él, al punto que se fue, empezó a divulgar con entusiasmo su curación” (v.45ª). JESÚS no venía a disputar la autoridad religiosa del Templo anteponiendo sus signos de Poder o su enseñanza. JESÚS esperaba el reconocimiento de las autoridades religiosas de lo que las Escrituras decían sobre ÉL. El camino debido discurriría por una transición de la Ley de Moisés y los Profetas, al descubrimiento de lo que el DIOS de Israel en su Divina Providencia había dispuesto con la llegada de su HIJO, el MESÍAS anunciado.

De todas partes

“JESÚS  no podía presentarse en público en ninguna ciudad, así que se queda a las afueras, y aún así acudían a ÉL de todas partes” (v.45). Parece que esta anomalía se resolverá pronto, y veremos próximamente a JESÚS en Cafarnaum (Cf. Mc 2,1). Pero se cierra este primer capítulo informando, que acudían a JESÚS de todas partes, por lo que se mantenían los objetivos de llevar el Evangelio a todos los posibles. San Marcos con esta conclusión nos deja varias cuestiones sin resolver: ¿qué impedía a JESÚS entrar en los distintos núcleos de población? ¿Se sentirían escandalizados los galileos, porque JESÚS había tocado con su mano al leproso? De ser así, ¿no concebían aquellos el dominio de JESÚS sobre la enfermedad? ¿Tenían aquellas gentes miedo inicial a un contagio, o consideraban que JESÚS había transgredido la Ley, y por tanto su predicación no era digna de crédito? Pero esto último no se compagina con la afluencia de gentes de todas partes, que a pesar de todo acudían para escucharlo y ser curados. ¿Quiere el evangelista con esta conclusión llamar la atención sobre la condición desobediente -duro de cerviz- del ser humano? Siendo esto una gran verdad, tampoco la conducta entusiasta del curado impidió que todos los de alrededor acudieran a JESÚS, a los que  ÉL siguió anunciando el Reino de DIOS.

Sal Pablo, primera carta a los Corintios 10,31-33. 11-1

A san Pablo también le toca preguntarse sobre los tiempos, o la época, que le toca vivir. En distintos lugares afirma que en su época se ha alcanzado la “la plenitud de los tiempos” (Cf. 1Cor 10,11; Gal 4,   ). Los tiempos de los hombres se vuelven cauce de la actuación especial de DIOS, que el judío leído en las Escrituras tenía claro. A los de Galacia les dice que JESUCRISTO, el HIJO, se reveló para rescatar a los que estaban bajo la Ley, habiendo ÉL mismo nacido  bajo  la ley antigua (Cf. Gal 4,4). El REDENTOR nace de la MUJER para rescatarnos y hacernos hijos de adopción. Siendo así las cosas, los cristianos que esperan al SEÑOR, no sólo en la efusión del ESPÍRITU SANTO, sino en su Segunda Venida, tienen que llevar una conducta apartada de los distintos y numerosos ídolos, detrás de los cuales actúan las fuerzas satánicas de las que los ídolos son la máscara. Estos favorecen las disposiciones personales para abrirse a los demonios que desean ardientemente acabar con el hombre entendido como todos los hombres posibles desnaturalizándolo para negarle el acceso a la condición de hijo adoptivo de DIOS. Satanás no soporta la Redención, pues en ella se ha decretado su derrota y fracaso. Dos mil años llevamos de vigencia de estas verdades y doctrina, y nos encontramos en plena efervescencia de la misma. Las espadas siguen en alto, y aunque la victoria está decida, la batalla continúa.

La Gloria de DIOS

“Ya comáis, ya bebáis, o cualquier otra cosa, hacedlo todo para la Gloria de DIOS” (v.31). Pocas veces se tiene el cuidado de mirar por la Fe del hermano, que camina en la misma comunidad. En distintos versículos de este capítulo, san Pablo llama la atención sobre este modo de ejercer la Caridad. No todo el mundo cree de la misma forma, o ha tenido acceso a la Fe por los mismos caminos. La intransigencia, en estos casos, mata la Caridad, y la Fe del hermano lo puede acusar.

El escándalo

“No deis escándalo ni a judíos, ni a griegos, ni a la Iglesia de DIOS” (v.32). La venta en el mercado de la carne ofrecida a los ídolos movía a discusión e inquietud; y san Pablo intenta salir al paso del asunto, dando algunos criterios. El cristiano puede comprar en el mercado lo que se pone a la venta, pero si un hermano te advierte, que esa carne proviene de un rito al ídolo, por la objeción de tu hermano te abstendrás de comprar esa carne para no dar escándalo. Lo mismo ocurriría si te invitan a un banquete y tu hermano te avisa que lo servido viene de una ofrenda a los ídolos.

“Sed imitadores míos” (1Cor 11,1)

“Lo mismo que yo, que me esfuerzo en agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés, sino el de la mayoría, para que se salven” (v.33). La Caridad mueve al servicio desinteresado a los hermanos. No existe mayor servicio, que la acción discreta destinada a favorecer el acercamiento al SEÑOR del hermano. San Pablo es un ejemplo eminente de lo anterior, pues la evangelización necesita de la predicación, pero el evangelizador, o el cristiano enviado, juega un papel principal en el mismo Mensaje ofrecido. No se puede separar lo que se dice de lo que se vive. Habremos de admitir, que siempre se comprobará un cierto desajuste entre lo predicado y lo vivido, por causa de nuestra condición precaria y pecadora. Así el Apóstol nos decía: “yo corro, no a la aventura; y ejerzo el pugilato, no dando golpes en el vacío; sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que habiendo proclamado el Evangelio a los demás resulte yo descalificado” (Cf. 1Cor 3,26-27). Está muy bien que san Pablo nos siga moviendo a ser sus imitadores, sabiendo que será imposible hacer en la propia vida un calco de la suya. Pero siempre nos inspirarán sus escritos para acomodar nuestro camino con fidelidad creciente al seguimiento de JESUCRISTO.

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