El Salmo 23 ha calmado más dolor que toda la filosofía del mundo

Pbro. José Juan Sánchez Jácome
Pbro. José Juan Sánchez Jácome

Se ha convertido en una de las páginas más hermosas de la Biblia. Es un texto en el que confluyen los más íntimos anhelos del ser humano, es una cita común para tantas personas, es una fuente a la que todos van a saciar su sed, es una palabra al mismo tiempo amable y poderosa que nos inunda de la presencia de Dios en momentos verdaderamente cruciales de nuestra existencia.

El Salmo 23 atrapa inmediatamente nuestra atención y produce una sensación muy especial al ir revelando con asombro la imagen de Dios como un verdadero pastor. Nos conecta con la experiencia vital de un creyente que en medio del peligro no solo tiene la serenidad para señalar a Dios como su pastor, sino también la emoción para cantar la bondad del Señor que lo guía y lo protege.

El salmista, que ha logrado experimentar a Dios como un pastor, puede reconocer -más allá de los momentos críticos- cómo el Señor conduce toda su vida adelantándose a sus pasos, haciéndole sentir su segura protección y envolviendo su vida en la paz y en la ternura. Por eso, corona esta oración asegurando mantenerse en la casa del Señor toda la vida.

Esta experiencia vital del salmista sigue siendo la misma experiencia de tantas personas que se han sentido reconfortadas con la ternura y el amparo del Señor, a través del Salmo 23. Puede ser que nos falte familiarizarnos y manejar con más precisión muchos otros textos excelsos de las Sagradas Escrituras, pero esta oración sigue siendo imprescindible para saborear la presencia del Señor y para sentir su protección en el momento del peligro.

No solo la gente sencilla ha recomendado y pregonado la hermosura de este salmo, sino también grandes escritores han quedado fascinados por la profundidad de esta oración bíblica que, además de revelar la naturaleza divina, nos hace corresponder al amor de Dios, al sentir su ternura y protección.

Dentro de las referencias literarias, que bien se pueden catalogar como un verdadero testimonio, vale la pena señalar la reflexión que hacía el filósofo francés Henri Bergson, que al hablar de este salmo comentaba: “Los centenares de libros que he leído no me han dado tanto consuelo como el Salmo 23: El Señor es mi pastor, nada me falta…”

Po su parte, H. W. Becher así se refiere al Salmo 23: “Es el ruiseñor de los salmos: pequeño y con un plumaje ordinario; que canta tímidamente en la sombra, pero su canto ha llenado el mundo entero con una preciosa melodía; más bella no se puede concebir. Bendito el día en que nació este salmo, pues ha calmado él solo, más dolor que toda la filosofía del mundo”.

Ambos autores, en distintos tiempos y lugares, destacan cómo la aportación de este salmo no tiene comparación con el pensamiento que ha generado toda la filosofía del mundo. Un solo salmo ha sido capaz de darnos consuelo y esperanza. De la misma manera, nos ha hecho experimentar que Dios no se desentiende de nadie, sino que sortea todas las dificultades y recorre todos los caminos hasta encontrarnos.

La confianza y la sensibilidad que despierta este texto bíblico provocó un gozo mayor cuando Jesucristo se presentó como el Buen Pastor, encarnando en su persona todas las implicaciones de una imagen bondadosa como esta.

Al apropiarse esta imagen, Jesús reafirma que no tiene pretensiones políticas ni de otra índole, sino que se compara con el Buen Pastor. Un pastor porque nos conoce, camina con nosotros, está en medio de las ovejas, se adelanta a los peligros para resguardar a las personas que se le confían y porque es capaz de dar la vida por las ovejas.

La gente percibió que la forma de hablar de Jesucristo no era un simple discurso, que no hacía uso, románticamente, de una imagen bucólica, sino que Jesús lo cumplía en su persona recorriendo los pueblos, encendiendo los corazones con su predicación, atendiendo a las personas, curando a los enfermos y mostrando una exquisita sensibilidad y cercanía con los pecadores. Llegaron a reconocer con asombro que Jesús no se concebía sin la relación con sus ovejas, sin el encuentro con las personas, a quienes llegaba a considerar como algo muy suyo.

Uno de los aspectos que florece inmediatamente en esta imagen es la ternura y la bondad. Estamos delante de una imagen que conquista el corazón por su belleza. Pero más allá de la ternura que destila esta imagen no podemos dejar de ver la fortaleza y la valentía que caracteriza a un pastor. Al respecto dice San Bonifacio:

“No seamos perros mudos, no seamos centinelas silenciosos, no seamos mercenarios que huyen del lobo, sino pastores solícitos que vigilan sobre el rebaño de Cristo, anunciando el designio de Dios a los grandes y a los pequeños, a los ricos y a los pobres, a los hombres de toda condición y de toda edad, en la medida en que Dios nos dé fuerzas, a tiempo y a destiempo, tal como lo escribió san Gregorio en su libro de los pastores de la Iglesia”.

En la regla Pastoral, San Gregorio había señalado: “El pastor esté alerta para que no busque, impulsado por sus pasiones, agradar a los hombres más que a Dios, ni desee que le amen a él más que a la verdad”.

Santo Tomás de Villanueva se refiere a las cualidades que no deben faltar en un buen pastor: “Cuatro son las condiciones que debe reunir el buen pastor. En primer lugar, el amor: fue precisamente la caridad la única virtud que el Señor exigió a Pedro para entregarle el cuidado de su rebaño. Luego, la vigilancia, para estar atento a las necesidades de las ovejas. En tercer lugar, la doctrina, con el fin de poder alimentar a los hombres hasta llevarlos a la salvación. Y finalmente la santidad e integridad de vida; esta es la principal de todas las cualidades”.

Por su parte, el papa Francisco destacó que el buen pastor debe ir delante de las ovejas, en medio de ellas y detrás de las ovejas. Delante de las ovejas porque su misión es guiar y mostrarles con asombro el camino. Debe, por eso, tener experiencia del amor de Dios para que sus pasos sean firmes y no ande deambulando con las ovejas.

El Señor Jesús llegó a ser amigo y muy cercano de sus discípulos, pero el evangelio también asegura que en muchos momentos ellos se sintieron asombrados y temerosos al verlo lleno del Espíritu de Dios. El Señor, sin dejar de ser nuestro amigo, es el pastor, el que aporta una visión que abre nuestros horizontes para anhelar el reino de los cielos.

Sin embargo, si el pastor solo se pone delante de las ovejas dejaría de ser relevante, se le consideraría muy lejano e inalcanzable. Por eso, tiene que estar en medio de las ovejas, como Jesús que comía y bebía especialmente con quienes eran considerados públicamente como pecadores. El buen pastor debe convivir con las personas y compartir sus alegrías y tristezas, lo que forma parte de su vida para que se afiance la amistad y la confianza. De ahí que el papa Francisco diga que el pastor debe tener olor a oveja.

El buen pastor debe ir también detrás de las ovejas para acercarse a las que se han alejado y a las que se han rezagado. Debe atender a las que están sufriendo, así como a los que se han quedado atrás heridas y excluidas.

Se requiere, por lo tanto, de la ternura y fortaleza del pastor, pues como dice Benedicto XVI: “La Iglesia necesita pastores que resistan a la dictadura del espíritu del tiempo”.

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