Es momento de hacer un alto y ver nuestra manera de ser cristianos

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el Domingo XXVI del tiempo Ordinario

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

En este domingo, damos inicio con la primera de las parábolas que enmarca el rechazo del pueblo de Israel hacia Jesús. Tres parábolas que escucharemos de manera consecutiva en los siguientes domingos. Jesús se encuentra en el atrio del templo de Jerusalén, ha predicado a gente sencilla en las sinagogas y cruces de caminos; pero también trata con fariseos y doctores de la ley, personas conocedoras de la ley judía, personas que se sienten pueblo elegido, por tanto, defensoras de la ley mosaica, de allí que se opongan al mensaje de Jesús y duden de su enseñanza. Jesús se siente rechazado y al rechazarlo están rechazando a Dios, por tal motivo, dejará con tres parábolas la invitación que Dios hace a su pueblo y el rechazo que se da a esa invitación.

La de hoy, es la parábola de los dos hijos. Con esta parábola Jesús desea representar a dos grupos de personas bien definidos. El primer grupo es el formado por los judíos piadosos, que dicen y no hacen; eso lo dejará claro Jesús con su reproche a escribas y fariseos (Mt.23,3). Este grupo de judíos piadosos, honran a Dios con los labios, con sus prácticas piadosas, pero su corazón está lejos de Dios, en distintas ocasiones Jesús los trata de hipócritas. El grupo formado por prostitutas y publicanos, por extranjeros y paganos, aquellos que no tienen cabida con Dios según los judíos, pero por su fe en Jesús están más cerca del corazón de Dios. No es ésta la primera vez que Jesús habla de la necesidad de coherencia entre las palabras y las obras, pero sí es la primera vez que Jesús compara directamente a los sacerdotes, escribas y fariseos con los publicanos y las prostitutas, escuchemos: “Entonces Jesús les dijo: «Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios. Porque vino a ustedes Juan, predicó el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas sí le creyeron. Ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en Él»

¡Vaya atrevimiento de Jesús! Los publicanos eran considerados traidores a la Patria por trabajar para el imperio romano y las prostitutas eran reas de muerte si eran denunciadas públicamente. ¿Por qué se atreve Jesús a hacer esta comparación? Jesús lo hace porque tenía muy clara la realidad del Reino: quienes pertenecen al Reino son aquellos que hacen la voluntad de Dios. Es decir, no basta en estar de acuerdo con Dios, no basta con escuchar su Palabra o estar cerca de su presencia en el Templo, hay que seguir sus pasos, hay que dejar que la voluntad se vea afectada por sus palabras y su presencia. Recordemos aquellas palabras de Jesús: “Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”.

Las expresiones de los dos hijos, me parecen son precipitadas; lo hacen de manera rápida y parece que lo hacen sin pensar; ambos muestran una obediencia imperfecta a la voluntad del Padre: El primero porque no concretiza su sí y el segundo porque inicialmente opone un rechazo, aunque después sí lo cambia. Pero es preferible la

actitud de aquel que se arrepiente de lo que expresado y va a trabajar, a la actitud de aquel otro que sólo expresó con palabras el deseo de ir a trabajar, pero no fue. Hacer y actuar es lo que cuenta, asentir sólo con palabras no tiene ningún valor. Jesús con la parábola hace una crítica fuerte a la hipocresía de los fariseos.

Les invito para que pongamos la atención sobre el grupo representado por el hijo que expresó: “Ya voy, Señor, pero no fue”. Muchos de nosotros, ¿acaso pertenecemos a este grupo, que prometemos con los labios y no cumplimos?; porque pareciera que lo nuestro es no obedecer, como si lo propio del hombre religioso fuera conocer y tener principios bien claros, aunque no se cumplan. Muchas veces nos quedamos en palabras y nos olvidamos del actuar. Me parece ésta, una crítica contundente contra los profesionales de la religión de aquel tiempo y de nuestro tiempo. Muchas veces podemos tener a Dios en los labios y hablar a cada instante de Él, pero estar lejos de cumplir su voluntad. Ante Dios lo que importa, no son las palabras, sino cumplir su voluntad y cumplir la voluntad de Dios es traducir el Evangelio en hechos concretos de la vida cotidiana.

Hermanos, hablar, prometer, expresar fórmulas de fe, puede ser sencillo y podemos tener esa actitud siempre. Muchos cristianos podemos decir “sí” sabiendo que no vamos a cumplir; me viene a la mente esa interrogante que se hace a los papás y padrinos en el bautismo: “¿Están dispuestos a educar a sus hijos y ahijados en la fe católica?”; todos responden que sí. Muchos lo hacen sabiendo que es una expresión rutinaria, que no lo llevarán a la práctica. Así acumulamos tantas expresiones que las volvemos trilladas, como la promesa de fidelidad en el matrimonio, etc.

Es momento propicio para detenernos y reflexionar en lo que prometemos a Dios o a los demás. También nosotros debemos sentirnos cuestionados sobre la coherencia de vida, sobre cualquier dosis de hipocresía que pueda existir en nuestro corazón. Es momento de hacer un alto y ver nuestra manera de ser cristianos: ver si tenemos nuestra fe sólo centrada en actos piadosos o nuestra fe es capaz de transformar nuestra vida. No hagamos promesas a la ligera, no nos quedemos en palabras, recordemos que las actitudes valen más ante Dios.

Quizá hemos criticado a las personas al descubrir alguna dosis de hipocresía; tal vez hemos hablado mal de las personas que consideramos que no son coherentes. El Evangelio que hemos escuchado, es para que cada uno de nosotros hagamos un examen sobre nuestra coherencia de vida; eso nos ayudará a corregir nuestra actitud y a poder cumplir el mandato de Dios. Tal vez, nosotros sí creemos en Jesús, vamos a Misa y tratamos de cumplir los mandamientos, sin embargo, cuando Dios nos pide que lo reconozcamos y lo amemos en realidades adversas, ¿no nos negamos a hacerlo?. Por eso, preguntémonos: ¿Cómo mostramos nuestra fe en Dios?

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

¡Feliz domingo para todos!

Comparte:
Obispo de la Diócesis de Apatzingan