Esa misión de corregir o llamar a la comunión a alguna persona…

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el Domingo XXIII del tiempo Ordinario

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

En este domingo, Jesús nos deja algunas instrucciones que nos harán mucho bien, ya que como cristianos en este mundo no estamos exentos de dificultades. Cuando Jesús proclamó la parábola del “trigo y la cizaña”, nos dejó claro que la Iglesia es, como el mundo, un campo de cultivo, en que la buena semilla y los abrojos crecen juntos hasta el final de la historia. De allí que la comunidad cristiana no está exenta de pecados y conflictos, sólo que en ella, los conflictos no se resuelven como en la sociedad. Así la Iglesia crece con el fermento del perdón y la reconciliación.

Jesús nos enseña:

1°- La corrección fraterna: Es interesante la responsabilidad que Jesús le da a la comunidad por cada uno de sus miembros. Es decir, para Jesús cada miembro de la comunidad es importante, y si se pierde, es responsabilidad de la comunidad el hacerlo regresar; más si éste al fin y al cabo en su libertad no lo quiere así, uno no puede forzarlo.

“Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas…” Esta instrucción nos enseña de cómo hay que proceder para ganar al hermano que se ha desviado del verdadero camino. Descubrimos que existen varias etapas: Primero es un “tú” a “tú” a solas. Si el diálogo resulta eficaz, habrás ganado un hermano, que es lo que se busca. Si no da resultado, se tiene que comprometer a otro miembro de la comunidad, ya que es la vida comunitaria la que está en peligro. Y si esta exhortación no es escuchada, se tiene que apelar a la comunidad eclesial. Decírselo a la comunidad, no es inmadura acusación, es la seguridad de quien sabe que en el seno de la Iglesia, se encuentran y se disfrutan espacios de reconciliación. Descubrimos pues, un interés por rescatar al hermano y volverlo al camino. No se trata de juzgarlo, de señalarlo o de evidenciarlo.

Hermanos, esa misión de corregir o llamar a la comunión a alguna persona que se ha alejado, no nos corresponde porque seamos más santos o mejores, sino por ser miembros de Cristo. Debemos acercarnos con empatía, tratar de comprenderlo en su situación e invitarlo a volver al camino correcto. No se trata de juzgar a nadie o de aplicarle la ley. Recordemos que todos estamos expuestos a equivocarnos en el caminar y la corrección fraterna es ese acercamiento humilde, interesado por el que hierra; movido por la caridad y acompañando siempre la corrección con la oración.

Es momento de pensar: ¿Cómo realizo la corrección fraterna en familia? ¿Cómo realizo la corrección fraterna con vecinos o en mi comunidad? ¿Soy indiferente

ante lo que otros hacen y dejo que sigan desviándose del camino correcto? Hermanos, abramos los ojos y volteemos a ver quién camina a nuestro lado, pues en nuestro prójimo está nuestra salvación. No es opcional, pues el camino al cielo, es camino de comunión y no de individualidad. Recordemos que si logramos reconciliar a alguien con Dios, hemos encontrado la salvación para él y para nosotros también.

2°- Atar y desatar: “Yo les aseguro que todo lo que aten en la tierra, quedará atado en el cielo y todo lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo”. La reconciliación sacramental: El perdón es una actitud evangélica y un medio terapéutico que libera al que lo otorga y reaviva al que lo recibe. Los psicólogos coinciden en que las personas que han sido profunda e injustamente heridas, pueden sanar emocionalmente perdonando a su ofensor. El fraile dominico Henri Lacordaire dijo: «¿Quieres ser feliz un instante? Véngate. ¿Quieres ser feliz toda la vida? Perdona» Pero

¿quiénes son los sujetos que ostentan la autoridad divina de atar y desatar, es decir, de perdonar? Son los discípulos, los doce apóstoles, que representan a toda la comunidad cristiana.

3°- La oración en común: El Señor estará en medio de sus fieles, de un modo muy especial, siempre que se reúnan en oración. Para la oración son muy útiles los templos pero no indispensables porque basta que dos o más se reúnan con el afán de orar. La comunidad orante es el lugar privilegiado de la presencia de Jesús. La unidad en la oración es una de las condiciones para ser escuchados. Dice el Señor: “Yo les aseguro que, si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre celestial se lo concederá, pues donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

La comunidad se reúne en nombre de Jesús; no es una reunión más, no se reúnen a hablar mal de los demás o por mera costumbre, Jesús es la razón para reunirse, allí están animados por su Espíritu. Es momento que analicemos nuestras reuniones dominicales, la Misa; hay quienes dicen que están en crisis nuestras reuniones dominicales, que porque son reuniones por costumbre y se participa de manera pasiva o rutinaria. Dicen: son reuniones que las dirige el sacerdote con algunos cuantos laicos y los demás son espectadores. Reflexionemos: ¿Cómo son nuestras Misas: son rutinarias o son ese encuentro vivo con el Resucitado que nos alimenta con su Palabra y con su propio Cuerpo?

¿Cómo participamos en ellas? ¿Tendremos la misma petición a Dios? ¿Estamos unidos en eso que pedimos? Hermanos, hagamos de nuestras celebraciones lo que realmente son: ¡Un encuentro con Cristo vivo!

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

¡Feliz domingo para todos!

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan