El evangelio de este domingo, Mt 16-21-27, nos presenta el primer anuncio de la pasión del Señor. Jesús revela a sus discípulos que debe ir a Jerusalén; allí será entregado y condenado a muerte, pero resucitará al tercer día. Este es el camino que Jesús debe recorrer para cumplir la voluntad de Dios Padre en su deseo de salvar a la humanidad. Por medio de este anuncio Jesús revela a sus discípulos cómo llevará a cabo su mesianismo y su filiación divina. Por su parte, el apóstol Pedro trata de disuadir a Jesús e intenta hacerlo cambiar de idea. El evangelio dice que lo llevó a parte y lo reprendía diciendo “Ni se te ocurra Señor, de ningún modo te sucederá eso” Mt 16, 20.
Nos encontramos por tanto ante dos maneras de ser delante de la voluntad de Dios: una que acepta y se somete a ella hasta sus últimas consecuencias y la otra que la rechaza, se resiste y ve las cosas de modo diferente. Estos comportamientos nos recuerdan la amonestación que San Pablo hacía a los Romanos: “No se acomoden a la forma de pensar del mundo presente antes bien, transfórmense mediante la renovación de su mente, de forma que puedan distinguir cual es la voluntad de Dios”. Rom 12, 2.
Toda la historia de Jesús, desde el momento de la encarnación hasta su muerte en la cruz, es una historia de la Voluntad de Dios. Él es el hijo que en todo hace la voluntad de su Padre. Así lo expresa en el evangelio de San Juan: “mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre” Jn 4, 34. La voluntad del Padre en este caso consiste en que el camino que traerá la salvación, pasa a través del sufrimiento, pasa a través de la entrega de la vida; es voluntad de Dios Padre que la redención del mundo se obtenga a través de la sangre derramada de su Hijo.
Pedro por su parte no logra entender este anuncio pues da la impresión de que está dominado por la lógica de este mundo y por eso trata de disuadir a Jesús de tal determinación. Pedro parece más bien interesado en un Mesías glorioso. Por eso es que este anuncio de la pasión formulado por Jesús, encuentra en él una fuerte oposición. Pedro no acepta el camino que desea recorrer Jesús.
Jesús sabe que la voluntad de Dios está motivada por el amor como lo dice San Juan: “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio hijo para que el mundo se salve”. Ha sido un acto de amor el que Dios entregue a su Hijo al mundo para salvarlo; es también un acto de amor que el Hijo cumpla la voluntad de Dios Padre. Por lo tanto, el camino que está siguiendo Jesús de llevar a cabo la salvación de la humanidad, cumpliendo en todo la voluntad de Dios, es un camino movido por el amor que se orienta a la vida.
Este camino que propone y sigue Jesús se recorre observando tres principios fundamentales: el primer principio es la renuncia a sí mismo; el segundo principio es tomar la propia cruz y el tercer principio es el seguimiento de Cristo. Este es el camino que ha hecho Jesús y es el camino más seguro para conseguir la vida que él nos propone; es un camino positivo aunque la naturaleza humana muchas veces ponga resistencia y quiera recorrer otras sendas evitando las exigencias del evangelio.
Volviendo al lenguaje del amor debemos recordar que Dios nos ha creado para amar, por eso la felicidad del hombre está en amar a Dios sobre todas las cosas y amar a los demás como Cristo nos ha amado. Dios que es amor nos ha hecho para hacernos partícipes de su amor. Por lo tanto para caminar en la dirección correcta, estamos llamados a progresar en el amor; intentar ofrecer nuestra vida por amor. Hoy el Señor dice que quien pierda la vida por él, la alcanzará. Si nosotros buscamos directamente la felicidad nos quedamos generalmente en el egoísmo y por consiguiente no se alcanza la plenitud de la vida.
El camino que nos hace salir de nuestro egoísmo, es el camino del amor. Por eso la primera condición que pone Jesús es la renuncia a sí mismo. Es decir, si uno quiere vivir como cristiano debe poner en primer lugar la voluntad de Dios. Por eso el evangelio nos propone que para salvar la vida es necesario perderla, es decir para vivir en plenitud es necesario donarse en plenitud. La clave de todo esto es el amor. El amor es lo que nos hace salir de nosotros mismos, nos lleva a no buscar nuestro propio interés o nuestra gloria, sino mantenerse unidos a Cristo en el amor.
Para vivir en el amor uno debe renunciar a la mentalidad de este mundo, que niega el sacrificio y hace a un lado los compromisos y en cambio busca afanosamente la autocomplacencia, los placeres de la vida, el dinero y el poder. Todas estas son búsquedas egoístas. La voluntad de Dios en cambio es que vivamos en la dimensión del amor divino, no en el egoísmo. Esto se aprende y se alcanza cuando uno se atreve a seguir a Cristo, tratando de hacer la voluntad de Dios en nuestras vidas.