Las exequias y honras fúnebres del Papa Francisco propician la llegada de los cardenales que participarán en las diversas celebraciones en honor al pontífice yaciente. De esos, los mexicanos ya están presentes.
Uno que ya se ha visto desde el martes es el arzobispo primado emérito de México, Norberto Rivera Carrera. Participó en el traslado del cuerpo del Papa en la procesión solemne de cardenales, obispos y clero que pusieron el ataúd en la Basílica de San Pedro.
La difusión de las imágenes del Centro Televisivo Vaticano capta al prelado al inicio de la procesión sin el hábito coral cardenalicio de color rojo, usando sólo roquete, pectoral y solideo.
Muchos se preguntan qué hará el cardenal Rivera Carrera ahí si pasa la edad requerida para participar en el cónclave con derecho a voto; sin embargo, el Camarlengo ha dispuesto las reuniones de cardenales donde quienes integran el Colegio cardenalicio tienen derecho a participar con sus opiniones.
¿Cómo está el colegio de cardenales mexicano? ¿Puede salir un Papa mexicano? Llama la atención que Francisco reconoció a México con cardenales a manera de recompensa por sus méritos en trabajos pastorales específicos, impecable trayectoria eclesiástica o por el respaldo papal ante situaciones difíciles de las periferias. Sólo dos de ellos, Robles Ortega y Aguiar Retes, entrarán con derecho a voto, pero viven ya el tiempo extra que el Papa les otorgó por haber llegado a la edad de jubilación canónica.

Los reconocidos con el cardenalato como un privilegio por su labor fueron el emérito de Morelia, Alberto Suárez Inda, hoy con 86 años, le cayó el capelo en 2015, como cardenal-presbítero, titular de san Policarpo, un año después de haber cumplido los 75 años. Memorable fue la solicitud del mismo Francisco al pedir a Suárez Inda “que aguantara” en el pastoreo de la arquidiócesis. En noviembre de 2016 se retiró sucediéndole Carlos Garfias Merlos. Esa región, bastión del catolicismo mexicano, nunca había tenido un cardenal y aunque el reconocimiento recayó en Suárez por pastorear “una región tan caliente”, las implicaciones del nombramiento también habrían sido un apuntalamiento de la labor que soportó Miguel Patiño, el obispo de tierra caliente, Apatzingán, quien denunció “la maquinaria asesina” del crimen que destruía a las comunidades de Michoacán.

Otro capelo meritorio fue el del desaparecido arzobispo Sergio Obeso Rivera. Su ministerio episcopal fue de grandes claves en la historia de México. Tres veces presidente de los obispos fue uno de los promotores del nuevo orden constitucional y jurídico de las iglesias y el Estado promulgado en 1992. Dejó el gobierno pastoral de la arquidiócesis de Xalapa en 2007 y, en el retiro, el Papa le concedió el capelo en 2018 para ser cardenal-presbítero titular de san León I. Fue llamado a la presencia del Padre en agosto de 2019.

Felipe Arizmendi, emérito de San Cristóbal de Las Casas, recibió el cardenalato en noviembre de 2020, incorporándolo como cardenal-presbítero titular de la parroquia de san Luis María Grignion de Montfort. Esto significó un reconocimiento a su labor pastoral especialmente cuando el Papa constató la realidad de las comunidades de San Cristóbal en febrero de 2016. Arizmendi supo de su nombramiento por las noticias según afirmó en una de sus reflexiones semanales: “Abrí la página del Vaticano y comprobé que yo estaba entre los elegidos. Fue una sorpresa, porque no se me había avisado previamente. Lo primero que hice fue decirle a Dios: ¿Por qué yo”. Hoy, el prelado vive en el retiro en el Estado de México y comparte sus reflexiones semanales, entre los que trata temas políticos y sociales, con un importante número de seguidores. Aunque Arizmendi cuestionó su designación, pudo haber influido, además, en la construcción de los libros litúrgicos en lenguas originarias chiapanecas.

Distinto a los anteriores nombramientos están los de Norberto Rivera Carrera. Con 82 años, se retiró del oficio arzobispal poco después de su renuncia en 2017. Recibió el capelo de manos de Juan Pablo II en febrero de 1998 para incorporarlo al colegio como cardenal-presbítero titular de la parroquia de San francisco a Ripa Grande. Su retiro no implicó que haya dejado el acompañamiento pastoral. Es frecuente que don Norberto reciba invitaciones a celebraciones patronales y de confirmaciones y ahora ya se encuentra en Roma para las reuniones del exclusivo grupo de prelados. Rivera ya tiene tres cónclaves en su historial: El de Benedicto XVI, el de Francisco y ahora, el que prepara la sucesión del pontífice argentino.

Juan Sandoval Íñiguez, de 91 años, vive en un retiro más pausado, pero no menos polémico. Ha criticado al Papa Francisco y sus opiniones en redes sociales han cimbrado al sistema político electoral. Por sus declaraciones, los tribunales invalidaron en 2021 las elecciones de san Pedro Tlaquepaque, municipio donde radica. El emérito de Guadalajara ha descollado por defender la doctrina tradicional de la Iglesia, grupos asumidos como conservadores se han valido de la fuerza moral del cardenal Sandoval para ponerlo de lado de su causa contra el llamado progresismo y el sinodalismo que ha desatado no pocas controversias y polarizaciones ad intra ecclesiae. Juan Pablo II le impuso el capelo en 1994 como cardenal-presbítero titular de la iglesia de Santa María de Guadalupe y San Felipe mártir en la vía Aurelia. Él dejó el arzobispado de Guadalajara en diciembre de 2011 sucediéndole el actual arzobispo José Francisco Robles Ortega. Una anécdota que Sandoval presume es el de haber sido “el micrófono de Dios” porque, debido al tono grave de su voz, los cardenales le comisionaron escrutar y “cantar” el número de votos que, al final, favorecieron al Papa Francisco en 2013.

Entre los cardenales activos están el arzobispo de Guadalajara, José Francisco Robles, arquidiócesis que se consolida como iglesia que abarca la totalidad de la urbe tapatía, de los principales polos de desarrollo en el occidente del país y epicentro de la política de esa zona de México. El otro es el primado de México, Carlos Aguiar, arzobispo de una iglesia que fue desmembrada no sólo en territorio, también en peso y preponderancia, inclusive en cuestiones pastorales y de fe que serán clave para el futuro de la Iglesia del país.
José Francisco Robles Ortega fue refrendado en el arzobispado de Guadalajara después de haber llegado a la edad de renuncia canónica en marzo de 2024; en últimas fechas destaca por su intervención en temas sociales como asumir personalmente la causa de los miles de desaparecidos en Jalisco.
Activo en redes sociales, Robles no está ausente de sus obligaciones pastorales, la reciente romería en honor a la Virgen de Zapopan, el 12 de octubre, comprueba la vitalidad de la Iglesia tapatía, más de dos millones y medio de fieles, además de otros hechos destacados como la creación de nuevas frecuencias de radio para evangelizar, influir en grupos empresariales, empujar el envidiable crecimiento de vocaciones sacerdotales y de ordenaciones, las últimas en mayo con 32 neopresbíteros y 12 diáconos transitorios en 2024. Es el único cardenal mexicano en activo con experiencia en un cónclave y estará con derecho a voto por segunda ocasión. Recibió el capelo en 2007 de manos de Benedicto XVI incorporándolo como cardenal-presbítero titular de la iglesia de Santa María de la Presentación.

Diametralmente distinto es Carlos Aguiar Retes. El capelo le cayó en 2016 gracias al Papa Francisco para hacerlo cardenal-presbítero titular de los Santos Fabiano y Venancio en la Villa Fiorelli, en el último tramo de su gobierno pastoral en la arquidiócesis de Tlalnepantla, fruto de su carrera burocrática más que pastoral.
Desde su llegada al arzobispado de México en 2018, su gestión ha sido gris y opaca, acompañado de la crítica del presbiterio de la arquidiócesis de México que reclama la ausencia casi perpetua del arzobispo. Convencido del proyecto sinodal, Aguiar pretende encabezar una renovación que, más que convencer, no termina de estructurar favoreciendo más la pastoral de las ocurrencias y caprichos análogos al cambio de época. Sin lugar a duda, en los siete años de gobierno pastoral del nayarita, la descristianización de la Ciudad de México, en lo que le toca, avanza descomunalmente. Las vocaciones están al punto de la crisis si no es que ya en la terrible agonía y los cuadros de agentes laicos han quedado anquilosados bajo el perfumado barniz de la inclusión favoreciendo a los amigos de sus colaboradores cercanos a quienes apuntan escándalos que los ponen en una réproba calidad moral.
Aguiar no se baja de su caballo. Presume, y ya hay demasiadas dudas de eso, su cercanía íntima con el difunto Papa. Quienes lo conocen saben de sus aspiraciones y sueños para ocupar un cargo vaticano si no es que su carrerismo le sigue alimentando el delirio para vestir la sotana blanca.
Este es el estado de cosas del selecto club de purpurados mexicanos, pero el panorama no queda ahí. El último cardenal mexicano, Arizmendi, fue favorecido en 2020. Cinco años de sequía que ponen a la Iglesia de México como débil y trémula observadora en el Cónclave. Aunque los obispos siempre afirman humildad y de no aspirar a cargos superiores y actuar siempre por voluntad de Dios, la realidad es que hay perfiles que se quedaron en la carrera. Esos son los arzobispos de sedes “tradicionalmente” cardenalicias.
Ahora, dos van al cónclave y, si bien se dice que podrían ser electos, la verdad es que su presencia se sumará a los grupos que apoyen a los cardenales que apunten a la mayoría para suceder a Francisco. En pocas palabras, un Papa mexicano es equivalente a esa eterna aspiración de que México será campeón del mundo en la próxima copa de fútbol.