Vacunas realizadas con productos obtenidos de fetos abortados

José Arturo Quarracino
José Arturo Quarracino

El domingo 14 de junio, durante la celebración del Corpus Christi en la catedral de Valencia (España), el cardenal Antonio Cañizares sorprendió cuando pronunciaba su homilía, al denunciar que en la fabricación de vacunas para el virus Covid-19 se están utilizando tejidos de fetos abortados, a lo que calificó de “inhumano” y “diabólico”.

Lo que el prelado español dijo, no es una denuncia infundada, sino basada en informaciones difundidas por publicaciones científicas respetadas, como la revista Science, en su edición del 12 de junio ppdo, en un artículo firmado por Meredith Wadman, con el título “Vaccines that use human fetal cells draw fire” [Vacunas que usan células fetales de abortos atraen el fuego].

La mencionada publicación es una revista científica, órgano de expresión de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia (AAAS, por sus siglas en inglés), fundada en 1880 en Nueva York por John Michaels, con apoyo financiero inicial de Thomas Alva Edison y Alexander Graham Bell.

En el artículo mencionado la autora menciona los problemas bioéticos que se plantean alrededor de la producción y uso de vacunas contra el COVID-19, en las que se han utilizado para su fabricación células humanas de abortos provocados.

No se trata de abortos recientes, sino de células producidas a partir de dos líneas celulares generadas hace décadas de abortos humanos provocados.

Una de ellas [denominada HEK-293] es producto de riñones de fetos abortados en 1972, y ha sido ampliamente utilizada en la investigación científica y en la industria.

La otra, la PER-C6, es producto proveniente de células de retina de un feto de 18 semanas, abortado en 1985, elaborado por la farmacéutica Janssen, filial de Johnson & Johnson.

En estos momentos se están llevando a cabo en todo el mundo alrededor de 130 estudios para desarrollar vacunas contra el Covid-19. En 6 de esas investigaciones se utilizan las células de los restos fetales abortados mencionados.

El dilema ético que se plantea es si es justo o licito procesar y comercializar restos de niños matados arbitrariamente antes de nacer. Es decir, si es ético o moral lucrar con restos humanos prenatales.

La Conferencia Episcopal Estadounidense se ha manifestado críticamente, afirmando que los ciudadanos deben tener acceso a vacunas que se hayan producido éticamente, y no deben ser obligados a elegir entre ser vacunados con virus potencialmente muertos que pueden violar sus conciencias. Sobre todo cuando otras vacunas contra el virus “utilizan líneas celulares no vinculadas a procedimientos y métodos no éticos”.

Así se lo han hecho saber a Stephen Hann, el comisionado de la FDA [Food and Drugs Administration], el organismo que controla y supervisa la fabricación de alimentos y medicamentos en Estados Unidos.

En relación con ello, la USCCB y las 20 organizaciones anteriormente referidas, se dirigieron por escrito, el pasado mes de abril, a Stephen Hann, comisionado de la FDA, para que favorezca el desarrollo de vacunas que no planteen problemas éticos en su fabricación.

En esa misma línea de pensamiento se expresó el arzobispo de Winnipeg, presidente de la Conferencia Episcopal Canadiense, monseñor James Weisgerber, junto con otras instituciones médicas, políticas y sociales, en una carta dirigida al primer ministro Justin Trudeau: “los productores de vacunas que utilizan líneas celulares humanas demuestran una profunda falta de respeto a la dignidad de las personas humanas”, por eso “urge a sus gobernantes a que desarrollen vacunas que no planteen un dilema ético  a muchos canadienses”.

Evidentemente, muy bien se pueden desarrollar vacunas que no planteen problemas éticos a sus potenciales usuarios, y si esto no se puede llevar a cabo, los que se beneficiarían con aquéllas tienen derecho a conocer toda la verdad respecto a los productos que se fabriquen.

No es un dato menor que los fabricantes de vacunas encubran u oculten la presencia de tejidos obtenidos de fetos abortados, utilizados para su comercialización en productos sanitarios o medicinales. Habría que preguntarse, por un lado, si también en otros productos medicinales se utilizan y comercializan  restos de seres humanos fallecidos o matados una vez nacidos, y por otro lado, cuál es el beneficio científico concreto y real que se obtiene de fetos abortados.

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