En el evangelio de Juan de este domingo, Jesús habla del amor. “Como el Padre me ha amado, así los he amado yo” y nosotros deberíamos responder a esta afirmación del Señor: “Como Jesús me ha amado, así yo, he amado a mi prójimo.”
El amor viene del Padre a Jesús, de Jesús a nosotros y de nosotros, a los demás; con esto queda claro que no podemos amar con nuestro amor, sino que debemos amar con el mismo amor de Jesús, pero para que esto sea posible, necesitamos primero aceptar abrirnos a recibir su amor y ese amor, lo encontramos en la cruz porque nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos y él nos mostró su amor entregando su vida por nosotros.
El amor de Jesús no es un sentimiento bonito y noble en favor nuestro, no son bellas palabras. El amor de Jesús es concreto, es algo real, tan real como que se entregó por nosotros a la muerte y resucitado sigue dándonos su amor para que, a su vez, con ese amor que recibimos de él, podamos amar a nuestro prójimo.
Jesús deja en claro que el amor a él no es un sentimiento. Hoy ese es nuestro grave error, confundir el sentimiento con el amor y eso es un engaño, una trampa porque si algo es voluble y frágil en la vida, son los sentimientos. Hoy podemos amar apasionadamente a una persona y mañana, la podemos odiar o se vuelve totalmente indiferente, incluso hasta llegamos a avergonzarnos de lo que sentíamos y hacíamos por ella.
Jesús dice: “Si me aman cumplirán mis mandatos”, no dice que si lo amamos tendremos hermosos e intensos sentimientos por él, sino que el amor a su persona es una sola cosa, la obediencia. No hay otra manera en que puedas medir tu amor a Jesús, solo si haces lo que él te pide en su evangelio, si te esfuerzas de día en día en parecerte a él, pensar como él, actuar como él, perdonar como él, ser tolerante y misericordioso como él, en fin, se trata de amar como él te ama
“Señor Jesús, no tengo la menor duda de que me amas. Cada vez que te contemplo crucificado caigo en la cuenta de que me amaste hasta el extremo de dar tu vida por mí, por el perdón de mis pecados, por la salvación de mi alma, pero yo no acierto a amarte como tú me pides que te ame cumpliendo tus mandatos, haciendo tu voluntad. Ayúdame, Señor, a corresponder a tu amor, quiebra la dureza de mi corazón, abre mis ojos cerrados por el egoísmo para que pueda amar a los que tú me mandas amar, incluso a mis enemigos. Señor hazme comprender que no seré feliz hasta que me deje inundar de tu amor y, con ese amor, pueda amarte a ti y a mis hermanos, entonces sí podré cumplir tus mandatos y podré decir que te amo realmente”.
Feliz domingo. ¡Dios te bendiga!