El evangelio de este domingo nos habla de tres actitudes básicas para ser considerados discípulos de Cristo: la fraternidad, el servicio y la humildad. Veamos.
«Todos ustedes son hermanos» (Mt 23,8)
Ante las actitudes de prepotencia, orgullo y altivez de los escribas y fariseos, por querer ocupar los primeros lugares y ser llamados maestros, Jesús propone a sus discípulos verse como hermanos, como amigos y como iguales, pues tienen un Padre común, una amistad que los une y gozan de la misma dignidad. Ser llamados hermanos presupone ser parte de la misma familia, no únicamente de sangre sino espiritualmente. Por ello, Jesús nos invita a llamar Padre a Dios, cumpliendo su voluntad (cf. Mt 12,50). Ser hermano implica cercanía, proximidad, amor, amistad, solidaridad, respeto, igualdad, vivir una vida juntos, protegerse, defenderse, cuidarse. La fraternidad supera cualquier vínculo humano, cualquier título y cualquier actitud altiva. ¿Qué actitudes de mi persona muestran que acepto y valoro a los demás como mis hermanos? ¿De qué modo potenciar la fraternidad en mi comunidad? ¿Qué signos de fraternidad me pide Cristo?
«Que el mayor de entre ustedes sea su servidor» (Mt 23,11)
Servir significa ayudar a los demás, ponerse a su disposición, colaborar con ellos y prestarles tiempo, recursos y capacitaciones. El discípulo misionero está llamado a servir, a amar al prójimo entregando su vida por él (cf. Jn 15,13), a ejemplo de Jesucristo, como máxima de su ministerio pastoral. Jesucristo, servidor por excelencia, «se levantó de la mesa y se puso a lavarles los pies a sus discípulos» (Lc 13,4.5), inaugurando con este gesto, las exigencias del verdadero discipulado cristiano. Servir es el distintivo esencial de los católicos. En la Iglesia y en la sociedad encontramos diversos espacios para servir, para vivir los mandamientos y las bienaventuranzas. El servicio tiene que ser alegre, eficaz y desinteresado. ¿Qué servicios pueden dar los niños y las niñas en tu Parroquia? ¿Qué tipos de servicios comunitarios hace falta promover en tu comunidad? ¿Qué ministerios eclesiales te gustaría desempeñar?
«El que se humille será enaltecido» (Mt 23,12)
La humildad es una virtud que te permite reconocer, valorar y promover el sentido real y objetivo de las cosas, de las situaciones y de las personas. No significa sumisión o dejadez sino ecuanimidad en el trato, en el carácter y en la actitud frente a la vida. Es reconocer lo que uno es y tiene, ni más ni menos. Jesucristo se humilló a sí mismo y se hizo uno como nosotros, menos en el pecado, a tal grado de morir en una cruz (cf. Fil 2,8). María también es ejemplo de humildad y servicio (cf. Lc 1,38). Con su vida y sus obras, Jesucristo da una lección de humildad y sencillez a los escribas y fariseos, que se creían superiores a los demás y se tenían por puros y conocedores de la Ley. En su oración sacerdotal da gracias a Dios, quien ocultó estas cosas a los sabios y entendidos y las reveló a le gente sencilla (cf. Mt 11,25). Por ello, ante Dios, dueño y Señor de todo, debemos mostrarnos en una actitud de reverencia, de respeto y humildad. ¿Cómo trabajas la humildad en tu vida? ¿Qué has aprendido de la humildad de Jesús y María? ¿Por qué la humildad no es dejadez sino valoración de si mismo?