Hoy escuchamos la tercera parábola donde se manifiesta el rechazo del pueblo judío a Dios. Jesús profetiza en estas parábolas su muerte, pero también la lejanía o el rechazo del pueblo judío, ante la oferta de salvación hecha por Dios en Él.
Ahora Jesús les habla de un banquete de bodas, signo de alegría y de gozo, de comunión, de diálogo y de intimidad; un banquete que nadie podría rechazar, ya que no se trata de llevar regalo, es aceptar la invitación y ponerse el traje adecuado.
Jesús conocía la vida dura y monótona de los campesinos, conocía el anhelo de que llegara el sábado para liberarse del duro trabajo; los vio disfrutar de las fiestas y quiere dejarles claro, que la vida no sólo consiste en trabajo y monotonía, Dios prepara un banquete.
El Reino de Dios es presentado como un banquete mesiánico organizado por Dios. Se trata de un Rey, es decir Dios, que prepara la boda de su Hijo Jesús, tiene innumerables servidores: profetas, discípulos, misioneros, Iglesia. Llegado el momento, envió a sus siervos a llamar a sus invitados, pero ellos no quisieron ir; más tarde envía a otros siervos, pero los invitados no hacen caso, son más importantes sus ocupaciones que tienen; al final del día, envía a otros, pero son maltratados y hasta dan muerte a los enviados.
Toda invitación puede ser rechazada. Y Jesús remarca con su parábola, que aquellos invitados, que era el pueblo de Israel, la rechazan, y la invitación se abre a todos. El rey dijo a sus criados: “La boda está preparada, pero los que habían sido invitados no fueron dignos. Salgan pues a los cruces de los caminos y conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren”. Ahí se nos enmarca la actitud de uno de los participantes en el banquete, ya que con insolencia no se pone el traje de fiesta. El vestido no era algo especial, sólo se requería que fuera digno y limpio. Cuando le pregunta: “¿Cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?”. Surge el silencio, ese silencio que nos impide saber el motivo de su descortesía. La invitación había llegado a tiempo, y aun así, lo encontró desprevenido.
Todos sabemos que el pueblo elegido por Dios son los judíos, ellos fueron los primeros invitados, se consideraban los únicos comensales del banquete del Señor, y al rechazar la invitación buscando pretextos para no incorporarse al banquete, desde ese rechazo se produce la apertura a la invitación universal nos abren las puertas a todas las demás razas. La invitación llega a todos los excluidos.
Dios se sale siempre con la suya, la sala se llenó de comensales. Es una parábola escatológica individual, que nos invita a estar preparados para no correr el riego de ser arrojados fuera.
Consideremos estos tres aspectos:
1°- Nos encontramos ante una invitación. Dios nos sigue invitando a participar de su banquete. Es una invitación en la que se cuenta con la posibilidad de rechazarla. De hecho, como cristianos, parece que escuchamos la invitación una y otra vez, pero postergamos el aceptarla o nos mostramos indiferentes ante dicha invitación. Dios nos sigue invitando al banquete que tiene preparado:
¿Hemos aceptado la invitación? Estamos en un mundo donde hay sordera a la voz de Dios o existen muchos ruidos distractores que nos impiden escuchar dicha invitación. ¿Somos de los llamados que responden a Dios o de los que buscan pretextos para no responder al Señor como Él quiere?.
2°- Lo que nos impide aceptar la invitación. Los primeros invitados de la parábola tienen sus preocupaciones y ocupaciones: Unos fueron indiferentes ante la invitación ‘no hicieron caso’: uno se fue a su campo y otro a su negocio. Como seres humanos nos preocupan las cosas que hacemos aquí en la tierra; tanto nos afanamos en los trabajos cotidianos que ignoramos el llamado de Dios. Mostramos que es más importante lo que hacemos todos los días, que darle una hora a Dios por semana, ya que hasta en domingo se trabaja. Analicemos nuestras preocupaciones y ocupaciones: ¿Qué me impide acudir al banquete que Dios me invita? ¿Cuáles son esas distracciones que me aferran a lo ordinario de la vida?.
3°- El traje de boda. Cuando hablamos del traje, hacemos alusión al prepararnos para el banquete. El traje, son nuestras actitudes, motivadas por el don de la fe que nos lleva a vivir la justicia, la solidaridad y el amor hacia el hermano. Es momento de preguntarnos: ¿Cómo se encuentra mi traje? Recordemos que no basta que entremos al banquete, es necesario que portemos el traje con dignidad. Dios nos invita a su mesa. Tengamos en cuenta hermanos, el no invitar a nuestra propia mesa a los que pasan hambre, es la prueba de que no hemos aceptado la invitación del Señor. Nuestro compromiso, es hacer de la vida aquí y ahora, una fiesta para todos, si no es para todos, ¿quién puede alegrarse de verdad?.
Al banquete de la Eucaristía, prenda y anticipo del banquete celestial, todos somos invitados, que se note que estamos celebrando la alegría de nuestra fe, ya que ahí estamos en comunión con el Señor y con los hermanos. Llevemos a la celebración esas actitudes de fiesta y de encuentro, de alegría y de perdón, de caridad y de justicia.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!