El descubrimiento de la antítesis que caracteriza a este combate se realiza en la práctica cotidiana del hombre; este combate se distingue con dos frentes contrastados en el interior del hombre que, en lo profundo de su ser y actuar, pone en relieve la lucha espiritual.
El hombre vive en dos polos opuestos respecto a lo quiere; mientras el cuerpo se deja llevar por los sentidos para satisfacer sus placeres, el alma espiritual tiende a las cosas espirituales. Las realidades diversas que vive el ser humano brotan desde el fondo del corazón, es como una guerra entre los dos bandos de un mismo ser.
Se trata de una batalla entre dos contendientes en la cual cada uno trata de someter al otro; lo curioso es que se trata de un mismo ser y este enfrentamiento se prolonga por toda la vida. Las batallas del hombre interior son esos momentos de lucha que se pueden perder o ganar; lo importante es reconocer que la guerra no ha finalizado, casi siempre existe una nueva oportunidad. Perder una batalla no significa que se ha perdido la guerra, mucho menos en el campo espiritual, pues mientras haya vida hay esperanza de ganar.
En la confrontación espiritual lo más importante es tener siempre presente la meta: el amor. Entre tantos consejos, es necesario fijar la mirada en Dios con una actitud de humildad. Quien es humilde no sucumbe ante una caída, se levanta, y si se debe reconocer el error y llorar, Dios inmediatamente se pone en camino cuando llega la fatiga o el cansancio, este que en ocasiones desconcierta y abate. La súplica es importante porque llega a Dios.
En esta confrontación total entre dos fuerzas, el cuerpo y el espíritu no debe espantarnos ni mucho menos dejar que el cuerpo haga lo que le plazca; algunas personas ceden sin reflexionar porque creen que es natural y bueno, sin embargo, no es así. Aunque estos placeres son medios, hay normas y principios que deben regir la vida, lo importante es librarse de los errores y de las malas inclinaciones que vuelven al hombre enfermizo. Con todo esto no quiero decir que el cuerpo no es importante, más aún el alma, el amor y el cuidado que se debe tener de cada uno de ellos, sin permitir que el cuerpo haga su capricho. Para ello contamos con dos potencias con las cuales hemos sido dotados: la inteligencia y la voluntad. En ocasiones difíciles en las cuales te llevas la contraria tú mismo, aprovecha, reconoce tu debilidad y elevemos nuestra mente a Dios para pedir su ayuda mostrando nuestra necesidad. Este pensamiento es una oración mediante la cual reconozco mi debilidad y reconozco la grandeza de Dios; es una tácita petición.
“La carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne”. La carne no es intrínsecamente mala, debe ser transfigurada por el Espíritu de Dios, meta a la cual estamos todos invitados. Quiero enfatizar que el cuerpo es digno de admiración, de cuidado y restricción, es la dignidad de ser personas, sin embargo “el mundo de la carne”, de los placeres y deseos es contario a los designios de Dios.
En efecto, de ahí se forjan “dos mundos”. Puedes vivir según la carne, debes vivir según el espíritu. La posibilidad de vivir en la carne es en nosotros la huella que mancha, no así la del espíritu, que libera. Esta lucha que se sostiene no tiene un desenlace fatal, sino una victoria en la medida en que yo crea en la fuerza del Espíritu Santo.