DIOS es el fundamento de todo y ÉL es TRINIDAD. La creación o el cosmos material está ante nuestros ojos, porque DIOS lo ha creado, mantiene y orienta hacia su plenitud o consumación definitiva, porque la obra creada está dentro del Plan diseñado desde el principio. La TRINIDAD es el fundamento de la Iglesia, dado en todos los bautizados en el Nombre del PADRE, y del HIJO, y del ESPÍRITU SANTO (Cf. Mt 28,19), para formar parte de esta manera en la construcción del Templo de SEÑOR como piedras vivas del mismo (Cf. 1Pe, 2,4-5) Este Cuerpo que es la Iglesia tiene a CRISTO por Cabeza (Cf. Col 1,18), y los bautizados entramos en su formación con toda la variedad de dones y carismas, que expresan la multiforme riqueza de la Caridad. Todo tiene por fundamento la TRINIDAD que es DIOS. También nosotros, “que aguardamos la manifestación de los hijos de DIOS, oramos en nuestro interior con gemidos inefables, pues el ESPÍRITU mismo se une a nuestro espíritu en esta oración” (Cf. Rm 8,19-23). La vida cristiana de cada uno de los bautizados se fundamenta en la TRINIDAD. Un buen número de cristianos inicia la jornada haciendo la señal de la Cruz, en el Nombre del PADRE, y del HIJO, y del ESPÍRITU SANTO. De la misma forma el recordatorio y presencia trinitaria en las comidas realizadas o tareas importantes emprendidas. Nadie se para en esos momentos a profundas disquisiciones teológicas sobre el misterio de la Santísima TRINIDAD, porque el bautizado tiene una aceptación inmediata del hecho trinitario en el que fundamenta cada actuación y la vida en su conjunto. Cualquier oración pública cristiana hay que iniciarla en el nombre de la TRINIDAD. Salvo que de forma intencionada se haga una reflexión o meditación sobre la TRINIDAD, todos los congregados aceptamos que nos encontramos ante la Presencia de DIOS que es TRINIDAD. El gran MISTERIO que todo lo envuelve abarca y penetra es recordado por el cristiano con cierta insistencia y naturalidad. Se puede decir que la confesión para el bautizado de su Fe en la TRINIDAD es algo natural, que en un principio no exige justificación. Puede ayudar a la Fe pararnos en alguna ocasión para ver y contemplar a través de la Escritura la radicalidad de la TRINIDAD. Es bueno el refrán que dice: “es de bien nacidos ser agradecidos” Agradecemos a nuestras madres de forma espontánea hacernos posible la existencia en este mundo; y también surge con cierta naturalidad el agradecimiento a DIOS, que el Bautismo nos ha hecho nacer en ÉL para una herencia incorruptible (Cf. 1Pe 1,4). El conocimiento de las cosas de DIOS también es gradual: no lo aprendemos todo en una sola lección, y seguimos el itinerario de contemplación y asimilación. La solemnidad de la santísima TRINIDAD es una buena ocasión para acercarnos al MISTERIO en la alegría que proporciona el verdadero conocimiento espiritual: “la Vida Eterna, PADRE, está en que te conozcan a ti, y a tu ENVIADO, JESUCRISTO” (Cf. Jn 17,3). Algo más de conocimiento por medio de la Escritura, contribuye a fortalecer la Fe y la paz espiritual.
El PADRE
Sabemos del PADRE porque JESÚS nos habla de ÉL, al mismo tiempo que mantiene una relación singular con ÉL. Hacemos una composición de lugar, y participamos de la escena relatada por san Lucas cuando JESÚS es encontrado por MARÍA y José después de tres días de búsqueda. MARÍA no pudo contener el tono de queja dolida y reproche hacia JESÚS adolescente: “hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando”. La respuesta de JESÚS justificó su decisión de adolescente aparentemente inmadura: “¿no sabíais que YO debo ocuparme de las cosas de mi PADRE?” (Cf. Lc 2,48-49) San Lucas ofrece dos reacciones distintas, que pueden ser complementarias. Esta escena concluye diciendo: “ellos no comprendieron la respuesta que les dio” (Cf. Lc 2,50). Como actitud característica, san Lucas señala: “su MADRE guardaba cuidadosamente todas estas cosas en su corazón” (Cf. Lc 2,51). A los doce años, JESÚS sabía a qué había venido a este mundo, cuál era su vocación y misión. La madurez de JESÚS era el resultado de su relación y familiaridad con el PADRE, que era desconocida incluso para su MADRE. La actitud de MARÍA es la más adecuada para cualquiera de nosotros. En un principio, MARÍA, no entiende del todo lo que su HIJO dice y hace, pero toma nota y lo “guarda en su corazón” a la espera que se desvele el sentido correcto. Si la que estaba “llena de Gracia” (Cf. Lc 1,26), asistida por el ESPÍRITU SANTO de forma especial, adopta una actitud de ese tenor, cuánto más nosotros debemos extremar la prudencia para no adoptar conclusiones apresuradas sobre las cosas de DIOS, que nos sobrepasan infinitamente. Nosotros vamos conociendo que DIOS es TRINIDAD, porque JESÚS nos lo va revelando. Damos un salto y nos encontramos con JESÚS en la vida pública, y con la guía del relator del evangelio de san Juan leemos: “mi PADRE trabaja hasta ahora -por la curación en sábado del paralítico en la piscina de Betesda y YO también trabajo-. Los judíos trataban de matarlo, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a DIOS su propio PADRE, haciéndose a SÍ mismo igual a DIOS” (Cf. Jn 5,18). Las palabras y obras de JESÚS aparecen como la muestra fidedigna de la Presencia del PADRE, que continúa su tarea en la obra de la Redención a través de ÉL. El misterio insondable de DIOS aparece tangible en las palabras y obras de JESÚS, que está dispuesto a compartir con sus discípulos el conocimiento e intimidad que ÉL posee del PADRE: “nadie conoce Al PADRE, mas que el HIJO y aquel a quien el HIJO se lo quiera revelar” (Cf. Mt 11,27). JESÚS nos renueva en la acción de la Gracia, que nos justifica, por medio de sus acciones y Palabra de poder. El hombre redimido puede ver con los ojos de la Fe el misterio de la paternidad de DIOS. Rezamos con sentido el Padrenuestro, que compendia todas las oraciones cristianas dirigidas al PADRE; y lo mismo sucede con las renuncias -ayunos- y limosnas realizadas “en lo secreto para ser recompensadas sólo por el PADRE” (Cf. Mt 6,1-6). El PADRE se detiene a podar las ramas secas (Cf. Jn 15,2), que impiden o retardan el crecimiento espiritual. JESÚS nos presenta al PADRE con el interés de un Amor misericordioso desmedido: “PADRE Santo cuida en tu Nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros” (Cf. Jn 17,11). JESÚS dispone todas las cosas hacia el PADRE como origen y meta de todas ellas (Cf. 1Cor 15,28).
El HIJO
Lo que el PADRE quiere por encima de todas las cosas es que reconozcamos a su HIJO: “la obra de DIOS es que creáis en quien el PADRE ha enviado” (Cf. Jn 6,29). Alrededor de este eje gira el discurso del “PAN de VIDA (Jn 6). Para descubrir los tesoros de Gracia que el PADRE dispone para nosotros, tenemos que creer en JESÚS como el HIJO de DIOS. JESÚS de Nazaret es el HIJO, que desde siempre existía en íntima comunión con el PADRE (Cf. Jn 1,1) Afirmamos con los primeros concilios de la Iglesia, que en JESÚS se reúnen dos naturalezas, y no se confunden: la divina y la humana. JESÚS de Nazaret es DIOS al tiempo que es perfectamente hombre. Los evangelios y el resto de escritos del Nuevo Testamento no presentan el más mínimo resquicio de duda frente a esta verdad fundamental. JESÚS es el HIJO de DIOS, y así lo hace saber el Evangelio de san Marcos desde el inicio: “comienzo del Evangelio de JESUCRISTO el HIJO de DIOS” (Cf. Mc 1,1). Como sabemos, JESÚS vivió en Nazaret toda su infancia, adolescencia y juventud; y no se conoce presencia alguna suya fuera de esa comarca salvo lo que cuenta el evangelista san Lucas con respecto a la estancia de tres días en Jerusalén cuando todavía contaba doce años. La importancia de este prolongado retiro, fuera de cualquier relevancia pública, se acentúa al comprobar la Sabiduría de su enseñanza. JESÚS sale a la misión con una conciencia muy clara de SÍ mismo: ÉL sabe que es el HIJO de DIOS, la Segunda persona de la santísima TRINIDAD. De otra manera, JESÚS nunca podría haber reinterpretado la Ley, proponiéndola con carácter normativo (Cf. Mt 5, 6 y 7 Lc 6,20-49). JESÚS exige un seguimiento sin condiciones (Cf. Mc 10,28-31); y sólo DIOS puede exigir una exclusividad similar. JESÚS manifiesta un Poder espiritual desconocido en este mundo (Cf. Jn 3,2). JESÚS imparte el perdón de los pecados (Cf. Mc 2,5), que la ingente cantidad de sacrificios en el Templo no lograban. JESÚS es el más fuerte frente a los poderes satánicos. Satanás, el pecado y la muerte, son vencidos al modo de DIOS, que tiene establecidos unos plazos para el reconocimiento de las fuerzas operativas en medio del mundo. La muerte ha sido vencida porque el paraíso se ha abierto y nos encontraremos en él cuando dejemos este mundo. El pecado obtiene el perdón por el arrepentimiento personal y la Gracia renovadora que recae sobre la persona arrepentida. Satanás tiene que huir de la Luz de JESURISTO que no soporta. JESÚS, el HIJO de DIOS, con su muerte expiatoria salva al hombre de todos los tiempos.
El ESPÍRITU SANTO
El Antiguo Testamento conoce el “ruah” -aliento divino- como manifestación de YAHVEH, pero permanece oculta la identidad personal del ESPÍRITU SANTO. La razón de lo anterior la da el propio JESÚS cuando dice: “el que crea que venga a MÍ y de su interior manarán torrentes de agua viva; se refería al ESPÍRITU que habrían de recibir los que creyeran en ÉL” (Cf. Jn 7,38-39). La revelación del HIJO fue la condición previa y necesaria para reconocer al ESPÍRITU SANTO como Tercera persona de la Santísima TRINIDAD. Seguimos el evangelio de san Juan con el anuncio del Segundo Consolador: “si me amáis guardaréis mis mandamientos, y YO pediré al PADRE y os dará otro PARÁCLITO, que esté siempre con vosotros” (Cf. Jn 14,16). El término griego paracletos equivale a abogado, defensor o consolador. DIOS mismo entra en nuestro corazón, en el núcleo de nuestra vida y condición, para hacernos posible la vida de los hijos de DIOS, pues la ley no llevó a nadie a la perfección (Cf. Rm 3,20). El ESPÍRITU SANTO viene a los hombres como don del PADRE, que lo dispuso así desde siempre para perfeccionar a los hijos que ÉL quiere llevar a la Gloria; pero también es el don que el HIJO decide darnos como testigo excepcional de toda su obra y asistente imprescindible para nuestra salvación: “os conviene que YO me vaya, pues de no ser así no vendrá a vosotros el PARÁCLITO, pero si me voy os lo enviaré” (Cf. Jn 16,7). La misma naturaleza divina que poseen el PADRE y el HIJO se revela a los hombres en las acciones de Poder, que el PADRE y el HIJO realizan: “el PADRE quiere al HIJO y le muestra todo lo que ÉL hace, y le mostrará obras mayores que estas, para que os asombréis” (Cf. Jn 5,20). El HIJO también tiene Poder, como el PADRE, para enviar a los hombres al ESPÍRITU SANTO; por tanto, la Tercera persona de la Santísima TRINIDAD tiene la doble procedencia del PADRE y del HIJO. Muchas señales realizó JESÚS durante su vida pública, pero ninguna de ellas se puede comparar al envío y presencia del ESPÍRITU SANTO en el corazón de los hombres para instaurar el Reino de DIOS en el mundo. Aunque a simple vista estemos en horas bajas, el ESPÍRITU SANTO no deja de realizar una profunda y poderosa obra de renovación a todos los niveles.
“Pro orantibus”
El domingo próximo tocará hablar de la adoración eucarística, pero no es inconveniente un poco de anticipación, dado que el misterio de la Santísima TRINIDAD se conoce y acepta en la contemplación y adoración. La inteligencia o la reflexión están llamadas a vehicular la Fe, haciéndonos creyentes inteligentes. No puede ser incompatible la razón y la Fe, pues nuestra condición racional está desde el comienzo como perteneciente a nuestra “imagen y semejanza de DIOS” (Cf. Gen 1,26-27). Nuestra razón alcanza su máxima utilidad cuando se hace contemplativa y adoradora, pues entonces se encuentra con la Verdad. La Santísima TRINIDAD es el MISTERIO que nos supera infinitamente en esta vida y en la otra, pero en la aceptación del mismo las cosas creadas encuentran su perfecto sentido y realidad. Vemos que el mundo camina ahora de mentira en mentira hasta la victoria final. A esta pendiente a velas desplegadas le queda poco tiempo, aunque los estragos por el camino sean notables. DIOS hará resurgir a un resto, como en otras ocasiones, para renovar la faz de la tierra y emprender una edad nueva del ESPÍRITU SANTO, en la que brillará con luz propia la Vida en CRISTO.
Éxodo 34,4b-6,8-9
El libro del Éxodo dispone a Moisés como el intermediario elegido para liberar a su Pueblo de la esclavitud egipcia, recibir la Ley, y guiarlo hacia la Tierra Prometida. Moisés es modelado por la Providencia Divina desde el primer momento y conducido a las experiencias religiosas más elevadas, que al mismo tiempo lo acreditan ante el Pueblo, que lo pone a prueba en más de una ocasión. Las Diez Palabras -Decálogo-, y el resto de normas que recibe Moisés y ofrece al Pueblo tienen por finalidad darle una identidad y un sentido de pertenencia a YAHVEH, que es el único DIOS y no acepta la presencia de otros dioses o ídolos. Moisés es el profeta o intermediario de los grandes retiros en la Montaña Sagrada, que recibe las revelaciones para organizar la vida religiosa y civil de los israelitas tanto en el desierto como en el momento en el que lleguen a la Tierra Prometida. Las grandes revelaciones a Moisés son un anuncio de la gran manifestación de DIOS en JESUCRISTO.
Las tablas de piedra
“Dijo YAHVEH a Moisés. Labra dos tablas de piedra como las primeras y sube donde MÍ, al Monte, y YO escribiré en las tablas las Palabras que había en las primeras tablas que rompiste” (v.1). El Pueblo a renglón seguido de recibir las Diez palabras y comprometerse con YAVEH, de forma especial en reconocerlo como el único DIOS, pasa a la adoración del becerro de oro (Cf. Ex 32,1ss). Ante aquel espectáculo de orgía y desenfreno, Moisés rompió las tablas en las que DIOS había escrito su Ley como testimonio permanente de su Divina Voluntad. El Pueblo había roto con YAHVEH, Y Moisés quiere visualizar que YAHVEH rompe con el Pueblo destruyendo las tablas de piedra. Moisés se dispone como intermediario para obtener Misericordia y por su oración YAHVEH acepta continuar con aquel Pueblo, que con tanta facilidad se había vuelto a la idolatría. Moisés se prepara para subir de nuevo a la Montaña Sagrada y volver a recibir las palabras sagradas que el Pueblo necesita para fundamentar su vida.
YAHVEH desciende a la Montaña Sagrada
“Labró Moisés dos tablas de piedra como las primeras, y levantándose de mañana subió al Monte Sinaí, llevando en su mano las dos tablas de piedra. Descendió YAHVEH en forma de nube y se puso allí junto a él. Moisés invocó el Nombre de YAHVEH” (v.4-5). DIOS se va a revelar a Moisés, el Sinaí se convierte en espacio sagrado y nadie puede subir a este Monte excepto Moisés. El Pueblo tiene que entender el significado del espacio sagrado con objeto de considerar la trascendencia y santidad de DIOS. Moisés participa de una proximidad a DIOS privilegiada, pero no le está permitido ver el “rostro de YAHVEH”, por lo que DIOS se acerca en una nube y se sitúa junto a Moisés. “Nadie puede ver a DIOS sin morir” (Cf. Ex 33,20). No obstante el deseo de ver a DIOS es el impulso principal que hace al hombre dirigirse hacia ÉL (Cf. Ex 33,18). Como el salmista, también Moisés da señales: “oigo en mi corazón, buscad mi Rostro. Tu Rostro buscaré, SEÑOR, no me escondas tu Rostro” (Cf. Slm 27,8-9). DIOS se va revelando desde el tiempo de los patriarcas y profetas, y ofrece normas, preceptos y principios de Sabiduría, con el fin de modelar las conciencias y alcanzar la plena manifestación de los hijos de DIOS, que tendrá lugar por la recepción del ESPÍRITU SANTO. Mientras tanto siglos de preparación en los que podía dar la impresión que nada se movía, y una generación era igual o muy parecida a la anterior; pero en el fondo estaban sucediendo otras cosas que provocarían grandes cambios.
Llamar a DIOS
“Moisés invocó el Nombre de YAHVEH. YAHVEH pasó por delante de él, y exclamó: ¡YAHVEH, YAHVEH! DIOS clemente y misericordioso, tardo a la cólera, rico en amor y fidelidad” (v.6) Dios se había revelado a Moisés como YAHVEH (Cf. Ex 3,14). Y su Nombre debía ser invocado con profundo respeto y adoración, pues así lo pide el segundo precepto del Decálogo. Los ídolos no responden, “pues tiene ojos y no ven; orejas y no oyen; boca y no hablan” (Cf. Slm 115,4-8); pero “YAHVEH está siempre cerca de los que lo invocan, salva a los abatidos y los libra de muchos males” (Cf. Slm 34,18-20). Moisés está en una audiencia preferente ante YAHVEH con una misión especial trascendencia: por segunda vez obtener el favor de DIOS para que las Diez Palabras y la Ley Santa sea dada al Pueblo para su guía y alimento espiritual. DIOS escucha a su profeta y por su mediación renueva el pacto.
YAHVEH es misericordioso
Moisés declaró cuando YAHVEH pasó por delante de él: “YAHVEH, YAHVEH, DIOS clemente y misericordioso; lento a la cólera y rico en piedad; que castiga el pecado de los padres en los hijos hasta la tercera o cuarta generación; pero muestra Misericordia por mil generaciones” (v.6-7). El castigo de DIOS al hombre en este mundo es siempre corrección, como dice la carta a los Hebreos (Cf. Hb 12,4-7), pues “DIOS no quiere la muerte del pecador, sino que se arrepienta de su conducta y viva” (Cf. Ez 33,11). La Divina Misericordia actúa por mil generaciones, es decir, siempre, lo que nos dice que la corrección a la tercera o cuarta generación, si éstas lo necesitasen, es una acción diligente de la Divina Misericordia. DIOS no emplea su Justicia al margen de su Divina Misericordia, pues el hombre concreto es un sujeto sometido a grandes condicionantes, muy vulnerable, y con grandes limitaciones. El pecado del hombre destruye al hombre, y esto entristece al ESPÍRITU SANTO (Cf. Ef 4,30). El DIOS de los griegos está por encima de cualquier comportamiento humano porque es el Absoluto y Trascendente; pero en la Biblia encontramos términos como agradar, entristecer, o complacer a DIOS, porque el DIOS de la Biblia mantiene una estrecha relación con el hombre, sin perder su absoluta trascendencia y santidad.
La experiencia de DIOS
”Al instante Moisés cayó en tierra de rodillas y se postró, diciendo: si en verdad he hallado Gracia a tus ojos, dígnate SEÑOR venir en medio de nosotros, aunque éste sea un Pueblo de dura cerviz, y perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y recíbenos por herencia tuya” (v.8-9). Mucho poder tiene la oración del santo (Cf. St 5,16). Moisés estaba santificado por la acción de YAHVEH y su corazón se había vuelto sacerdotal. Moisés llevaba ante DIOS las necesidades del Pueblo y le trasladaba a éste lo que DIOS quería. Moisés pone de relieve el efecto beneficioso de la oración sacerdotal que intercede por el Pueblo. Moisés cae de rodillas y se postra en tierra, porque la Presencia del SEÑOR no es algo indiferente. Moisés se puede catalogar como un amigo de DIOS, pero no actúa de igual a igual, sino que en todo momento sabe cuál es su lugar; lo que no impide realizar una decisiva oración de intercesión por el Pueblo que le ha sido confiado.
Juan 3,16-18
En este breve evangelio está dada la razón de la revelación de DIOS a los hombres. Esta razón no es otra que el Amor incondicional de DIOS hacia todos y cada uno de sus hijos: “tanto amó DIOS al mundo, que dio a su HIJO único, para que todo el que crea tenga por ÉL Vida Eterna” (v.16). El Amor de DIOS está en la base de la Creación, la Redención y la Glorificación final; “porque a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; y a los que justificó, los glorificó” (Cf. Rm 8,30). Los predestinados son aquellos que están en el pensamientos de DIOS. Antes de llamar a la existencia DIOS tiene un Plan de Creación, que culmina con la Glorificación de sus criaturas. El modelo en cada una de sus fases está en el HIJO, que asume el Plan del PADRE. La Glorificación es el éxito del retorno, pero éste no sucede sin el paso por la santificación o justificación de todo por parte del HIJO, que se somete no sólo a la Encarnación, sino a la muerte en la Cruz para expiar los pecados de todos los hombres. El HIJO amado es entregado; y de todopoderoso se vuelve vulnerable a semejanza de cualquier otro ser humano. Este profundo misterio de debilidad será un signo de contradicción con la naturaleza divina que caracteriza al HIJO de DIOS en este mundo. La forma de actuar de DIOS manifiesta quién es ÉL: DIOS es AMOR, y no se ha reservado nada. La parábola de “los viñadores homicidas” (Cf. Mt 21,33-46) ejemplifica muy bien y da visibilidad a la entrega incondicional de DIOS, que fue enviando servidores suyos -profetas- a lo largo del tiempo para recoger los frutos de la viña, pero recibió desaires, desplantes y oposición, sin fruto alguno. Al final dice el texto que envió a su hijo, diciéndose: a mi hijo lo respetarán (Cf. Mt 21,37). Los pensamientos de aquellos eran del todo opuestos, y acabaron con la vida del hijo. Por parte de DIOS, la humanidad entera recibe perdón y Misericordia para que recobremos la vida espiritual propia de los hijos de DIOS. Los medios de Gracia de los que disponemos para nuestra transformación espiritual provienen del ser mismo de DIOS. La TRINIDAD que existe desde siempre se manifiesta en la Iglesia de JESUCRISTO con todos sus dones y gracias para devolvernos restaurados a la casa del PADRE.
Creer en el HIJO
”El PADRE dio a su HIJO único, para que todo el que crea en ÉL no perezca, sino que tenga Vida Eterna”. (v.16). La TRINIDAD se hace visible en el HIJO, que se encarna en la humanidad de JESÚS de Nazaret. Es la Fe el don espiritual, que permite a la razón aceptar la realidad de la unión misteriosa y auténtica que JESÚS intenta mostrar a sus discípulos: “Felipe, el que me ha visto a MÍ, ha visto al PADRE, ¿cómo dices tú muéstranos al PADRE? ¿No crees que YO estoy en el PADRE y el PADRE está en MÍ? Las palabras que os digo no las digo por mi cuenta, el PADRE que permanece en MÍ es el que realiza las obras” (Cf. Jn 14,9-10). La Fe en JESÚS DIOS y hombre se vuelve decisiva para entender algo de DIOS. Quien destruya este puente entre este mundo y DIOS, sólo le queda la nada y el vacío. En el misterio de CRISTO se revelan las incógnitas de sentido del hombre y el misterio de DIOS.
DIOS no establece un juicio condenatorio previo
”DIOS no ha mandado a su HIJO al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por ÉL” (v.17). El que está en el Purgatorio sabe perfectamente que está salvado, pero aún no participa del estado de los bienaventurados plenamente glorificados. JESÚS no vino a condenar al mundo, sino a cargar con el “pecado del mundo” (Cf. Jn 1,29), que hacía objeto de condena al mundo. JESÚS es el HIJO y es el hombre en quien el PADRE quiere encontrar a todos los hombres. JESÚS pide al PADRE por todos los que el PADRE le dio, y por todos los que sean integrados gracias a la predicación de los discípulos iniciales (Cf. Jn 17). Pero todavía el HIJO lleva a cabo la acción expiatoria por los pecados de todos los hombres, los que lo aceptan y también de los hombres de todas las generaciones que lo rechazan. DIOS quiere arrancar el dominio de Satanás, el príncipe de este mundo, mediante la Divina Misericordia. Si el Juicio fuese aplicado de forma estricta habría escasos salvados como resultado final, pues la perfección es de unos pocos, no porque el SEÑOR lo quiera así. El alejamiento actual de los bautizados así lo refleja. En no pocos lugares hace unas décadas marcadamente católicas, la frecuencia actual de asistencia dominical a la Santa Misa no supera el tres por ciento. La nota pastoral aquí reflejada ilustra que hemos de considerar a una legión de hermanos que un día recibieron dones de salvación y viven como si tal cosa no hubiese sucedido. En el último día de su paso por este mundo, JESÚS tendrá que mostrarse en su verdad de Juez Misericordioso, que muestra la Verdad de DIOS y la verdad de la propia vida: “YO no os juzgo, la Palabra que os he anunciado será la que os juzgue en el último día” (Cf. Jn 7,47-48). JESÚS mostrará todo el Amor de DIOS, pero al mismo tiempo quedará al descubierto el color moral de las acciones realizadas sin disimulo alguno. Entonces puede ser necesario un tiempo intermedio de purificación del que no saldremos hasta que hayamos pagado hasta el último cuarto (Cf. Lc 12,59).
Para evitar el Juicio
”El que cree en el HIJO no es juzgado, pero el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del HIJO único de DIOS” (v.18). DIOS agota su Divina Misericordia hacia los hombres por medio de la Redención, que es llevada a cabo por el abajamiento de su HIJO hasta someterse a una muerte de Cruz (Cf. Flp 2,7-8). Quien no cree en JESÚS da por hecho la inutilidad del Amor Misericordioso de DIOS. Los dos mil años de Cristianismo han dado pruebas eminentes de la transformación de multitud de vidas humanas, que se elevaron a altos grados de vida ética y espiritual, habiendo pasado en ocasiones por estados de alejamiento notorio. Esta Fe, de la que se habla en este versículo como en otros del evangelio de san Juan, hace alusión a la unión vital del creyente con su SEÑOR y MAESTRO. La unión del discípulo creyente con JESÚS es ejemplificada en la alegoría de “La Vid y los sarmientos”. El creyente debe reconocer que la Vida de su espíritu se está nutriendo de la Vida misma que JESÚS le transmite mediante la Palabra, la EUCARISTÍA y el Don del ESPÍRITU SANTO. La Fe en JESUCRISTO aquí mostrada no es una creencia ajena a cualquier vínculo personal, como puede suceder con las diferentes creencias mágicas o espiritualistas. En esas creencias no es imperativa una conducta ética evangélica; más aún, el sujeto puede hundirse cada vez más en los dislates más graves. No es este el caso del discípulo de JESÚS, que establece de forma voluntaria un discernimiento -juicio- a lo largo de los días para responder de forma debida a la Gracia recibida. El que proceda de esta forma a lo largo del tiempo el juicio final de sus días será un encuentro con el Rostro Misericordioso del SEÑOR, porque el discípulo mismo aceptó la corrección en el Camino: “el que cree no es juzgado”.
San Pablo, segunda carta a los corintios 13,11-13
Las comunidades de Corinto muestran las grandezas de la Gracia y las debilidades de la flaqueza humana. El ESPÍRITU SANTO no deja de asistir con grandes y poderosos carismas, pero tal cosa no garantiza la perfección inmediata. San Pablo llama la atención a los cristianos de Corinto por sus divisiones, rivalidades, menosprecio de la labor apostólica que él y su equipo de colaboradores llevan a cabo, entre los que se encuentran Tito y Timoteo. En los versículos finales de la carta exhorta al arrepentimiento y cambio de conducta a los fornicarios y dados al libertinaje (Cf. 2Cor 12,21). El Apóstol centra toda su actuación en CRISTO del que recibe toda la fuerza testimonial ”CRISTO también fue crucificado en razón de su flaqueza, pero está vivo por la Fuerza DIOS; así también nosotros, somos débiles en ÉL pero viviremos con ÉL” (v.4). La distorsión del Evangelio estuvo presente desde el minuto uno de la misión y expansión de la Iglesia, por eso nos encontramos en esta carta la queja del Apóstol por la influencia que empiezan a ejercer sobre aquellos cristianos los que él llama de modo irónico superapóstoles. Estos personajes no han perdido vigencia y se los encuentra en todas las épocas: son los seductores de un mensaje vacío alejado del verdadero CRISTO, tanto por la vía del rigor como la ancha senda de la laxitud. San Pablo anticipa a los de Corinto que se hará presente entre ellos con la autoridad que le otorga ser apóstol de CRISTO, y por tanto valedor de la Verdad: “nada podemos contra la Verdad, sino a favor de la Verdad” (v.8). Los versículos finales de esta carta proponen el ejercicio de la Caridad cristiana y la apertura a la Gracia que llega a los cristianos en el Nombre de la TRINIDAD.
Edificación de la comunidad
“Por lo demás, hermanos, alegraos, sed perfectos, animaos, tened un mismo sentir, vivid en paz; y el DIOS de la paz estará con vosotros” (v.11). La alegría cristiana es el resultado de la Presencia del SEÑOR en Poder en medio de los hermanos. Hay alegrías humanas que son buenas y necesarias, pero por encima de ellas está la alegría que da el RESUCITADO a los suyos cuando se muestra en su visita a semejanza de lo que nos cuenta san Juan, en la aparición de la tarde del primer día de la semana, estando las puertas cerradas por miedo a los judíos: ellos se llenaron de alegría al ver al SEÑOR (Cf. Jn 20,19-21). Los de Emaús decían: “¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino? (Cf. Lc 24,32). Ese fuego en el corazón desprende entusiasmo, fuerza y alegría. La ciudad se llenó de alegría (Cf. Hch 8,8), porque el diácono Felipe actuó como instrumento del ESPÍRITU SANTO para devolver la salud espiritual y física a los enfermos. Sigue el Apóstol en estas notas: “sed perfectos”. El cristiano es un seguidor de JESUCRISTO, y en ÉL tiene el modelo de conducta, al que nunca llegaremos a reproducir, pero no se nos pide menos que seguirlo por nuestro propio camino con obstáculos, caídas y también espacios más seguros: “aunque camine por cañadas o oscuras nada temo, porque TÚ vas conmigo” (Cf. Slm 22,4). El Apóstol sabe que no somos nada si nos salimos del campo de perfección que irradia JESUCRISTO, pues no es que seamos perfectos por nosotros mismos. Animaos, porque es un acto de gran Caridad la palabra que infunde ánimo y fortaleza. El cristiano que carga con una pesada cruz también puede dar palabras de ánimo, y “ofrecer al abatido una palabra de aliento” (Cf. Is 50,4). “Tened un mismo sentir” va en relación a lo que nos dice el Apóstol en la carta a los Filipenses: “tened entre vosotros los mismos sentimientos que CRISTO” (Cf. Flp 2,5). Esta sencilla indicación nos lleva a repasar toda la enseñanza de JESÚS, que el Apóstol pide sea interiorizada por todos en las comunidades de Corinto. “Vivir en paz” alejados de las disputas vacías y estériles, manteniendo la prudencia en todo juicio y comentario. Si así se desenvuelve la vida de los cristianos, el DIOS de la Caridad y de la Paz estará con vosotros”; porque el ESPÍRITU de DIOS no es un espíritu de enfrentamiento y violencia.
El saludo fraterno
“Saludaos mutuamente con el beso santo. Todos los santos os saludan” (v.12). La corporeidad es esencial a la condición de hombre o mujer. San Pablo y la espiritualidad cristiana no tiene problemas con el cuerpo, pero sí señala los inconvenientes del conjunto de tendencias negativas, que se designan con las “tendencias de la carne”, que operan contra las tendencias, en principio positivas, del espíritu humano: “el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Cf. Mt 26,41). La virtud de la castidad viene en ayuda de la correcta expresión y manifestación de la sexualidad humana que constituye una dimensión intrínseca de lo que somos. Toda persona que no haya perdido el sentido común sabe administrar las expresiones de afecto a sus semejantes. El saludo de los santos manifiesta la fraternidad cristiana en las formas culturales que sean acostumbradas, y en el Nombre del SEÑOR también constituye un medio de bendición. Pensemos por un momento en el saludo de la Paz, en la Santa Misa.
Bendición
“La Gracia de nuestro SEÑOR JESUCRISTO, el Amor del PADRE y la comunión del ESPÍRITU SANTO, sean con todos vosotros” (v.13). Es probable que esta segunda carta de san Pablo a los corintios sea una compilación de diversos escritos, pero su lectura, meditación y enseñanza nos trasmite la Gracia y el Amor de DIOS. La comunión entre los cristianos viene del amor de DIOS que se distribuye en multitud de dones de Gracia para que todos mostrando distintos carismas contribuyan a la edificación del Cuerpo de CRISTO (Cf. 1Cor 12,12). Es muy probable que este saludo final surgiese inicialmente en un ambiente litúrgico. Su contenido responde a los saludos empleados por san Pablo en el resto de sus cartas. Nosotros nos encontramos este saludo en la celebración de la santa Misa al comienzo de la misma, y con ello queda de forma explícita que vamos a desarrollar una liturgia con un fundamento en la TRINIDAD. Observamos en este saludo canónico que se nombra primero al HIJO y la acción de la Gracia, que nos viene a través de ÉL. San Pablo nos está diciendo, que muy poco podríamos saber de DIOS, de no haber sido porque el HIJO, JESUCRISTO, se encarnó y nos dejó su revelación. San Pablo era un riguroso observante del Judaísmo, la religión de los padres que él había heredado, pero su alcance resultaba insignificante comparado con la profundidad del conocimiento de CRISTO.