Las riquezas y la Salvación

Amós 6,1a.4-7 | Salmo 145 | 1 Timoteo 6,11-16 | Lucas 16.19-31

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Seguimos en este domingo con la lectura y proclamación del capítulo dieciséis de san Lucas, y para hoy tenemos el evangelio “del pobre Lázaro y el rico opulento”. En España a este personaje fiestero hasta la exageración le pusimos el calificativo de epulón, pero lo dejamos sin nombre, a pesar de marcar tendencia en las grandes fiestas y banquetes. La cuestión capital del evangelio de hoy es la retribución de las acciones humanas y la Salvación. La pregunta por la Salvación lleva otros interrogantes asociados, y muchas veces ignoramos si la Escritura da respuesta a dichas cuestiones. También sucede que a las aportaciones de la Escritura no se les concede credibilidad. Es cierto que a lo largo de toda la Escritura se ofrecen imágenes, parábolas o comparaciones como recursos expresivos para transmitir las verdades propias de la Revelación. Veíamos la semana pasada que el profeta Amós recibió distintas visiones referentes al Pueblo de Israel, y entre ellas un cesto de higos (Cf. Am 8,2) que simboliza al Pueblo de Israel. Mediante esa imagen, DIOS le dice al profeta que el Pueblo es en la apreciación del SEÑOR como una fruta dulce y apreciable como eran los higos en aquel tiempo para todos los israelitas. No podemos desdeñar las imágenes que aporta el Apocalipsis sobre el estado final de  los bienaventurados. Pareciera que el libro del Apocalipsis tiene como finalidad infundir miedo en el lector o en el creyente, y la intención es la opuesta diametralmente; y no encontramos en todo este libro sagrado una imagen o descripción del infierno, como sí ocurre por el contrario con el estado de los bienaventurados, que participan de la contemplación de DIOS. El libro sagrado del Apocalipsis menciona el horno de fuego dispuesto para satanás y los suyos (Cf. Ap 20,14), pero no dedica una sola línea a describirlo.

El Cielo existe

Tres artículos del Credo dan razón de las realidades últimas: la Comunión de los Santos, la resurrección de la carne y la Vida Eterna. Con la revelación del Nuevo Testamento la cuestión del Cielo o del más allá se hace en cierta medida algo sencillo de exponer, aunque mantenga el fondo del MISTERIO. ¿Existe el Cielo como lugar? Muchas cosas se cambian en el mundo espiritual, porque dejan de regir los parámetros del espacio y el tiempo físico en el que nos movemos y nuestra conciencia actualmente se mueve con naturalidad. Pero JESÚS nos ayuda a dar el salto de la realidad presente a la que ÉL mismo ha inaugurado: “No se turbe vuestro corazón: creed en DIOS y creed también en MÍ. En la casa de mi PADRE hay muchas mansiones, si no os lo habría dicho, porque voy a prepararos un lugar; cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré CONMIGO, para que donde YO estoy estéis también vosotros” (Cf. Jn 14,1-3). Los términos que emplea JESÚS en este texto son muy concretos, pero eso no debe impedir el traslado de su contenido a las realidades que trascienden nuestro mundo. En el Apocalipsis, uno de los cánticos de alabanza concluye: “estad alegres Cielos y los que moráis en sus tiendas” (Cf. Ap 11,12). En la casa del PADRE existen infinidad de moradas, estancias o tiendas, y todas ellas quedaron habilitadas por la Redención, pues estas moradas eternas estaban cerradas y deshabitadas. JESÚS dice: “me voy a prepararos sitio”; y realiza este anuncio en el contexto de la Última Cena, que fue el momento de la institución de la EUCARISTÍA. El sitio que ocupará cada uno corresponde al estado espiritual que nos sea constitutivo. Estas tiendas o lugares preparados por JESÚS están donde ÉL está: “me voy a prepararos sitio, y cuando vaya y os prepare sitio volveré y os llevaré CONMIGO”. JESÚS declara que estaremos donde ÉL está, que nuestro estado será el que emane de su acción hacia cada uno. La acción creadora del nuevo estado de vida proviene de las tres Personas Divinas, porque el HIJO lo ha conseguido para nosotros: “creed en DIOS y creed también en MÍ”, porque la Vida Eterna en el Cielo es una Vida en el seno de la TRINIDAD que convierte las estancias celestiales en un recinto sagrado: “santuario no vi ninguno, porque la presencia de DIOS lo llenaba todo” (Cf. Ap 21,22). 

El modo de estar

Se invertirán los términos con respecto a esta vida presente: el modo de estar definirá el ser. En la vida presente la identidad queda por encima de las circunstancias, si la conciencia personal se mantiene íntegra. Un caso extremo: la cárcel y la tortura no modifican la condición cristiana del confesor de la Fe, sino todo lo contrario. El estar en unas condiciones adversas no alteran la identidad. La contemplación de DIOS modifica nuestra condición desde la raíz: “verán al SEÑOR cara a cara y llevarán su Nombre en la frente” (Cf. Ap 22,4). El Nombre significa la adquisición de una nueva identidad, que surge del modo de “estar ante DIOS”. Es la Escritura misma la que nos conduce a este punto donde todo comienza de nuevo por toda la eternidad. Al hablar de estas cosas aproximamos la mirada de la inteligencia al cierre de la vida por este mundo y su disposición para afrontar el modo de estar en la clara visión de DIOS, que es el anhelo profundo del alma humana: “oigo en mi corazón: “buscad mi ROSTRO”. Tu ROSTRO buscaré, SEÑOR, no me escondas tu ROSTRO” (Cf. Slm 27,8). 

JESÚS es el CAMINO

JESÚS aclara a todos, que el CAMINO hacia el PADRE es ÉL: “nadie va al PADRE, si no es por MÍ” (Cf. Jn 14,6b). Y añade JESÚS, “si me conocéis a MÍ, conocéis también a mi PADRE” (Cf. Jn 14,7) JESÚS es el CAMINO al PADRE en el conocimiento y la práctica de su estilo de vida. Sobre la identidad del PADRE tenemos la iniciación a ese conocimiento en el don y enseñanza del propio JESÚS. El conocimiento de estas cosas no proviene de la memorización de contenidos o de la repetición de fórmulas espirituales haciéndolas jaculatorias para la oración. El conocimiento que JESÚS propone del PADRE está ligado a la condición de discípulo que es iniciado en el conocimiento del PADRE por puro don gratuito. A lo largo de la vida, la conciencia del creyente seguidor se sorprende al percibir que algunos velos van cayendo y la Presencia se hace más próxima o íntima.

Revestidos de nuevo

El camino para la mayoría se hace largo. La apreciación del paso de los años es de lo más subjetivo. Dos personas de la misma edad han percibido el paso de los años de muy distinta manera. Mirando retrospectivamente sobreviene con facilidad la sensación de brevedad e incluso de fugacidad: el tiempo ha pasado en un suspiro y el resultado de lo vivido resulta escaso; pero la vuelta atrás no es posible, y sólo el SEÑOR está por encima del tiempo. Cuando ya han transcurrido unas décadas nos sentimos mayores, e incluso viejos, pero la Escritura nos avisa de una profunda transformación que el SEÑOR va realizando, de la que no se habla, y por tanto se tiene escasa noticia. Merece la pena traer a este comentario unos versículos de la segunda carta de san Pablo a los de Corinto: “sabemos que si esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos una casa que es de DIOS, una morada eterna no hecha por mano humana, que está en los Cielos. Así gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celeste, si es que nos encontramos vestidos y no desnudos. Sí, los que estamos en esta tienda gemimos oprimidos. No es que queramos ser desvestidos, sino más bien sobrevestidos, para que lo mortal sea adsorbido por la Vida” (Cf. 2Cor 5,1-4). Nuestra morada terrena se desmorona, dice san Pablo, y no precisa argumentación, sino la constatación que a cada cual le ofrece la observación. Pero vamos siendo objeto de un intercambio que es real y permanece oculto: DIOS tiene preparada una morada eterna, que es nuestro revestimiento, dispuesto para cada uno de sus hijos. El nuevo revestimiento será la nueva morada, que se adherirá como algo propio. San Pablo desearía ser “sobrevestido” por la nueva morada que el SEÑOR le ha preparado y transitar de este mundo al otro sin otros pasos intermedios. En la primera carta a los Tesalonicenses habla el Apóstol de la transformación de algunos, pues no todos morirán cuando llegue el SEÑOR en su plena y final manifestación (Cf. 1Tes 4,17). La carta a los Filipenses, que es posterior a estas dos mencionadas, situada en la última etapa de la vida del Apóstol, sigue mostrando la misma línea de pensamiento: “nosotros somos ciudadanos del Cielo de donde esperamos como SALVADOR al SEÑOR JESUCRISTO el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un Cuerpo Glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter en SÍ todas las cosas” (Cf. Flp 3,20-21). Esta cita es clave para entender algo de lo concerniente al revestimiento, que es la “resurrección de la carne” que presenta aspectos poco definidos y nos causa cierta perplejidad; pues no nos cuadra bien en el tiempo nuestra resurrección personal de la carne con la descomposición presente de los cuerpos fallecidos. Por otra parte, san Pablo nos avisa que “ni la carne ni la sangre heredarán el Reino de los Cielos” (Cf. 1Cor 15,50). Si aceptamos la doctrina dada en la carta a los Filipenses y en el conjunto del capítulo quince de la primera carta a los Corintios, entonces es fácil aceptar que el cuerpo presente tiene su papel en este mundo, pues con este cuerpo físico nos hemos de santificar, pero en la otra vida la corporeidad debe tener otras características. Nuestra dimensión corporal nos preocupa por el hecho de ser personas corpóreas. Los Ángeles son espíritus creados por DIOS dotados de inteligencia y volunta, pero carecen de corporeidad. Para la persona humana la corporeidad está exigida en el mismo estado de beatitud, de ahí que habremos de ser “sobrevestidos” con el fin de obtener la verdadera identidad. El domingo pasado la lectura del evangelio recogía: “si no sois fieles en lo ajeno, ¿quién os dará lo propio?” (Cf. Lc 16,12). DIOS es nuestra herencia como posesión perpetua, y la recibimos llegada la madurez espiritual, que se produce después de la muerte al entrar en comunión perfecta con ÉL y todos los que forman la Comunión de los Santos. “Las injustas riquezas” (Cf. Lc 16,9) manejadas en esta vida las utilizamos en un ejercicio transitorio que debe fomentar el comportamiento virtuoso. Añadiendo paradojas a la vida, las “injustas riquezas” deben servir para hacer amigos con unos lazos de relación personal que tiendan hacia la grandeza de alma y “ser recibidos en las eternas moradas” (Cf. Lc 16,9b). JESÚS da a entender que para esos momentos, en los que sus discípulos y seguidores dejen este mundo ya se ha realizado la Redención, y se estén inaugurados los Nuevos Cielos. En ellos habrá amigos, familiares recientes y otros que representen las raíces de la estirpe a la que cada cual pertenezca. Con la Redención las nuevas moradas serán un hecho y las nuevas relaciones de todos los bienaventurados en CRISTO. La verdadera familia estará formada por la que haya consolidado los lazos de comunión fraterna cristiana. Dice JESÚS: “mi MADRE y mis hermanos son todos aquellos que escuchan la Palabra de DIOS y la cumplen” (Cf. Mc 3,34-35). Con una expresión más cercana, el Antiguo Testamento habla de la muerte como el tránsito para “reunirse con los suyos” (Cf. 1Re 2,11). La muerte no es vista como la disolución del individuo en la nada, o en el anonimato de “un todo” vaporoso e inconcreto. La muerte del hombre bíblico entraña el reencuentro con los que lo han precedido, que saldrán a su encuentro. La Biblia no admite la invocación a los muertos, pero considera muy recomendable el recuerdo de los mismos mediante la oración y los sufragios por los difuntos (Cf. 2Mac 12,46), pues pudieran estar necesitando una ayuda espiritual en el más allá para ascender al encuentro de la TRINIDAD, Luz y Amor definitivos. Mientras caminamos por este mundo debemos atender y resolver los distintos ”pleitos pendientes” (Cf. Lc 12,58-59) con los compañeros de viaje y aquellos otros que traspasaron la barrera de la muerte y se ven necesitados de oración o de expiación que resuelva sus cuentas pendientes con la Justicia. No podemos olvidar que la obra de misericordia de “enterrar a los muertos” no termina con la lápida del cementerio, y el familiar espera que lo atendamos espiritualmente en aquello que para él resulta imposible.

La profecía de Amós

Las palabras de Amós nos siguen acompañando este domingo. La palabra de los profetas es muy clara al disponer en primer lugar la caridad activa antes que los ritos religiosos. Llega a su punto de mayor rechazo el culto que se realiza para enmascarar la injusticia. La ofrenda realizada para deslumbrar y llamar la atención se vuelve una acción de culto rechazada por DIOS. El profeta predica la vuelta del Pueblo al culto del único DIOS acompañado siempre de la atención a los necesitados cumpliendo así toda justicia, pero no deja el profeta de poner el acento en la primacía de la búsqueda de DIOS. La disyuntiva religiosa es buscar a DIOS o seguir a los ídolos; la disyuntiva moral consiste en seguir el camino del bien y la verdad, o el del mal y la mentira. Este esquema tan sencillo recorre la Escritura desde la primera línea hasta su término. El profeta Amós no teme equivocarse y exhorta con indignación y vehemencia: DIOS está de parte de aquel que practica la justicia y del oprimido que sufre la injusticia; y DIOS rechaza al hipócrita religioso, que  se encumbra por encima de todos.

DIOS espera a sus hijos

DIOS es fuente de Vida para los que lo buscan: “buscad a YAHVEH y viviréis, pero no busquéis otros dioses” (Cf. Am 5,5). El SEÑOR pide la conversión del pecador mientras todavía hay tiempo, pero aquellos israelitas acomodados en su opulencia despreciaban la condición de los pobres: “YO sé que son muchas vuestras rebeldías y graves vuestros pecados, opresores del justo que aceptáis sobornos y atropelláis a los pobres en la puerta” (Cf. Am 5,12). La puerta principal de la ciudad era el lugar en el que estaba el tribunal para juzgar; y estas élites son denunciadas por Amós como agentes de corrupción, que se prestan al soborno y dictan sentencia contra el inocente. De esta forma no se puede obtener el favor de DIOS por muchos rituales y sacrificios en el templo. En un tono similar al profeta Isaías, el SEÑOR dice a través del profeta Amós: “detesto vuestras fiestas, no me gusta el olor de vuestras reuniones solemnes, no me complazco en vuestras oblaciones ni en los sacrificios de comunión de vuestros novillos cebados”  (Cf. Am 5,21-22).

Culto vacío

“Ay de los que se sienten seguros en Síon, y de los confiados en la montaña de Samaria” (Cf. Am 6,1). En tiempos del profeta Amós el templo y el trono estaban estrechamente relacionados, pues Israel se regía por una teocracia como el resto de los pueblos. El Reino del Norte después de separarse del Reino de Judá vio como prioridad el establecimiento de un lugar de culto propio, que evitase a los israelitas del Reino del Norte desplazarse a Jerusalén para las distintas fiestas religiosas y los diversos actos de culto. Por tanto en los tiempos de Amós había dos santuarios reales: uno en Judea y otro en Samaria. El ministerio profético de Amós en un territorio que no es el suyo pone de relieve, que el Reino del Norte no queda excluido de la acción providencial de YAHVEH, aunque todos los textos bíblicos que tratan la “reunificación del Pueblo elegido” realzan a Jerusalén como el lugar en el que serán convocadas todas naciones. Los cánticos referidos a Síon, el Monte del Templo en Jerusalén, serán trasladados al propio JESUCRISTO, pues el lugar de culto y adoración lo tendrá a ÉL como lugar espiritual de convocatoria, pero pasaran varios siglos antes de llegar a esa revelación. Amós no tiene especial interés en remover el lugar de culto y trasladarlo a Jerusalén. Lo que prioritariamente le preocupa al profeta es la erradicación de la injusticia que aplasta al pobre.

El lujo hiriente

Amós emplea imágenes tomadas de la vida real y de forma abierta destaca el gran desprecio de los poderosos opulentos por la suerte de los demás: “acostados en camas de marfil, arrellenados en sus lechos comen corderos y carneros sacados del establo” (Cf. Am 6,4). El pobre carecía en muchos casos del pan cotidiano mientras el lujo innecesario revestía unas vidas disipadas y ajenas a cualquier movimiento interno de solidaridad o compasión. También entre las clases pudientes de Israel se estilaba la posición tumbada del hombre libre para comer, mientras los sirvientes iban pasando con los distintos platos o manjares que se degustaban, sin que faltase el vino en estos casos. La cerveza al obtenerse de la fermentación de cereales diferentes era la bebida de los pobres y su consumo se encuentra acreditada en tablillas sumerias (2000 a.C.). 

Un canto a la frivolidad

“”Canturrean al son del arpa y se inventan como David instrumentos de música” (Cf. Am 6,5). La música y el baile forman parte de los compases iniciales de fiestas y banquetes que pueden derivar en otro tipo de excesos nada recomendables ni piadosos. El texto de Amós sugiere que la imagen de disipación inicial continúe por escenas de frivolidad en las que se da pie al juego con lo ilícito, que atrae de forma especial en un ambiente que ha roto toda inhibición. No eran desconocidos en aquellos tiempos los ritmos musicales que favorecían estados de trance hipnótico. La música y la percusión de distintos instrumentos conocidos o inventados para el caso contribuían a la novedad y exotismo de la reunión. No olvidemos que desde hace muchos siglos el hombre en sociedad es capaz de vivir la fiesta y la guerra; la exaltación y la tortura; la competición y la muerte en el circo. Han cambiado las formas de vivir, pero las emociones contenidas en el corazón del hombre permanecen constantes con las variantes particulares.

Culto al cuerpo

El cuidado físico de la propia imagen no es nuevo. Los tiempos presentes marcan una diferencia cuantitativa con los siglos anteriores, pues la producción en serie de nuestros días hace posible que los bienes de consumo alcancen a una mayoría que ostentan la cualificación de consumidores. El culto al cuerpo como factor principal de la propia imagen es un gran motor que mueve gran cantidad de recursos. También este componente personal y social queda reflejado en la profecía de Amós: “beben vino en anchas copas, con los mejores aceites se ungen y no se afligen por el desastre de José” (Cf. Am 6,6). El vino es el símbolo de la fiesta y la alegría y en algún contexto puede simbolizar la fuerza, el sacrificio y la vida. No obstante el vino también actúa como droga que sumerge en el radio de giro del ego personal, y en este punto se vanaliza la apariencia física que se utiliza como instrumento de seducción y de poder. Los mejores aceites van destinados a embellecer una piel que atraiga la mirada y el tacto con la fuerza de un poderoso imán. El profeta reprocha que esta embriaguez del ego personal se desentiende del dolor y el sufrimiento ajeno representado en José, que fue vendido por sus hermanos por la envidia homicida. Cualquiera de los pecados capitales enraizados en el corazón del hombre suprimen al prójimo del propio radio de percepción personal: el prójimo deja de existir. Vamos a ver en el evangelio de hoy, que Lázaro no existe para el rico opulento y banqueteador.

Resultado de los excesos

“Ahora irán a la cabeza de los cautivos al cautiverio, y cesará la orgía de los sibaritas” (Cf. Am 6,7). Los clásicos descubrieron las cuatro virtudes cardinales sobre las cuales tiene que construirse la vida de los hombres. Una de las virtudes es la templanza, que provee de moderación y equilibrio las actuaciones personales. El ser humano no está hecho para vivir al límite durante un tiempo prolongado. No es posible mantener cualquier tipo de placer en el punto más alto durante un tiempo indefinido, pues pronto el placer se vuelve dolor. Se debe identificar a tiempo la tendencia permanente a la felicidad y no equiparar la felicidad al placer. Por otra parte no es el placer de los sentidos la fuente principal de la felicidad. En la vida diaria del común de los mortales, los momentos placenteros coinciden con la satisfacción de felicidad propia del espíritu humano. Una persona no puede vivir en un estado de frustración continua, pues tal cosa no es soportable. Amós señala a los que viven entregados a una vida de orgías, y les dice que encabezarán el destierro. Ciertamente, los que viven en el exceso permanente secan sus raíces y se vuelven estériles, y no producen más que náusea y vacío. A su alrededor juntarán atraídos otros que se verán absorbidos como por un poderoso agujero negro, que todo lo anula y absorbe. Todavía unos años para que el Reino del Norte sea deportado, pero el hecho histórico tendrá lugar hacia el setecientos veintiuno (a.C.).   

La burla de los fariseos

De sobra sabemos que JESÚS no tuvo fácil su misión, y desde el primer momento surge la contestación agria a su enseñanza. La “Subida a Jerusalén”, que es la recta final de la misión de JESÚS sigue presente el grupo de escribas, fariseos o letrados según el caso. Al comienzo del capítulo dieciséis se informa que JESÚS se dirige a los discípulos, pero en el versículo catorce hacen su aparición los fariseos, “escuchan a JESÚS, se burlan de ÉL y su enseñanza”. La conclusión de JESÚS no les gusta a los fariseos cuando dice: “no podéis servir a DIOS y al dinero”. Antes de la parábola del rico opulento y el pobre Lázaro, san Lucas propone unas palabras de JESÚS sobre materias diversas. San Lucas señala el motivo de la burla de los fariseos y la advertencia dada por JESÚS: “los fariseos son amigos del dinero, y DIOS conoce sus corazones” (v.14). Ellos partían de reconocerse a sí mismos como el sector religioso de los puros por el estricto cumplimiento de la Ley, que habían sobrecargado con multitud de prescripciones. De parte de JESÚS tienen que escuchar: “la Ley fue dada por Moisés y llega hasta Juan Bautista, pero desde él se anuncia el Reino de  DIOS y todos se esfuerzan con violencia por entrar en él” (v.16). Los fariseos que se consideraban a sí mismos como los más preparados para recibir al MESÍAS, sin embargo no estaban captando el Mensaje de JESÚS. Era preciso hacerse cierta violencia interior para renunciar a las formas religiosas externas, que nada tenían que ver con el núcleo de la Ley y los Profetas. JESÚS con su persona y Mensaje viene a dar la plenitud de revelación a lo manifestado por DIOS: “más fácil es que el Cielo y la tierra pasen, que no que caiga un ápice de la Ley” (v.17). DIOS no se puede negar a sí mismo y lo que nos manifiesta en JESÚS es la plenitud de la doctrina contenida en la Ley y los Profetas. San Lucas pone un ejemplo de cómo la Ley llega a su perfección con el Evangelio con el caso del divorcio: “Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio; y el que se casa con la repudiada comete adulterio” (v.18). JESÚS formula un planteamiento novedoso para la unión matrimonial, rescatando el principio establecido por el Génesis: “dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne” (Cf. Gen 2,24). Los  evangelios de Mateo y Marcos prestan más espacio a este asunto capital (Cf. Mt 5,28; 19,5-9; Mc 10,2-12). La institución del divorcio en la Antigua Alianza tenía su justificación, porque todavía no se había dado el Don del ESPÍRITU SANTO a los hombres; pero en los tiempos mesiánicos el AMOR de DIOS viene en ayuda de los que están llamados a vivir como hijos de DIOS (Cf. Rm 8,16). La multitud de fracasos matrimoniales del momento presente no proviene de la falta de asistencia del ESPÍRITU SANTO a los hombres. Aquellos fariseos tenían que modificar su corazón para entender en verdad todas estas cosas y comprobar la bondad del Mensaje de JESÚS. 

La retribución futura

Todos entendemos que a una persona buena le salgan bien las cosas y tenga prosperidad. Por el contrario, vemos lógico que una persona de malas artes acabe mal o muy mal. Pero la vida nos muestra repetidamente casos en los que las premisas anteriores no se cumplen en un primer momento: una persona buena que obra el bien, resulta que es el blanco de enfermedades, fracasos y contrariedades. Por el contrario, individuos que llevan vidas con todo tipo de licencias viven rodeados de aplausos y bienestar material. La perplejidad tampoco se aparta de la Biblia, que en distintos escritos trata de acercarnos al misterio del sufrimiento del hombre justo. Con la parábola del rico opulento y el pobre Lázaro, JESÚS nos da una lección de la retribución en el más allá. DIOS espera que el hombre cambie, se convierta y corrija haciendo uso pleno de su libertad. El más allá aparece en este pasaje como el punto en el que las conductas humanas son retribuidas, además de abrirnos una ventana para ver algo de la vida que nos espera.

Un hombre rico y el pobre Lázaro

Lázaro proviene de “Eleazar”, que significa “DIOS provee”. Las cosas estaban al revés: Lázaro no disponía de lo más elemental y se sentaba todos los días a la puerta de la casa del hombre rico, que tenía suficientes provisiones para banquetear espléndidamente todos los días; y este opulento señor vestía como un rey: ropajes de lino y púrpura. Tenía rentas suficientes el hombre rico, y no se dice que robase o fuese un maligno explotador. Puede ser que todas sus posesiones fueran heredadas y el producto de las mismas incrementase notoriamente su patrimonio. Desde el punto de vista humano nada que reprochar, pues pagaba sus impuestos al Imperio y puede que contribuyese con el diezmo al Templo. El oficio de este hombre opulento era banquetear a diario, y el mundo de su alrededor parecía no existir, para él los “lázaros” del mundo no contaban. En la otra mitad de la foto aparece Lázaro como un verdadero despojo humano, que además de su gran miseria física se añade la indiferencia absoluta: nadie lo ve, y tan sólo los perros se le acercan para lamerle las heridas. Recordamos que en el libro de Job aparecen tres amigos que se sientan con él, permanecen una semana en silencio contemplando la desgracia de su amigo, y después prorrumpen con discursos de lo religiosamente correcto, que estaban bastante alejados de la realidad; pero Job tuvo a tres con los que pelearse verbalmente, pero el Lázaro de esta parábola está sin nadie.

Llega la muerte

Lázaro muere y los Ángeles lo llevan al seno de Abraham. Se muere el rico opulento y es sepultado, sin otro comentario. Lázaro pudo ver que la muerte se acercaba como una amiga liberadora y realiza un tránsito a las regiones celestiales acompañado por los Ángeles. El rico opulento podía pensar que la fiesta en este mundo la iba a perpetuar, pero la insensatez tarde o temprano se enfrenta con la propia precariedad y la muerte pone fin de manera furtiva a la frivolidad. La muerte llega, baja el telón y todos entienden que el juego ha terminado. Lo que se abre para el rico a renglón seguido es la tumba que para él es la antesala del infierno.

Omisión y comisión

Abraham toma la palabra y aclara la situación creada: el rico recibió bienes y a Lázaro lo acompañaron los males; y en la otra vida el rico recibe males y Lázaro la bienaventuranza de los salvados. Debemos atender a la enseñanza de este planeamiento: el rico dispuso de muchos recursos para favorecer a los de su alrededor, y de modo especial a los pobres y enfermos como Lázaro, para los que el rico debía ser su proveedor en cierta medida. Ni JESÚS ni la Biblia son contrarios a la celebración festiva en los momentos oportunos, pero el exceso resulta escandaloso e hiriente: todos los días no se pueden dedicar a fiestas y banquetes. El hambre y las enfermedades consumieron a Lázaro y los excesos dieron con los huesos del rico en la tumba. De Lázaro no sabemos más que era un sufriente: alguien que llegó a este mundo para vivir en medio de grandes calamidades como ocurre hoy con un gran número de hermanos en nuestros en el planeta. Para éstos la figura de Lázaro es un mensaje de esperanza, pues DIOS no pondrá en la balanza ninguna otra cosa más que los grandes sufrimientos por los que han tenido que pasar. Este consuelo cristiano no es una evasión de las responsabilidades particulares y sociales frente a los más desfavorecidos del planeta; pero la muerte llega y ante DIOS nos presentaremos.

¿Purgatorio o infierno?

El diálogo que mantiene el rico con Abraham no es posible si consideramos que el rico está en el infierno entendido como condenación absoluta. Atendamos a las palabras del rico opulento, que “en el Hades ve a lo lejos a Abraham y a Lázaro en su seno” (v.23) El estado de total condenación no permite levantar la mirada hacia DIOS ni los que están en su presencia. El que ha llegado al infierno absoluto está invadido del odio total que le hace insoportable cualquier reflejo de la bondad de DIOS. El rico pide compasión: “padre Abraham, ten compasión de mí, para que Lázaro moje con una gota de agua mi lengua, porque me atormentan estas llamas” (v.24). En el infierno no cabe la compasión ni hacia uno mismo, pues tal cosa supondría un resquicio de amor en el corazón del condenado, y el odio total eso no lo permite. Abraham transmite los motivos por los cueles uno y otro  tienen ese destino, pero el rico no prorrumpe en blasfemias e insultos, sino que acepta la recriminación: “tú recibiste todos los bienes en vida, no has ejercido la misericordia, y ahora recibes males; sin embargo Lázaro recibió males y lo único que podía repartir era dolor, por lo que ahora recibe los bienes eternos” (v.25). Abraham continúa hablando: “entre vosotros y nosotros existe un gran abismo, por si alguien quisiera cruzar en  algún sentido no pueda hacerlo” (v.26). En otro lugar JESÚS dirá: “no saldrás de allí  hasta pagar el último cuarto” (Cf. Lc 12,59). Cada plano espiritual tiene sus leyes y no están sujetas al arbitrio de los que en ellos se encuentran. En todo momento predomina la acción pasiva, por lo que la persona debe esperar lo que DIOS decida. El rico en el Hades sigue hablando a Abraham, y ahora no se preocupa de su propia sed, sino de los cinco hermanos que viven como vivió él y se encamina hacia su mismo destino. El rico requiere a Abraham, que mande a Lázaro para advertirles que cambien de vida, pues de lo contrario los espera un indecible tormento. Una vez más el rico opulento muestra una corriente de amor fraterno que no corresponde a un alma condenada en el infierno. El condenado junto con el ángel caído desea incrementar el número de pobladores del infierno, tanto como la maldad y el odio entre ellos. En el infierno DIOS es el enemigo, y el nombre de JESÚS es impronunciable. Nadie piensa en el infierno en el bien que pueda favorecer a otro.

Moisés y los Profetas

Los prodigios, signos y milagros acompañaron la predicación de JESÚS, pero ÉL mismo comprobó que los corazones recalcitrantes encontraban las consideraciones más variopintas para no acreditar en JESÚS algo extraordinario. JESÚS pone en boca de Abraham la gran verdad: “tienen a Moisés y a los Profetas que los escuchen”. La Biblia con sus setenta y tres libros contiene el legado suficiente para proveer de alimento espiritual a cualquier persona bien intencionada que busque a DIOS, quiera conocer el CAMINO y trazar un sentido de trascendencia en su vida. Pero el rico en el Hades sigue insistiendo: “No, padre Abraham, si alguno de entre los muertos va donde ellos se convertirán. Pero Abraham le contestó,: si no oyen a Moisés y a los Profetas, no se convencerán aunque un muerto resucite” (v.30-31). El rico opulento daba valor al signo del difunto revivido y Abraham concedía toda la eficacia a la Palabra contenida en la Escritura. La frivolidad del rico podría sorprenderse con el signo extraordinario para olvidarlo a renglón seguido. La Palabra de la Escritura exigía entrar en un proceso de desprendimiento, desierto y meditación, para que el corazón recibiera al Palabra. Entonces sí habría posibilidades. No obstante algo de razón podía asistirle al rico opulento en su estado de pena infernal. El signo externo para un buen número de personas fue el punto de partida para una búsqueda sincera más pausada a través de la Escritura. En medio de aquellas dolorosas llamas infernales el rico opulento estaba recapacitando y despertando a unos sentimientos que no había tenido en su vida terrena. 

San Pablo, primera carta a Timoteo 6,11-16

La segunda lectura de este domingo da un salto considerable con respecto al contenido de esta misma carta y nos propone los versículos conclusivos, que ofrecen valiosos consejos para todos, aunque vayan dirigidos de modo especial a Timoteo.

El dinero

“La raíz de todos los males es el afán de dinero, y algunos por dejarse llevar de él se extraviaron en la Fe y se atormentaron con muchos dolores” (v.10). Este versículo no está incluido en la segunda lectura, pero sintetiza muy bien algunos de los argumentos hoy comentados. El afán desmedido de dinero conduce al empeño de la vida a conseguirlo como sea, sacrificando muchas cosas nobles y necesarias. Una vida dominada por esta pasión acarrea males en cadena, que el dinero no podrá arreglar. 

Vida virtuosa

“Tú, Timoteo, huye de lo anterior, y procura la justicia, la piedad de la Fe, de la Caridad, de la paciencia en el sufrimiento, de la dulzura” (v.11). Como responsable de la comunidad para la que había sido designado era el modelo de cristiano al que el resto de hermanos iban a mirar. Nacemos con algo en nuestro corazón para desarrollar a lo largo del tiempo con la ayuda de la Gracia: en eso consiste el ejercicio de las virtudes, que por una parte son infusas, y por otra piden colaboración para ser ejercitadas. Diariamente se presentan oportunidades para afrontar con fortaleza y paciencia el sufrimiento. Diariamente realizamos actos de Fe y Caridad a favor de los hermanos.

Una vida militante

“Combate el buen combate de la Fe; conquista la Vida Eterna a la que has sido llamado, y de la que hiciste solemne profesión delante de muchos testigos” (v.12). Timoteo tiene el encargo como todos los verdaderos evangelizadores de anunciar el Amor de DIOS, que nos espera para compartir la Bienaventuranza Eterna con todos sus hijos. La lucha es espiritual: no se trata de impartir doctrinas basadas en conceptos vacíos, sino de mostrar las fuerzas espirituales que están en liza e inclinar la balanza de cada hombre en el camino hacia DIOS o en el sentido opuesto. Todo debe contribuir a la Salvación de los que le son encomendados. Esta vida tiene la gran importancia de decidir la senda eterna que vayamos a seguir. Así nosotros también confesamos en el Credo: “creo en la Vida Eterna” y con este acto de Fe cerramos el conjunto de verdades que profesamos. En cada Santa Misa de los domingos, por lo menos, realizamos esta declaración pública y comunitaria. Es posible que no reparemos a primera vista en el calado de esta verdad conclusiva.

Exhortación

“Te recomiendo en la presencia de DIOS, que da vida a todas las cosas, y de JESUCRISTO que ante Poncio Pilato dio tan solemne testimonio, que conserves el mandato sin tacha ni culpa hasta la manifestación de nuestro SEÑOR JESUCRISTO” (v.13-14). A cada paso dado en la doctrina de san Pablo aparece la inminencia de la manifestación ultima del SEÑOR. En sus cartas se pone de relieve que el propio Apóstol fue matizando la comprensión de la Segunda Venida, pero el fondo de la cuestión radica en la importancia del acontecimiento como el factor de tensión permanente dentro de la vida cristiana. El desenfoque de la Parusía por las exageraciones en este asunto hace que se pierda la fuerza interna del hecho en el acontecer diario de la vida cristiana. La promesa de JESÚS debería conmovernos a diario: “sabed que YO estoy con vosotros, todos los días hasta el fin del mundo” (Cf. Mt 28,20). Y la manera permanente de estar el SEÑOR es por el hecho incesante de su venida: JESÚS es el que viene (Cf. Ap 1,8). Habrá un punto final en la historia; la Redención cumplirá su madurez en la aplicación de la misma en la vida de los hombres, pero ahora el SEÑOR está viniendo y permanece entre nosotros. Desgraciadamente este hecho ha perdido tensión dentro de la vida cristiana en las comunidades y parroquias. 

Doxología

“El único que posee inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver. A ÉL el honor y el poder por siempre. Amén.” (v.16) ante el Amor de DIOS y su MISTERIO sólo es posible la adoración y la alabanza que nacen de la piedad sincera. La adoración y alabanza encierran el agradecimiento profundo por hacernos partícipes a los hombres de un designio eterno que desborda cualquier cálculo humano. El SEÑOR viene y querría encontrarnos inmersos en actitud de profunda adoración y alabanza en medio de nuestras obligaciones cotidianas.

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