“Lleven siempre el perfume de la caridad a la Iglesia y a su país”: fue la exhortación del Papa Francisco al encontrar, en su segundo día de Viaje Apostólico en Hungría, a los pobres y refugiados en la Iglesia de Santa Isabel en Budapest.
“Me siento feliz de estar aquí entre ustedes”, manifestó el Papa al inicio de su discurso, agradeciendo seguidamente las palabras del obispo de Székesfehérvár y presidente de Cáritas Hungría, monseñor Antal Spányi, por sus palabras de bienvenida y por haber recordado el servicio generoso que realiza la Iglesia húngara en favor de los pobres y los necesitados.
Una fe libre de “egoísmo espiritual”
“Los pobres y los necesitados – no lo olvidemos nunca – están en el corazón del Evangelio: Jesús, en efecto, vino ‘a llevar la Buena Noticia a los pobres’”, afirmó el Papa recordando el “desafío apasionante” que ellos nos indican, “para que la fe que profesamos no sea prisionera de un culto alejado de la vida y no se convierta en presa de una especie de ‘egoísmo espiritual’, es decir, de una espiritualidad que me construyo a la medida de mi tranquilidad interior y de mi satisfacción”. E indicó:
La fe verdadera, en cambio, es aquella que incomoda, que arriesga, que hace salir al encuentro de los pobres y capacita para hablar con la vida el lenguaje de la caridad. Como afirma san Pablo, podemos hablar muchas lenguas, poseer sabiduría y riquezas, pero si no tenemos caridad no poseemos nada y no somos nada.
El lenguaje de la caridad de Santa Isabel
Prosiguiendo con su discurso, el Santo Padre subrayó que el “lenguaje de la caridad” fue la lengua hablada por santa Isabel, a quien el pueblo húngaro profesa gran devoción y afecto.
Quien “se une a Dios”, como hizo san Francisco de Asís, en quien Isabel se inspiró, se abre a la caridad hacia el pobre, porque ‘el que dice: “Amo a Dios”, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?’
Santa Isabel, hija del rey, “había crecido en la comodidad de una vida de corte, en un ambiente lujoso y privilegiado; – observó el Papa – sin embargo, conmovida y transformada por el encuentro con Cristo, pronto sintió rechazo hacia las riquezas y las vanidades del mundo, advirtiendo el deseo de despojarse de ellas y de cuidar a los necesitados».
Así, no sólo gastó sus bienes, sino también su vida en favor de los últimos, de los leprosos y de los enfermos, hasta llegar a curarlos personalmente y a llevarlos sobre sus propios hombros. Ese es el lenguaje de la caridad.
Compasión hacia todos
El Pontífice, reunido con los pobres y los refugiados en el interior de la iglesia dedicada a la santa, escuchó los testimonios de los que han experimentado el sufrimiento y las privaciones, los que han huido de la guerra, los sin techo, los que se han quedado solos, marcados por la pobreza y la fragilidad.
Este es el testimonio que se nos pide: la compasión hacia todos, especialmente hacia los que están marcados por la pobreza, la enfermedad y el dolor. Necesitamos una Iglesia que hable con fluidez el lenguaje de la caridad, idioma universal que todos escuchan y comprenden, incluso los más alejados, incluso los que no creen.
El bálsamo del amor anima a emprender nuevos caminos
Francisco manifestó su reconocimiento a la Iglesia húngara “por el esfuerzo realizado en la caridad”: un compromiso llevado a cabo por voluntarios, Cáritas parroquiales y diocesanas, y también a grupos de oración, comunidades de creyentes y organizaciones pertenecientes a otras confesiones, “unidas en esa comunión ecuménica que brota precisamente de la caridad”. Y agradeció también “por el modo con que han acogido – no sólo con generosidad sino también con entusiasmo – a muchos refugiados procedentes de Ucrania”, como relató el testimonio conmovido de Oleg.
El recuerdo del amor recibido reaviva la esperanza, anima a emprender nuevos caminos de vida. En efecto, también en el dolor y en el sufrimiento se encuentra la valentía de seguir adelante cuando se ha recibido el bálsamo del amor: es la fuerza que ayuda a creer que no todo está perdido y que un futuro diferente es posible. El amor que Jesús nos da y que nos manda vivir contribuye entonces a extirpar de la sociedad, de las ciudades y de los lugares donde vivimos, los males de la indiferencia y del egoísmo, y reaviva la esperanza de una humanidad nueva, más justa y fraterna, donde todos puedan sentirse en casa.
Alimentar también el corazón de las personas
”Me ha impresionado escuchar que, junto con las necesidades materiales, prestan atención a la historia y a la dignidad herida de las personas, haciéndose cargo de su soledad, de su fatiga de sentirse amadas y bienvenidas en el mundo” notó seguidamente el Santo Padre. Y esto – señaló – vale para toda la Iglesia:
¡No es suficiente dar el pan que alimenta el estómago, es necesario alimentar el corazón de las personas! La caridad no es una simple asistencia material y social, sino que se preocupa de toda la persona y desea volver a ponerla en pie con el amor de Jesús: un amor que ayuda a recuperar belleza y dignidad. Hacer caridad requiere el valor de tocar, no se puede dar limosna a distancia, sin tocar. Tocar y mirar, y así, tocando y mirando, comienzas un camino, un camino con esa persona necesitada, que te hará darte cuenta de lo necesitado, de lo necesitada que estás de la mirada y de la mano del Señor.
En la conclusión de su discurso, el Papa animó a hablar siempre el lenguaje de la caridad, siguiendo el ejemplo de Santa Isabel y recordando que una vez el Señor transformó en rosas el pan que la santa llevaba a los necesitados, añadió:
Es así también para ustedes: cuando se empeñan en llevar el pan a los hambrientos, el Señor hace florecer la alegría y perfuma vuestra existencia con el amor que dan. Les deseo que lleven siempre el perfume de la caridad a la Iglesia y a su país.