Las lecturas de este I Domingo de adviento nos invitan a tomar actitudes de esperanza: alegría, conversión y vigilancia. Preparémonos a recibir al salvador con un corazón limpio y un espíritu puro. Veamos.
«Vayamos con alegría al encuentro del Señor»
El nacimiento de Cristo trae como fruto una alegría para las naciones, pues la llegada del Salvador, luz que ilumina a los pueblos que viven en tinieblas, produce gozo y paz. La alegría es fruto del Espíritu Santo, que se transforma en una actitud o virtud cristiana, para dar testimonio de las maravillas y del amor de Dios por el ser humano, de modo especial por su perdón y su misericordia. El Ángel Gabriel le anuncia a María: ¡Alégrate, llena de gracia!, pues llevará en su vientre al Salvador. Jesucristo anuncia a sus discípulos que les va a compartir su gozo para que su alegría sea plena (cf. Jn 15,11), y que cuando vuelva a verlos, tendrán una «alegría que nadie os la podrá quitar» (Jn 16,22). Así mismo, San Pablo les dice a los filipenses: «Vivan siempre alegres» (Fil 4,4), como un testimonio del amor de Dios. A nosotros el Papa Francisco nos manda vivir “la alegría del evangelio” y “la alegría del amor”. Preparémonos, pues, con alegría a este encuentro con el Señor.
«Ahora la salvación está más cerca»
San Pablo invita a los romanos a despertar del sueño porque el día está cerca, a quitarse las obras de las tinieblas y ponerse las armas de la luz, como son la verdad, la justicia, la paz, la mansedumbre, la misericordia. El nacimiento de Cristo trae alegría, pues al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo al mundo para salvarlo (cf. Jn 3,17). Esta salvación consiste en rescatarnos del poder de la muerte y del dominio del diablo, además de restaurar la comunión con Dios a través del perdón de los pecados, haciéndonos sus hijos por el Bautismo. De este modo, tanto con palabras como con acciones, Jesucristo trae la salvación al hombre; y los sacramentos juegan un papel muy especial en este acto salvífico. La obra de salvación inicia con la encarnación, continua con la muerte de Jesucristo y se hace plena con su Resurrección (cf. Rm 6,3-11).
«Velen y estén preparados»
El adviento nos invita a tomar una actitud de vigilancia, de estar alertas, de cuidar los bienes comunes, de mantenernos despiertos motivados por una esperanza, basada en una promesa, sostenida en una verdad: la llegada del Salvador. El Evangelio nos advierte: ¡Velad! La corona de adviento nos enseña que cada vela debe estar encendida como un signo de esperanza. ¿Cómo nos preparamos al nacimiento del salvador? Con una actitud de alegría, con responsabilidad social y con la práctica de las virtudes humanas y cristianas: la justicia y la caridad. Debemos prepararnos con un corazón limpio y un espíritu puro; para ello debemos confesarnos y estar en paz con los demás. Durante este tiempo litúrgico, preparémonos para recibir con mucha alegría y gozo a nuestro Salvador.