Para ser una ocasión que exige la participación de todos, el inminente sínodo de la sinodalidad va a llegar ante la indiferencia de una mayoría de fieles.
Es paradójico que la proximidad del Sínodo de la Sinodalidad esté provocando menos expectación aún que los anteriores entre los fieles, pese a tratarse del primero en el que se ha hecho un esfuerzo universal por pulsar las opiniones de obispos, sacerdotes y fieles de todas las diócesis.
Si uno leyera solo las declaraciones oficiales de la Curia Romana, se diría que el sínodo de marras es lo más importante que haya sucedido en la Iglesia desde Pentecostés, anunciando una (¿otra?) ‘primavera eclesial’. Pero el que salga de esa ‘matrix’ se encontrará con un panorama bien distinto, caracterizado por la absoluta indiferencia de la abrumadora mayoría, la suspicacia de muchos y las esperanzas de otros tantos.
La razón es que nadie se cree las premisas del sínodo. Es decir, nadie se cree que vaya a ser un periodo de escucha abierto a las sorpresas del Dios de las Sorpresas, al soplo del Espíritu, sino que se da por descontado que el resultado está ya perfectamente previsto y, probablemente, redactado.
Los ‘renovadores’ fingen creer en el proceso, porque esperan que avance su deseada transformación de la doctrina, especialmente en lo referente al reparto de poder y a la moral sexual. Los conservadores también fingen, con menos convicción, porque esperan salir de esta sin perder los muebles. Los tradicionalistas denuncian que el rey está desnudo, algo que todos saben aunque nadie va a escucharles, naturalmente. Y la abrumadora mayoría de los católicos ignoran todo el proceso.
El resultado de las ‘escuchas’ diocesanas ha sido el previsible. Es decir, la participación ha sido en todas partes tan exigua que pretenderla representativa sería un fraude.
Por otra parte, lo que supuestamente ‘pide’ el pueblo de Dios es el amasijo de ideas del mundo que ya impone el episcopado alemán o el belga, como era igualmente previsible. Lo que no se entiende bien es cómo una feligresía que no ha sido catequizada en serio, con las verdades de la fe, desde hace décadas; que en Estados Unidos descree de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía en una mayoría holgadísima, puede tener algo que enseñar a la Iglesia, Madre y Maestra; algo que aportar al inmutable Depósito de la Fe.
El planteamiento ya es peligrosamente erróneo, transmitiendo la impresión de que nuestra fe no es la conservación del mensaje del propio Dios para nuestra salvación eterna, sino el fruto de un consenso, que la opinión pública viene a ser una tercera fuente de la Revelación que, lógicamente, cambia de una generación a la siguiente.
Por CARLOS ESTEBAN.
MADRID, ESPAÑA.
LUNES 10 DE OCTUBRE DE 2022.
INFOVATICANA.