El profeta Habacuc marca la línea temática en este domingo: “el justo vivirá por su Fe (Cf. Ha 2,4). Como testifica el capítulo once de la carta a los Hebreos, la Fe vértebra los acontecimientos de la Historia de la Salvación con los protagonistas que mantienen viva la antorcha de la Fe en YAHVEH. La Fe adquiere un nuevo carácter cuando JESUCRISTO, el HIJO de DIOS, está entre nosotros. Antes la Fe miraba a la Ley en busca de una justicia personal mediante la cual presentarse ante DIOS; la Fe en la “plenitud de los tiempos” (Cf. Mc 1,15) mira a la Gracia y procura la justificación en la Redención dada por JESUCRISTO. La Fe de los antiguos se apoyaba en los auxilios espirituales que daban los preceptos de la Ley y la esperanza en el cumplimiento de las promesas. En nuestros tiempos, sin embargo, llevamos en nosotros las primicias de lo prometido, porque poseemos ya en prenda las arras del ESPÍRITU SANTO, por el que DIOS resucitó a JESÚS de entre los muertos (Cf. Rm 8,11) Algo de lo que DIOS nos reserva para la Vida Eterna ya lo tenemos y participamos de sus beneficios espirituales. La Fe de los cristianos es fuente de experiencia religiosa porque es dada por el mismo JESUCRISTO. Este gran don lo recibimos principalmente por iniciación: somos introducidos en el MISTERIO directamente sin previo conocimiento intelectual alguno. Así el Bautismo de los niños en los primeros días o semanas incorpora al niño la condición cristiana de forma “natural”. Sin esfuerzo alguno, el niño al mismo tiempo que progresa de modo espectacular en todos los indicadores del crecimiento humano, así también crecen en él las dimensiones cristianas y por eso mismo no se extraña de reconocer al SEÑOR en la Cruz, o siente familiaridad con la Presencia de JESÚS en el Sagrario cuando el padre, la madre, el abuelo o la abuela se lo indican. Después el niño llamará la atención al mayor para que no pase delante del templo sin hacer una visita al SEÑOR que está escondido. El adulto iniciado en la Vigilia Pascual, quedó marcado por la acción de los tres sacramentos recibidos en esa noche santa: Bautismo, Confirmación y EUCARISTÍA. El verdadero catecúmeno iniciado en esta noche santa va sintiendo, durante un tiempo, que todo a su alrededor va cambiando y lo ve desde otro prisma. Está operando en él la conversión, que se inició de forma poderosa en la noche santa de la Vigilia Pascual. En la iniciación el nuevo cristiano recibió tres virtudes o fuerzas principales: la Fe, la Esperanza y la Caridad. Para este mundo y el actual estado de vida que nos toca, la Fe es el eje de las otras virtudes, aunque nada se puede sin la Caridad. Unidos de forma vinculante a JESUCRISTO por la Fe vamos irradiando su Caridad en la medida de la unión con ÉL. El cristiano comenzará a percibir el Amor de DIOS, a partir del instante que resueltamente afirme, “yo creo”.
Confianza y admiración
La Fe evangélica tiene sus características únicas por la entidad de la revelación de DIOS que se muestra para creer: JESUCRISTO. No se trata sólo de creer en DIOS, que en sí mismo ya es extraordinario, sino que ahora el hombre-DIOS está frente a frente de toda la humanidad y comenzó a mostrarse visible hace unos dos mil años. La Fe en DIOS pasa por la Fe en JESUCRISTO, y de lo contrario esa Fe está en ciernes, y no ha llegado a su madurez. Para que la nueva Fe despierte en los corazones de los hombres, La PALABRA eterna que estaba junto al PADRE (Cf. Jn 1,1) tiene que hablar a los hombres con un lenguaje también humano e inteligible, pues “la PALABRA se hace carne y habita entre nosotros” (Cf. Jn 1,14). Se cumple así la profecía de Jeremías, “TÚ, SEÑOR, estás en medio de tu Pueblo, porque tu Nombre ha sido pronunciado sobre nosotros” (Cf. Jr 14,9). Antes la presencia de DIOS llegaba con la bendición dada por el Sumo Sacerdote, en los nuevos tiempos DIOS se queda y permanece con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo” (Cf. Mt 28,20). Las palabras de aquella bendición se registran en el libro de Números y hoy adquieren un contenido nuevo: “El SEÑOR te bendiga y te proteja; ilumine su rostro sobre ti, y te conceda su favor; el SEÑOR se fije en ti, y te conceda la paz” (Cf. Nm 6,24-26). La bendición es una palabra que en este caso viene en una sola dirección de arriba abajo, del cielo a la tierra. La novedad de nuestros días es que la PALABRA brota de la tierra y la Justicia mira desde el Cielo (Cf. Slm 85,11). La Antigua Escritura es un testimonio anticipado de lo que sucedería en la persona de JESUCRISTO, que concede a la predicación de su Palabra el valor principal de signo para manifestar su presencia mesiánica. Después de escuchar a JESÚS en actitud de verdadero discípulo se tienen los ojos despiertos para contemplar los signos, prodigios y milagros, que confirman la Palabra predicada. El libro de los Proverbios previene: no juzgues a nadie antes de oírlo hablar y escuchar sus razonamientos. Cuando JESÚS inicia su predicación la novedad es percibida de modo inmediato: “este modo de hablar con autoridad es nuevo, pues da órdenes a los espíritus y lo obedecen” (Cf. Mc 1,27). La Palabra de JESÚS es poderosa y sanadora: “hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Cf. Mc 7,37 ). De igual modo los discípulos más cercanos presencian el poder de una Palabra que domina los elementos y evoca la omnipotencia del CREADOR. Tal cosa sucede cuando JESÚS calma la tempestad que a punto estuvo de hundir la barca: “JESÚS increpó al viento y al mar, y la tempestad se calmó. Los discípulos atónitos decían: ¿quién es este, que hasta el viento y el mar lo obedecen?” (Cf. Mc 4,41). Lo mismo que en el caso de los discípulos más cercanos, JESÚS procura mediante la predicación mover los corazones a la confianza y la admiración por las “maravillas que DIOS realiza en medio de los hombres” (Cf. Slm 89,5; Hch 2,11). Todavía no hemos llegado a la cumbre de la manifestación de DIOS, que nos aguarda más allá de este mundo, y peregrinamos guiados por la Fe: ella es nuestra nube guiadora de día y columna de fuego en la noche (Cf. Ex 13,21). La Fe en JESUCRISTO es el motor de la expansión del Evangelio, pues la Fe en el SEÑOR abre a las comunidades a la acción del ESPÍRITU SANTO. San Pablo pregunta a los de Galacia: “vosotros, ¿recibisteis el ESPÍRITU SANTO por cumplir la Ley o por la Fe en JESUCRISTO? (Cf. Gal 3,2). Los gálatas, como el resto de las comunidades fundadas por el Apóstol, vivieron un poderoso Pentecostés cargado de signos, que ponían de manifiesto a su vez el gran poder de la predicación en el nombre del SEÑOR. A pesar del desierto y desconcierto presentes, la acción poderosa de la Palabra sigue operando en muchas personas, que reconocen a JESÚS como el único SALVADOR.
Tres virtudes inseparables
La Fe, la Esperanza y la Caridad cristianas son inseparables. La Caridad es cristiana cuando la ayuda prestada, la compasión manifestada o la misericordia ofrecida van en el nombre de JESUCRISTO, que es el objeto mismo de la Fe. La Esperanza despierta en nosotros para esta vida aquellas fuerzas que buscan llevar a término los objetivos del Evangelio, que forma parte del contenido de la Fe que profesamos. La Fe misma, que nos une a JESÚS de Nazaret vive activa en la Caridad teniendo presentes a todos los que son amados de DIOS. Dice san Pablo: “ya podría tener Fe como para mover montañas, si no tengo Caridad no me sirve de nada” (Cf. 1Cor 13,2). La manifestación de poder espiritual por sí mismo no encierra todas las garantías sobre su bondad y autenticidad. El enemigo de la humanidad puede confundir a los hombres, haciendo cosas espectaculares y poderosas, pero vacías de la acción del ESPÍRITU SANTO que da contenido real a la Caridad. Se hace complicada la cosa y el discernimiento resulta imprescindible, y este hecho nos lleva a sentirnos un poco más dentro de la Iglesia como conjunto de creyentes en CRISTO, ofreciendo un legado espiritual, que ha de servir de referencia. La Comunión de los Santos se ve también en el estado presente de nuestro camino de Fe. No vamos solos: unos nos han precedido, caminamos en el presente con la Iglesia de nuestros días y dejaremos algo, no sabemos cuánto, para las futuras generaciones. La Iglesia transmite la Fe en JESUCRISTO y en esta custodia tiene su roca y fundamento, de forma que la promesa de JESÚS es firme: “los poderes del infierno no podrán contra ella” (Cf. Mt 16.18). La Iglesia de JESUCRISTO es infinitamente más fuerte que algunas élites, y el SEÑOR sabe mantener el “resto indestructible”. Vivimos momentos muy convulsos. Sin exageración alguna de nuevo el cisma se hace presente en la Iglesia y de nuevo la corriente se fragua en Alemania con intención de implicar a toda la Iglesia. En el peor de los escenarios, habría un número suficiente de creyentes capaces de mantener los principios del Evangelio y de la verdadera Tradición de la Iglesia. Los católicos tenemos que mirar con atención que JESUCRISTO, el HIJO de DIOS, sea la clave de bóveda de todo el edificio y no quede sustituido por otro modelo o paradigma de la “nueva religión climática” como se ha deslizado estos días desde determinadas instancias oficiales. Algo así es aún más grave que los intentos por invertir la moral contenida en el Catecismo de la iglesia Católica.
Los tiempos de Habacuc
La profecía de Habacub se considera que corresponde al periodo que va del seiscientos cinco al quinientos noventa y siete (a.C.). Los datos disponibles son escasos, pues se limitan a los tres capítulos de su profecía, que consta de un oráculo, una visión y un himno. El profeta recibe la orden de recoger en tablillas la profecía (Cf Ha 2,2). El oráculo del SEÑOR viene dado en la visión (Cf. Ha 1,1) y se refiere a la invasión caldea con el rey Nabuconodosor a la cabeza. El profeta se extraña y lamenta que el SEÑOR vaya a permitir a un pueblo de costumbres más reprobables que el propio Israel, hacer justicia sobre el Pueblo elegido (Cf. Ha 1,13). Son tiempos de gran tribulación y purificación, “en los que el justo vivirá por su Fe” (Cf. Ha 2,4) Habacuc participa de las expresiones de los profetas que hablan del “Día de YAHVEH” y se sirve de la profecía que describe el ímpetu de la invasión extranjera con la acción divina narrada también con imágenes bélicas: “en la ira acuérdate de tener compasión. Su fulgor es como la luz, y rayos tienen que salir de su mano delante de ÉL marcha la peste… Hace temblar la tierra y estremece a las naciones…” (Cf. Ha 3,3-6). Pero el SEÑOR sale a salvar a su Pueblo y a salvar a tu ungido (Cf. Ha 3,13). Ante la calamidad que se avecina el profeta es un hombre justo que vive por su Fe: “yo en YAHVEH exultaré y me regocijaré en el DIOS de mi salvación. YAHVEH es mi fuerza y me da pies de ciervo y por las alturas me hace caminar” (Cf. Ha 3,18-19). A pesar de todos los reveses y grandes tragedias a lo largo de la historia, sin embargo todas las profecías recogidas en la Biblia tienen un final de éxito, porque la profecía se dirige a los tiempos del UNGIDO -MESÍAS o CRISTO-. Pese a lo desconcertante del momento presente, el profeta participa de la revelación del Designio Eterno de DIOS sobre el hombre y la humanidad en su conjunto. Habacuc no es menos en el sentido señalado y es testimonio de hombre justo que sabe vivir de la Fe en tiempos recios. El profeta está seguro en lo que DIOS va a realizar, y de alguna manera lo que va a suceder comienza a producirse en su misma época histórica, de ahí que la derrota del Pueblo elegido sea parcial y pasajera. El Pueblo volverá a resurgir de la mano de YAHVEH y lo hará con nuevas energías. En el Apocalipsis se dice que al enemigo de la humanidad le queda poco tiempo (Cf. Ap 12,12); y se afana con ocasionar el mayor caos y destrucción posible mediante los instrumentos humanos que están dispuestos a moverse como marionetas. El daño por el daño, el mal por el mal, resulta absurdo a las personas de buena voluntad; pero tal absurdo existe y se hace especialmente notorio en determinados momentos de la historia. Habacuc conoció uno de esos tiempos de caos y destrucción, en los que para algunas personas todo terminaba en este mundo; y otras lamentaban que no hubiese terminado, porque el sufrimiento se hacía insoportable. En las guerras todo se puede perder en un instante, o la pérdida avanza de forma lenta y sádica burlándose de su víctima.
Oración en la noche oscura
“¿Hasta cuándo, YAHVEH pediré auxilio, sin que TÚ escuches, clamaré a ti violencia, sin que TÚ nos salves? (Cf. Ha 2,2) Las visiones del profeta sobre la destrucción de Jerusalén y del Templo lo conmovían profundamente; por otra parte, tal es siempre la intención del SEÑOR a la hora de mostrar esas escenas a los grandes profetas, que son grandes intercesores por el Pueblo, y DIOS los busca. La experiencia tiene partes desagradables, porque el profeta se encuentra dentro del dramatismo de los hechos y se le da a conocer la magnitud del desastre que sopesa en su espíritu. Esta visión profética no es la mirada placentera de un paisaje que se aprecia en distancia y perspectiva de forma gratificante. Después de contemplar un panorama desolador, el profeta recurre a la oración de petición o intercesión por el Pueblo, pero DIOS da la impresión de no escuchar; más aún, el clamor del profeta parece caer en el vacío. No es rara esta experiencia en los creyentes que nos acogemos a la oración como primero o último recurso según el caso. La súplica ardiente del creyente no siempre es atendida de inmediato, porque “el justo ha de vivir por su Fe” (Cf. Ha 2,4). Nunca debemos olvidar la perspectiva cristológica en la lectura del Antiguo Testamento, y tenemos que recordar en este punto la misteriosa soledad de JESÚS en la Cruz, que está realizando la oración sacerdotal cumbre: “DIOS mío, DIOS mío, ¿por qué me has abandonado?” (Cf. Mc 15,34).
El mal nos desconcierta
“¿Por qué me haces ver la iniquidad? Ante mí rapiña e iniquidad; querella y discordia se suscitan” (Cf. Ha 1,3). Habacuc demuestra tener lo mismo que Jeremías un espíritu muy sensible que se duele hondamente por los males que percibe a su alrededor. Al profeta le hiere la violencia y le hace daño la maldad que contempla. Precisamente estos espíritus son los más idóneos para una intercesión efectiva, pues participan de los genuinos sentimientos de DIOS. Esta expresión para una concepción griega de DIOS no es muy afortunada, pero cabe dentro del canon del Nuevo Testamento, cuando nos dice san Pablo: “tened entre vosotros los sentimientos de CRISTO” (Cf. Flp 2,5). Los sentimientos de DIOS se humanizan en su HIJO sin perder nada de la específica naturaleza divina. Esta es una de las peculiaridades y grandezas de la Encarnación y del DIOS de los cristianos. Habacuc “lucha con DIOS “ como los grandes santos de la Biblia para arrancarle un don o gracia en beneficio del Pueblo. Pobres de nosotros –la humanidad- si nos faltasen alguna vez los intercesores como Habacuc.
Tablillas de barro
Del barro DIOS modeló al hombre (Cf. Gen 2,7), pues en el barro de la tierra se compendian gran cantidad de elementos y el hombre viene a ser la cumbre de lo más perfecto que hay sobre la tierra. Las tablillas en las que la Palabra de la Vida se escribe es un recuerdo también de la naturaleza del hombre creado por DIOS que está dentro del proyecto Divino. “Dijo el SEÑOR: escribe la visión, ponla clara en tablillas para que se lea de corrido” (Cf. Ha 2,2). El primer capítulo de esta profecía ofrece la visión que DIOS da al profeta Habacuc de la invasión de los caldeos y el profeta toma parte activa en esta visión, mostrando su punto de vista en un tenso diálogo con DIOS; pero el profeta espera una palabra del SEÑOR y no sólo que le muestre las imágenes sobrecogedoras del porvenir inmediato. Habacuc es un hombre de DIOS, conoce su modo de proceder y se entiende con ÉL. Para el profeta, DIOS resulta íntimo y mantiene una confianza incondicional, y espera una palabra: ”En mi puesto de guardia me pondré, me plantaré en mi muro para ver lo que ÉL me dice, lo que responde a mi querella” (Cf. Ha 2,1). Las oraciones y relaciones de los grandes santos y profetas de la Biblia con DIOS no son apacibles éxtasis que los aísle de toda perturbación, en ocasiones como la presente parece todo lo contrario: DIOS muestra al profeta la lucha que en el mundo se va a producir, en la que de una u otra forma tiene que tomar partido. El profeta se mantiene a la espera de una palabra como el vigía de la muralla que rodea la ciudad que se mantiene despierto en la noche.
La visión se cumplirá
Uno de los crisoles de la Fe es el tiempo. La Fe se ha de convertir en confianza incondicional. Una vez establecido “el qué” queda por resolver “el cuándo”, y DIOS no atiende a los requerimientos humanos que enfatizan la exigencia del momento preciso. A veces pareciera que las profecías dadas están propuestas y no se cumplen nunca, pero una lectura detenida de las mismas nos ayuda a comprender que su verificación se está produciendo. Dice el SEÑOR al profeta: “la visión tienen un plazo, jadea hacia la meta, no fallará; aunque tarde, espérala, que ha de llegar sin retraso” (Cf. Ha 2,3). La profecía se cumple en este instante, porque la acción de DIOS no cesa y siempre es redentora; pero al mismo tiempo la visión tiene un punto de máxima revelación, que vaya más allá del tiempo presente y de la vida del propio profeta. Este comportamiento por parte de DIOS es el que encontramos en el Evangelio cuando de fijar tiempos se trata. DIOS sostiene la vida de los hombres en el presente y tiene en su Divina Providencia el futuro. Nosotros, por otra parte, habremos de mantenernos firmes en la Esperanza del cumplimiento próximo y futuro de la Palabra dada por DIOS.
Fidelidad y confianza en DIOS
“Sucumbe quien no tiene el alma recta, pero el justo vivirá por su Fe” (Cf. Ha 2,4). Las grandes visiones al profeta no lo disculpan de la Fe y la Esperanza. También él tiene que recorrer el camino de la incertidumbre, pues la Fe debe ser purificada. La certeza de la Fe no se puede asentar en una convicción personal inamovible y tendente al engreimiento, sino que la Fe se convertirá en la certeza sobre la fidelidad de DIOS, que cumple su Palabra cuando ÉL lo considera más apropiado y beneficioso para sus hijos. DIOS nos revela “el qué”, pero se reserva “el cuándo” y “el cómo”.
Grandes enseñanzas
San Mateo compendia la Nueva Ley en los tres capítulos del Sermón de la Montaña, y san Lucas lo hace en el Sermón de la Llanura con un solo capítulo (Cf. Lc 6); pero Lucas deja otras enseñanzas importantes para el camino trazado en la “Subida a Jerusalén”, que reúne el triunfo y el sacrificio. En Jerusalén, JESÚS tenía que ser exaltado y reconocido como el MESÍAS enviado por DIOS y anunciado en las Escrituras; pero sabemos que no ocurrieron así las cosas en un primer momento. Los que rechazaron a JESÚS se quedaron contemplando tinieblas y el resto que permaneció fiel reconoció la victoria del RESUCITADO. Estos versículos iniciales del capítulo diecisiete de san Lucas resaltan tres enseñanzas: sobre el escándalo, el perdón entre los hermanos y la naturaleza de la Fe. De forma especial, este domingo resalta cuál debe ser la consideración correcta sobre la Fe y de nuevo el valor de las obras para la salvación. El escándalo tiene que ver directamente con la quiebra de la Fe inducida por algunos hacia los más débiles espiritualmente, que puedan romper con la vida cristiana o el seguimiento de JESÚS. El perdón es una ley que se convierte en capital dentro de las comunidades que no están formadas precisamente por Ángeles, como lo ponen de forma a veces cruda las distintas cartas de san Pablo, y la carta de Santiago. JESÚS busca como resultado principal en todos sus encuentros la Fe, bien al principio o al final. El signo o milagro lo condiciona JESÚS a la Fe del que lo solicita: “hágase según tu Fe” (Cf. Mt 9,29). La Fe de los amigos da pie a JESÚS para curar al paralítico que llevaban en la camilla (Cf. Mc 2,3-5). Sorprendentemente la Fe sobresale en un centurión romano considerado como pagano, y JESÚS elogia esa Fe de modo especial (Cf. Lc 7,9). La Fe de la mujer con flujos de sangre desde hacía doce años, roba de manera furtiva la curación que necesitaba y JESÚS la rehabilita también en el plano religioso y social (Cf. Mc 5,25-34). La compasión extrema de JESÚS compensa la falta de Fe y JESÚS cura al muchacho epiléptico (Cf. Mt 9,2).
¿Cantidad de Fe?
“Le dijeron los Apóstoles a JESÚS: auméntanos la Fe” (Cf. Lc 17,5). Esta petición es muy humana o acorde con la forma de entender las cosas, pero muestra alguna insuficiencia. Queremos tener Fe como tenemos cualquier bien material, y la cosa tiene un tratamiento distinto. La respuesta de JESÚS aclara que la Fe pertenece a la esfera del “ser” y no del “tener”. JESÚS responde: “si tuvierais Fe como un grano de mostaza, diríais a esa morera arráncate y plántate en el mar y os habría obedecido” (Cf. Lc 17,6). JESÚS está señalando que la Fe no viene dada en cantidad, sino en cualidad que afecta al ser del discípulo. Ellos están pidiendo ser poseedores de un bien que desean cuantificar para disponer de él a voluntad. La Fe es un don para convertir a la persona en alguien confiante, capaz de fiarse de DIOS. Si por casualidad la Fe se pudiera cuantificar eso alteraría todas las leyes y por su cuenta dispondrían de un extraño poder con el cual realizar cosas extravagantes como arrancar un árbol de raíz y arrojarlo al mar. La Fe no se obtiene por incremento sino por seguimiento a JESÚS, adoración a DIOS y una creciente confianza en su Divina Providencia. JESÚS no quiere conceder esa Fe que fuese un resorte por el cual las cosas se realizan de forma mágica. En algunos ambientes se escucha: “el SEÑOR no te cura porque te falta Fe”. Así planteado alguien le dice primero al SEÑOR acrecienta mi Fe, para que viendo mi “gran Fe” entonces me cures. Alguien no se cura de una grave enfermedad, aún teniendo una gran Fe, porque el SEÑOR tiene designios sobre cada uno de sus hijos, que nos son desconocidos. Admitir lo anterior puede acrecentar nuestra confianza en el SEÑOR que aumenta su presencia amorosa al ver la propia aceptación. Rezamos en el Padrenuestro: “hágase tu Voluntad en la tierra como en el Cielo”.
Una parábola desconcertante
Solamente san Lucas relata la parábola del siervo inútil: “cuando hayáis hecho todo lo que teníais que hacer, decid: somos unos siervos inútiles, hemos hecho todo lo que teníamos que hacer” (Cf. Lc 17,10). La conclusión de esta parábola vuelve a ser un alegato a favor de la Salvación por la Fe en JESUCRISTO, y no por la recompensa de las obras. Pero no podemos concluir que la parábola promueve la vagancia y el vicio capital de la pereza que entierra la vida en la prisión del egoísmo.
El siervo fiel
“¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y cuando regresa le dice, pasa al momento y ponte a la mesa; no le dirá más bien prepárame algo para cenar y cíñete para servirme, hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú? (Cf. Lc 17,8). Los trabajos del campo tienen una especial dureza y requieren buena salud. El siervo de la parábola sabe que termina su trabajo cuando la hacienda y su amo quedan servidos. Al siervo nadie le va a preguntar si está cansado. Las ocho horas de trabajo será algo que aparecerá bastantes siglos después. Por otra parte el siervo formaba parte del paisaje familiar pero sin dejar ese escalafón. El siervo o esclavo entraba a formar parte de las propiedades del amo. Los que escuchan esta parábola de JESÚS la entienden de modo inmediato y la aceptan: el siervo está cumpliendo con su deber y el dueño no tiene motivos para mostrarle agradecimiento especial alguno.
La verdadera pobreza
Cuando san Lucas propone las bienaventuranzas (Cf. Lc 6,20-23) se limita a decir: “bienaventurados los pobres”. Por otra parte es san Mateo quien añade la dimensión espiritual a la pobreza en su primer enunciado: “bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Cf. Mt 5,3). Pero san Lucas no cesa de argumentar a lo largo de su Evangelio, que la pobreza auténtica radica en el espíritu confiado incondicionalmente en DIOS, y desprendido de las cosas materiales que siendo necesarias han de ocupar un lugar relativo a lo único importante que es DIOS: “no se puede servir a DIOS y al dinero” (Cf. Lc 16,13). Con facilidad hacemos trampa en las reglas del juego y aceptamos la sobriedad en lo material, pero deseamos muchos méritos y reconocimientos en lo espiritual; y de nuevo surge la decepción, porque quien verdaderamente ostenta los méritos es JESUCRISTO, y nosotros si viene el caso por participación. Pocas personas realizan el análisis en profundidad de sus propias obras, pues el apego a las mismas está profundamente arraigado. Conocemos las drásticas palabras de san Pablo: “ya podría dar todo lo que tengo a los pobres, y entregar mi cuerpo a las llamas en el martirio; si no tengo Caridad no me sirve de nada” (Cf. 1Cor 13,3). Del todo desconcertante estos versículos de san Pablo que nos advierten que los méritos personales adjudicables son prestados en todo caso, pues pertenecen a JESUCRISTO que nos da la Gracia para que la obra tenga algún valor. Una vez más el texto de la carta a los Efesios nos ayuda a comprender algo tan crucial: “somos salvados por la Fe, y no por el cumplimiento de las obras de la ley, para que nadie se gloríe, pues el que se gloríe que se gloríe en el SEÑOR” (Cf. Ef 4,8-9). El discípulo de JESÚS debiera tener muy claro que se salva por pura Gracia y no por las obras realizadas, pues ninguna de ellas por sí misma tiene capacidad salvadora. Si tal cosa se diese, la Encarnación, vida, muerte y Resurrección del VERBO hecho hombre no hubiese sido necesaria. Lejos de presentar algún inconveniente, este proceder de DIOS es profundamente liberador para el cristiano, que deja de emplear sus energías en medir el cómputo de sus actuaciones. Lo único que debe ocupar al discípulo es la realización de lo mandado con las deficiencias inevitables y dejar el juicio al SEÑOR. La preocupación se centra en hacer bien lo encomendado, y no en el valor o mérito de la obra realizada. DIOS es paciente con nuestros ritmos de aprendizaje y sabe de la mentalidad infantil con la que afrontamos las cosas que nos trascienden. La consideración a lo largo de los siglos sobre las indulgencias es un ejemplo de lo señalado anteriormente. JESÚS da el criterio en el momento oportuno, pero deja que los discípulos, como niños en el recreo escolar, jueguen a competir por los primeros puestos en el futuro reino poderosísimo que ÉL va a implantar para derrocar la dominación romana. JESÚS transigió con esta escasez de luces por parte de sus discípulos, aunque en algún momento se sintiese profundamente decepcionado: “¿hasta cuándo tendré que soportaros?” (Cf. Mt 17,17). Menos mal que el SEÑOR valora en nosotros los intentos que realizamos para llevar a cabo las buenas obras y no tanto las obras en sí mismas. Cuántas intenciones innobles se esconden bajo la capa y apariencia de una buena acción. Si nos fuese dado constatar lo anterior con toda objetividad, nuestra vida se volvería aún más gris. Gracias sean dadas al SEÑOR por su infinita Misericordia.
San Pablo, segunda carta a Timoteo 1,6-8,13-14
En esta segunda carta a su hijo espiritual y colaborador en la evangelización, san Pablo insiste en algunas líneas doctrinales y orienta al joven Timoteo para llevar a término con éxito su misión.
La Fe familiar
“Evoco la Fe sincera que tú tienes, que arraigó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y sé que ha arraigado en ti” (v.5). San Pablo menciona la Fe cristiana presente en personas de tres generaciones: la abuela, la madre y el mismo Timoteo. San Pablo se hace eco de la acogida familiar que tuvo su predicación inicial, y gracias a ella surgió un nuevo misionero para extender el Evangelio. La Fe es también una herencia de aquellos que en un momento dado han recibido el don y lo cultivaron.
El Don puede desaparecer
“Te recomiendo que reavives el carisma de DIOS que está en ti por la imposición de mis manos” (v.6). San Pablo fue dejando en las comunidades presbíteros y obispos. En un principio las dos designaciones eran intercambiables, pero a finales del siglo primero, los obispos representaban la cabeza de la comunidad y se rodeaban de colaboradores que eran los presbíteros. El don del ministerio ordenado era transmitido por la imposición de las manos a tal efecto por el Apóstol. El significado de la imposición de manos varía según el contexto religioso y litúrgico en el que se realice. No es igual la imposición de manos en el sacramento de la unción, que en el envío apostólico que refiere el libro de los Hechos de los Apóstoles (Cf. Hch 13,1ss). Lo importante a destacar es la presencia de los diáconos, presbíteros y obispos desde los primeros tiempos del Cristianismo. Los obispos y presbíteros por el carácter sacerdotal que les fue conferido tienen la triple función de regir, santificar y guiar al Pueblo de DIOS a ellos encomendado. Están puestos al frente de las comunidades para “administrar las raciones espirituales a sus horas” (Cf. Lc 12,42); y de esa forma se comportarán como siervos fieles y prudentes. Las comunidades necesitan de la enseñanza de los Apóstoles, la celebración de la Santa Misa, de las oraciones comunitarias y del establecimiento de la caridad fraterna que llegue a los más necesitados.
Don de fortaleza
“DIOS no nos dio a nosotros un ESPÍRITU de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza” (v.7). Es probable que Timoteo fuese de carácter retraído, pero la Gracia en él con la colaboración personal corregirían esa deficiencia. Existen rasgos que son insalvables, pero otros son modificables por la Gracia de estado que se concede al ministro ordenado. La timidez bloquea las fuerzas para dirigirse a un público amplio, pero esta es vencible por la nueva fortaleza interior que cambia al evangelizador en confesor de la Fe y testigo de la misma. Por otra parte, Timoteo había participado con san Pablo en distintas actividades apostólicas y sabía lo que era afrontar la predicación del Evangelio. El misionero recibirá los dones necesarios para proclamar el Evangelio allí donde se encuentre, pero san Pablo ve conveniente animar a su discípulo e hijo espiritual.
La persecución
“No te avergüences ni del testimonio que has de dar de nuestro SEÑOR, ni de mí su prisionero, al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio ayudado por la fuerza de DIOS” (v.8) No era fácil extender el Evangelio en ambientes de idolatría y prostitución sagrada, y otros núcleos de población judíos, que se mostraban impermeables a la proclamación del Cristianismo. Estos últimos no estaban dispuestos a transigir con la salvación dada por la Fe en JESUCRISTO sin necesidad de las obras de la Ley: “JESUCRISTO nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa no por nuestras obras, sino por su determinación y gracia que nos dio desde toda la eternidad en CRISTO JESÚS” (v.9).
El depósito de la Fe
San Pablo afirma sin reserva que el Evangelio que predica no es de origen humano y lo recibió del mismo JESUCRISTO (Cf. Gal 1,11-12); pero al mismo tiempo se ve en la cadena de trasmisión de contenidos cristianos esenciales: la institución de la EUCRISTÍA (Cf. 1Cor 11,23-27), y la doctrina sobre la Resurrección del SEÑOR (Cf. 1Cor 15). En la carta a los Gálatas, san Pablo reconoce que después de su conversión y de los inicios de su predicación él mismo acude a Jerusalén para entrevistarse con los otros apóstoles, no fuese que sus esfuerzos resultasen inútiles por predicar algo indebido (Cf. Hch 9,26; Gal 1,18-19). La Fe precisa de la intercomunicación de los creyentes y de forma especial de aquellos que reciben el carisma especial para mantener la Verdad doctrinal. “Consérvale buen depósito mediante el ESPÍRITU SANTO que habita en nosotros” (v.14). La doctrina correcta no son fórmulas vacías, sino el legado inspirado del mismo ESPÍRITU SANTO que va iluminando las circunstancias de la Iglesia. Timoteo como obispo de Éfeso era el vigilante y guardián de la Fe depositada, que se convertía en herencia para las generaciones venideras. La Iglesia considera que la revelación está cerrada con la muerte del último de los Apóstoles, y el canon de nuestras Escrituras consta de setenta y tres libros: cuarenta y seis para el Antiguo Testamento y veintisiete en el Nuevo Testamento. Los Padres Apostólicos constituyen la primera generación de obispos que conocieron a los Apóstoles. Con posterioridad surgen los Santos Padres que forman el grupo de santos doctores y hacen su comentario autorizado a las Escrituras. Esta breve semblanza completa en cierta medida el Depósito de la Fe: las Escrituras y la Tradición. Los pilares doctrinales en los que se apoya nuestra Fe están contenidos en el Credo formulado de manera suficientemente explícita en los dos concilios iniciales de Nicea (325) y Constantinopla (381), y el Credo salido de estos dos concilios lo conocemos como Credo nicenoconstantinopolitano.