El ser humano desde el bautismo, es templo del Espíritu Santo

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el III Domingo de Cuaresma

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

Escuchamos hoy el Evangelio emblemático de la expulsión de los vendedores del templo. Jesús sube al templo de Jerusalén y quedó impresionado por aquel espectáculo de vendedores de animales, haciendo negocio con los sacrificios destinados a Dios; cambistas instalados traficando con el cambio de moneda. Jesús se indigna y el evangelista nos describe su reacción muy gráfica; es fácil imaginar a Jesús con el látigo en alto y su mirada recia dirigida a aquellos que habían convertido aquel espacio en lugar de comercio, aquel espacio dedicado a la oración y al culto a Dios, es un espacio de enriquecimiento ilícito, aunque se dijera que estaban al servicio de los sacrificios a Dios; comerciantes que se aprovechaban de la fe de los peregrinos. Aquel lugar que debería ayudar para acercarse a Dios, era un lugar donde se daba la corrupción; el tráfico de animales estaba centrado en el beneficio monetario, se daban los abusos en la venta de animales; no era un lugar de fraternidad, no se veían como hermanos.

Aquellas palabras no conviertan en un mercado la casa de mi Padre; tuvieron que resonar fuertes y tajantes. Al parecer todos se paralizaron, las miradas de aquellos vendedores debieron cruzarse llenas de incomprensión y sorpresa, de rabia e impotencia, se paralizan, no hay confrontaciones; algunos judíos entre sorpresa y miedo se atreven a interrogar: “Qué señal milagrosa nos muestras para hacer lo que haces?”. Aquellos deseaban escuchar una razón que justificara lo que estaba haciendo Jesús, una razón que no dejaría satisfechos a los oyentes.

La sorpresa debió impactar a sus discípulos, nunca lo habían visto actuar así. Aquel profeta que hablaba de amor, de caridad, que se preocupaba por el dolor ajeno, que era tolerante, ahora se veía envuelto por la ira y se había vuelto intolerante y violento. Para Jesús o era casa de oración o cueva de bandidos. Aquellas manos que sanaban enfermos con solo tocarlos, ahora volcaban las mesas, blandía el látigo sobre los animales y su mirada debió mostrarse llena de indignación y de firmeza.

Sabemos que esta airada acción de Jesús, fue el acontecimiento que desencadenó su detención y su rápida ejecución, ya que lo sintieron como un ataque al templo que era como el corazón del pueblo judío. Así, que para los judíos el templo era signo de la presencia de Dios, por tanto, era intocable. Para Jesús, las acciones comerciales representaban un obstáculo para acoger el reino de Dios. Mientras que alrededor del templo crecía la riqueza, en las aldeas crecía la miseria, Dios no legitimaba una religión como aquella y sus prácticas. El templo que encontró Jesús era como una empresa que explota económicamente al pueblo, de hecho, el culto proporcionaba enormes riquezas a la ciudad y a los comerciantes, sostenía a la nobleza sacerdotal y a los empleados. Laacción de Jesús toca, por tanto, un punto neurálgico, el sistema económico e ideológico que representaba el templo de Jerusalén.

Jesús se siente incómodo en aquel lugar; lo que ven sus ojos está muy lejos del culto deseado por Dios. La religión del templo se ha convertido en un negocio, donde los sacerdotes buscan buenos ingresos y los peregrinos buscan comprar a Dios con sus ofrendas. Aquel templo no es la casa de un Dios donde todos vivan la fraternidad; Jesús no ve esa familia que desea ir formando con sus seguidores; aquel lugar es un mercado donde cada uno busca su negocio. El actuar de Jesús supone una crítica profunda sobre la religión, ya que Dios no puede ser protector y encubridor de una religión tejida de intereses y egoísmos, una religión centrada en las ganancias. Jesús muestra con ese actuar su amor y fidelidad a Dios y a la humanidad, puesto que lo sagrado, que debía servir al bien y a la vida de la gente, se ha utilizado para provecho propio y contra las necesidades de los pobres. Muestra la enorme preocupación de Dios por la suerte de los pobres y su enojo por quienes hacen negocio con su pobreza. Su Padre Dios, no quiere sacrificios ni ofrendas, sino misericordia.

En este tercer domingo de cuaresma, es esencial que nos encontremos cara a cara con nosotros mismos, para descubrir si no nos hemos convertido en vendedores y cambistas, que viven buscando el propio interés. Basta que analicemos el mundo, que se ha convertido en un gran mercado, donde todo se compra y todo se vende. Hemos de estar alerta porque somos hombres de nuestro tiempo y la cultura del materialismo puede influir en nosotros.

El Evangelio que hemos escuchado, es una llamada de atención muy fuerte a nosotros los consagrados, para que analicemos: ¿Qué hemos hecho de la religión? Analicemos nuestros templos y notarías, si no están plagadas de comercio o hasta de “simonía” con distintos disfraces; que analicemos la actitud de nuestros fieles hacia Dios, esa actitud de querer comprar la voluntad de Dios con un par de veladoras o con una promesa que al final, algunas veces, ni se cumple. La cultura del materialismo no tiene que estar dentro de nuestros templos, menos dentro de nuestros corazones.

Jesús nos dejó esta enseñanza, que el ser humano desde el bautismo, es templo del Espíritu Santo; cada uno de nosotros somos el santuario de un Dios que no desea otra cosa que habitar en él. Analicemos este templo y descubramos si está lleno de ruidos y de comercio; si se han instalado allí la ambición, la soberbia, el odio, los celos, el egoísmo, la indiferencia, etc. Debemos indignarnos al estilo de Jesús si descubrimos que nuestro templo no está cumpliendo lo proyectado por Dios. Debemos levantar el látigo y expulsar esos vendedores de oropeles que se han instalado en nuestro interior y desde allí gobiernan nuestra vida. Estamos ya dentro de la cuaresma, recordemos que es tiempo de reflexión y de conversión, para echar fuera de nosotros lo que no viene de Dios.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

Comparte:
Obispo de la Diócesis de Apatzingan