El 15 de octubre la Iglesia celebra la fiesta de santa Teresa de Ávila, recopilamos algunos relatos que narran el cariño de san Josemaría por la santa y la influencia en sus escritos.
Cuando, entre finales de diciembre del 1917 y comienzos de enero de 1918, en Logroño, el joven Josemaría descubrió aquellas huellas de unos pies descalzos en la nieve, se despertó en su alma una profunda inquietud y la seguridad plena de que el Señor quería algo. Acudió entonces a la dirección espiritual del Padre José Miguel, el carmelita que había dejado aquellas huellas.
Este santo religioso, al observar las excelentes disposiciones interiores del joven, y comprendiendo que, efectivamente, el Señor le llamaba, le sugirió hacerse carmelita descalzo. Esta posibilidad ni le atraía ni le desagradaba; pero, tras haberlo meditado con calma en la oración, también por lo que afectaba a sus deberes familiares, comprendió claramente que no era eso lo que el Señor le pedía, e intuyó que si el Señor quería algo de él, el mejor modo de estar disponible era hacerse sacerdote.
Interrumpió entonces la dirección espiritual con el Padre José Miguel, aunque conservó siempre una sincera gratitud por su trato, así como un afecto muy grande hacia los carmelitas. Veneraba especialmente a Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y Santa Teresita del Niño Jesús: fue asiduo lector de sus obras y en la predicación evocaba a menudo a estos grandes maestros de la espiritualidad y citaba sus escritos, aunque, cuando era necesario, hacía notar los puntos de divergencia con su propio modo de pensar y vivir las relaciones con Dios.
SAN JOSEMARÍA PROFUNDIZÓ EN LOS ESCRITOS DE LA SANTA DE ÁVILA EN SUS AÑOS DE SEMINARIO EN ZARAGOZA
San Josemaría profundizó en los escritos de la Santa de Ávila en sus años de Seminario en Zaragoza. Empujado por sus gustos literarios, el joven Josemaría empleaba el tiempo libre de clases o estudios en la lectura. Se le veía tomar notas de frases o pensamientos. Se acostaba robando horas al sueño. Por las noches veían los seminaristas, por debajo de su puerta, la luz titilante e incierta de una vela, porque no todas las habitaciones del seminario de San Carlos tenían luz eléctrica.
Gozó de un fecundo período de dos años de lecturas. Más adelante, san Josemaría no dispuso ya de tanto tiempo ni de ocasión tan propicia para ese tipo de libros, salvo la necesidad que tuvo de consultar, a veces, los escritos de los clásicos. Leyó con profundidad a místicos y ascetas, estudiando las escondidas operaciones de la gracia. Y gustaba, muy particularmente, de las obras de Santa Teresa.
Esas lecturas de los clásicos españoles del siglo de Oro, se traslucían luego en sus escritos y en su predicación, pero también en su vida diaria y en sus esfuerzos por hacer amable el día a día de su familia. En 1931, siendo sacerdote joven en Madrid, con una situación económica muy apurada, decidió esmerarse, aún más, en el trato dentro de casa: veré en mi madre a la Ssma. Virgen, en mi hermana Carmen a Santa Teresa o a Santa Teresita, y en Guitín (así llamaba cariñosamente a Santiago, su hermano pequeño) a Jesús Adolescente.
SANTA TERESA ME HA PROPORCIONADO, DE NUESTRO JESÚS, LA ALEGRÍA —CON MAYÚSCULA— QUE HOY TENGO…
En ese mismo año, arreciaba la persecución religiosa en España. El 14 de octubre se enteró que se había aprobado el famoso y triste artículo 26 de la Constitución, que llevaba pareja la expulsión de la Compañía de Jesús. Esa misma tarde se fue a ver a su confesor a Chamartín. El peligro no afectaba solamente a los jesuitas. Todos los conventos y residencias de religiosos estaban expuestos a ser asaltados. Los estudiantes católicos solían, para protegerlos, montar la guardia de noche. El 15 de octubre, día de Santa Teresa de Jesús, el capellán se presentó en clausura. Las monjas se hallaban atemorizadas por los alarmantes rumores que les venían de la calle. Las sosegó como pudo, poniendo calor y optimismo en sus palabras:
«Hoy entré en la clausura de Sta. Isabel. Animé a las monjas. Les hablé de Amor, de Cruz y de Alegría… y de victoria. ¡Fuera congojas! Estamos en los principios del fin. Santa Teresa me ha proporcionado, de nuestro Jesús, la Alegría —con mayúscula— que hoy tengo…, cuando, al parecer, humanamente hablando, debiera estar triste, por la Iglesia y por lo mío (que anda mal: la verdad): Mucha fe, expiación, y, por encima de la fe y de la expiación, mucho Amor. Además esta mañana, para purificar dos copones, por no dejar al Santísimo Sacramento en la Iglesia, comulgué casi medio copón, aunque di bastantes formas a cada religiosa».
Las religiosas le premiaron aquella siembra de alegría: al salir de la clausura, en la portería, me han enseñado un Niño, que era un Sol. ¡No he visto Jesús más guapo! Encantador: lo desnudaron: está con los bracitos cruzados sobre el pecho y los ojos entreabiertos. Hermoso: me lo he comido a besos y… de buena gana lo hubiera robado.
Camino, el libro más conocido de san Josemaría, ha sido comparado con algunos escritos de san Juan de la Cruz genéricamente designados como “Avisos y Cautelas”. Autores como Ibánez Langlois no ignoran la conexión existente entre Escrivá de Balaguer y los clásicos de la literatura espiritual española. Entre éstos, sin embargo, privilegia, más que a san Juan de la Cruz a santa Teresa de Jesús: «Dentro del siglo de oro –ha escrito– es con santa Teresa con quien se evidencia un parentesco más sensible. Porque, así como ella escribe una prosa coloquial y fulgurante muy lejos de toda pretensión de escritora y sin saber si quiera que lo fuese, así Josemaría Escrivá. Hizo gran literatura considerando él mismo que sólo escribía rápidos apuntes de conciencia, cartas de familia, anotaciones personales nacidas de su oración…».
La influencia de santa de Teresa en Camino
Esa influencia de santa Teresa en el modo de escribir del fundador del Opus Dei, se asoma, además, en varios puntos de Camino en los que cita a la santa de Ávila.
Voluntad. —Energía. —Ejemplo. —Lo que hay que hacer, se hace… Sin vacilar… Sin miramientos…
Sin esto, ni Cisneros hubiera sido Cisneros; ni Teresa de Ahumada, Santa Teresa…; ni Iñigo de Loyola, San Ignacio…
¡Dios y audacia! —»Regnare Christum volumus!»
Hombre libre, sujétate a voluntaria servidumbre para que Jesús no tenga que decir por ti aquello que cuentan que dijo por otros a la Madre Teresa: «Teresa, yo quise… Pero los hombres no han querido».
Niño audaz, grita: ¡Qué amor el de Teresa! —¡Qué celo el de Xavier! —¡Qué varón más admirable San Pablo! —¡Ah, Jesús, pues yo… te quiero más que Pablo, Xavier y Teresa!
No pidas a Jesús perdón tan sólo de tus culpas: no le ames con tu corazón solamente…
Desagráviale por todas las ofensas que le han hecho, le hacen y le harán…, ámale con toda la fuerza de todos los corazones de todos los hombres que más le hayan querido.
Sé audaz: dile que estás más loco por El que María Magdalena, más que Teresa y Teresita…, más chiflado que Agustín y Domingo y Francisco, más que Ignacio y Javier.
De San José dice Santa Teresa, en el libro de su vida: «Quien no hallare Maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro, y no errará en el camino». —El consejo viene de alma experimentada. Síguelo.
Una mala noche, en una mala posada. —Así dicen que definió esta vida terrena la Madre Teresa de Jesús. —¿No es verdad que es comparación certera?
Despacio. —Mira qué dices, quién lo dice y a quién. —Porque ese hablar de prisa, sin lugar para la consideración, es ruido, golpeteo de latas.
Y te diré con Santa Teresa, que no lo llamo oración, aunque mucho menees los labios.
Y en otros escritos de san Josemaría, también asoma su devoción y cariño por la santa de Ávila
Voy a proseguir este rato de charla ante el Señor, con una nota que utilicé años atrás, y que mantiene toda su actualidad. Recogí entonces unas consideraciones de Teresa de Avila: todo es nada, y menos que nada, lo que se acaba y no contenta a Dios. ¿Comprendéis por qué un alma deja de saborear la paz y la serenidad cuando se aleja de su fin, cuando se olvida de que Dios la ha creado para la santidad? Esforzaos para no perder nunca este punto de mira sobrenatural, tampoco a la hora de la distracción o del descanso, tan necesarios en la vida de cada uno como el trabajo.
Este adverbio —siempre— ha hecho grande a Teresa de Jesús. Cuando ella —niña— salía por la puerta del Adaja, atravesando las murallas de su ciudad acompañada de su hermano Rodrigo, para ir a tierra de moros a que les descabezaran por Cristo, susurraba al hermano que se cansaba: para siempre, para siempre, para siempre.
Mienten los hombres, cuando dicen para siempre en cosas temporales. Sólo es verdad, con una verdad total, el para siempre cara a Dios; y así has de vivir tú, con una fe que te ayude a sentir sabores de miel, dulzuras de cielo, al pensar en la eternidad que de verdad es para siempre.
El hombre de fe sabe juzgar bien de las cuestiones terrenas, sabe que esto de aquí abajo es, en frase de la Madre Teresa, una mala noche en una mala posada. Renueva su convencimiento de que nuestra existencia en la tierra es tiempo de trabajo y de pelea, tiempo de purificación para saldar la deuda debida a la justicia divina, por nuestros pecados. Sabe también que los bienes temporales son medios, y los usa generosamente, heroicamente.
Asegura Santa Teresa que «quien no hace oración no necesita demonio que le tiente; en tanto que, quien tiene tan sólo un cuarto de hora al día, necesariamente se salva»…, porque el diálogo con el Señor —amable, aun en los tiempos de aspereza o de sequedad del alma— nos descubre el auténtico relieve y la justa dimensión de la vida.
Sé alma de oración.
Relatos del beato Álvaro del Portillo y de Javier Echevarría
Las personas que convivieron con él, relatan, además, sucesos y palabras de su predicación en las que, a menudo, se traslucía la huella que santa Teresa había dejado en su alma. El beato Álvaro del Portillo, recuerda: «El Padre solía decir, ya a los primeros miembros del Opus Dei, que para crecer en la vida interior, es un buen medio consagrar cada día de la semana a una devoción sólida: a la Santísima Trinidad, a la Eucaristía, a la Pasión, a la Virgen, a San José, a los Santos Ángeles Custodios, a las benditas ánimas del Purgatorio. Como siempre, este consejo brotaba de su experiencia personal: lo había vivido desde hacía muchos años. Puedo afirmar que sus principales devociones fueron: la Santísima Trinidad –Dios Uno y Trino, además de las Tres Personas divinas a las que trataba singularmente: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo–; Nuestro Señor Jesucristo, sobre todo su presencia en la Eucaristía, su Pasión y sus años de vida oculta; la Santísima Virgen; San José; los santos Ángeles y Arcángeles; los Santos y, en particular, los doce Apóstoles, los Santos que escogió como intercesores de algunos aspectos del apostolado de la Obra –Santa Catalina de Siena, San Nicolás de Bari, Santo Tomás Moro, San Pío X y el Santo Cura de Ars–, otros santos, como San Antonio Abad, Santa Teresa de Jesús, etc., y los primeros cristianos».
Javier Echevarría, refiriéndose a cómo era el trato confiado de san Josemaría con su Padre-Dios, a pesar del cansancio o de las dificultades, recordaba: «En ningún momento le he visto desanimado, dubitativo, intranquilo. A su lado, se palpaba lo que tantas veces nos repitió, con palabras de Santa Teresa de Jesús: «quien a Dios tiene, nada le falta». Resumía claramente sus disposiciones en 1966: «la angustia y la tristeza se oponen completamente a la misma esencia de Dios, que es la felicidad en grado sumo. Si estáis cansados, decídselo al Señor; si encontráis dificultades de categoría, dejadlas en las manos del Señor. Pero, insisto, evitad que alguno pueda concluir, por vuestra actitud personal, que el yugo del Maestro no es suave, no es de amor».
San Josemaría siempre amó el estado religioso y, siempre que pudo, visitó los conventos a los que le invitaban. En Chile, durante su viaje de catequesis en 1974, la priora del convento de las Carmelitas en Pedro de Valdivia esgrimió el ideal de su fundadora, Santa Teresa de Jesús, “tanto alcanzas cuanto esperas”, un argumento al que san Josemaría no opuso resistencia, y con el mayor gusto se dispuso a visitarlas la misma mañana en que recibió la carta. «Yo tengo un amor muy grande a la vocación de almas contemplativas –les dijo–, porque en el Opus Dei somos contemplativos en medios de la calle. Os entendemos muy bien, y las Madres Carmelitas del mundo entero nos entienden muy bien y nos ayudan con su oración. Vengo a pedir una limosna de oración: rezad». Las carmelitas recuerdan que les endulzó el alma con sus comentarios y también el paladar con los bombones que les llevó de regalo.
Más información
Santa Teresa en «Camino» de san Josemaría Escrivá (PDF). David Torrijos-Castrillejo. Universidad Eclesiástica San Dámaso (Madrid). Congreso Interuniversitario Santa Teresa de Jesús, maestra de vida. Ávila, del 1 al 3 de agosto de 2015.
Fuentes
Andrés Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, Vol. 1.
Javier Echevarría: Entrevista con don Salvador Bernal, Memorias del Beato Josemaría.
Álvaro del Portillo, Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei.
José Miguel Ibáñez Langlois, Josemaría Escrivá como escritor.
Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino.
Josemaría Escrivá de Balaguer, Forja.
Josemaría Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios.