La «Sinodalidad»: ¿realmente es lo que Dios quiere para la Iglesia? ¿»sorpresa» o revelaciòn privada?

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Aparte de la llamativa autorreferencialidad del tema elegido, como diría el Papa Francisco, me permito señalar, con todo el respeto, que el próximo sínodo de los obispos tiene, a mi juicio, un problema básico del que le resultará muy difícil escapar.

Por lo que se ha anunciado hasta el momento, es de prever que la reflexión sobre la sinodalidad va a ser muy poco sinodal. En efecto, antes de que empiece el sínodo, el Papa ya ha decidido cuál va a ser su resultado, como se indica con una cita suya en el primer párrafo del documento preparatorio: “precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”.

¿Cuál va a ser el resultado del sínodo? Después de meses de reuniones, preparaciones, documentos interminables, votaciones, viajes y el derroche de enormes cantidades de dinero y sobre todo tiempo que no podemos permitirnos, el resultado fundamental del sínodo será “descubrir” que el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio. ¿O alguien cree seriamente que el resultado va a ser otro? Aparte, por supuesto, de páginas y más páginas de pesadísima prosa y confusión más o menos generalizada.

Aparte de la evidente contradicción intrínseca de un sínodo sobre la sinodalidad en el que el resultado esencial está marcado desde el Vaticano al margen de lo que puedan pensar los obispos y otros participantes, me atrevo a sugerir que el problema podría ser aún mayor, porque ese principio fundamental decidido de antemano prescinde también de lo que pueda decir querer Dios al respecto. Igual que se les dan los deberes ya hechos a los obispos, simplemente se nos informa a priori de lo que Dios quiere sobre el asunto: Dios quiere la sinodalidad para el tercer milenio.

Confieso que este pronunciamiento me deja perplejo:

  • ¿Se trata de una revelación privada? 
  • ¿Se ha descubierto la perdida tercera carta a los Corintios de San Pablo?
  • Y si es una deducción de la Revelación pública de toda la vida, ¿cómo es que no se ha descubierto hasta ahora?
  • ¿Dios solo espera la sinodalidad para el tercer milenio o la ha esperado siempre y los 265 papas e innumerables obispos anteriores no se habían enterado?
  • ¿O es que la sinodalidad es lo mismo de siempre pero con un nombre distinto para parecer que hacemos algo en medio de una de las mayores crisis de la historia de la Iglesia?
  • Y, en ese caso, ¿de verdad conviene perder aún más el tiempo con un sínodo sinodal cuyos resultados están claramente preparados de antemano?
  • ¿Arde Roma y nos dedicamos a tocar la lira? ¿Lo que necesita la Iglesia es mirarse más aún el ombligo?

Me parece a mí (aunque mi opinión tiene muy escaso valor, como es lógico) que quizá vendría bien que los Papas y prelados tuvieran un poco de cautela a la hora de atribuir sus propias opiniones prudenciales a Dios, algo que más bien parece el colmo de la imprudencia. Quizá convendría que se recordaran periódicamente unos a otros que, como enseña el Concilio Vaticano I, el Espíritu Santo no fue prometido a los sucesores de Pedro para que revelaran, con su inspiración, una nueva doctrina, sino para custodiar escrupulosamente y dar a conocer con fidelidad, con su ayuda, la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe”.

Dios no revela al Papa (ni a los obispos ni a los sacerdotes) novedades ni la respuesta sobre temas prudenciales, como lo que Dios quiere hoy en cuestiones discutibles. Sobre esos temas, el Papa dará su opinión, como la puede dar cualquier otro cristiano según su ciencia y la gracia que haya recibido, y tomará lo mejor posible las decisiones que tenga que tomar, pero el papado no conlleva una inspiración infalible en materias que no forman parte de la Revelación realizada en el Hijo de Dios encarnado (como por ejemplo, y aparte de la sinodalidad, el cambio climático, el balance de riesgos y ventajas de una vacuna experimental y muchas otras).

Es decir, no se puede tomar como un hecho, como un principio, que Dios quiere o espera algo solo porque el Papa haya expresado esa opinión personal. Construir algo sobre ese fundamento es como edificar una casa sobre arena. Y ya sabemos lo que les sucede a esas casas cuando llegan las tormentas e inundaciones. Esto, que en otros tiempos era evidente para cualquier católico, hoy hay que recordarlo, porque aparentemente se ha olvidado por completo: una cosa es el Evangelio, la fe de la Iglesia, la moral revelada en Cristo, y otra muy diferente las ocurrencias papales o episcopales.

Por otro lado, resulta particularmente llamativo que, en el segundo párrafo del documento preparatorio, se nos hable de otra expresión muy querida para el Papa, las “sorpresas del Espíritu”: “enfrentar juntos esta cuestión exige disponerse a la escucha del Espíritu Santo […] permaneciendo abiertos a las sorpresas que ciertamente preparará para nosotros a lo largo del camino”.

Visto lo visto en los últimos ocho años, es muy difícil no pensar que, cuando se apela las “sorpresas del Espíritu”, en realidad se está diciendo “lo que yo quiero, elevado arbitrariamente a la categoría de Voluntad de Dios de modo que nadie se atreva a decir lo contrario. A fin de cuentas, así ha sucedido ya con otras “sorpresas del Espíritu”, como:

  • la comunión a los adúlteros impenitentes,
  • la inexistencia de acciones intrínsecamente malas,
  • la supuesta elevación del calentamiento global a magisterio,
  • la enigmática “inadmisibilidad” de la pena de muerte,
  • la veneración de ídolos amazónicos en el Vaticano,
  • la sustitución de la evangelización por el diálogo interreligioso y de la fraternidad en Cristo por una nueva fraternidad universal al margen de Cristo,
  • la bondad de las leyes sobre uniones del mismo sexo, la deseable extinción de la liturgia tradicional
  • y tantas otras.

 

Curiosas sorpresas, que solo parecen tener en común que a quien no le sorprenden en absoluto es al propio Papa, ya que más bien eran lo que él siempre había pensado y querido, aunque fuera difícilmente conciliable con la doctrina de la Iglesia.

Volviendo al tema que nos ocupa, ¿alguien cree de verdad que los resultados del sínodo “sorprenderán” en algún sentido a sus organizadores? Me permitirán que yo mismo me muestre escéptico sobre el valor de las discusiones episcopales sobre un tema tan evanescente. A fin de cuentas, se trata de los mismos prelados que han permanecido elocuentemente callados ante cosas tan evidentemente contrarias a la doctrina de la Iglesia como, por ejemplo, la comunión de los divorciados o la idea de que Dios quiere a veces que cometamos pecados graves (cf. Amoris Laetitia VIII).

Muchos de ellos, además, serán los mismos que defendieron diversas barbaridades en el sínodo amazónico y en otros lugares.

Uno está tentado de pensar que, en vez de tanto sínodo, quizá harían más bien (y menos mal) si se dedicaran a rezar, celebrar la santa Misa, confesar e incluso (por sugerir algo completamente absurdo) evangelizar a algunos de los millones de fieles que apostatan cada día.

 

Por Bruno M.

Infocatólica.

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