Apartado ya de sus obligaciones como prefecto de la Congregación para el Culto Divino, el cardenal Robert Sarah, de 75 años, mantiene una activa presencia pública. Sus palabras son siempre escuchadas con esperanza por una amplia porción de la opinión pública católica, y nunca defrauda. Lorenzo Bertocchi le ha entrevistado para Il Timone:
-Eminencia, ¿cuál cree usted que es la razón principal de la actual crisis del sacerdocio?
-En nuestra sociedad está en crisis todo lo que lleva en sí los signos claros de la estabilidad, la inmutabilidad y la eternidad, como el matrimonio y el sacerdocio. El hombre contemporáneo vive de cosas inmediatas y materiales, de sensaciones e impulsos emotivos. Tiene dificultad para interiorizar, aunque sea solo con el pensamiento, los valores e ideales abstractos. Pensar que sea posible comprometerse con valores espirituales y sobrenaturales sin tener una correspondencia inmediata a nivel material o psicológico le parece imposible o absurdo. También la vida sacerdotal es víctima de esta crisis de la modernidad, de esta, podríamos decir, «crisis metafísica» y sobrenatural de la existencia humana.
-¿Se trata también de una crisis de fe?
-La vocación sacerdotal siempre nace en un contexto de fe de la vida de la persona y la comunidad, ya sea la familia o la parroquia. Sin fe en Dios no se comprende el porqué de entregar la propia vida por Cristo, por la Iglesia y por las almas, para siempre. Para muchos hombres de hoy, el sacerdocio es una «inutilidad», una cosa que no sirve, una vida inútil, salvo -y solo en ese caso- cuando el sacerdote se ocupa de las necesidades materiales del prójimo. Pero para esto no hace falta ser sacerdote; lo pueden hacer personas en otras condiciones de vida.
»En el momento en que elegimos seguir la vocación sacerdotal, elegimos representar a Cristo en el mundo, en esta tierra, reflejar el Sol, que es Cristo. Elegimos acoger y llevar adelante la misión que Jesús dejó y confió a sus apóstoles antes de volver al Padre.
Esta aparente «inutilidad» de nuestra vocación es el primer e inconfundible signo que da sentido a nuestra vida y a nuestra misión, y que le expresa al mundo la gratuidad evangélica como estilo y programa de vida posible para el hombre, tal como Jesús nos enseñó. Por desgracia, hay también un factor que no debemos obviar y que atañe a la Iglesia la cual, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II y con la complicidad de una cierta teología progresista y antropocéntrica, ha empobrecido la naturaleza e identidad del sacerdocio católico, atribuyéndole una dimensión de funcionalidad y horizontalidad. Esta teología se ha impuesto en la Iglesia con el apoyo de muchos Padres conciliares antes, durante y después de los trabajos en el aula conciliar, pero no representa el pensamiento de la Iglesia, ni de la mayoría de los Padres que participaron en el último concilio.
»Desgraciadamente, este pensamiento «no católico», como lo definía el Papa Pablo VI, ha penetrado en la Iglesia, desde las facultades teológicas a los seminarios pasando por las parroquias, contaminando la doctrina sobre el sacerdocio y la praxis de vida de muchos sacerdotes, lo que ha traído una crisis enorme. Pienso en todos los sacerdotes que están en crisis, en todos los que han dejado el sacerdocio en estos últimos años.
El cardenal Sarah fue nombrado por Francisco en 2014 prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. En febrero renunció por edad y fue sustituido en mayo por el arzobispo Arthur Roche.
-Hay quien piensa que la solución al problema del descenso en el número de vocaciones sería la abolición del celibato sacerdotal. ¿Es la solución, o solo es un modo de arreglar las cosas?
-Recientemente, con el Papa Benedicto XVI, he escrito un libro dedicado al celibato sacerdotal. Periódicamente, cuando se habla del descenso en el número de vocaciones al sacerdocio se utiliza el argumento del celibato como causa de este descenso o de la renuncia a la vocación por parte de algunos sacerdotes; sin embargo, se trata de un pretexto o una excusa, es un tema antiguo.
»El celibato sacerdotal en la Iglesia es uno de los signos más elocuentes de la dimensión sobrenatural y trascendente del sacerdocio querido por Jesús. Es un don que la Iglesia católica ha custodiado desde el principio, desde la época apostólica, manteniéndolo como signo de la conformación a Cristo.
»El sacerdote debe parecerse a Cristo, esposo de la Iglesia. No tiene más amores que la Iglesia y las almas por las cuales entrega su vida, como Jesús. Este «signo/escándalo» es más útil que nunca para el mundo actual, incluso el de los jóvenes que, llenos de la cultura pansexualista y erotizada de nuestra sociedad, sobre todo en los medios de comunicación, que impregna todo y a todos, necesitan modelos de amor gratuito y generoso, aprender a amar de manera auténtica y desinteresada y descubrir la belleza de un amor entregado a todos sin ser exclusivo para nadie, como el amor que Jesús, nuestro Señor, siente por nosotros.
»Para conseguirlo, en los seminarios y lugares de formación religiosa hay que formar y educar a una disciplina y ascética espiritual, porque no faltan las ocasiones de tentación, y el sacerdote, para vivir adecuadamente su vocación, debe vivir una ascética que lo sostenga y le dé fuerza en el combate que tiene que librar a diario para permanecer fiel.
»Mi último libro [Al servicio de la Verdad] es un humilde intento para ayudar y sostener a los sacerdotes, para darles esperanza y alegría en la belleza de nuestra vocación.
«Al servicio de la Verdad. Sacerdocio y vida ascética» es la última obra del cardenal Sarah, publicada en junio de este año.
-Antaño, para indicar al sacerdote se hablaba de «curato», con referencia a la «cura de almas». Hoy ya no se utiliza esta expresión y a menudo se oye hablar solo del don. ¿Es un signo de los tiempos?
-Hoy en día, hay muchos peligros que acechan la vida del sacerdote. Hay situaciones que, más que en el pasado, ponen en riesgo la integridad moral del sacerdote, sobre todo de los más jóvenes. La falta de educación recibida en la familia, tanto humana como religiosa, es un hecho. Son jóvenes que han crecido en familias en las que se les ha abandonado a sí mismos, a veces con malas compañías, siempre delante de la televisión e internet, solos y aislados, sin modelos de vida. Su educación humana, afectiva y religiosa a menudo es deficiente y esto afecta al ministerio. Además, al no haber sido educados a organizar bien su jornada, es decir, el orden de vida, pasan mucho tiempo delante de internet y con el móvil lo cual, con el paso del tiempo, destruye su capacidad crítica, de razonar, de valorar y juzgar las cosas que leemos y vemos, de estar en silencio, de meditar.
»La consecuencia es que se procede por sensaciones y no siguiendo la recta razón. Así, acaban convertidos en marionetas en manos de otro: es la razón por la que el cuidado de uno mismo es fundamental en los años de preparación al ministerio sacerdotal. Tampoco podemos olvidarnos de la escasa preparación teológica y doctrinal que reciben, lo que les expone fácilmente al pecado.
»Es verdad que no basta una sólida formación doctrinal para evitar el pecado, pero una buena formación, buenas lecturas, un buen padre espiritual son la base sólida para la propia vida espiritual. Antes de ocuparse y cuidar la vida espiritual de los demás, el sacerdote debe ocuparse y cuidar la suya propia y no dejar al azar o la superficialidad los años de formación y el resto de su vida.
»A la luz de cuanto he dicho, se puede comprender la importancia del cuidado de las almas, el celo por las almas, animarum zelus, que consiste en el interés que el pastor debe nutrir por la salvación eterna de las ovejas que le han sido confiadas. Benedicto XVI, en una homilía del 5 de abril de 2012, Jueves Santo, dijo: «Y, como sacerdotes, nos preocupamos naturalmente por el hombre entero […] no sólo nos preocupamos de su cuerpo, sino también precisamente de las necesidades del alma del hombre: de las personas que sufren por la violación de un derecho o por un amor destruido; de las personas que se encuentran en la oscuridad respecto a la verdad; que sufren por la ausencia de verdad y de amor. Nos preocupamos por la salvación de los hombres en cuerpo y alma. Y, en cuanto sacerdotes de Jesucristo, lo hacemos con celo. Nadie debe tener nunca la sensación de que cumplimos concienzudamente nuestro horario de trabajo, pero que antes y después sólo nos pertenecemos a nosotros mismos. Un sacerdote no se pertenece jamás a sí mismo. Las personas han de percibir nuestro celo, mediante el cual damos un testimonio creíble del evangelio de Jesucristo».
»Pero hoy se habla poco del Evangelio y ya no se habla de las almas. La pastoral actual se ocupa principalmente del cuerpo, la vida, las cosas materiales. Así, cuando Jesús dice, «¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?», todas las traducciones modernas dicen «¿si pierde su vida?» (Mt 16,26) [No es el caso de la Biblia de la Conferencia Episcopal Española, ndt].
»Lo mismo se puede aplicar a la Santa Comunión. El texto latino dice: «Domine, non sum dignus, ut intres sub tectum meam, sed tantum dic verbo, et sanabitur anima mea«. La última parte se ha traducido: «Bastará para sanarme». El sacerdote cuida de las almas. Si no se preocupa por las almas es inútil. Esto, para un sacerdote, significa cuidar del prójimo, ser un «curato», como San Juan María Vianney [Santo Cura de Ars].
El cardenal Sarah celebrando misa «ad Orientem».
-Eminencia, hasta hace poco usted era prefecto de la Congregación para el Culto Divino y a menudo ha hablado de la necesidad de dirigirse cada vez más a Dios, también en la celebración del culto permaneciendo conversi ad Dominum. ¿Qué significa?
–Conversi ad Dominum significa, en la Sagrada Liturgia, reconocer quién es el centro, el motivo por el que todo está hecho: «Por Cristo, con Cristo y en Cristo», como recita la doxología del Canon Eucarístico. Lo he dicho muchas veces y también lo he escrito: en la Iglesia necesitamos recuperar esta centralidad de Cristo en la acción litúrgica. En los años posteriores al Vaticano II se dio un énfasis excesivo a la centralidad de la comunidad, de la asamblea, del hombre.
»Benedicto XVI, en su libro El espíritu de la liturgia. Una introducción, dedicó palabras muy importantes y significativas a este aspecto, teológica y litúrgicamente relevante. Si la comunidad que celebra los dignos Misterios no tiene clara la centralidad de Cristo en la liturgia, corre el riesgo de desorientarse, descentrarse, desequilibrarse. Se corre el riesgo de construir la liturgia según las propias ideas y necesidades, mientras que la liturgia es un don que nos llega de la Iglesia, pero que desciende de lo Alto como don de la Santísima Trinidad, la cual hace a la Iglesia una en la profesión de la lex credendi, y una también en el ejercicio viviente de la lex orandi. Una unidad que no es uniformidad y en la que, en el respeto de todas las Tradiciones litúrgicas cristianas de Oriente y Occidente, la Iglesia celebra el Misterio de Cristo, obediente a ese «haced esto en memoria mía», que en la fe significa Presencia sacrificial de amor y prepara Su segunda y definitiva venida.
»Además, la Sacrosanctum Concilium nos recuerda que debemos conservar y fomentar este maravilloso testimonio de las tradiciones litúrgicas (cf. SC n. 4). Volver a celebrar ad Orientem sería realmente un paso decisivo para una primera «recuperación» de la liturgia y de lo que nos pertenece desde hace siglos y que no podemos borrar porque Cristo es el Señor, el Centro, y no la Iglesia, ni nosotros.
-Para el Papa Benedicto XVI, la crisis de fe está estrechamente relacionada con la crisis de la liturgia; por eso promovió la que muchos han definido «reforma de la reforma litúrgica», expresada también con el motu proprio Summorum Pontificum. Da la impresión de que hoy estas indicaciones se olvidan fácilmente, incluso que son objeto de hostilidad. ¿Cree usted que hay que escucharlas?
-En la historia, Benedicto XVI será recordado, además de como un gran teólogo, como el Papa del Summorum Pontificum, de la paz litúrgica, el puente ecuménico hacia el Oriente cristiano a través de la liturgia latino-gregoriana, la voluntad de recuperación de las raíces cristianas y la unidad de Europa contra todo laicismo vacuo y desestructurador de la cultura europea.
»A partir de Summorum Pontificum, aunque con muchas dificultades y resistencias, en la Iglesia se ha iniciado un camino de reforma litúrgica y espiritual que, si bien es lento, es irreversible. En la Iglesia ha surgido una nueva generación de jóvenes, de familias jóvenes, que a pesar de actitudes clericales intransigentes de oposición a la venerable liturgia latino-gregoriana -un clericalismo que el Papa Francisco ha denunciado en varias ocasiones-, muestran que esta liturgia tiene un futuro porque tiene un pasado, una historia de santidad y belleza que no se puede borrar ni abolir de un día para otro.
»La Iglesia no es un campo de batalla en el que se juega a ganar intentando dañar a los demás y a las sensibilidades espirituales de los demás hermanos en la fe. Como dijo Benedicto XVI a los obispos franceses: «En la Iglesia hay lugar para todos», porque sabemos tratarnos con respeto y vivir juntos alabando al Señor en Su Iglesia y permaneciendo en la única y verdadera fe. Del mismo modo que la crisis litúrgica ha llevado a la crisis de fe, como decía Benedicto XVI, con el respeto de las dos formas (ordinaria y extraordinaria) de la liturgia latina, unidas a un impulso misionero de evangelización, conseguiremos salir de este túnel de la crisis, porque al final siempre está la luz de Cristo que nos ilumina en el camino de la historia.
Il Timone.
Traducido por Elena Faccia Serrano..