El cardenal Angelo Comastri, arcipreste emérito de la basílica de San Pedro, ha causado un gran revuelo esta semana al recordar la conversión final de Giosuè Carducci (1835-1907), Premio Nobel de Literatura en 1906, masón y uno de los grandes poetas del Risorgimento, el movimiento laicista que fraguó la unidad de Italia a costa de los Estados Pontificios.
Esta conversión es relativamente poco conocida, porque Carducci no la hizo pública. Por eso John Allen, vaticanista de Crux, compara el impacto que ha supuesto para los italianos más anticlericales con el que supondría para un inglés o un norteamericano si un día se descubriese que el célebre ateo Christopher Hitchens (1949-2011) había seguido un itinerario similar.
Himno a Satanás
Durante el mes de mayo, Comastri ofrece diariamente una meditación sobre la Santísima Virgen en el canal católico Telepace. El miércoles comenzó recordando que Carducci fue «muy hostil a la fe» y llegó a escribir en 1863, cuando tenía 28 años, un célebre Himno a Satanás, identificando la rebeldía del ángel caído con los avances que estaría realizando el hombre de su tiempo en aras de la libertad, la ciencia y el progreso.
No se publicó hasta 1869 en Il Popolo, y pocos días después el propio autor explicitaba su sentido en una carta al escritor Quirico Filopanti: «Satanás para los ascéticos es la belleza, el amor, el bienestar, la felicidad… Para los teocráticos, Satanás es el pensamiento que vuela, Satanás es la ciencia que experimenta… Satánicas son las revoluciones europeas para salir del Medievo, que para esa gente es el paraíso terrenal».
Comastri leyó algunos versos significativos donde el autor vincula con esa rebelión la Reforma protestante, asimilada románticamente a la libertad contra un pretendido oscurantismo católico: «Se arrancó la túnica / Martín Lutero: / rompe tus ataduras, / pensamiento humano, / y resplandece y brilla / envuelto en llamas; / elévate, materia: / Satanás ha vencido. /… / ¡Salve, oh Satanás, / oh rebelión, / oh fuerza vengadora / de la razón! / ¡Suban hasta ti, consagrados, / los inciensos y los votos! / Has vencido al Yavé / de los sacerdotes«.
«Un himno terrible», subraya el cardenal, que el propio Carducci -según él mismo confesó en una carta a su amigo Giuseppe Chiarini– quiso enseñarle a su hijo Dante en cuanto empezó a balbucear, pues el niño murió a los tres años, probablemente de tifus. Ese empeño en transmitirle al pequeño tales sentimientos es señal de la profundidad del rencor del poeta contra Dios. Había llamado Dante a su segundo vástago en recuerdo a su hermano del mismo nombre, quien se suicidó en 1857, cuando solo tenía veinte años. En esa carta a Chiarini, Carducci celebraba que su hijo vitorease el «¡Salve, oh Satanás!» golpeando la mesa con sus puñitos.
Que sea lo que Dios quiera…
La razón de que Comastri haya contado esta historia en sus meditaciones de mayo es que al cabo de los años Carducci «abrió su corazón» y «la Virgen le llevó a Jesús«. Y es lo que el purpurado quiere resaltar: «Ésa es la función de María, llevarnos a Jesús, acompañarnos al encuentro con Él. Porque la madre es capaz de tocar el corazón de sus hijos, incluso los corazones más duros. Y solo en el Paraíso podremos ver cuántas personas llegaron a Jesús de la mano de María».
¿Cómo se produjo esa conversión y cuándo se supo? El hallazgo es muy posterior a la muerte de Carducci, y procede del testimonio de San Luigi Orione (1872-1940), esclarecido durante su proceso de beatificación. En un artículo publicado en 1998 por Alessandro Belano en Messagi di Don Orione, se cuenta con detalle el proceso.
Carducci había ido suavizando su aversión a la Iglesia, con algunos poemas evocadores de la liturgia y de los templos. Sin embargo, sus alusiones religiosas aún no eran expresión de fe a pesar de su belleza literaria. En 1892 escribió, al pie de un crucifijo que le mostró una dama de compañía de la reina Margarita de Saboya, estos versos: «Los brazos de piedad que abriste al mundo, / Sagrado Señor, desde el árbol fatal, / ciérralos sobre nosotros que, pecadores y pesarosos, / aspiramos a Ti en el siglo inmortal».
En 1897 llegó a decir que «tal vez había sido católico sin saberlo», a pesar de la impronta masónica de toda su obra y de su participación activa en las logias de Bolonia y de Roma. También en sus cartas empezaba a dar signos de cambio, y en 1905, en alusión a su propia salud, usó una expresión, «que sea lo que Dios quiera«, inédita hasta entonces en su epistolario.
Confesión con el abate Chanoux
Con todo, nunca hubo pruebas fehacientes de su conversión final, que él mantuvo en secreto, quizá por no desdecir las honras y loas oficialistas recibidas como vate de la Nueva Italia, quizá por no dificultar el ansiado Nobel, que le llegaría un año antes de morir.
Solo pudo hablarse de pruebas al recabar documentación sobre la vida y obra de Don Orione para su proceso de beatificación. El santo sacerdote respetaba y admiraba a Carducci como poeta. No hay constancia de que se conocieran, pero San Luigi Orione habló de las circunstancias de su conversión en una ocasión, que corroboró posteriormente.
En septiembre de 1934, en una charla a los pasajeros del barco Conte Grande, que le llevaba al Congreso Eucarístico de Buenos Aires, Don Orione les habló de la confesión. Para ensalzar la grandeza del sacramento, contó que Carducci, durante una estancia en Courmayeur (municipio alpino italiano, en el Valle de Aosta), había conocido a abate Pierre Chanoux, capellán del Refugio Piccolo San Bernardo, célebre predicador, y que, tras algunas conversaciones con él, se había confesado.
Pierre Chanoux, con un San Bernardo del refugio y capilla alpinos donde se hizo célebre por sus predicaciones, pero también por sus estudios botánicos. Foto: Wikipedia.
Que Carducci y Chanoux se conocieron consta con certeza, porque Libertà Carducci, hija del poeta, recoge en el último volumen del epistolario una cita de su padre con el sacerdote en Courmayeur.
La confirmación de Don Orione
El primer biógrafo de Don Orione, el sacerdote Domenico Sparpaglione, quiso confirmar la historia de labios del propio santo y se lo preguntó poco antes de morir. «Midiendo bien las palabras«, apunta Sparpaglione, Don Orione reiteró la historia: «Añadió que lo supo por una persona incapaz de engañar, pero no quiso decirme su nombre porque estaba vinculado por el secreto, pero que esa persona tenía dos cartas de Carducci sobre el hecho… En cuanto a la muerte cristiana de Carducci, Don Oreione me dijo que la consideraba al menos probable, y que no había que dejarse engañar por el aparato masónico que la rodeó».
Otros dos sacerdotes, Luigi Orlandi (postulador general de la Congregación de Don Orione) y Giuseppe Zambarbieri (antiguo secretario suyo y tercer sucesor suyo al frente de la Congregación), escucharon del propio Don Orione la confirmación del relato de 1934 en los mismos términos.
Del mismo modo, la religiosa Luigia Tincani (1889-1976), hija del latinista y helenista Carlo Tincani, amigo de Carducci, escuchó de su padre el relato de un significativo incidente. Ya enfermo, Carducci había defendido a un creyente de las burlas de sus propios seguidores: «¿Quién os dice que Cristo no es Dios, como dicen los cristianos? ¿Quién os dice que no existe Dios, y que el alma no es inmortal?», habría espetado el poeta a sus propios admiradores, en defensa de un católico, antes de irse indignado, del brazo de Tincani.
Sor Luigia también escuchó la historia de que Carducci habría recibido los últimos sacramentos gracias a que un sacerdote se disfrazó de barbero para burlar el cerco masónico en torno al moribundo y poder visitarle poco antes del fallecimiento.
De la mano de la Virgen
¿Y por qué el cardenal Comastri atribuya a la «Madonna» esta conversión? Por los bellísimos versos que, también a finales del siglo XIX, dedicó Carducci a Nuestra Señora, como su preciosa descripción de qué pasa en el mundo cuando se reza un Avemaría, al final del poema La iglesia de Polenta, o la dedicatoria que escribió en el libro que regaló a una niña por su Primera Comunión: «A ti se eleve el joven corazón / y abra cándida su flor / con la primera luz de la piedad, / ¡oh reina del dolor, / oh soberana del amor / Santa Virgen María!»
Como tantas veces insistió San Alfonso María de Ligorio en Las glorias de María, ella nunca deja sin recompensa lo que por ella se hace con el corazón sincero…
Carmelo López-Arias / ReL.