En el inicio del segundo día de su viaje a Irak, el Papa Francisco voló a la ciudad de Najaf para una reunión privada con el Gran Ayatollah Sayyid Ali Al-Husayni Al-Sistani en su residencia. Antes de reunirse con el Gran Ayatollah, el Papa fue recibido por su hijo Mohammed Rida.
La ciudad de Nayaf
La ciudad de Nayaf se encuentra a unos 160 km al sur de Bagdad, a 30 km de la antigua Babilonia y a 400 km. al norte de la ciudad bíblica de Ur. Fue fundada en el año 791 d.C. por el califa Hārūn al-Rashīd, y su desarrollo tuvo lugar principalmente después del siglo X.
Nayaf es el principal centro religioso chiíta de Iraq y un destino de peregrinación para chiíes de todo el mundo. También alberga la tumba de una de las figuras más veneradas del Islam, Alí ibn Abi Talib, también conocido como Imam ʿAlī, primo y yerno de Mahoma y primer hombre que se convirtió al Islam.
La tumba del primer imán de los chiíes, situada en el interior de la mezquita del Imán ʿAlī, se considera uno de los lugares más sagrados del Islam, y se encuentra cerca del centro de la ciudad.
Además de las mezquitas, los santuarios y las escuelas religiosas, la ciudad santa del chiismo iraquí es conocida por el cementerio de Wadi al-Salam.
La Residencia del Gran Ayatolá Sayyid Ali Al-Husayni Al-Sistani se encuentra cerca del Santuario del Imán ‘Ali o Mezquita del Imām ʿAlī, que es considerado por los chiíes como el tercer lugar sagrado del Islam después de La Meca y Medina. La mezquita fue destruida y reconstruida varias veces a lo largo de los siglos; la última reconstrucción, iniciada en 1623, se terminó en 1632.
El encuentro del Papa Francisco con el Ayatollah Al-Sistani
Durante la visita de cortesía, que duró unos cuarenta y cinco minutos, el Santo Padre destacó la importancia de la colaboración y la amistad entre las comunidades religiosas para que, cultivando el respeto mutuo y el diálogo, podamos contribuir al bien de Iraq, de la región y de toda la humanidad.
El encuentro fue una oportunidad para que el Papa agradeciera al Gran Ayatolá Al-Sistani porque, junto con la comunidad chiíta, ante la violencia y las grandes dificultades de los últimos años, ha alzado su voz en defensa de los más débiles y perseguidos, afirmando el carácter sagrado de la vida humana y la importancia de la unidad del pueblo iraquí.
Al despedirse del Gran Ayatolá, el Santo Padre reiteró su oración a Dios, Creador de todo, por un futuro de paz y fraternidad para la querida tierra de Irak, para Oriente Medio y para el mundo entero.
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