Cualquier momento de la historia tiene elementos que hacen decir, que son tiempos interesantes. A nosotros nos tocan las circunstancias presentes, que están dando mucho de sí. No sabemos todavía quién va a ser el próximo presidente de USA, ni las repercusiones exactas del personaje que habite la Casa Blanca durante los próximos cuatro años. Tampoco sabemos los próximos pasos que va a dar China, ni lo que va a salir de la reunión del Foro de Davos, ahora en enero. Vienen rumores de la dimisión del papa Francisco, aunque eso se esta diciendo desde el año pasado. El COVID-19 sigue mutando, contagiando con más rapidez y no sabemos con exactitud los resultados y efectos de los distintos tipos de vacunas diseñadas para neutralizar al virus. Y seguimos con la implantación, conseguida en algunos países y pendiente en otros, de las leyes lgtbi y todas las letras del abecedario que se desee poner, porque según estos ideólogos de la nada, los géneros son decisiones subjetivas, por lo que el número es indefinido. Aunque sea cansino, hay que seguir mencionando la engrasada maquinaria del aborto, que presta el impagable favor a las fuerzas satánicas de estar ofreciendo de forma incesante en el altar de la masacre, las vidas humanas más inocentes. España, gracias al gobierno nacional comunista, que nos manipula y no gobierna, pondrá la eutanasia en funcionamiento en los hospitales públicos a finales de enero. La lista de riesgos y malos augurios, todavía la podríamos alargar mucho más, como sabe el lector; por lo que también nosotros hoy, en el siglo veintiuno podemos decir con santa Teresa de Ávila: son tiempos recios. Pero tenemos el mismo remedio que tuvo ella para un mundo que está debatiéndose en cambios profundos. Nosotros los cristianos tenemos que sujetar bien el timón, achicar el agua que va entrando por el temporal, coger con fuerza los remos y poner rumbo al cuartel general de JESÚS en Galilea. Después Pedro, el primer papa, lo expresó con claridad: “la cosa empezó en Galilea”. Aquí también tenemos que volver nosotros siempre, y en los momentos duros retornar a las fuentes. La vuelta a la Galilea no es un retorno involutivo, como el adulto que desea volverse niño para no asumir las responsabilidades, que lo abruman. El cristiano recibe el mandato de JESÚS, después de haber contemplado la pasión de su SEÑOR y recibido en Jerusalén la unción del ESPÍRITU SANTO. Hay que releer lo que pasó en Galilea, y sobre todo crear el ideal del Reino, que el MAESTRO quiso iniciar en Galilea. La mayor parte de la predicación de JESÚS se realizó en Galilea, juntamente con sus milagros y señales.
En la evangelización del continente americano se produjo un verdadero reinicio del Cristianismo, que compensó la profunda ruptura que el protestantismo había originado en Europa. Quinientos años después nos encontramos abocados a redescubrir las raíces de nuestra identidad humana y cristiana. Los análisis de fondo, que el cristiano de este siglo tiene que realizar los debe hacer con el canon del MAESTRO de Galilea.
El hombre de hoy no puede permitir que alteren su conciencia en detrimento de su identidad, y la tecnología está apunto de hacerlo posible de forma masiva. El hombre de hoy no puede permitir que lo conviertan en un chicle masticable por las satánicas bocas de los que no escupen otra cosa que odio. El hombre no es plastilina en manos de las modificaciones genéticas, que alteran también su identidad profunda. El hombre no es un ciber manejado y dirigido a distancia controlable en todos sus movimientos, y las nuevas tecnologías ya lo hacen posible.
Como en otros momentos de la historia, existe una gran desproporción de fuerzas entre el bien y el mal. Los grandes medios de comunicación al servicio del mundialismo, junto con la élite intelectual, gran parte de los poderes políticos nacionales dispuestos a hipotecar sus propios países. Frente a ese cúmulo de fuerzas sociales aparentemente inexpugnables, el creyente adopta una posición teodinámica: DIOS actúa al encontrar el punto de apoyo de un corazón vigilante y creyente. La vigilancia encierra el discernimiento o análisis de las cosas bajo el prisma del Mensaje dado en Galilea. No se trata de dar saltos en el tiempo, y para eso contamos con el Magisterio de la Iglesia, cuyas reflexiones y doctrina nos deben servir de pauta orientativa. Se dictó en el siglo diecinueve la muerte de DIOS por la arrogancia intelectual, y en este siglo veintiuno se está decretando la muerte del hombre; o por lo menos de una gran mayoría de la población mundial. En el medio que se escriben estas líneas tenemos establecida la lucha de David contra Goliat. El sistema todavía permite presentar contestación a sus propios objetivos. Nosotros no podemos dar la vuelta al sistema, pero DIOS sí lo hace posible con nuestra pequeña colaboración.